lunes, 28 de septiembre de 2020

"El alienista": Pequeños asesinatos

 


"El alienista" (2018-2020) es una serie escabrosa, no recomendable para quien tenga estómago delicado. Las crudas imágenes de niños asesinados y mutilados brutalmente se repetirán desde el primero al último capítulo de la primera temporada. Se trata de una precursora investigación de asesinatos en serie, realizados -como casi todos ellos- por un enfermo mental. ¿O debiéramos decir sexual? El que era al parecer el único antecedente hasta el momento de este tipo de crímenes será citado más de una vez en la serie. Nos referimos al caso de Jack, el Destripador, cuya barbarie asoló el barrio prostibulario de Whitechapel en Londres, en 1888.

  Si "Mindhunter" proponía que la investigación psicológica de los asesinos seriales comenzó promediado el siglo XX, "El alienista" sugiere que nació a fines del XIX, en una Nueva York que ya tenía trazos de la actual, aunque todavía los policías vestían como los bobbies ingleses y los hombres de la alta burguesía cultivaban un estilo medio dandy, con chalecos de seda estampados y corbatas con alfileres de oro y piedra. Precisamente el torturado doctor Laszlo Kreizler y su socio, el ilustrador de periódicos John Moore, son de la alta sociedad neoyorkina. El sujeto de sus investigaciones caza en los bajo fondos sin embargo, y más precisamente en los burdeles de prostitutos, esto es niños disfrazados de niñas, sugerentes transexuales primitivos por necesidad. Esos ámbitos o instituciones crean un lazo sensual y sórdido entre la sociedad pudiente y los pobres de toda pobreza. El asesino ha elegido a sus nocturnas criaturas como víctimas.

  El dato curioso es la introducción de un personaje histórico: el polémico presidente Theodore Roosevelt, afamado como imperialista exuberante, explorador y aventurero, pero quien fue antes que eso un reformista feroz, un burgués progresista, por decirlo de algún modo. En esa época, 1896, acababa de volver de sus aventuras como ganadero en el Oeste y era comisionado de la policía en la ciudad de Nueva York, donde libraba una épica lucha contra la corrupción. Durante sus presidencias, la primera de las cuales comenzó cinco años después de esta supuesta historia, enfrentó a los monopolios y a la banca, representada por JP Morgan, quien también es personaje de la serie que nos ocupa, grandioso coleccionista de arte y un factor social relevante, interesado en preservar la paz para los negocios en la ciudad que, según las palabras que los guionistas ponen en su boca, será la más poderosa del siglo que está por comenzar. Roosevelt, que ha contratado a la primera empleada de un departamento de policía en los Estados Unidos, Sara Howard, da pienso a Kreizler y Moore, quienes fueron sus condiscípulos en Harvard, pero sólo les permite actuar por izquierda, fuera de las dependencias de la Policía, y les adjunta dos investigadores, detectives y médicos forenses, de origen judío. Sara también se suma al equipo.

  Todo comienza con un chico de ascendencia italiana que aparece muerto, apenas cubierto con un vestido blanco de niña y horriblemente desmembrado en lo alto del puente de Williamsburg, en construcción ese año. Moore es arrancado de un prostíbulo para retratarlo, por pedido de su amigo, el alienista. La experiencia lo dejará mal para toda la vida. El que quizá haya sido el primer equipo de medicina y psicología forenses nace esa noche.

  Y será Roosevelt quien dará un dato clave cuando la pesquisa se encuentre ya avanzada: una de las mutilaciones que el asesino serial inflige a sus víctimas es el seccionamiento del cuero cabelludo y de los genitales. El futuro presidente ha visto ese tipo de mutilaciones no solo entre las que practicaban los indios, sino también los soldados, como revancha tal vez. La increíble y macabra historia de la conquista aparece entonces tras los crímenes. No era solo la tapa de la cabeza lo que indios y blancos rebanaban en el oeste. Las mutilaciones eran muchas, tenían un sentido ritual, religioso, y el asesino parece imitarlas como quien toca una música pero no escucha los sonidos. Los asesinatos -uno de cuyos despojos aparece al pie de la reciente Estatua de la Libertad- se convierten en una horrible parodia de una parte decisiva de la historia estadounidense.

  Lo dicho corresponde a la primera de las dos temporadas de "El alienista". La segunda no la tenemos aquí en Netflix.



domingo, 27 de septiembre de 2020

"Bala loca": Un policial político a la chilena

 


Para los amantes de la clasificación por género, diríamos que "Bala loca" es un thriller político, si no fuera que casi toda la política es actualmente un thriller. De entrada diremos que tiene alta calidad, y enfoca físicamente la Santiago de Chile moderna, la política actual y los viejos problemas políticos de Chile. "Bala loca" es lo que en la Argentina llamamos "bala perdida", y todo comienza con la muerte, rápidamente calificada de accidental, de una periodista en un asalto a un supermercado. La violencia está bien filmada y esto parece augurar que la serie entera lo estará de igual modo. Lo está.

