martes, 14 de julio de 2020

"Ultraviolet": El crimen como pasatiempo


"La mitad de Lodz son fábricas y galpones vacíos", dice por teléfono el personaje principal en el quinto capítulo de la serie "Ultraviolet". Lodz fue la capital de la industria textil de Polonia.Y el celular es el personaje en primer plano y entre bambalinas en esta historia, porque es el instrumento central que teje las relaciones de los hechos e ideas, sean estos analógicos o virtuales. Herramienta, o más bien inteligencia virtual colectiva, de los detectives aficionados que forman el grupo UV.

Escrita por Wendy West, Slawomir Fabicki y Jan Komasa e inspirada en el libro "The Skeleton Crew", de la estadounidense Deborah Halber, la serie provoca un poco de risa liviana al comienzo, por lo que al espectador hecho a los policiales rudos le costará volver a ese clima de semi-comedia al que Hollywood nos acostumbró por décadas. Pero hay que decirlo de entrada: "Ultraviolet" termina siendo simpática en el mejor sentido de la palabra. El policial polaco nos ofrece otra faceta, distante del nordic noir, al que otras veces se aproxima.

Muchos, por otra parte, hemos sentido que los países del este de Europa fueron más exóticos que Uzbekistán o la Malasia durante casi medio siglo, de modo que al caer la Europa socialista, como su madre rusa, nos interesó saber cómo eran o qué había quedado allí de todo aquello. Pues muy poco. Quizá nada. El  importante centro textil tiene hoy un sector antiguo, a veces parecido a San Telmo, de Buenos Aires, y algunos edificios de altura. Hay que decir que es visible en la segunda temporada el propósito de incluir imágenes atractivas de la ciudad: peatonales, edificios reciclados como galerías de arte y centros culturales; antiguas residencias, bicitaxis y tomas cenitales que no vienen a cuento. La gente vive allí mayormente de actividades de servicios, si nos ajustamos a lo que muestra la serie: la protagonista es chófer en Uber, y, entre sus compañeros de UV, dos hermanas emiten un ameno programa sobre maquillaje y moda por un un canal de YouTube; otro trabaja en el control de pasajeros del aeropuerto y el cuarto es un estudiante de origen vietnamita.

Todos se mueven en la superficie de una caparazón antigua, de la que entran y salen sin pensar mucho en ella, por lo visto.

Ola Serafin, la protagonista, ha perdido a su padre y su hermano. Del hermano está segura que lo mató su cuñada, a la que odia. Huyó a Londres, se casó y volvió sin marido y con dieciséis cajas, conteniendo en su mayor parte camperas. La madre, recién operada de la cadera, deprimida y sedentaria, la recibe, pero estalla de vez en cuando por la invasión de camperas en el departamento. El resto del grupo lo constituyen el joven descendiente del Vietcong, Piast, que al principio usa un casco-barbijo-máscara fluo; el empleado de seguridad del aeropuerto, Tomek, quien reparte sus ratos libres entre la investigación detectivesca y la búsqueda sistemática de engendrar un hijo con su esposa, y las atractivas hermanas Dorota y Regina Polanska, conocedoras exquisitas de cremas faciales y texturas textiles. Juntos y conectados por el celular han descifrado crímenes no resueltos antes de que llegara Ola. Con ella en el grupo, comienzan a investigar casos abiertos y -Ola mediante- a entablar una relación complicada con la policía, representada por el  detective Michal Holender y su jefe, el comisario Waldemar Kraszewski, a quienes debemos sumar el rostro generalmente avinagrado de la detective Beata Misiak, que concuerda con su nombre, en sentido vulgar. 

Tenemos pues que la dupla central la constituyen el detective Michal, con cara a veces de abombado, a veces de enojado y muchas otras veces de aburrido, y la dinámica Ola Serafin, que no es de aquellos que no hacen olas. Con su oleaje, logra incluso sacar de la depresión a su madre, una profesora de química que demostrará entonces su duro carácter y una peculiar inteligencia, y arrastrar a su padrino, Henryk Bak, ex agente de seguros especializado en accidentes y autos chocados. El detective Michal come invariablemente en un restaurante oriental barato y de restallante ambientación, con su gorro de béisbol, y ella suele sentarse con su laptop en un mínimo balconcito antiguo y descascarado que mira una calle de casas viejas y descascaradas por la que pasa el tranvía -no viejo, en este caso, pero tranvía al fin-.

Si bien la historia comienza con un cadáver que cae sobre un auto, la serie no sale de cierta liviandad hasta el capítulo cuarto, el del la "niña vintage" según denominan las hermanas Polanska a una nena perdida, debido a que usa un vestido liso hecho con "una especie de cretona". Es el capítulo en que por primera vez Ola está en peligro físico. Esto irá in crescendo, y dará más intensidad a la historia, a la par que crecerán los personajes. Con todo esto quizá se vislumbre en parte el revés de la trama en una ciudad que supo ser. Como bajo la luz ultravioleta con que la policía científica revela los fantasmas de la sangre.

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