jueves, 29 de octubre de 2020

"Paranoid": Tomate una pastilla

 


Los cuentos de hadas sucedían en pueblos de la Europa del norte y central, incluso de Inglaterra. Pero hoy en esos pueblos no hay hadas, sino una paz tediosa en la que a veces mete un tentáculo la gran era del control de los cuerpos y los llamados negocios globales. No hay ya ningún "allá lejos y hace tiempo". Todo es contemporáneo y cercano. Vamos al caso: en la serie inglesa "Paranoid" (2016), que nos remite al aislamiento y al pulpo descrito ut supra, un bucólico y aburrido aire de provincia es interrumpido por un ser humano que lleva la capucha levantada y la cabeza inclinada hacia abajo, cabecea como si estuviera desconcertado o mareado o refunfuñando en un pequeño parque de juegos infantiles, camina quince pasos-los habrá contado una testigo- y acuchilla a una madre que empujaba la hamaca de su hijo. Antes de que nadie pueda reaccionar, se va. Más rápido aun, una mujer con pinta de hippie retirada atrapa al hijo de la víctima y lo abraza, tanto para protegerlo cuanto para que no mire el cadáver ensangrentado de su madre.

   En la oficina de policía de este pueblo imaginario del condado de Chesire -de donde provenía la sonrisa fantasmal del gato de "Alicia en el País de las Maravillas"- la detective Nina Suresh abruma a sus compañeros con su incesante parla, que hace de ella el centro de toda escena, como segura e inconscientemente quiere. Sus compañeros son un puñado de policías de provincia, entre ellos el veterano Bobby Day, capaz -como cualquier inglés de provincia e incluso suburbano- de usar campera con corbata, y el correctísimo Alec Wayfield, un muchachón de cara franca y despejada que puede citar a Shakespeare a propósito de cualquier cosa y que irá adelante gracias a su inocencia intuitiva.

   Bien, ¿pero quién querría matar a una madre en el parque de juegos infantiles de un pueblo del condado de Chesire donde ya  no hay gatos que desparecen antes que su sonrisa? El pequeño destacamento enseguida tiene un sospechoso, un muchacho esquizofrénico, que usa capucha y cuya desaparición acaba de reportar su hermano. Pronto aparecerá el Ghost, un Detective Fantasma que se empeñará en orientar a la policía desde las sombras. El muchacho sospechoso se atendía con el psiquiatra del pueblo, que recibe a la policía en estado de ebriedad. En la casa de la víctima, el veterano detective Bobby Day sufre un ataque de pánico. La enfermedad, de origen contemporáneo y síntoma de la ansiedad global, como se sabe, lo lleva al psiquiatra, el cual le da fármacos... Y el fármaco será desde ese momento coprotagonista de la historia. La cual lleva a Bobby y su trastorno de ansiedad a la ciudad de Dusseldorf, en la cuenca del Ruhr, madre y cuna de la industria alemana. Allí confrontará su estilo de inglés rústico con el modo cordial y cool de los alemanes urbanos, a años luz del conservadurismo de mal gusto de la campiña inglesa... Pero también confrontará con un fantasma poderoso, mal disfrazado de caritativo, que a esta altura el espectador ya imagina cuál es.

   Que la historia deje entrever rápido la solución del enigma detrás de una muerte inexplicable en un ambiente campesino no es un gran defecto. Como hemos dicho, las historias de detectives interesan más por los personajes y los ambientes que por la forma en que el misterio aparece y es resuelto. Como siempre el ser humano ha podido, querido y hasta deseado matar a sus semejantes sin que sepamos bien por qué, desentrañar un crimen no tiene mucho interés: al final hay un muro infranqueable, ya que no sabemos ni quizá podamos saber de dónde nos viene la pulsión que desde el primer día descubrió Caín. Así que las historias de crímenes interesan mayormente por lo que iluminan a los costados. En este caso, que el corazón del capitalismo quizá está unido por vasos capilares a las plazas de juegos infantiles más lejanas. Y quien dice capitalismo, dice crimen. "Paranoid" interesa por esos también extraños caracteres humanos que se cruzan, entreveran y aman de manera indoblegable, por los siglos de los siglos, tanto o más que por su revelación de las atrocidades del sistema.  