  "En Chile llama mucho la atención y produce mucha desconfianza lo que yo llamo los personajes que cruzan la calle, es decir, si tú cambias lo que eres y eres otra cosa, después de un rato, tú eres desconfiable", dijo a La Tercera el guionista Gonzalo Maza. "Si eres de derecha y dejas de ser de derecha, la gente te mira raro. Si eres cuico [rico] y te haces pasar como que tienes menos plata, desconfían de ti. Me parece interesante que el protagonista de 'Bala loca' es un personaje que cruza dos veces la calle". Maza buscó como coguionista a Pablo Toro para realizar la idea de Marcos de Aguirre y David Miranda.

  El personaje central de la serie, el periodista Mauro Murillo, en efecto se convierte a la farándula, gana mucho dinero y -acosado por la insustancialidad tal vez- decide invertirlo en crear un portal de noticias y de investigación. Ha cruzado dos veces la calle de manera simbólica, pero también ha cruzado desafortunadamente la calle real y anda ahora en silla de ruedas para toda la vida. Mientras trata de reclutar un pequeño equipo de primera, una de las periodistas a las que recurre -que desconfía de él, como bien anticipó el guionista- es baleada. Esto acelera el nacimiento del portal, que tácitamente queda bajo la advocación de la periodista muerta y se da como primera tarea investigar esa muerte, que no parece un accidente. Esto lleva a su vez a seguir las investigaciones que ella misma había emprendido. Y esto conduce a los enjuagues económicos de un poderoso empresario, Coco Aldunate, dueño, entre muchas cosas, de una prepaga. Casualmente, la bella asesora de prensa y difusión del poderoso empresario es la novia del periodista y ahora dueño de un portal de noticias Mauro Murillo. Hasta aquí podemos contar, sin revelar el siguiente enredo de la trama, que lleva la investigación un paso más allá y precipita el desenlace.

  El peso del pinochetismo, la "enfermedad" que sembró en su momento en el Ejército, como la califica el actual comandante en jefe, pesa en toda la historia y en la vida personal de Murillo, que perdió a su hermano en un centro de torturas durante la dictadura. Esa enfermedad es que muchos en las fuerzas armadas creyeron que estaban haciendo lo correcto. Sin embargo, Chile enfrenta, como casi todo el mundo, por no decir todo, la plaga de la corrupción en la política y en las instituciones en general -incluida la policía y algo más en este caso-, el tráfico de drogas y la intolerancia. Problemas nuevos que se relacionan con los problemas viejos. Por su condición de anfibio, Murillo conoce el mundo de la política, el de la farándula y el de la policía. El comisario Nelson Iturra es -relativamente- un amigo del otro bando y un personaje de los mejor planteados en esta historia, fuera de Murillo, Aldunate, el senador socialista Torres Becker y el comandante en jefe del ejército. Ellos son lo que deciden el rumbo del relato.

  Es probable que un portal de noticias que sobrevive a dos atentados logre aproximarse a la verdad y desate la justicia en cualquier parte. Es posible, pero poco probable. El cuento de hadas juega aquí su papel de esperanza. Si no toda la verdad y toda la justicia, al menos un poco. Siempre habrá sombras por delante y otras que vienen del pasado.


jueves, 24 de septiembre de 2020

"Las crónicas de Frankenstein" o el monstruo de la nueva sociedad


"Las crónicas de Frankenstein" reúne, en el mejor estilo romántico, sordidez, tortura moral y belleza, pero hasta un límite apenas soportable. Sin que uno se lo pueda explicar, una belleza espantosa brota de un Londres barroso, sucio, de interiores descascarados, sótanos, túneles, mercados, muelles, hornos de ladrillos donde la gente que los habita y recorre es más inconcebible que la peor fantasía "postapocalíptica" de las nombradas tan a menudo por los tituleros de Netflix. Gente con andrajos pegados a la piel, pobres de toda pobreza, asesinos y ladrones de mente insondable, si tienen alguna. Todo organizado en torno al Salmo 102: 

  Porque mis días se han consumido como humo, y mis huesos están quemados como tizones, mi corazón está herido y seco como la hierba, me olvido de comer mi pan, mis huesos se han pegado a mi carne, soy como el pelícano del desierto; soy como el búho de las soledades; como el pájaro solitario sobre el tejado estoy en vela.  

