viernes, 28 de agosto de 2020

"Daredevil": El diablo en la cocina

 



Marvel es una gran compañía de historietas que desde la década del 30 compitió con la DC Comics, tiempos en que las marcas y la lucha inter-capitalista significaban algo. Veamos: la DC fue la creadora de Superman, Batman y una larga estirpe de superhéroes. El éxito de la DC fue tal que Superman -que no por nada vestía de azul y rojo- llegó a ser emblema plebeyo, no oficial, de los Estados Unidos. La propia DC creó en contraposición el héroe oscuro, Batman, que recién tuvo su gran momento en la década de los 80, cuando modificó su imagen naif, y en los 90, cuando comenzó la saga de películas del héroe torturado, sin ley y golpeado a más no poder por el Mal. Entretanto, Marvel había creado una serie de superhéroes en conflicto con sus superpoderes, más humanos, marginales y marginados, como si propusiera la versión realista de lo fantástico -valga la paradoja-, o la representación anti-heroica de del sueño estadounidense: la de los barrios bajos, los negros y los alcohólicos.

 La de Marvel y la DC Comics fue la competencia paralela de la de Warner Bros. y la Disney, que se libraba en el campo del dibujo animado. Disney representaba valores familiares con sus personajes típicos, en tanto Warner le disputaba el terreno de los americanos excéntricos y vividores, cuyos arquetipos fueron y serán por los siglos de los siglos el conejo Bugs y el pato Lucas. 

  Paradojas del destino, Marvel terminó en manos de Disney, y la DC, de la Warner, en tiempos en que la marca ya no importa tanto como la concentración de los negocios. 

  Pero de esta historia emerge la adaptación a la tevé de "Daredevil", flor y nata de la filosofía Marvel. Stan Lee, a su vez el alma de Marvel durante décadas, creó a Daredevil en los 60. Daredevil es un superhéroe ciego, de formación católica, en el que luchan hacia adentro y hacia afuera lo diabólico y la santidad. Lee le dio vida a un héroe dos veces dual, puesto que en la vida diaria es el abogado ciego Matt Murdock, defensor de pobres y ausentes, y en la vida fantástica del superhéroe es un ángel negro, también ciego, que habita los techos de Nueva York y, a la vez, un diablo que lo impulsa a la venganza y el asesinato. Lee ubicó la historia de Daredevil en el barrio de Hell's Kitchen, o sea la Cocina del Infierno, que encierra el pasado trágico de Murdock. Criado por la Iglesia, el huérfano ciego comprobará que la pérdida de la vista comportó la agudización extrema de sus otros sentidos, especialmente el del oído. De esta suerte, Murdock, el huérfano del boxeador Jack Murdock, pelea con una gracia y una letalidad inigualables, basadas en el principio del radar, como el vuelo de los murciélagos. Además de esto, Daredevil puede escuchar la ciudad entera, todos sus sonidos, los cercanos y lejanos, los más estridentes y los más tenues: conversaciones, amenazas, sirenas policiales, disparos, pasos, crujidos.

  Drew Goddard ha logrado recrear en esta época rasgos del ambiente de las oficinas y calles neoyorquinas de las décadas de los cincuenta y sesenta, y también el universo moral de Daredevil y su vida. Le encontró rostro a sus amigos y a los villanos, reinventó las situaciones críticas. Las tres temporadas de la serie (2014-2018) tienen un crescendo de ese cuerpo dramático que culmina en un épico enfrentamiento con el Mal, encarnado en el ultra-villano Wilson Fisk, imagen ambigua de delicadeza y brutalidad extrema, que por momentos produce piedad. "Daredevil" es la mejor serie de superhéroes que puede verse en este momento.


martes, 25 de agosto de 2020

"Glacé": Fantasmas en la nieve


 "Glacé" (2016) es una serie redonda -no del todo, pero en fin, nunca los franceses harán un final que no sea "abierto", o al menos entornado- y está entre lo mejorcito que puede verse hoy en policial nórdico, aunque no lo sea.

