miércoles, 30 de junio de 2021

"Babylon Berlin": El huevo y la serpiente

 


Hay dos grandes excursiones cinematográficas a la República de Weimar (esto es Alemania en los 14 años que van desde la Constitución de Weimar a la obtención por Adolfo Hitler de la suma del poder, mediante la anulación física o política de la oposición en el parlamento). Una de ellas es la mundialmente exitosa y recordada "Cabaret" (1972), de Bob Fosse, con Liza Minelli, y otra, la menos recordada, pero histórica, "El huevo de la serpiente" (1977), de Ingmar Bergman. El -llamémosle- espectáculo musical está en el centro de ambas, como en la serie "Babylon Berlin" (2017) cuyo presupuesto "monumental" de casi 50 millones de dólares fue destacado por la prensa. Las tres primeras temporadas transmitidas por Europa Europa pueden encontrarse actualmente en la videoteca de Flow. La película de Bob Fosse tiene una historia detrás: se basa en un musical de John Kander y Fred Ebb, de 1966,  basado a su vez en la novela "Adiós Berlín" (1939), del poco recordado novelista y poeta inglés Christopher Isherwood, quien precisamente en el año de lanzamiento de su novela, que es el del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, se había radicado en los Estados Unidos con su novio, el poeta W.H. Auden.*

  ¿Está "Babylon Berlín" a la altura de estos antecedentes? Es probable que en su terreno específico, el del policial de acción, sí lo esté. Y la leyenda del Berlín de "entreguerras" como se suele decir, late en ella, no tanto por los costosos escenarios del cabaret sensual y prostibulario de alto vuelo, con su frenético fox-trot y las espaldas desnudas de sus mujeres, el travestismo y el disfraz, la energía vital desplegada hasta el  desparramo después de una de las guerras más horribles de la historia, cuanto por el espíritu que en la ciudad encontró Bertolt Brecht, autor de la obra más exitosa de la década, "La ópera de tres centavos", estrenada en 1929 en el Theater am Schiffbauerdamm, con música de Kurt Weill. La canción de Mackie Navaja, interpretada desde entonces por grandes del jazz, como Louis Armstrong, y por figuras estelares como el mismísimo Frank Sinatra, suena en esta serie más de un vez, física y espiritualmente. Las resonancias de rara felicidad que el tiempo le puso siguen sintiéndose en una de las escenas culminantes de la serie, precisamente aquella siniestra en que se frustra un magnicidio durante la representación de "La ópera de tres centavos". Oscuridad, brillo, delirios de grandeza nacional, los asesinatos políticos como método, el sexo en sus también delirantes versiones de posesión total y orgasmo de muerte, debían desembocar por sí solos en el incendio del Reichstag, un atentado que permitió a Hitler condenar y matar a los opositores comunistas -como en 1919 los protonazis freikorps habían matado a culatazos y tiros a Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en el umbral no más de la República-, doblegar a los socialistas y lanzarse seis años después a la expansión mundial del Tercer Reich. Debían desembocar por sí solos, si no fuera que este panorama cultural y social era la expresión, o al menos otra versión, del crecimiento encapsulado del capitalismo alemán, que debía reventar más temprano que tarde como un grano de pus.

 El traslado desde Colonia a Berlín del detective Gereon Rath a la división Antivicio (sic) le da la serie, en cierto sentido, una visión extranjera. El lunático Berlín de los cabarets, los prostíbulos refinados y perversos, los tugurios de la clase obrera, las protestas del Partido Comunista, las conspiraciones, el subte, los sombreros borsalino, los autos, las morgues, los sótanos convertidos en arsenales son pronto un paisaje habitual para él. Como no podía ser de otro modo, Rath tiene su propio infierno, que es un recuerdo de la Primera Guerra, en la que perdió a su hermano. No pudo o no quiso o no supo salvarlo, y el recuerdo es encubridor y fuente de su angustia, que calma con opiáceos. La hipnosis, que en esos tiempos se consideraba una revolucionaria terapéutica, forma parte de la historia. También forman parte las máscaras antigás y los propios gases venenosos, que a su vez son centro de una conspiración que insinúa desde el comienzo un rearme alemán apoyado, como efectivamente lo fue, por la industria siderúrgica y por... Stalin. El tren del gas, que termina cruzando la frontera alemana con firma autorizante de un general alemán, parece traer algo más: un mítico oro de Moscú del que intentan apoderarse los nacionalistas, la nobleza destituida, la embajada soviética y los ya por entonces organizados seguidores de León Trotsky.