  Mas tú, Jehová, permanecerás para siempre, y tu memoria de generación en generación. Te levantarás y tendrás misericordia de Sion, porque es tiempo de tener misericordia de ella, porque el plazo ha llegado.

  La cita de este terrible salmo a lo largo de la primera temporada no es gratuita. Se espera que haya siempre un malo lúcido en una serie. Pues en esta no lo hay. Los malos actúan pragmáticamente, casi desbocadamente, no dicen palabras que expliquen o engrandezcan sus designios siniestros. Apenas en dos o tres pasajes dicen algo lúcido los buenos: Mary Shelley, la autora de la mítica criatura de "Frankenstein o el moderno Prometeo" o William Blake, el extraño místico del romanticismo inglés, pronuncian algunos términos proféticos. Toda la lucidez -religiosa, en este caso- y el dolor están concentrados en un personaje: el protagonista, el inspector John Marlott, el único que dialoga con Dios, el que vela como el pájaro sobre el tejado, el pelícano del desierto, el héroe romántico por excelencia. 

  Digamos, antes de seguir, que en efecto estas crónicas son una secuela imaginaria de la publicación del libro de Mary Shelley en 1818. La acción se sitúa nueve años más tarde, el libro es más o menos popular en la ciudad, Mary Shelley concurre a reuniones en casa de William Blake y en el río aparece un cadáver espantosamente suturado... como si estuviera hecho de diversas partes de cuerpos humanos. Pero son en todo caso cuerpos de niños. Para John Marlott, agente de la Policía Fluvial, el niño se convierte en un designio. Hurgará en los sitios más espantosos para encontrar al autor de la abominación que el río envolvió en su barro repulsivo. Pesa sobre Marlott la culpa por la muerte de su mujer, que también pereció ahogada, y por su bebé. A ambos cree víctimas de su desidia, de su falta de cuidado. Marlott es religioso y sin embargo se ve envuelto en una investigación que puede servir a los designios del gobierno laico, el cual intenta que sea aprobada una "Ley de Anatomía" que impida el ejercicio de la medicina no oficial y autorice la compra de cadáveres no reclamados, por parte de los médicos y los hospitales. Se oponen a la ley los lores. Especialmente uno. Y lo hacen por motivos teológicos: si se acepta que los cuerpos de los muertos sean despedazados, ¿cómo concurrirán con ellos al Juicio Final, en el que los finados -lo dice San Juan- deberán asistir de cuerpo y alma? El argumento de la parte oficial es similar al que hoy pondrían en juego los partidarios de la legalización de las drogas: si se legalizan, se evita el tráfico clandestino y su estela de asesinatos. Para Marlott se trata solo de llegar a quien seccionó y unió partes de chicos muertos para armar ese horror que encontró en el río.

  ¿Hubo en Londres un tráfico tal de cadáveres, de modo que una ley de anatomía provocara un debate nacional? El antiguo hospital de San Bartolomé era un centro médico importante desde siglos anteriores y sin dudas consumía cuerpos muertos para prácticas hospitalarias e investigación. ¿Pero cuántos cuerpos? ¿Tantos como para que varios se hicieran ricos traficando muertos? Esto es así en la serie, y debemos darlo por cierto.

   Ahora bien: detrás de todo está la sombra de la "criatura" que Mary Shelley concibió o, mejor dicho, vio en una pesadilla. Es un hecho que ella y su marido, el romántico Percy B. Shelley, estaban muy atraídos por las experiencias de Luigi Galvani, quien había logrado mover las patas de una rana muerta con corriente eléctrica en el siglo anterior. Estas cuestiones que entonces eran ciencia de punta, provocaban atención en los románticos, en cuyas cabezas la ciencia no era menos oscura que la magia, y su única diferencia consistía en la racionalidad de la primera. Razón e irracionalidad contribuyeron al parto del romanticismo en Europa. Esa dualidad es perceptible en el libro famoso de Mary Shelley. ¿Su "Frankenstein" es una apología o una terrorífica advertencia? ¿El doctor Víctor Frankenstein era para ella un héroe, "el moderno Prometeo", gemelo de aquel que repartió el fuego de los dioses, o un demente? Sus dudas están en el libro: son el libro. Aquí, la Mary Shelley concebida por el guionista y director Benjamin Ross sugerirá que su historia era un recreación dramática del mito. Tal recreación supone, para ella, incluso la parodia y la monstruosidad. El "moderno" Prometeo no llegó al mundo para iluminarlo, como el griego, sino lo contrario. A aquel lo castigaron los dioses, a este lo castiga su propia criatura, que sin embargo lo ama. Toda la nueva sociedad encarnaba en ese monstruo.