 El nordic ha descendido todo lo que pudo de Norte a Sur. Los Pirineos son el último refugio de un tipo, estilo o subtipo de policial que requiere -en lo que a series se refiere- el clima despiadado del invierno subártico. Es por eso que, aunque esté ubicada en el sur francés, esta serie, igual que la novela de Bernard Minier que le sirve de base, se titula "Glacé", que significa "helado". Todo sucede en las alturas pero no lejos de la ciudad de Toulouse, y comienza en el vagón de un teleférico y en medio de una terrible tormenta de nieve, cuyas imágenes son dignas de verse, al menos.

  Pero hay más. El capitán Martin Servaz reúne los rasgos de todos los detectives de ficción, cualquiera sea el género o subtipo: es miembro de la policía judicial, como su ilustre antecesor, el inspector Maigret, creado por Georges Simenon; como él fuma bastante, pero no en pipa, sino delgados cigarros de hoja. La diferencia con Maigret es que su vida no es ordenada y en este aspecto entra ya en el estereotipo del detective duro estadounidense: bebe, incluso mientras maneja, no se afeita durante días, y suele ser demasiado intuitivo. Con tales pro y contras no se entenderá que sea una leyenda aunque haya capturado a uno de los más pérfidos asesinos seriales. 

  Casualmente, aquel asesino en serie está encerrado en un instituto para dementes peligrosos en la zona donde acaban de matar a un caballo. No sería tan importante la muerte de un caballo si no fuera que está valuado en 600.000 euros y su dueño es un empresario poderoso. Sólo esto justifica que el legendario Servaz viaje hasta la cima de los Pirineos para ver qué sentido tiene que alguien haya asesinado -es la palabra justa- al caballo, separado su cabeza del cuerpo y trasladado el cuerpo a un sitio de exposición pública, aunque agreste. Y he aquí que Servaz viaja, con la idea de volver pronto a Toulouse, de suerte que cuando los acontecimientos lo obligan a quedarse debe comprar un abrigo de montaña, que para su desgracia es de los pocos que quedan en liquidación y será anaranjado, de modo que lo saca de su papel de oscuro sabueso.

  Antes de seguir, volvamos un poco sobre este concepto de "oscuro". Pese a los rasgos estereotipados el personaje de Servaz funciona. ¿Por qué? Por un lado, porque encierra en su pasado una culpa poderosa, no un error cualquiera. Ese espanto lo persigue. Por otro lado, Servaz no hace honor a su leyenda: cuando ya uno está más o menos seguro sobre quién urde los crímenes que se desencadenan sobre el pueblo, y sólo resta saber quién los ejecuta, él todavía duda. Ni siquiera se plantea cuál es el objetivo final de la mente criminal. Vacila, declara no tener idea de nada. Esta debilidad hace de Servaz un tipo vulnerable. Es víctima de los acontecimientos y al final se le caerán todos encima y deberá actuar en un sentido exculpatorio (con respecto de su culpa personal). Lo acompañará en sus desvelos, traspiés e incluso trampas solo la capitana Irène Ziegler, que tampoco sabe muy bien qué está pasando, como si la muerte inicial del caballo hubiese confundido todo. Y en verdad lo confunde bastante y sigue siendo, hasta el final, el dato más siniestro de la historia, no suficientemente explicado, vamos a decirlo, pero tal vez no haga falta hacerlo: es el reflejo de la mente criminal.

  El mismo día en que llega al pueblo el inspector, una joven psicóloga, Diane Berg, debuta en el centro psiquiátrico de alta seguridad donde reside el peligroso asesino, una ex mansión digna del conde Drácula, con vista imponente. La psicóloga y el inspector cruzarán sus caminos por razones que estaban escritas de antemano, sin que ellos lo supieran. 