---

  * Una historia televisiva ubicada en la República de Weimar ha sido también, según me recuerda Daniel Freidemberg, la serie "Berlin Alexanderplatz", de Rainer Werner Fassbinder, emitida en 1980.

Europa Europa/Flow



domingo, 27 de junio de 2021

"Katla": Bajo el volcán

 


Hay personas que han visto cualquiera de las tragedias de William Shakespeare, o han leído "Crimen y castigo" de Fedor Dostoievski, sabiendo de antemano el final. Sin embargo, llegarían a hacerle juicio a un periodista que revelase parte de la trama de una serie televisiva, sin previo aviso. Eso se llama spoiler, que la Academia Española piensa se debe traducir como destripamiento, y constituye casi un delito. Por favor. Todos sois hijos del "suspense", inventado por la industria del entretenimiento para mantener el interés y convertido luego en "género" literario, cinematográfico y televisivo. El "suspense" es lo más banal de cualquier producto, sin embargo, y pienso encarar este comentario de la serie islandesa "Katla" (2021) como una prueba concluyente: si el conocimiento del argumento mata el interés, podéis considerar el programa como meramente banal. "Katla" es la segunda serie de origen islandés que conocemos por Netflix; la primera ha sido "Trapped", una joya exótica del policial nórdico. Baltasar Kórmarkur es quien creó ambas, en el caso de "Katla" en coautoría con Sigurjón Kjartansson.

  Katla es un volcán, un volcán que existe, cuyas erupciones se producen en períodos muy elásticos, que van de los 13 a los 95 años, según datos que la prensa internacional se dio a recopilar ante el estreno de la primera temporada de la serie. Otros datos son que efectivamente el volcán está debajo de un glaciar. Existe también el pueblo de Vik, con poco más de 500 habitantes, y los científicos que permanentemente controlan el volcán. Estos parecen creer, como en la serie, que un volcán y un glaciar no se pueden llevar bien.

  "Katla" se basa en una idea que desarrolló el polaco Stanislaw Lem en su celebrada novela "Solaris", de 1961, que tuvo dos adaptaciones al cine: una de Andrei Tarkovski, en 1972, de resolución hegeliana, y una segunda de Steven Soderbergh, producida por James Cameron y protagonizada por George Clooney, en 2002. El argumento original propone una materia viva, un planeta-océano que es capaz de dar vida concreta a la vida psíquica de los seres humanos. Esto, para Lem, parece ser un intento de comunicarse con nuestra especie, pero el resultado es inquietante. Una estación espacial que orbita Solaris está en estado de abandono porque los científicos, rodeados de seres brotados de su cerebro, viven encerrados en sus camarotes. Son seres queridos que han muerto, y están allì quizá porque esas son -dicho sea de paso- las imágenes más vívidas o más entrañables que producen nuestras células cerebrales. El final en Tarkovski no es el final de la novela de Lem. Es un final hegeliano en el que la conciencia parece convertirse en autoconciencia absoluta. Esto es, simplificando, que será posible en la evolución de la mente captar toda la realidad porque la conciencia llegará a captar su propia totalidad. Tarkovsky lo sugiere a través de un alma que hace un viaje de vuelta a lo hondo de sí misma. El final de Lem es otro, pero igualmente conmovedor. El protagonista toca por fin el océano pensante con su dedo, y ve cómo la materia cerebral que constituye Solaris se retira, pero luego rodea lentamente la mano, como si quisiera reconocerla y comprenderla.

  "Katla", la serie, nos mostrará un pueblo semiabandonado, como la estación orbital de Solaris. En el fascinante y se diría extraterrestre paisaje islandés, Vik está en una especie de cuarentena, debido a las cenizas volcánicas, como si éstas fueran un virus. Solo con autorización especial, o por tolerancia, se puede tripular el ferry que lleva al pueblo. Es entonces cuando comienzan a aparecer personas cubiertas de barro y ceniza. Personas que son réplicas de algunas que murieron o de las pocas que quedan en el sitio o vivieron alguna vez en él. Tienen no solo su aspecto, sino también sus recuerdos y sentimientos. Y parecen tener un propósito, mejor o peor que el que tuvieron o tienen los seres originales, ya que provienen del cerebro de los vivos, que los guardan con amor o con miedo, incluso con odio.