  Bueno, pero supongamos que Mary Shelley no fue acosada en sus pesadillas por imágenes inspiradas en las vagas noticias sobre el galvanismo, sino por hechos más concretos, y tendremos abierto el camino hacia el objetivo de Marlott y sus hallazgos en los repugnantes suburbios de Londres, en los que despuntaba la era científica de la revolución industrial, con barro, sangre y sífilis. En ese universo, personajes como Flora, el agente Nightingale o el pequeño Joey, a quien Charles Dickens hubiese adoptado de buen grado para su "Oliverio Twist", son figuras conmovedoras. 

   Al final de la primera temporada Marlott encuentra lo que nunca debió querer encontrar.

  La segunda parte de la serie es mayormente un relato de fantasmas. Una nueva sucesión de crímenes con el mismo origen tiene sin embargo un beneficiario segundo: la iglesia anglicana, en cuyos alrededores en Westminster se instalan el asesinato y la enfermedad. De este modo, el nuevo Prometeo deviene un delincuente político cuyos fines trascendentes cree que lo justifican. Los fantasmas de decenas de muertos pedirán justicia a un Marlott que en todo sentido les pertenece, en tanto otro personaje y otra historia, la de la persecución de la vida eterna, se alía a la primera, de un modo -hay que decirlo- un tanto caprichoso. El clima macabro se acentúa.

  Pero el aspecto más político de las crónicas de Frankenstein no será publicado. El que podría contarlo -un periodista, precisamente- choca ya, en el primer tercio del siglo XIX, con un editor de los que prefieren callar algunas cosas.





domingo, 20 de septiembre de 2020

"Love, Death & Robots": Sangre con algo de sexo. Y cerebro



"Love, Death & Robots" es una antología de cortos de animación que no escatiman sangre ni violencia. Esto es que se trata de dibujos animados tan "para adultos" que Netflix los califica +18. En fin, al final los chorros de sangre no molestan tanto, son solo dibujos. La saga reúne cortos de 10 a 17 minutos de todo el mundo elegidos por Tim Miller, quien llevó al cine a Deadpool, el personaje de Marvel Comics, en 1991, y David Fincher, productor de "House of Cards" y director de "Mindhunter", ambas para Netflix. El género es (ahora que de nuevo están de moda los géneros, ¡oh eterno resplandor de una mente sin recuerdos!) ciencia ficción en general y algo de terror, con condimentos sexuales al final tan inofensivos como los chorros de sangre. Pero está bien que todo esto no lo vea un adolescente de 17...   
  
  El conjunto refrenda la capacidad artística del dibujo animado y el potencial del corto, un subgénero del cine que supo ser para iniciados en las grandes épocas del "cine de arte". El corto no fue popular como no lo son la poesía ni el cuento. Casualmente "Piezas únicas", uno de los cortos más aclamados, se basa en "Zima Blue", un cuento de Alastair Reynolds. Se ha dicho que cuanto más largo es un texto tanto más se acerca a la prosa. Sería un modo simple de resolver la cuestión, si no fuera que la prosa y los poemas contienen por igual sucesos de poesía de modo aleatorio, como había notado ya Robert Louis Stevenson.  

 Varios medios en el mundo hicieron su propio ranking de los 18 episodios. Yo haré mi top five. El primero de mi lista es "La edad de hielo". Una pareja ve que en el departamento al que acaban de mudarse hay una vieja heladera todavía funcionando. En el congelador atiborrado de hielo primero encuentran un diminuto mamut en un cubito y luego una civilización entera en plena ebullición. Es extraño, dirá ella, pero se trata de una ciudad medieval y todos sabemos que los mamuts se extinguieron en el pleistoceno. Enseguida comprueban que nuestros minutos son siglos en el viejo refrigerador, porque cuando vuelven a abrir la puerta los diminutos seres están ya en la Revolución Industrial. Lástima, nos perdimos el Renacimiento, dirá él. Y dejan a la civilización en paz para comer pizza, algo poco aconsejable, se verá.

  El segundo de la lista sería "Historias alternativas", que se presenta como una nueva app para computadoras y teléfonos. El programa plantea ucronías, esto es desarrollos de la historia humana a partir de hechos que ocurren de otra manera. Por ejemplo, la muerte de Adolf Hitler no ocurre en 1945 sino en 1908, un día en que el joven Hitler sale de la Academia de Bellas Artes de Viena y se tropieza con un niño judío. Se plantean seis escenarios y seis desarrollos distintos para toda la historia del siglo XX. En el primer escenario, Hitler grita y golpea al niño, aparecen dos fortachones judíos y lo matan. Esto redunda en una serie de hechos que culminan en que Estados Unidos arroja una bomba nuclear sobre Berlín en 1952. En el segundo escenario, Hitler evita al niño, pero es atropellado por un carro de salchichas. Viena y Alemania ganan la guerra, el difunto canciller centrista Willy Brandt es el primer hombre en la Luna. En el tercer escenario Hitler elude al niño y evita la carreta, pero lo mata un postre de gelatina disparado por el zar Nicolás II. No revelaré los restantes escenarios para la imaginaria muerte prematura de Hitler, pero diré que otras posibles historias alternativas se originan en el hecho "Lincoln dispara primero"...