---

Creada por Bill Gallagher. Producida por Red Production Company. Interpretada por Indira Varma, Robert Glenister, Dino Fetscher, Neil Stuke, Christiane Paul, Dominik Tiefenthaler, Lesley Sharp y más.


lunes, 26 de octubre de 2020

"El alienista", segunda temporada: El seno materno



 La segunda temporada de "El Alienista" (2018-2020) transcurre en 1897, un año después de que se produjeran los horribles crímenes de chicos prostitutos de la primera temporada. El alienista Laszlo Kreizler ha probado que la psicología tiene algo que hacer en la nueva criminalística de fines del siglo XIX en Nueva York. Sara Howard, la secretaria del comisionado de policía Theodor Roosevelt, es ahora detective y tiene su propia agencia de investigadores en Broadway 808. Y el querible petimetre John Moore, que era dibujante del New York Times, es también cronista. Los hermanos Isaacson, investigadores forenses de origen judío pero con nombres romanos, Marcus y Lucius, siguen siendo forenses. El futuro presidente Roosevelt, aquel conservador progresista, ha desaparecido de la escena, está ya en el gobierno, como ministro. Pero otro terrible personaje histórico sale al ruedo: el legendario inventor de la prensa moderna y del sensacionalismo en particular, William Randolph Hearst, a punto de desplegar a pleno su teoría de que aquello que le hace falta a la prensa, la prensa puede producirlo. Se sabe que Hearst incitó a la guerra de los Estados Unidos contra España en Cuba, y que, enviado su cronista a La Habana cuando aún la guerra no había estallado, éste le telegrafió diciéndole que no había guerra allá. A lo cual Hearst respondió más o menos de este tenor: "Usted quédese ahí que la guerra se la mando yo". El autor entre bambalinas y la tragedia en escena: no es esta la realidad histórica. La guerra respondió a necesidades políticas de los Estados Unidos. Entonces, como en los 60, no podía permitirse una base extranjera en las puertas de su territorio. Solo que entonces la base extranjera lo era de una ex potencia colonial a la antigua. El colonialismo estadounidense era de otro tipo y había nacido ya, simbolizado por la banca Morgan, cuyo fundador fue personaje aleatorio de la primera temporada de esta serie.

  Si el tema de la primera temporada fue macabro hasta lo intolerable, el de esta segunda fase es todavía peor. Se trata ahora no de chicos, sino de bebés asesinados. Por la gracia de Dios, solo un caso ocupa las imágenes del presente (por la gracia de Dios, ya que solo uno sería lo que la condición humana podría tolerar de esta atrocidad). El resto son fotografías del pasado. Y también por gracia divina o decisión humanitaria de los guionistas, apenas hay flashes del pequeño cadáver. Es más atroz -aunque en breves instantes mueve a la piedad- el ser -no nos permitimos mentar el género, para no revelar la trama- que ha perpetrado los asesinatos. Y para este personaje el casting encontró la máscara perfecta.

  Como en la primera temporada, los ambientes versallescos -restaurantes, mansiones, salones- de la alta burguesía neoyorkina alternan con los barrios bajos, violentos y sucios. Aquí, es clave una casa quemada de la calle Hudson. Los trajes de los investigadores habrán de mancharse con frecuencia de ese barro, pero más significativa que su presencia en extramuros es la de una mujer de clase alta que alimenta literalmente con su leche al lactofílico jefe de una pandilla criminal, así como aquella clase amamantó al lumpenproletariado cada vez que lo necesitó en la historia. No se sabe si es peor crimen esa lactancia erótica que la simbólica con la que el magnate Hearst, que lame los blasones de la aristocracia norteña, alimenta los instintos bajos de la sociedad, para llenarse de plata, sean tales instintos necrófilos o patrióticos, de acuerdo a cómo sople el oscuro viento que los engendra.

  Kreizler verá en cambio que el futuro de lo que se empeña en llamar ciencia está lejos de la nueva ciudad. Escucha, proveniente de la vieja Europa, el llamado de un doctor Freud, quien también creía entonces, y probablemente creyó toda su vida, que sus investigaciones eran ciencia pura y dura, aplicable al horrible malestar de la sociedad en todos los tiempos.

  Sara sella el episodio final con un discurso que parecería no venir al caso, y que viene. Al saludar una nueva era de su agencia de detectives, dice: "No importa que llevemos faldas. Esta oficina está hoy iluminada por la luz eléctrica. Hasta hace poco la iluminaban lámparas a querosene y, antes de eso, velas fabricadas con grasa de ballena." El canto del progreso aún se entonaba. La temporada abrió con imágenes de una manifestación sufragista, reprimida por la policía de a caballo, y de una mujer injustamente acusada que estrena la silla eléctrica. Escenas muy bien logradas de mujeres que aún vestían faldas largas, golpeadas con bastones, y de una ejecución horrible. Cierra con este canto de Sara Howard al futuro. En el medio, las más terribles sombras de un trauma han privado de vida a mujeres e hijos. 

