miércoles, 2 de febrero de 2022

"Bright Minds" II: El viejo sabor del enigma

 



"Astrid et Raphaëlle" (2019), tontamente titulada en varios países, incluido el nuestro, como Bright Minds, recuperó cierta liviandad del policial clásico en el que importa más la mente humana y su capacidad de asociación y análisis que los muertos. Junto con eso, y en la segunda temporada, la serie franco-belga avanza en el sabor de los crímenes extraños, planeados muchas veces por mentes también privilegiadas. Es el espíritu del policial "de enigma": vuelve pues a imponerse el privilegio de la raza humana -su cerebro en funcionamiento- sobre la oscuridad y la repugnancia del asesinato. Esto es, el extraordinario don de las células grises que Hércules Poirot, el personaje de Agatha Christie, no dejaba de elogiar (aludiendo, claro está, a las suyas propias).

  En esta segunda temporada, trasmitida por AXN y recopilada por Flow semana a semana, algunos han visto, entre la chica autista y la hormonal comandante de la Policía, una relación Sherlock Holmes-Dr. Watson. Sólo que la mente de la comandante Raphaëlle sigue menos desconcertada que la de Watson las asociaciones de Astrid, una joven autista a la que ha descubierto en el depósito de casos criminales de París, rodeada de silencio y orden. El primer caso que enfrentan en la segunda temporada, titulado "El estornino", un abogado es asesinado de un balazo en presencia de doce personas en una sala de reuniones vidriada, sin que ninguno de los presentes vea al asesino. Y ninguno de ellos, en realidad, puede serlo: no hay arma en la escena del crimen. Pero un segundo antes de que caigan en la cuenta de que el abogado está muerto, hay un golpe en los cristales y un estornino, un pequeño pájaro, de alguna manera aparece muerto en el interior de la oficina. La clave que permite seguir la pista del criminal la descubre Astrid, y es la misma que les garantiza el éxito a los trucos de prestidigitación: el desvío de la atención. Que puede resumirse en la frase "te muestro una mano para que no mires qué hace la otra".

  Los capítulos segundo y tercero ponen menos el acento en la habilidad del plan criminal y más en lo extraño y sugestivo, pero en el cuarto reaparece el policial de enigma en su esplendor. Se trata de un asesinato planeado científicamente y sucederá en un auditorio de música vacío, mientras suena en el órgano la celebre Tocata y Fuga de Bach (Tocata y Fuga en Re menor, BWV 565). El crimen tiene que ver con la notación musical, por eso el capítulo se llama "Calderón", que es el nombre de un signo con el cual se indica en las partituras que el ejecutante debe prolongar la duración de una nota o de un silencio. Astrid padece hiperacusia, y este defecto de su cuadro de autismo se convierte en virtud en este caso. Gracias a él descubre el modo en que se perpetró el crimen. Pero lo deberá pagar con sufrimiento. La soledad y el dolor de Astrid en su mundo raro -solo atenuados por la amistad y la protección de Raphaëlle- aparecen por primera vez acentuados en esta historia.

Otros capítulos juegan con la posibilidad de las explicaciones sobrenaturales, sólo que se puede llegar a ellas descartando todo lo probable, como Sherlock Holmes sugería  que debe aceptarse lo imposible. 

  La inocencia casi absoluta de Astrid sigue siendo lo más cautivante del personaje (y una gran actuación de la actriz parisina Sara Mortensen). Esta chica que ha crecido y vive casi totalmente aislada, tiene sin embargo una idea acentuada de lo correcto, incluso en las relaciones con los otros seres humanos. Tan conmovedores como su drama y su inocencia, y el irreproducible "¡ah!" con que acepta las correcciones de Raphaëlle, cuando aplica la lógica estricta a los dichos comunes, es su reconocimiento ante el jefe de patología de que las conclusiones erradas de éste en el cuarto caso estaban sin embargo fundadas en un diagnóstico que llevó a Astrid a la pista adecuada.

  Realmente, confesaremos, hacía tiempo que no disfrutábamos de un policial comme il faut, es decir, a la antigua. En un mundo horrorosamente moderno. 


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