   El tercero es "Piezas únicas", en que un artista super exitoso que ha pintado el cosmos en grandes murales e incluso asteroides reales en su búsqueda de la esencialidad de lo real, revela que él es en realidad un robot con aplicaciones humanas, o un humano con aplicaciones robóticas, que comenzó siendo una simple máquina para limpiar los azulejos azules de una pileta. 

   El cuarto es "Noche de pesca". El radiador de un noble Plymouth falla en el desierto. Dos viajantes de comercio, uno veterano, el otro joven, se ven obligados a esperar el fresco de la madrugada para caminar. "Está bien muerto, y nadie vuelve de la muerte", dice el viejo cuando el joven intenta echar cerveza al radiador. Mientras cae la noche, el viejo recuerda que hace millones de años ese desierto fue mar. Y todo lo que los rodea era el fondo del mar. Se imaginarán ya qué ocurre rato más tarde, respecto de criaturas que desmienten la aseveración del viejo sobre la muerte y los radiadores. 

  El quinto es "La guerra secreta". Para quien piense que quizá Hitler estaba aliado con el demonio, tropas del Ejército Rojo llevan adelante una lucha épica contra demonios verdaderos que brotan de la tierra como hormigas en los helados bosques de Siberia.    


miércoles, 16 de septiembre de 2020

"Símbolos", segunda temporada: Aquí pasa algo raro

 


Decíamos ayer: una serie conspira contra sí misma en el mar del streaming si deja una temporada colgada del pincel. En "Símbolos" (2018-2020) la primera temporada finalizaba en medio de la mayor confusión y con dos personajes al borde de la muerte. Esto no impedía ver que se trataba de un auténtico polish noir, un thriller con esa carga particular que Polonia viene poniendo al género. Un comisario con conflictos personales -como casi todos sus colegas últimamente-, rodeado de personajes siniestros, pequeños seres, algunos, que finalmente parecen trasmitirle su animalidad, en un clima cada vez más denso de locura y superstición, configuran una pesadilla a la luz de la montaña y los bosques en los Sudetes. Decíamos también que además de asesinatos había allí otra trama, la de un secreto histórico enterrado por el Tercer Reich en una mina que -nunca sabremos bien cómo- al parecer se conecta con diversos túneles de la imaginaria ciudad de Sowie Doły. Bien. Preparaos, porque esa segunda trama va trenzándose con la principal en esta segunda temporada.

  Demás estaría aclarar que los dos personajes en vías de morir no mueren, y ambos -de distinto modo y con distintos objetivos- exagerarán las secuelas de las circunstancias en que ambos parecía que iban a morir. No es la única mentira. Ni el único ocultamiento. El comisario, la hija del comisario, el alcalde, la hija del alcalde, el candidato a alcalde, los que apoyan al candidato a alcalde, un solitario montañés que fue empleado de la mina, el nuevo cura -el anterior murió en el primer capítulo de la primera temporada-, un falso místico sanador, etc.: todos juegan cartas secretas. De algunos sabemos bien cuáles son, de otros no. Lo importante es que a cierta altura de la segunda temporada muchas personas deambulan por los bosques y algunas aparecen muertas, o parece que aparecerán muertas, o nunca aparecen, o aparecerán pareciendo vivas, etc. Más importante todavía es la lograda atmósfera de delirio y maldad en que el pueblo va cayendo, casi a la misma velocidad que en la abyección. 

  A cierta altura también, el secreto nazi de los montes se insinúa como un experimento que todavía influye en el presente, físicamente hablando. Y de esta guisa, la serie ya no es solo un thriller, sino también una historia fantástica, de ciencia-ficción, política-ficción y terror. Es el mal liberado e invisible el que impregna casi todo, el escenario incluido. De manera que podríamos decir, exagerando ligeramente, que uno llega a respirar el aire malsano de ese paisaje y pueblo de postal. Es lo mejor del relato. Esta vez la temporada no queda colgada del pincel. O tal vez sí, porque ese es el estado natural en que viven las cosas. Vaya a saber.


lunes, 14 de septiembre de 2020

"Los simuladores": Verás que todo es mentira

 


[La primera parte de esta nota fue publicada en Facebook en febrero último]