  El "suspense" no tiene nada que ver con esto. El problema de la serie es que, por el momento, el foco está puesto en las relaciones de los habitantes de Vik entre ellos y con su pasado y presente, y no, como en el caso de "Solaris" (novela de Lem, película de Tarkovsky) en la extraña materia que reproduce lo más íntimo del cerebro humano. Pero se trata solo de la primera temporada. La cuestión sigue abierta.

  No me parece, entretanto, que la relación con "Solaris" sea caprichosa o forzada de mi parte. El homenaje a Tarkovski es visible en detalles de decadencia y en la convivencia de los personajes con sus trajinados objetos domésticos y con aparatos fuera de uso. Pero si la cámara de Tarkovski solía detenerse largamente y en silencio sobre las cosas -sobre todo, las cosas destituidas-, esperando quizá que hablaran, "Katla" es narrada de otro modo: con una combinación eficiente de primeros planos, medios planos y tomas panorámicas del áspero, casi inmaterial, paisaje islandés. La culpa cristiana de vivir -toda de Tarkovsky, para nada de Lem- está también en juego. 

  Ya intentar un producto de entretenimiento con estas piezas, y lograr que comience a funcionar es un logro. Una suerte de Frankenstein se ha echado a andar. Veremos hacia dónde.


martes, 22 de junio de 2021

"Unforgotten": Los muertos que vos matáis


 Haciendo honor a su nombre, "Unforgotten" (2015-2021) es una de esas series inglesas difíciles de olvidar, por las características que suelen tener los policiales ingleses: personajes no interpretados por lindas caras, sino más bien de aspecto común, no necesariamente feo; actores de estirpe teatral; olor a cotidianeidad; tramas tensas y dramas verosímiles. La protagonista de "Unforgotten", la detective inspectora Cassie Stuart, es interpretada por Nicola Walker, quien, además de los méritos señalados, recuerda de inmediato a "River" (2015), otra serie británica recordable. Su partenaire es el sargento Sunny Khan, interpretado por un rostro conocido de la TV inglesa -en este caso más bien por el lado de las comedias-: Sanjeev Bhaskar.

  Ha habido cuatro temporadas de la serie, escrita por Chris Lang. Cada temporada desarrolla un solo caso y cada caso se relaciona con crímenes antiguos. Arranca con los restos hallados en una casa en demolición que fue un albergue en otros tiempos. Se establece que los restos son de hace 39 años. ¿Para qué investigar cómo y por qué llegaron allí? Se trata de un ocultamiento, y de un crimen, pero los criminales tal vez hayan muerto... Uno de los primeros objetivos de la investigación será darles a los posibles parientes del muerto el paradero del cuerpo -lo que queda de él- de su ser querido. En la Argentina se sabe bien qué significa conocer el destino final de los restos de un hijo o un hermano. Pero no es solo eso lo que hace falta para completar el rito del adiós: también se debe saber cómo, y sobre todo, quiénes, le dieron una sepultura secreta. Los detectives intuyen que el esclarecimiento del caso tiene repercusiones en la actualidad. Una primera serie de repercusiones. Hay otra: conocer la circunstancias de la muerte descorre la puerta-trampa de una cadena de prejuicios sociales -racistas, sexuales- que han desquiciado y siguen desquiciando a seres concretos que vivieron y viven tras el aspecto de una normalidad. Parece simbólico que en la primera temporada el cuerpo del delito aparezca en un subsuelo. Y esto, una vez que el edificio es demolido.

  Otras tres temporadas convierten a los policías Cassie Stuart y Sunny Khan en detectives casi oficiales del pasado. No será ya en un subsuelo, pero los restos de las antiguas víctimas aparecen al moverse las cosas de lugar. Todos son, por decirlo brutalmente, esqueletos en el placard.

  No solo el cuerpo de la sociedad es el que puede sentir el impacto de estas investigaciones. También el cuerpo de los detectives, como se verá al final.