   Se ve en dos sentadas. Si no le gusta, sigue con otra. 


domingo, 23 de agosto de 2020

"Lucifer": No soy solo una cara bonita

 


Imaginar a dioses y demonios e incluso a Dios y su enemigo como seres terrenales que piensan, sienten y ambicionan, ha sido un modo de soportar la religión, y con ella el hecho de que Dios y el Diablo tienen su propia entidad, objetiva, inabarcable, extenuante. Pero las formas y sentimientos humanos atribuidos a la divinidad tal vez sean aceptables, y hasta cierto punto reales. La primera cáscara de la realidad, por así decirlo, o el modo en que los dioses prueban su propia creación.

  Por eso es un cosquilleo de aventura el que nos recorre cuando suponemos a Dios o el Diablo caminando entre nosotros. En cualquier momento ese tipo afable o cansino que nos atendía tras el vidrio blindado de la caja de un banco podría desplegar sus fabulosas alas y enfrentar a un -hasta entonces- inofensivo circunstante que parecía sólo entretenerse con su teléfono celular en la cola, pero ha desplegado alas y garras. Por esta vorágine se interna la serie Lucifer, que lleva ya cinco temporadas, y no es más, en apariencia, que una comedia imaginativa de las que tan bien hacen los yanquis. ¿Un policial? ¿Una saga teológica? Quién lo sabe... Probablemente los profesores especializados en subgéneros...

  La serie se basa en un personaje de la empresa de entretenimientos DC Comics y fue obra de Neil Gaiman, Sam Kieth y Mike Dringenberg. Respecto del género, Wikipedia le encontró uno: "fantasía urbana". Dios nos ha dejado solos, es cierto.

   En este producto Lucifer, "el más bello de los ángeles", el que encabezó la rebelión contra el Padre, se rebela otra vez. No para tomar el Cielo por asalto ni mucho menos. Sólo para escapar de su tarea de Príncipe de la Tiniebla a la que lo condenó el Padre luego de que los ángeles fieles derrotaron a la Legión. Dios le hizo, como a Adán, ganarse el pan con el sudor de su frente, para toda la Eternidad, y de esto huye Lucifer. ¿Cómo lo hace? ¿Cuál es su sueño de libertad? Pues, como el de muchos chicos yanquis, seguramente: poner un club nocturno en la cima de la ciudad de Los Angeles -precisamente- y lucir allí su estampa de muchachón frívolo, moderno dandy metrosexual, con cuerpo de gimnasio y, hay que decirlo, medio tontón. Aunque podría decirse también "encantadoramente tonto". Y ahí está, ese es Lucifer caminado con su sonrisa de anuario entre nosotros, pero capaz de desplegar alas terribles y carbonizar con la mirada. O al menos helar de miedo.

  Su Paraíso recuperado -la fusión de la figura de Lucifer con la de Adán es evidente- en los altos de un rascacielos de la ciudad del espectáculo, con chicas que danzan en torno a caños, una increíble pared de botellas de todos los colores y sensuales propuestas a cada paso, se verá en peligro por la llegada de un enviado de Dios, el cual, a la larga, será el más humano de los ángeles, sin duda. Y su tranquilidad está alterada por una demonia sin alma pero no menos sensual y muy hábil en karate, kickboxing, lanzamiento de cuchillas curvas y otras artes, que huyó del Inferno tras él. No es ni ha sido un ángel como Lucifer, y esto será un terrible problema para ella.

    Aparece entonces la inefable Detective. Una joven chica californiana. Su ex marido, también policía, su hijo que admira a Lucifer como no podía ser menos, y una patóloga que tiene una habilidad especial para contactarse con hombres malos. Llega también una psiquiatra, y ... Sí, se verá a Lucifer, e incluso a la Diabla, psicoanalizarse... El trauma de Lucifer es evidente, pero tiene problemas derivados que habitualmente no sabe resolver. La sopa se enriquecerá con algunos ingredientes: la Detective hace vulnerable a Lucifer. Es decir, si normalmente -por expresarlo de algún modo- no le entran las balas ni los cuchillos ni lo quema el fuego -si es inmortal, en una palabra-, en las cercanías de la Detective sus heridas sangran. Por último, el diablo tiene aquí una virtud que a veces es un defecto: no sabe mentir. De manera que sus dichos pueden ser terribles o al menos inoportunos. Pero si eso es parte de su gracia de metrosexual, su capacidad de hacer que los otros digan sus deseos escondidos será de gran utilidad para la policía.