En su momento no vi "Los simuladores" (2002-2004) por la tv. La veo ahora en Netflix y encuentro que por primera vez en mucho tiempo un producto de la industria cultural argentina me confirma que hay en el país una capacidad extraordinaria para la ficción y la superficción, pese al "realismo" de la escuela de Buenos Aires, que a menudo es solo costumbrismo. No sé por qué hace muchos años el poeta Nicanor Parra habló del "surrealismo de la escuela de Buenos Aires" en relación con la poesía: nunca hizo escuela el surrealismo en Buenos Aires. Al contrario, la maldición de Buenos Aires es el realismo de la escuela de Frankfurt, una adaptación liberal del realismo socialista. "Los simuladores" está en la línea de los "Siete locos", de Roberto Arlt (aunque con otro pathos); del Stevenson de "Las noches arábigas", del Chesterton de "El hombre que fue Jueves". Busca esa estirpe. De paso, una buena serie o cualquier buena película argentina permite ver que los argentinos somos italianos que hablamos en castellano. No en este caso porque tres de los cuatro simuladores tengan apellidos italianos -D'Elia, Peretti, Fiore- sino porque tono y gestualidad de los porteños y gran parte del resto de los argentinos es napolitano, y ellos lo marcan. A los argentinos les cae bien la mafia en general. Es en parte por Coppola, pero también porque esas sociedades de autodefensa son propias de países demasiado explotados o invadidos, o propias de inmigrantes. Volvemos a las sociedades secretas. El concepto de superficción arraiga allí. Una historia de conspiradores que adoptan o reciben nombres de fantasía, como en el caso de "El hombre que fue jueves" o "Los siete locos", es siempre una vuelta de tuerca a la ficción, como una historia con dos fantasmas, dirían Henry James. 

El único problema de la serie es que los simuladores no siempre hablan franca y libremente el italo-castellano de Buenos Aires, sino que recitan, por momentos, un guión escrito como imitación desafortunada del lenguaje literario, cuando no del lenguaje burocrático estándar. Este ha sido un mal del cine argentino, en gran parte superado. Queda entonces flotando en algunos pasajes la impresión de que actúan mal. Pero no es así. Son buenos actores y buenos simuladores. El problema es de texto y dirección. Y son estos los dos centavos que le faltan para el peso a esta serie.

La historia ya la saben: un equipo que se dedica a actuar personajes y situaciones falsas para resolverle la vida a la gente. Por plata, se entiende. Esto implica escribir una pequeña obra de teatro y llevarla a cabo en cada caso que se les propone.

La superficción es para mí esta doble apuesta de la ficción: que dentro del escenario se monte un nuevo teatro. Los grandes poemas de Raúl González Tuñón dedicados a personajes de los periódicos, como los gangsters y los actores de cine, o a los reales-irreales personajes de circo y de feria, a los museos, a surprise parties imaginarios con políticos y nobles que ya en la vida real representaban una farsa, son superficción. Y lo son todas las sagas de enmascarados de la literatura, la historieta y el cine. Las ramificaciones ficcionales dentro de una ficción de origen son virtualmente infinitas. "Los simuladores" hace honor a esa tradición.



domingo, 13 de septiembre de 2020

"Vikingos": El mundo es ancho y ajeno

 


A "Vikingos" (2013-2019), un clásico ya del cine en serie por streaming, no tiene caso discutirla históricamente porque, cuando la documentación es escasa, todo, incluso los grandes movimientos de masa en la historia, se sostienen con imaginación y conjeturas. Pero digamos de entrada que la historicidad de Ragnar Lothbrok es casi segura, tal vez -es cierto- desdoblado en dos personajes: él y un hijo o sosias con el mismo nombre. Aquí, se le atribuyen todas la hazañas a un solo Ragnar. Se supone que el histórico nació en Escadinavia, no se se sabe si del actual lado sueco o del noruego. Si hubo otro vikingo con el mismo o parecido nombre, formó parte de la corte de un rey danés. Los dos murieron más o menos en la misma época, cerca del año de gracia de 865. Lo que parece más real de la serie "Vikingos" es el plan de expansión de Ragnar, su mente de líder militar pero también político y su, al parecer, auténtico deseo de establecer colonias en nuevas tierras, para resolver los problemas poblacionales, de abastecimientos y de poder en la península escandinava y en Dinamarca, lo que entraña, en cierto modo, un fondo pacifista en las aventuras en que se embarcaron estos navegantes que, según las más acendrada tradición, habían nacido solo para la guerra. No se trataba de echar raíces sino de robar riquezas y cobrar rescates por las ciudades capturadas. Ragnar es el personaje mitológico vivo que representa otra necesidad: la de de navegar hacia el Oeste con otros fines. Es curioso: la obsesión de navegar con un rumbo determinado político-económico se convirtió en consigna de los descendientes de anglosajones ocho siglos más tarde, cuando Oliver Cromwell declaró el Western Design (designio occidental) como política de la Corona inglesa. 