---

Film & Arts/Flow


lunes, 21 de junio de 2021

"La garçonne": Juego de máscaras



 "La garçonne", creada por Dominique Lancelot para la televisión francesa, sería una "serie policial de época", quizá, para los tituleros del streaming. Es una buena serie policial en la que el telón de fondo no está excesivamente marcado. París es París, como siempre, desde el XIX. Por el trasfondo de los "años locos" desfilan oscuros desfigurados, hombres que han logrado salir vivos de la batalla de Verdún, aunque con media cara menos, que ocultan con medias máscaras. Están el cabaret eufórico y decadente, el fox-trot, la jazz band, los prostíbulos de lujo, el naciente cine porno de pocos minutos, la tos de Modigliani, Amedeo Modigliani mismo, un Man Ray y una Coco Chanel de ficción que hacen paneos y, por sobre todo, una ex enfermera que toma el nombre de su hermano, un pintor adicto a la morfina, temperamental y autodestructivo, para incorporarse a la policía judicial, donde podrá ocultarse de agentes del gobierno que la buscan desde que fue testigo de un asesinato. El propósito de Louise Kerlac será llegar al fondo de ese crimen, pero en tanto se involucrará en la investigación de una serie de femicidios rituales y demostrará ser una buena-buen detective.

 El detalle, basta ver las fotos promocionales, es que Louise no convence con su disfraz de hombre, excepto a quien guste de hombres que casi parecen muchachitos o muchachitas. Pero ya se sabe, los franceses... Hay que hacer como en el teatro de cámara, cuando los actores convencían por su actuación y no por su "caracterización". Uno ve actuar a Laura Smet en el papel de Louise Kerlac que hace de Antoine Kerlac, y en su tercer papel, el de Gisele, de la que se disfraza en sus investigaciones de un club-prostíbulo, para convencerse de que los hombres ven en ella-él lo que quieren ver.

  Seis capítulos bien llevados y bien resueltos. 

---

En Flow


domingo, 13 de junio de 2021

Siempre nos quedará Lupin

 


"Lupin", la nueva serie de Netflix, tiene -al decir ligero de las gacetillas- un "éxito arrasador", aunque no refrendado por dato alguno. Sin duda vale la pena verla aunque sea por dos motivos: es la primera de "éxito arrasador" en un idioma latino, en mucho tiempo; y a pesar de que este Lupin no es Arsène Lupin, el célebre ladrón aristocrático, sino un admirador contemporáneo que imita sus robos más famosos, la serie tiene un aire anacrónico que le sienta muy bien. Hay teléfonos celulares y alguna que otra aparición de tecnología digital, pero pese a esto, y pese a las comentadas zapatillas de su alter ego moderno -en un flash aparece con ellas en 1995, cuando aún no existía el modelo-, "Lupin" es cabalmente una historia de "aquel París" eterno, no del actual. Cumple, eso sí,  con la actualidad políticamente correcta, porque su protagonista es negro. El papel de Assane Diop lo hace el carismático, discúlpese el término pero es adecuado, Omar Sy. 

  Sabido es que el personaje creado por Maurice Leblanc nació en la primera década del siglo pasado con el preciso objetivo de competir con Sherlock Holmes. Leblanc, como el inglés Conan Doyle, creó el personaje a regañadientes, por razones económicas, no más. Como a Doyle, le fue bien pero, a diferencia de Doyle, nunca llegó a matarlo, no se hartó de él. Por el contrario, se dice que en la cumbre de su fama firmaba sus cuentas de restaurante como Arsène Lupin. Después está la leyenda de que se inspiró en la banda anarquista de los Trabajadores de la Noche, capitaneada por Marius Jacob, que solo robaba a los "ricos parásitos", pero no tiene caso probar si tuvo ese modelo o no. El personaje, puesto en paralelo con Holmes -al que directamente se enfrentó en una de sus novelas- goza de encanto y notable éxito entre las damas, mientras que Holmes es -se diría- célibe, a no ser por un misterioso amor perdido. Hay otras diferencias. Holmes es puro cerebro, en tanto Lupin es todo habilidad. Su arte es más de prestidigitación que de lógica. Por último, ambos tienen sus museos, el de Holmes en la casa de ficción de Baker Street, en Londres; el de Lupin en el balneario de Etretat, en el Canal de la Mancha, donde veraneaba Leblanc y al que acuden los 11 de diciembre, día de nacimiento del escritor, sus admiradores, como se verá en uno de los capítulos de esta serie. Pero Leblanc, si bien creó la mundialmente famosa denominación de "ladrón de guante blanco", no tuvo con su personaje el éxito universal que -a su pesar- logró Doyle con el suyo. En otras palabras, Sherlock Holmes es un mito creado o encontrado por la era de la literatura masiva; Lupin es un héroe francés.

