domingo, 27 de junio de 2021

"Katla": Bajo el volcán

 


Hay personas que han visto cualquiera de las tragedias de William Shakespeare, o han leído "Crimen y castigo" de Fedor Dostoievski, sabiendo de antemano el final. Sin embargo, llegarían a hacerle juicio a un periodista que revelase parte de la trama de una serie televisiva, sin previo aviso. Eso se llama spoiler, que la Academia Española piensa se debe traducir como destripamiento, y constituye casi un delito. Por favor. Todos sois hijos del "suspense", inventado por la industria del entretenimiento para mantener el interés y convertido luego en "género" literario, cinematográfico y televisivo. El "suspense" es lo más banal de cualquier producto, sin embargo, y pienso encarar este comentario de la serie islandesa "Katla" (2021) como una prueba concluyente: si el conocimiento del argumento mata el interés, podéis considerar el programa como meramente banal. "Katla" es la segunda serie de origen islandés que conocemos por Netflix; la primera ha sido "Trapped", una joya exótica del policial nórdico. Baltasar Kórmarkur es quien creó ambas, en el caso de "Katla" en coautoría con Sigurjón Kjartansson.

  Katla es un volcán, un volcán que existe, cuyas erupciones se producen en períodos muy elásticos, que van de los 13 a los 95 años, según datos que la prensa internacional se dio a recopilar ante el estreno de la primera temporada de la serie. Otros datos son que efectivamente el volcán está debajo de un glaciar. Existe también el pueblo de Vik, con poco más de 500 habitantes, y los científicos que permanentemente controlan el volcán. Estos parecen creer, como en la serie, que un volcán y un glaciar no se pueden llevar bien.

  "Katla" se basa en una idea que desarrolló el polaco Stanislaw Lem en su celebrada novela "Solaris", de 1961, que tuvo dos adaptaciones al cine: una de Andrei Tarkovski, en 1972, de resolución hegeliana, y una segunda de Steven Soderbergh, producida por James Cameron y protagonizada por George Clooney, en 2002. El argumento original propone una materia viva, un planeta-océano que es capaz de dar vida concreta a la vida psíquica de los seres humanos. Esto, para Lem, parece ser un intento de comunicarse con nuestra especie, pero el resultado es inquietante. Una estación espacial que orbita Solaris está en estado de abandono porque los científicos, rodeados de seres brotados de su cerebro, viven encerrados en sus camarotes. Son seres queridos que han muerto, y están allì quizá porque esas son -dicho sea de paso- las imágenes más vívidas o más entrañables que producen nuestras células cerebrales. El final en Tarkovski no es el final de la novela de Lem. Es un final hegeliano en el que la conciencia parece convertirse en autoconciencia absoluta. Esto es, simplificando, que será posible en la evolución de la mente captar toda la realidad porque la conciencia llegará a captar su propia totalidad. Tarkovsky lo sugiere a través de un alma que hace un viaje de vuelta a lo hondo de sí misma. El final de Lem es otro, pero igualmente conmovedor. El protagonista toca por fin el océano pensante con su dedo, y ve cómo la materia cerebral que constituye Solaris se retira, pero luego rodea lentamente la mano, como si quisiera reconocerla y comprenderla.

  "Katla", la serie, nos mostrará un pueblo semiabandonado, como la estación orbital de Solaris. En el fascinante y se diría extraterrestre paisaje islandés, Vik está en una especie de cuarentena, debido a las cenizas volcánicas, como si éstas fueran un virus. Solo con autorización especial, o por tolerancia, se puede tripular el ferry que lleva al pueblo. Es entonces cuando comienzan a aparecer personas cubiertas de barro y ceniza. Personas que son réplicas de algunas que murieron o de las pocas que quedan en el sitio o vivieron alguna vez en él. Tienen no solo su aspecto, sino también sus recuerdos y sentimientos. Y parecen tener un propósito, mejor o peor que el que tuvieron o tienen los seres originales, ya que provienen del cerebro de los vivos, que los guardan con amor o con miedo, incluso con odio.

  El "suspense" no tiene nada que ver con esto. El problema de la serie es que, por el momento, el foco está puesto en las relaciones de los habitantes de Vik entre ellos y con su pasado y presente, y no, como en el caso de "Solaris" (novela de Lem, película de Tarkovsky) en la extraña materia que reproduce lo más íntimo del cerebro humano. Pero se trata solo de la primera temporada. La cuestión sigue abierta.

  No me parece, entretanto, que la relación con "Solaris" sea caprichosa o forzada de mi parte. El homenaje a Tarkovski es visible en detalles de decadencia y en la convivencia de los personajes con sus trajinados objetos domésticos y con aparatos fuera de uso. Pero si la cámara de Tarkovski solía detenerse largamente y en silencio sobre las cosas -sobre todo, las cosas destituidas-, esperando quizá que hablaran, "Katla" es narrada de otro modo: con una combinación eficiente de primeros planos, medios planos y tomas panorámicas del áspero, casi inmaterial, paisaje islandés. La culpa cristiana de vivir -toda de Tarkovsky, para nada de Lem- está también en juego. 

  Ya intentar un producto de entretenimiento con estas piezas, y lograr que comience a funcionar es un logro. Una suerte de Frankenstein se ha echado a andar. Veremos hacia dónde.


3 comentarios:

Unknown dijo...

Excelente análisis de "Katla". Ver esta serie y recordar a Lem, a Solaris y a los mundos de la mente, tratados con fineza, con filosofía, es un logro inmenso que todos agradecemos. Y que Kormakur lo haya logrado a través de la mediocridad de Netflix es un pequeño gran milagro.

Paula Luciana dijo...

La comencé a ver gracias a su reseña, Jorge. Agradezco mucho. Entre los objetos en los que se detiene la cámara me pareció que el espejo como símbolo de lo que se duplica está muy bien usado, pues podría parecer una obviedad, pero la sutileza gana. Abrazo.

EG dijo...

La vi y me gustó muchísimo. Y desconocía mucho de la información relacionada que brindás acá. Saludos Jorge.