martes, 20 de octubre de 2020

"Hinterland": Extranjeros en su tierra

 

El propósito de todo el equipo de "Hinterland" (2013-2016) era, según Richard Harrington, que encabezó el reparto, hacer una serie lo menos inglesa y lo más europea posible. Este propósito se cumplió en las tres temporadas de "Hinterland", y mostró lo que realmente se quería mostrar: no que Gales es europea, sino que no es inglesa. Para enfatizar aun más el matiz político, la serie fue hecha en inglés y en galés. No doblada, sino actuada dos veces, episodio por episodio. El galés es un idioma celta, no sajón ni anglo ni normando. Lo hablan casi un millón de personas en Gales y todavía se habla en la Argentina, en Chubut. El paisaje galés que muestra "Hinterland" remite más de un vez a la Patagonia. El título de la serie también tiene un matiz sutilmente político, puesto que el término, que los diccionarios rápidos inglés-castellano definen como el interior de un territorio, es más concretamente todo lo que rodea un sitio principal, una ciudad. El título en galés es sin embargo "Y Gwyll", que significa el anochecer, el crespúsculo, o la oscuridad.

  Pero la serie es una serie policial, vamos a decirlo. No hay la menor referencia a la Corona británica, pero tampoco a la reivindicación nacional galesa. Muestra un pueblo bilingüe, distante, en una maniobra de extrañamiento que empieza por el arte de la presentación. Es breve, y si en la serie el paisaje tendrá un rol protagónico, aquí se juega con primerísimos planos de objetos corruptos, miserables: alambres y cerrojos oxidados, insectos secos, cartílagos y algunas otras cosas inidentificables, solo texturas, tal vez incluso dientes caídos. El mérito de esta presentación impactante y fugaz, de cámara estenopeica, es que uno no necesita pasarla rápido, es más trabajo darle a la tecla de control que verla, y se puede ver una y otra vez. Así sucedió en mi caso. 

  Hay ya un lugar común del policial europeo: el exilio interior del detective. O que directamente el detective sea provinciano. Del interior. En este caso, como en algunos otros, es ambas cosas: el inspector Tom Mathias, después de una trágica pérdida, pide volver a su país natal, pero no a su capital sino justamente al interior del interior, a la ciudad de Aberystwyth, en la costa, al norte del país de Gales. Se refugia en una caravana (casa rodante), precisamente en la playa, y aunque corre cada mañana por las rocas, al mejor estilo yanqui, Mathias tiene un perfil -incluso físico- raro, melancólico, bergmaniano o viscontiano: europeo. Mathias alterna el repliegue en la tortura interior con una actividad incluso exagerada cuando entra en acción. Se lo ve entonces dinámico, imperativo, hiperquinético.

   Aberystwyth está vital -y mortalmente- vinculada con las granjas y pueblos cercanos. Esto justificará el incesante movimiento en automóvil del inspector jefe Mathias y la inspectora Mared Rhys por el duro entorno. Cada episodio tiene una duración de más de una hora y media, como una película standard. Y como en el formato standard del policial televisivo, cada episodio plantea un caso al detective, en tanto se desarrollan eventos personales y un enigma de fondo. El caso de fondo es tétrico, revelará que hay miseria humana en cualquier sitio y que la corrupción lenta de las cosas, mostrada en la presentación, lo es también de la humanidad que habita ese entorno. Se plantea la cuestión desde el primer episodio, con una muerte en el Puente del Diablo (Devil's Bridge), sobre un barranco estrecho y terrorífico. 

   Personas duras, secas, distantes, taciturnas como el paisaje, logran que la serie sea querible y algo más: que tenga una poética, en este caso trabajada por el contexto, incorporado al carácter general de las gentes y de la historia. Que finalmente mostrará, como corresponde al buen policial, lo peor.



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