  Pero eso no es más que la sutil historia subterránea de "Vikingos". Quien la ignore -y no precisamente porque la olvide o tergiverse el minucioso equipo de libretistas de History Channel  encabezado por Michael Hirst, sino todo lo contrario- puede ver solo un drama con marco épico, en el que el enfrentamiento de clanes deriva en luchas, ejecuciones muy dolorosas, casamientos, ambiciones, celos entre hermanos, planes divergentes, etc. Y verá todo esto representado por muchachos y muchachas que acaso le parezcan demasiado bien torneados para lo que real e históricamente fueron los guerreros vikingos y las mujeres de sus aldeas, según podemos conjeturar. Pero no estamos propiamente ante un documento. Si se tratara de eso, estaría plagado de comentarios inconcluyentes de especialistas, y ninguna representación visual de los vikingos. No la hubo, ni en figuritas, se diría ahora. Tampoco datos abundantes sobre su historia. Así que todo debe ser imaginación, o casi todo, en lo que respecta al desarrollo de acciones que efectivamente parece que fueron, como la navegación hacia la actual Inglaterra, el intento de establecer una población permanente allí y el ataque a la actual París, que en los hechos concluyó a la manera vikinga: con un pedido de rescate cash. Un Rollo, como el hermano de Ragnar en la ficción, efectivamente se quedó en la corte parisina. Y recibió tierras en la actual Normandía. Si era un pariente de Ragnar, y si Ragnar fue solo uno y tuvo su plan de expansión, parecería que fue Rollo el que logró ejecutarlo en parte, pues los vikingos dejaron huella firme en Normandía.

   Algo atrae del musculoso Ragnar actual: su fe que apenas se dibuja en un rostro entre torvo y sombrío; la casi displicencia con que realiza los ritos; la atracción, apenas disimulada, por el cristianismo. Fe y ambición son casi el mismo dibujo en su cara. La relación compleja con Floki, personaje que intencionalmente juega con el nombre y la imagen del dios traidor Loki, es parte de la discusión interna, mítico-política, de Ragnar. Cuando el designio de expansión y liderazgo lleva a Ragnar a la actual Gran Bretaña, y a su tumba, se cierra el conflicto, que sus hijos resolverán de otro modo. Ya no habrá propiamente una idea, un proyecto, una concepción de nación en ellos y, para mí, ahí se termina el asunto. Vi a regañadientes todo lo que sucede después de que Ragnar es arrojado el foso de las serpientes.

   Escenas bélicas bien recreadas -y con esto digo que parecen, como debieron ser, más peleas de pandillas que batallas- son el condimento violento de una historia casi shakespeariana. Los vikingos tal vez habían oído de los romanos. Su "muro de escudos", que a veces se cerraba por arriba, es un vestigio de la clásica tortuga o gliptodonte en que se convertían las centurias para resistir las primera carga de flechas de los bárbaros del Medio Oriente y del norte. La habían aprendido de las abundantes notas de las campañas de Alejandro. A los romanos no les interesaban mucho los arcos, a pesar de que los usaban. Preferían el simple y primitivo acuchillamiento: espada y lanza cortas. Avanzando detrás y debajo de sus escudos, sus cargas se convertían en carnicerías finalmente. Los vikingos tenían ese remedo de formación, que no solo revela que quizá los ecos del viejo Imperio resonaban en el norte, sino que representaban su avasallador modo de resolver las batallas y los conflictos demográficos.




jueves, 10 de septiembre de 2020

"Unidad 42": Nada de lo humano me es familiar

Podrá decirse que existe un belga noir cuando Bélgica logre hacer un policial en el que no aparezca el bosque de las Ardenas que lo aproxime al nordic noir. Mientras tanto, "Unidad 42" (2017) arrima la taba. La coprotagonista de esta serie es Bruselas, aunque el bosque arroja a veces su sombra sobre la acción.

  "Unidad 42" versa sobre una unidad policial dedicada al crimen cibernetico. Como toda unidad naciente, le toca habitar un sótano. Y tener por protagonistas un policía veterano que sabe más de armas, calibres y automóviles que de computación, y una hacker sobrevaludada que se sobrevalúa, fue extraída de las "redes negras" y se cree la muerte, dirían los chilenos. El detective es viudo, convive con tres hijos y el fantasma de su mujer (el fantasma es parece de carne y hueso y al comienzo desconcierta al espectador). Esto de la viudez, separación, problemas personales, hijos a cargo, etc. es propio de los detectives, últimamente. Pero este, Sam Leroy, tiene una particularidad: no es alcohólico. Por su parte, Billie Vebber, la hacker que no sabe disparar, es también viuda, en cierto modo, y su pasado le hace malas jugadas. En el elenco hay una patóloga sordomuda. ¿Tributo a la política correcta? El personaje es simpático, debemos decir.