---

Producción: TNT, Vanessa Productions, Studio T. Filmada en Budapest, Hungría


viernes, 23 de octubre de 2020

"True detective": Una Divina Comedia

 


Es difícil escribir sobre "True detective" (2014-2019), la serie de Nic Pizzolatto, después de que la crítica internacional, con una cultura cinematográfica superficial, o snob, decidió hacer de la primera temporada un objeto de culto, en detrimento de las otras dos, a las que calificó malamente. Como si Lucino Visconti hubiese decidido hacer una saga con "Grupo de familia". En realidad vieron poco cine, vamos a decirlo, aunque parezca pedante, y se extasían ante el plano secuencia del cuarto episodio de la primera temporada, como si Miklós Jancsó o el propio Visconti no hubiesen hecho ninguno, y como si el tiroteo del quinto episodio de la segunda temporada no fuese uno de los mejor filmados de la historia del cine norteamericano, que ha filmado miles.

  Vamos a ver: la primera temporada de "True detective" deslumbra a los neo-aficionados por el personaje central, un detective riguroso, tanto que lleva todo el tiempo bajo el brazo un libro de anotaciones, no una libreta, sino un gran libro estilo comercial, y porque lanza frases de segunda mano de Nietzsche o Ciorán. No ven en este nihilista al cuáquero que dio origen a la nación norteamericana, ahora -una vez más- en lucha casi literal contra el demonio. Y el demonio es, para el puritano disfrazado de nietzscheano, un psicópata que a su vez se cree un ser divino -el Rey Amarillo, más allá del mal y del bien-, no un Lucifer sino más bien el dios cananeo Baal, que exigía víctimas humanas, preferentemente niños, y contra el que lucharon los antiguos sacerdotes hebreos. Los grandes escenarios de Luisiana, la zona pantanosa del Bayou, el sureste de Texas, dan a esta historia de crimen serial ritualista un marco adecuado. El progreso está minando ese paisaje -al pasar, un personaje dice que el oleoducto va destruyendo la costa-. Las antiguas carnestolendas franco-africanas, con máscaras y violaciones seudo místicas, lo corrompen por dentro. Se las menciona en algún momento como "saturnales". No lo son. En las saturnales los romanos antiguos se disfrazaban y dejaban correr sus instintos sexuales, pero no hacían sacrificios humanos.

  El segundo tomo, o segunda temporada de esta saga es la que más violenta a los refinados críticos de tv de la prensa mundial. Porque en general desprecian al pobre Colin Farrell, en este caso aun más, porque incrusta el star-system en una serie que ellos creen librada de él, y porque la segunda temporada ha tenido un bajón de audiencia respecto de la primera, que fue un gran éxito. Curioso el caso de los críticos extraparlamentarios que a veces señalan el éxito de audiencias como testimonio de calidad y a veces como lo contrario. La tercera temporada la juzgan un regreso forzado y oportunista a la primera, incluso por los escenarios, ya que Pizzolatto vuelve, si no al sur, al centro sur, al estado de Arkansas.

  En síntesis, para ubicarnos: la primera temporada narra la investigación de un asesinato que parece ritual en el Bayou. Una mujer aparece muerta, amarrada, desnuda y coronada con astas de ciervo. A su alrededor hay pequeñas esculturas de madera. En la segunda temporada, las imágenes aéreas de los pantanos son sustituidas por imágenes de los nudos de autopistas de Los Angeles, tanto o más impresionantes. Ese escenario atrapa y no deja escapar a nadie. Es el nudo que ata a tres detectives, no a dos, como es costumbre, accidentalmente convergentes en el escenario de un asesinato atroz. O mejor dicho, en un escenario, en la ruta, en que fue abandonado el cadáver de un asesinato atroz, con torturas espantosas. No se trata de una pobre víctima inocente, una prostituta, como en la primera historia, sino de un hombre metido en los negocios sucios del pueblo o suburbio de Vinci, zona industrial altamente contaminada, coto de caza para todo tipo de transas oscuras. 