   Y dejemos aquí, no sin señalar que una de las culpas que arrastra Lucifer como diablo converso es haber dejado el Infierno al garete. La mejor ironía de la serie -va spoiler- es que en la quinta temporada se entera de que el Infierno puede funcionar sin él. Es la gran obra del diablo, aunque Lucifer no se dé cuenta: ha creado una mecánica del Mal. Y hasta una burocracia.



jueves, 20 de agosto de 2020

"Carlo y Malik": Un "noir" romano


 "Carlo & Malik" (Nero a metà, 2018, RAI) no participa del nordic-noir en casi nada. Tampoco es muy noir. La oscuridad de la gente y sus historias está siempre atravesada por la luz de Roma y el carácter latino.

  Carlo Guerrieri es un veterano de la comisaria del rione Monti, en el centro de la vieja Roma, no lejos del Quirinal, el Panteón y el Coliseo. Por casualidad, Carlo se ve envuelto en una persecución en el mercado Esquilino, que deriva en una colaboración obligatoria con un policía de origen marfileño, Malik Soprani, quien -sabremos luego- ha perdido a su madre en el mar cuando viajaban desde Africa en una embarcación precaria. Si algo tiene en común este policial mediterráneo con el nórdico es la presencia de la inmigración, legal o ilegal, del norte de Africa o del Africa sub-sahariana, y de las minorías étnicas, que es el gran desafío de Europa, y en cuyos márgenes el delito prospera -las más de las veces no cometido por los inmigrantes sino por quienes se valen de ellos, como se verá aquí y comos se ve en el nordic-noir.

 Carlo -hay que decirlo- es un buen tipo pero tiene prejuicios racistas, aunque está lejos de confesárselos a sí mismo. Le caerá mal Malik "no porque es negro", declara. Y algo de verdad hay en ello: también influye el hecho de que, por otra casualidad, Malik se ha topado literalmente con la hija de Carlo, Alba, joven médica forense que circula en una Vespa, y la mira con indisimulados propósitos. Hay algo que en un padre mediterráneo puede despertarse cuando se topa con un pretendiente de su hija, y ya sabemos qué es. Por otra parte, existe una leyenda según la cual si usted ve pasar a tres mujeres romanas por la calle, la primera será linda, la segunda también y la tercera será deslumbrante. De cada cinco, una sola puede ser fea, y aun así, "interesante", diría Mastroiani. Alba es una de las tres primeras.

  Pese a todo, Carlo deberá tener a Malik como ladero. Y llegará a salvarle la vida, incluso, mientras desarrollan la primera investigación que los une, aquella de la persecución del comienzo, cuando un cadáver congelado cayó de un camión frigorífico que huía del mercado Esquilino, dejando este breve e involuntario homenaje al nordic-noir en una calle de Roma.

  El esquema ha de ser el de la serie policial clásica: episodios cerrados y una o más historias que los recorren en segundo plano. En este caso, la del misterio de la muerte de la mujer de Carlo y madre de Alba, que él no deja de investigar, las relaciones de Alba, las de Malik y las vidas cotidianas de cada uno de los policías del rione.