  La serie se compone de episodios que son "casos" criminales, como corresponde a toda buena serie policial. En segundo plano se desarrolla -como corresponde- la vida de los protagonistas: viudeces, amores, hijos conflictivos -como todos los hijos-, mujeres u hombres esquivos. El primer episodio trata de un asesino serial que espía a sus víctimas a través de las cámaras de las computadoras. El tema no resulta inquietante sino francamente asqueroso, pero se supone que es precisamente lo que querían los guionistas. 

  Porque esta serie tiene una particularidad: el mensaje plano, la poesía de la vida cotidiana donde todo es posible y nada es relevante. Hay desvíos permanentes hacia este sinsentido de los hechos: en medio de una conversación sobre un crimen, la jefa de la unidad pasa al baño para volcar los restos de un vaso en el inodoro, o bien la cámara enfoca, sin que venga al caso, las tuberías que recorren el techo del sótano; o bien en primer plano cae una hoja seca de la planta que la jefa cultiva en su oficina, pero el hecho no es estetica ni argumentalmente necesario; o bien Leroy le quita el arma a un potencial asesino como si le sacara el diario para ver la cartelera de cines. Es como si el guión pensara que en el fondo nada es trascendente o todo lo es. ¿Sutil manera de escapar al formato dramático clásico, o ineptitud? A mí me gustó.




domingo, 6 de septiembre de 2020

"Lilyhammer": Un lugar tranquilo, con nieve

 Como todo el mundo sabe, Steve Van Zandt fue guitarrista de Bruce Springsteen y desciende de italianos del sur de Italia. Son los datos biográficos mínimos que tiene cualquier aficionado a la música de rock. Agregan, los que gustaron de ella, que participó de la serie "Los Soprano", que no vi ni pienso ver. Van Zandt es además, desde 2012, Francesco "Frankie" Tagliano, el personaje que creó para la serie "Lilyhammer," filmada en su mayor parte en ese pueblo noruego. El disparate de que un mafioso ítalo-estadounidense eligiera este sitio como lugar de residencia para iniciar una falsa nueva vida solo se le podía haber ocurrido a un músico de rock descendiente de inmigrantes del sur de Italia.

  Lo cierto es que "Lilyhammer" es una de las mejores comedias que pueden verse hoy en streaming y quizá una de las mejores comedias que jamás se hicieron sobre gangsters y especialmente sobre la mafia, y más concretamente sobre la moderna mafia neoyorquina.

   Frank Tagliano testifica contra el capo Aldo Delucci, quien ha quedado a cargo de la familia tras la dudosa muerte de su hermano. Tagliano pone una sola condición: que el gobierno le otorgue nuevo pasaporte y el pueblo de Lilyhammer como sitio de residencia. Ha visto imágenes del pueblo durante los Juegos Olímpicos de 1994 y le parece un lugar ideal para vivir, "tranquilo, con nieve". Allí abrirá un bar nocturno, el Flamingo, que graciosamente relaciona el pueblo noruego con Las Vegas, pero pronto, casi sin quererlo, vuelve a sus métodos e instaura una pequeña y grotesca mafia en Lilyhammer, con integrantes locales, semidesclasados disimulados en el el sistema de protección del Estado que impera aún en el norte de Europa. El mismo sistema que intenta ridículamente integrar a los inmigrantes árabes y negros, y está inficionado de una corrupción que se disimula con estúpidas risas, como las del funcionario Jan Johansen que terminará -va spoiler- en una escena que es cita de "El Padrino", de Francis Ford Coppola.

   Van Zandt, quien adoptó el apellido -que tan poco condice con su cara- de su padrastro, no podía dejar de hacer un homenaje a su amigo Springsteen, y lo convierte en personaje. Y un gran personaje: Giuseppe "Joey" Tagliano, the Undertaker, que viene siendo el Enterrador, tercer hermano de los tres Tagliano -el otro, Antonino "Tony" Tagliano, se hizo cura-.  

  Frankie Tagliano soluciona personalmente su conflicto con Delucci, quien es un salvaje maltratador de sus parejas homosexuales, pero requiere a su hermano killer para librarse de las consecuencias de una decisión de Uncle Sal, agraviado porque un ex mafioso ha tenido éxito como gourmet gracias a las recetas de la mamma del Uncle. Las cosas que hay que ver últimamente entre mafiosos...