  La tercera temporada narra la pesquisa acerca de dos chicos que desaparecieron en bicicletas en Arkansas. Uno de ellos, el varón, aparece muerto. La niña nunca aparece. El suceso se hace obsesión de un detective negro, quien se casa con una profesora de literatura a la que el episodio le ha inspirado una investigación y la publicación de un libro de no ficción.

  Digamos que la calidad fílmica de los tres tomos no decae. Es tan buena la de la primera temporada como la de la segunda y la tercera. Pero a mí juicio hay que ver las tres como una cita o analogía de la Divina Comedia. En la primera temporada, Dante desciende al Infierno de los pantanos, una Estigia estadounidense, de la mano de un Virgilio reticente, un yanqui común, inconsciente de su pecado, pagano aunque se declara creyente, totalmente en las antípodas de su compañero puritano que se dice ateo. En la segunda temporada los personajes lentamente progresan, encontrándose en sus debilidades y sus propios pecados. En la tercera, no se llega al cielo ni hay un final feliz, pero sí algo bastante próximo. Cuando el detective descubre que ha estado más de treinta años abrazado a la resolución de un problema irresoluble, en tanto caminaba en su cabeza el Alzheimer, el fantasma de su Beatrice, su hermosa e inolvidable mujer, le dice que ha vivido maniatado por un enigma oscuro, sin pensar que a veces la vida puede autosanarse, remendar los horrores, permitir que algunas personas toquen los bordes de la felicidad y de la inocencia.

  Me parece suficiente para una serie televisiva.



martes, 20 de octubre de 2020

"Hinterland": Extranjeros en su tierra

 

El propósito de todo el equipo de "Hinterland" (2013-2016) era, según Richard Harrington, que encabezó el reparto, hacer una serie lo menos inglesa y lo más europea posible. Este propósito se cumplió en las tres temporadas de "Hinterland", y mostró lo que realmente se quería mostrar: no que Gales es europea, sino que no es inglesa. Para enfatizar aun más el matiz político, la serie fue hecha en inglés y en galés. No doblada, sino actuada dos veces, episodio por episodio. El galés es un idioma celta, no sajón ni anglo ni normando. Lo hablan casi un millón de personas en Gales y todavía se habla en la Argentina, en Chubut. El paisaje galés que muestra "Hinterland" remite más de un vez a la Patagonia. El título de la serie también tiene un matiz sutilmente político, puesto que el término, que los diccionarios rápidos inglés-castellano definen como el interior de un territorio, es más concretamente todo lo que rodea un sitio principal, una ciudad. El título en galés es sin embargo "Y Gwyll", que significa el anochecer, el crespúsculo, o la oscuridad.

  Pero la serie es una serie policial, vamos a decirlo. No hay la menor referencia a la Corona británica, pero tampoco a la reivindicación nacional galesa. Muestra un pueblo bilingüe, distante, en una maniobra de extrañamiento que empieza por el arte de la presentación. Es breve, y si en la serie el paisaje tendrá un rol protagónico, aquí se juega con primerísimos planos de objetos corruptos, miserables: alambres y cerrojos oxidados, insectos secos, cartílagos y algunas otras cosas inidentificables, solo texturas, tal vez incluso dientes caídos. El mérito de esta presentación impactante y fugaz, de cámara estenopeica, es que uno no necesita pasarla rápido, es más trabajo darle a la tecla de control que verla, y se puede ver una y otra vez. Así sucedió en mi caso. 

  Hay ya un lugar común del policial europeo: el exilio interior del detective. O que directamente el detective sea provinciano. Del interior. En este caso, como en algunos otros, es ambas cosas: el inspector Tom Mathias, después de una trágica pérdida, pide volver a su país natal, pero no a su capital sino justamente al interior del interior, a la ciudad de Aberystwyth, en la costa, al norte del país de Gales. Se refugia en una caravana (casa rodante), precisamente en la playa, y aunque corre cada mañana por las rocas, al mejor estilo yanqui, Mathias tiene un perfil -incluso físico- raro, melancólico, bergmaniano o viscontiano: europeo. Mathias alterna el repliegue en la tortura interior con una actividad incluso exagerada cuando entra en acción. Se lo ve entonces dinámico, imperativo, hiperquinético.