  Assane, fiel seguidor de Lupin en el París actual, recurre a los procedimientos de su maestro y es tan hábil como él, o quizá más, porque enfrenta sistemas de seguridad mucho más complejos, que elude con increíble pericia. Ha tenido un hijo con Claire -también lupinista- y le han puesto Raoul, segundo nombre de Lupin. Sus correrías sin embargo lo tienen medio separado de Claire. Pero su objetivo final no es emular una por una las hazañas de Lupin sino mandar a la cárcel a su archienemigo, Hubert Pellegrini, un despiadado estafador y asesino, que opera a cubierto de la sociedad de beneficencia de su hija. Pellegrini mandó a la cárcel al padre del nuevo Lupin, acusándolo de un crimen que no había cometido. Su solo nombre provoca el ladrido de J'Accuse, el perrito mascota que Assane hereda de una víctima del estafador. Así pues, perseguidor de Pellegrini y perseguido a su vez por sus sicarios, Assane trama la venganza hábilmente, con el concurso de su fiel amigo Benjamin Ferel. El disfraz, el doble fondo, el túnel, la fuga por los techos, las trampas armadas y desarmadas, la policía desconcertada corriendo un fantasma por calles y puentes, condimentan estas aventuras que parecen rescatadas del fondo de un arcón. Una delicia, en fin, así sea fugaz. 


martes, 8 de junio de 2021

"Sweet Tooth": Híbridos en el final de los tiempos

 


Una mezcla de fantasía de cuento de hadas y ciencia-ficción apocalíptica solo podía dar por resultado una serie relativamente liviana, en la que el colapso de la civilización, que llevó consigo a casi la totalidad de la humanidad, no parece un trauma grave para los sobrevivientes. Claro que a pesar de que el derrumbe ha sido universal, el punto de vista y los escenarios son estadounidenses, y allí el espíritu del libre cazador y del emprendedor inagotable -el eterno pionero- aún campea. Unas escenas de pánico colectivo y grandes disturbios despachan el asunto. Es difícil no pensar, si uno no supiera que el origen de esta serie es la historieta del canadiense Jeff Lemire, publicada entre 2009 y 2013, que "Sweet Tooth" -el reciente estreno de Netflix-  nació de la situación de colapso nunca cumplido que provocó el virus llamado covid. Porque en esta ficción suceden dos cosas: un virus mata impiadosamente a casi toda la humanidad, en tanto nacen seres llamados "híbridos", una cruza de humanos con otros mamíferos, especialmente gatos, pero también conejos, cerditos y alces. Un personaje dirá en algún momento que los dos fenómenos son caras de la misma moneda, aunque en esta primera temporada no se explique el porqué. Los humanos sobrevivientes cazan sin piedad a los híbridos, y tampoco se sabe la razón, pero es fácil suponer que el odio deviene del vínculo de los mestizos con la peste y del natural rechazo a los extraños que experimentan los seres humanos.

  Gus, el protagonista, ha tenido la mala suerte de nacer medio persona y medio venado, y su padre se lo lleva al bosque para protegerlo de las cacerías de los buenos vecinos sobrevivientes -que con la misma amabilidad con que saludan a los moradores de su cuadra los queman si se enteran que están enfermos- y de un ejército llamado Los Últimos Hombres. Haciendo honor a su nombre, son machistas y xenófobos. 

  Gus saldrá del cercado bosque de Yellowstone con el firme propósito de encontrar a su madre y su origen. En procura de esta construcción de la historia personal, conocerá a un desertor marginal y a una adolescente expulsada de un segundo ejército, el de los jóvenes que se oponen a Los Últimos Hombres. Su aventura es un viaje por campos, bosques y tranquilas ruinas de la civilización, de las que dimana una extraña paz. No sabe que otras dos historias se desarrollan en paralelo y se cruzarán con la suya: la de un médico obligado a hacer experimentos atroces con los híbridos y la de una madre que también ha ocultado a su hija híbrida, en este caso en las ruinas de un zoológico. 

 En suma, una de aventuras. Muy bien filmada y bien llevada, bajo las sombras míticas que hoy parecen alcanzar a todos los autores de la industria cultural: la del fin del mundo, las migraciones y la sospecha siniestra sobre los laboratorios.