   Aberystwyth está vital -y mortalmente- vinculada con las granjas y pueblos cercanos. Esto justificará el incesante movimiento en automóvil del inspector jefe Mathias y la inspectora Mared Rhys por el duro entorno. Cada episodio tiene una duración de más de una hora y media, como una película standard. Y como en el formato standard del policial televisivo, cada episodio plantea un caso al detective, en tanto se desarrollan eventos personales y un enigma de fondo. El caso de fondo es tétrico, revelará que hay miseria humana en cualquier sitio y que la corrupción lenta de las cosas, mostrada en la presentación, lo es también de la humanidad que habita ese entorno. Se plantea la cuestión desde el primer episodio, con una muerte en el Puente del Diablo (Devil's Bridge), sobre un barranco estrecho y terrorífico. 

   Personas duras, secas, distantes, taciturnas como el paisaje, logran que la serie sea querible y algo más: que tenga una poética, en este caso trabajada por el contexto, incorporado al carácter general de las gentes y de la historia. Que finalmente mostrará, como corresponde al buen policial, lo peor.



viernes, 16 de octubre de 2020

"Borgen": El límite de la política-ficción es la ideología


 Entiendo que no haya más remedio que votar a los demócratas norteamericanos en la próxima elección o desear que la ganen, pero el odio desmesurado y tan poco clasista al demente Donald Trump no lo comparto. Digo esto para prevenir sobre lo que creo que escribiré a continuación de la serie danesa "Borgen", una de aquellas en que merece una explicación la antipatía que me hace dejarlas a los dos o tres capítulos. En este caso el motivo de que haya sobrevivido una temporada y media podría llamarse político. Pero no lo es en el caso de otras, como "Warrior Nun", que trata de imaginarias monjas guerreras que luchan contra el demonio encarnado, o más bien, enfogueado, porque cada vez que se lo ve es similar a un gigante de lava encendida. En "Warrior Nun", que aguanté hasta el cuarto episodio, creo que la antipatía no es política, sino personal. No soporté al personaje principal. Vamos a decir también, para que no se piense que esto es una cuestión de género (son mujeres las protagonistas de "Borgen" y "Warrior Nun"): tampoco soporté el personaje principal -en verdad los dos personajes principales, ambos masculinos- de "Cobra Kai". 

  ¿Qué pasa en "Borgen"? Lo inverosímil parece menos evidente, o sea que todo es más verosímil, pero no es ese el motivo del rechazo. El motivo parece ser que la inverosimilitud encubre un "mensaje" políticamente correcto. Del mismo tipo del que justifica en Estados Unidos y el mundo el odio desmesurado al desencajado Trump. Trump es un lugar donde poner el odio y justificarlo. Un odio de clase, claro. De clase media. Ya se sabe que el odio no es político. Por eso se condenan los "crímenes de odio" en los Estados Unidos, que los inventó. Nada que sea ilegal puede ser político. Es una contradicción en los términos. Y aquel que quiera hacer política o hablar de política debería dejar afuera el odio. Muy bien, "Borgen" parece dejarlo, pero hasta donde lo vi -y creo que temporada y media es suficiente- solo lo hace para pulir el mensaje políticamente correcto

  Vamos al punto: no existen en este momento en Europa, y me temo que en el mundo, partidos principistas. En Europa, específicamente, no existen partidos que defiendan a los inmigrantes o que no usen políticamente el chauvinismo y el miedo a los extranjeros provenientes del mundo árabe. El laborismo lo hace. La socialdemocracia prefiere no agitar mucho el avispero en ese sentido, cuando no se vale también de aquel miedo. Y otra cosa más: hay siempre, en mayor o menor medida, una mordida económica en el medio, porque si bien siempre los partidos políticos vivieron de ella, hoy se han hecho golosos de la ganancia bajo cuerda. Existe un tercer orden de problemas, específico de las repúblicas y monarquías parlamentarias: allí donde el cuerpo de ministros no lo elige un presidente, sino el parlamento, los ministerios son objeto de tanta negociación y manoseo que en corto tiempo se desgastan y corrompen. Se trata de imaginar lo siguiente: cuando un partido gana una elección, el presidente o el rey le encargan "formar gobierno". Eso significa que el ganador debe reunirse con los otros partidos para negociar el apoyo del congreso, donde rara vez tiene mayoría abrumadora. Eso a su vez significa repartirse los ministerios entre los partidos que logren formar una coalición de gobierno. Coalición que, dicho sea de paso, puede naufragar antes de que termine el mandato del partido ganador. De tal suerte, la nueva negociación para "formar gobierno" exigirá un nuevo reparto de los ministerios. Lo único permanente en la administración del Estado es la lenta, parsimoniosa burocracia, que asegura el mínimo funcionamiento, pero no es a-partidaria. Los que mejor defienden los principios suelen ser partidos minoritarios, sobre todo de derecha radical -valga la paradoja-, que se prestan a ser comodines de los necesarios "armados" de trastienda.

  Muy bien. En "Borgen" hay un partido principista, calificado como "de centro", que defiende a los inmigrantes y se opone a la guerra en Medio Oriente. Este partido imaginario gana una elección, y está a punto de fracasar en su negociación porque la llamada izquierda (el laborismo danés, de origen marxista, y que aun canta la Internacional, como puede verse en esta serie), totalmente entregado a la política racista, exige un pago político oneroso. La primera ministra, débil aún en esta lides, pronto se da cuenta de con quiénes deben negociar -la oposición interna al líder del partido laborista- y modifica en un santiamén su actitud: de contemplativa y auténticamente cordial, deviene dura y hasta autoritaria. Terminará entendiendo que debe negociar con quien sea, y lo hace incluso con el partido ultranacionalista, que entra así de nuevo en el juego de cartas de los ministerios. Es decir, que puede cogobernar. Pero no importan los principios si se dejan de lado para defender los principios, quiere que creamos la serie, lo cual es imposible. Me refiero a que es imposible creer que se pueden defender los principios dejando de lado los principios.

  Los errores en este sentido de la protagonista de "Borgen" no parecen devenir de su ambición, claro, ni le hacen perder de vista que a pesar de que cede a las presiones para permanecer en Afganistán, e incluso para entender las razones de los militaristas, gracias a que una organización civil afgana progresista -debe creerse esto- le hace ver lo importante que es la presencia militar danesa en Afganistán, pese a todo esto, decíamos, solo se trata de una suspensión de los principios, porque enseguida -se supone- se recuperará la senda principal: las tropas volverán... en un futuro que, como el superhombre de Nietzsche, se aleja cuanto más nos acercamos.

  No se entiende que un país que obligó a la izquierda a hacerse racista y colonialista para no perder votos, haya votado el principismo de este imaginario partido "de centro". Bueno, así es de veleidoso el electorado en Dinamarca. Tal aspecto inverosímil de la historia podría explicarse porque en los Estados Unidos el mismo pueblo que votó a Obama eligió luego a Trump. De todos modos, no importa tanto -como dije- el verosímil cuanto el mensaje que se filtra cuando se fuerzan las puertas de lo creíble.

  La ambición política, y desde luego, nada económica, de la primera ministra paga su precio con el divorcio de un marido que hasta dos capítulos antes era su "remanso" erótico-político al volver a casa. Pero claro, es humana, qué jorobar.


martes, 13 de octubre de 2020

"Post mortem": Crímenes imperfectos

La nueva serie argentina "Post mortem" rompe de manera esteticista con un elemento clave del lenguaje clásico del cine argentino: el medio plano, que en otros términos significa intimismo. Lo hace abusando del primer plano y el corte a cuchillo de tomas cenitales logradas con drones. Esto es que salta de la presencia a veces intolerable de los rostros (dicho esto como elogio) a los planos generales del universo que los contiene: la ciudad del siglo XXI. La serie es mimética en cuanto al modelo ya clásico de la serie policial internacional: ocho capítulos -estos, inusualmente cortos, de menos de 30 minutos- en los que se narran casos -investigados en esta ocasión por dos periodistas-, mientras se desarrolla en segundo plano la historia personal de los protagonistas. Sobre ese modelo labra algunos bordados propios. Aprovecha -por ejemplo- esa recurrencia del cine norteamericano al plano aéreo. Esto por un lado. Por el otro, los clisés, como la consabida oficina de los investigadores con pizarrones llenos de recortes y fotos, y la no menos consabida frase "los cuerpos hablan".

  “Post mortem” es una co-producción de Flow con StoryLab y TECtv (el canal del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación). La presencia del Ministerio en la producción se justifica por la realización de entrevistas a especialistas reales, que son formalmente filmadas por los periodistas en la ficción. No llega a ser, con esto, una serie que merezca el abominable neologismo de "docuserie": "Post mortem" más bien introduce el ensayo-ficción en la televisión argentina. Los especialistas son enfrentados todos con la misma pregunta final: ¿existe el crimen perfecto? A lo que todos más o menos responden que no, que existen las investigaciones imperfectas -más allá del deliberado ocultamiento político, cuando lo hay, cabría agregar-. La fe de los especialistas en que la imperfección, el error del criminal, es casi una ley de la naturaleza mientras que la ciencia en teoría es perfecta, resulta curiosa. En lo que respecta a las investigaciones, los periodistas de esta película están favorecidos por una argentinada: el dueño del medio tiene un amigo en la policía científica, que les permite a los chicos llegar antes que nadie a las escenas de crimen y entrar en ellas, sin sombrero ni bastón. De este modo, el portal de noticias para el que trabajan aumenta geométricamente su audiencia y el empresario se llena de plata. El perito amigo no acepta entrar en el negocio, esto es, recibir su mordida.

  En cuanto al crimen de fondo, aunque inverosímil, es creíble. Lo cual habla de la calidad general del relato. Los actores están bien, hay que decirlo, incluso muy bien, aun en lamparazos, como las apariciones de Jorge Marrale. Y el argentino que hablan se entiende sin subtítulos. Por esto también la serie es novedosa. La cuestión es que los casos se resuelven demasiado rápido. Y el final es políticamente correcto: los malos arriba de un auto y un ético solitario en la vereda. La argentinidad no podía estar ausente allí.

--

Elenco: Julieta Zylberberg, Esteban Pérez, Alejandro Awada, Diego Velázquez, Rafael Spregelburd, Claudio Tolcachir, Belén Chavanne, Dario Barassi, Eugenia Alonso. Con las participaciones especiales de Juan Gil Navarro y Jorge Marrale. 

Creadores: Nacho Viale y Diego Palacio.

Dirección: Diego Palacio

Guión: Lucas Molteni y Luciana Porchietto.

viernes, 9 de octubre de 2020

"El pantano" (Rojst): Más allá del miedo

 


OTRA serie polaca. Esta, ubicada en 1982. A dos años de la huelga en el astillero Lenin que hizo mundialmente famoso al líder sindical Lech Walesa y dio testimonio de la resistencia al régimen burocrático pro-soviético. Pero "El pantano" (2018) no tiene que ver directamente con eso. El ambiente en que respira no es el de los atisbos de libertad.

  En general, la producción polaca en este género difícil suele jugar con el pasado y el presente, el ambiente rural y el urbano, los vestigios del socialismo y la difícil pertenencia a una Europa que no deja de considerar a Polonia un país periférico de la Unión Europea. En esta como en otras series policiales, el ambiente es decisivo, y se trata de la presencia medieval del bosque en los años 80, bajo el régimen satélite de la URSS. Lo que hace que al principio uno deba vencer la resistencia a creer que el planteo de un crimen oscuro y dos investigadores en busca de la verdad son verosímiles en ese marco. Cualquiera sea la razón por la que el crimen no se investigaba lo suficiente era una razón de Estado y no había nada, en teoría, que pudiera hacerse. Si unos hipotéticos investigadores llegaban a la verdad, ¿cómo se haría esa verdad operativa? ¿Quién la escucharía?

  Sin embargo, aquí dos periodistas investigan dos misterios: un doble asesinato y un suicidio doble. Y parecen creer, uno más que el otro, que vale la pena llegar a la verdad aun cuando no se pueda publicar.

  Hay otro misterio, ominoso, enterrado en el bosque, que quizá explique lo que finalmente sabremos. Los bosques -insisto en este punto- tienen una notable presencia en series recientes de Europa del norte, de Alemania, de Bélgica y de Francia. También de España, últimamente. Bosques sospechosos en sí mismos cuya tiniebla envuelve a los protagonistas y parece adueñarse de sus vidas. Bosques que son también testigos, refugios de espíritus que tienen algo que recordar y recordarnos, como en este caso.

  Tres personajes dicen aquí que en Polonia se podía investigar pero no era conveniente. Son voces que van en gradiente desde el consejo a la amenaza. La más amigable es la del jefe de redacción, quien le habla a su viejo amigo y colega, el reportero veterano. La directamente amenazante es la del oficial de policía que lleva el caso, más agente de los servicios secretos, en realidad, que policía parroquial. La voz neutra -y esto es lo aterrador- es la del fiscal. Cuando este dice "no conviene" no sabemos si el sistema habla por él o si es la simple sensatez la que habla.

  Cuando en los años setenta Krzysztof Zanussi -el notable director de la inolvidable "Estructura de cristal", de "Vida familiar", de "Iluminación"- pudo filmar en el exterior, en Estados Unidos, eligió hacer un policial clásico sobre un libro de James Hadley Chase y filmó "Asesinato en Catamount". La historia, con ser típica del policial anglo-sajón, tenía un clima ligeramente zannussiano: reflexivo, filosófico, místico, empapado de un paisaje inmutable y simbólico. Hay algo de esto en "El pantano". Sobre todo en la presencia oscura del bosque. Ninguna filosofía, en cambio, en los diálogos. La diferencia es que Zanussi no podría haber filmado una serie semejante en los setenta. Ni nada, en Polonia o en el exterior, que rozara directamente al régimen. La serie -de solo cinco contundentes capítulos- muestra que había verdades que revelar. Sordidez, no solo la corrupción del aparato estatal y partidario sino también la que abarcaba todo el ámbito social: prostitución, falta total de horizontes, decadencia, atávica sumisión de la mujer, asfixia. Y, finalmente, crimen y ocultamiento. Tan cotidianos que todo era en conjunto, como dice el texto en la frase inicial, demasiado terrible para tener miedo.


viernes, 2 de octubre de 2020

"Hombres de negro": Hay otros mundos y están en este

 


Quien haya tenido la dicha de ver a los "Men in Black" (hombres de negro) en una o tres películas seguramente tuvo la sensación que trasmite, en otro orden -¿otro nivel?- la música de Bach. La música de Bach es precisamente una música dichosa, concebida para tratar temas grandiosos y trascendentes. Películas como "Men in Black" simplemente tratan de hechos inexistentes. Como los libros de aventuras de la colección Robin Hood. Pero están hechas con la misma risueña confianza en el género humano. Dirán que es mucho crédito para Steven Spielberg, productor de las tres. ¿Por qué? ¿No le damos mucho a Verne o a Wells? Agregarán: Supongamos que sí, pero ¿qué tiene que hacer  "Men in Black" (MIB) en un blog sobre series? Para empezar, está basada en un comic de Lowell Cunningham para Marvel, y las figuras e historias del comic terminan en series o seguidillas de películas con suma facilidad. Es el caso de MIB. Fueron tres (en 1997, 2002 y 2012) y podrían haber sido cientos. Las tres películas las consideramos una miniserie. Si las vemos todas seguidas, equivalen a unos siete u ocho capítulos de una serie promedio. En Netflix se puede ver la primera.

   Siempre hay aventura cuando el mundo está más habitado de lo que suponemos. Spielberg ha dado en ese clavo. Por otra parte, también sabemos que el secreto, la suposición de una segunda realidad -como el tráfico incensante de extraterrestres controlado por una unidad oficial que sin embargo no reporta al gobierno- causa de por sí un placer especial. ¡Todo el universo podría ser una historia de enmascarados! Lo cual dispone a considerar la realidad que llamamos concreta como la verdadera realidad virtual. Henri Bergson dedicó un largo estudio a la risa en 1900, en pleno dominio del cientificismo positivista. Descubrió muchas cosas en su mecanismo. Una de ellas es que se produce cuando se altera lo normal o esperable. Por eso reímos cuando alguien se cae, aunque sabemos que no está bien reírse de alguien que se cae. Sin embargo hay miles de casos de alteración de lo esperable que no causan risa. Y asimismo hay dentro de la normalidad miles de casos que mueven a reír. Así que podemos decir que Bergson no encontró la clave única de lo cómico. Y nosotros, pragmáticos, debemos decir que hay una risa para cada caso. Y que el origen del regocijo de la aventura es tan poco identificable como el de la risa.

  Así pues, Spielberg, poco puritano, más bien judeocristiano en su amor por las cosas como vienen -sobre todo las que encierran lo inesperado- y por el género humano en su pequeñez, realizó su obra maestra -esta es, no me hablen de otras- sobre la base de extraterrestres que toman la Tierra como un planeta ideal para establecerse al margen de la devastación y las guerras que se viven en otros. Un planeta de seres de inteligencia de media a inferior: "El cerebro de los humanos es tan minúsculo que en otras galaxias lo consideran un virus", dice el agente K en cierto momento de la primera película. Un planeta que recibe y disimula a miles de extraplanetarios que pasan por un ovni-puerto, ubicado en una extraña oficina de puentes y aguas corrientes. Los seres son amorfos o parecidos a insectos, pero muchos son capaces de adoptar formas humanas o de animales domésticos. De hecho, vivimos rodeados de ellos, que viven con la apariencia de un bull-dog francés o de Sylvester Stallone. Pueden ser mozos, joyeros o compradores de objetos de segunda mano. Pero por algo viven casi todos en Manhattan. Y este hecho es apenas una muestra del humor sutil y amable de Spielberg.