  Aunque no más sea para alternar sombríos detectives y sombríos bosques nórdicos con gente más parecida a la de acá, y ver de paso el paisaje urbano de Roma en el modo vida diaria, "Carlo & Malik" vale la pena. A mi juicio, además de personajes y paisaje atractivos, que son la clave de un policial, el ritmo es bueno y la trama tensa, pero no tensada. El asunto es más bien la vida cotidiana de una ciudad que nunca envejece del todo y cuyos asuntos contemporáneos corren entre el palacio Domus Aurea, el Mercado de Trajano y la iglesia San Pietro in Vincoli.

Libro: Giampaolo Simi, Vittorino Testa. Dirección: Marco Pontecorvo. 


martes, 18 de agosto de 2020

"Zona blanca": Me encontré en una selva oscura

 


¿El nordic noir baja silenciosamente desde las zonas hiperbóreas que le dieron origen hacia las costas latinas? Sí, ya pasó por Polonia, también por Bélgica, y llega gloriosamente a Francia... Aunque en escenarios belgas... ¿Por qué? Pues porque el nordic noir necesita del frío y del bosque. Sus personajes, generalmente aislados, han de ser montaraces, pero la más de las veces extraños, casi locos. Incluso en la ciudad, el policial nórdico deja presentir la helada sombra del bosque. Más cerca del Mediterráneo sería distinto. De hecho, lo es.  

  La producción franco-belga "Zona blanca", creada por Mathieu Missoffe, explota la grandiosa presencia de las Ardenas, un bosque fascinante, grave, que fue escenario de una de las batallas más cruentas de la Segunda Guerra Mundial, muchos de sus árboles astillados por feroces ataques de la artillería superpesada de los nazis, zanjado su suelo por tanques, envenenado su aire. No citamos esto porque sí: "Zona blanca" incluye una reivindicación místico-ecológica, con bordes sobrenaturales. 

  La cinta de cemento corta el bosque rectamente, como una preciso tajo, según se ve desde las tomas cenitales. El bosque respira su niebla, mueve las copas altas. Los troncos pelados de sus árboles forman catedrales góticas que absorben luz y reparten sombra. Un hombre con piloto baja de un auto. El motor se ha detenido. Intenta hablar por celular. Busca señal. De pronto, algo lo pica en el cuello. Cae. Las piernas comienzan a paralizarse. Se arrastra hasta el auto. Consigue tomar una jeringa, se la clava. En otro sector del bosque, tres personas -dos mujeres, un hombre corpulento- avanzan decididamente. Llegan a un cadáver que pende de un árbol. Lo revisan. Una de las mujeres dice: "Los ojos: fueron los cuervos. El resto, un puñal fino." La otra mujer examina los árboles y descubre el signo matemático del infinito pintado en un tronco. Se trata del trigésimo octavo asesinato en la zona de Villefranche. Esta serie de crímenes es lo que ha atraído hasta la zona al hombre al que un insecto picó en el cuello. Es un fiscal. Villefranche está fuera del alcance de las señales de telefonía celular. A eso se debe el título de la serie: es una zona sin comunicación celular, sin GPS, lo cual la convierte, actualmente, en una región blanca, vacía, en los mapas. El fiscal acaba de comprobar lo costoso que puede ser vivir sin celular. Por suerte, alcanzó la jeringa a tiempo. 

   El personaje parece medio salame pero revelará una inteligencia excepcional. Al comienzo debe vencer la hosquedad de un grupo de policías pueblerinos, convencidos de que hacen lo mejor que pueden contra el crimen, y hasta cierto punto resignados a convivir con un poder también pueblerino. No como los trabajadores de un aserradero a punto de cerrar, que en ese mismo momento protestan muy enojados frente a la planta, propiedad del alcalde, es decir, del poder pueblerino. En el primer capítulo el fiscal, que cuenta con toda mi simpatía, se dedica a leer la Divina Comedia en una posada-bar que por momentos parece un saloon del Lejano Oeste. Citará -como es inevitable que lo haga frente a un bosque imponente- el segundo verso de la Comedia, el de la "selva oscura". Pero luego recordará también que el alma de los suicidas está condenada a habitar en árboles -uno de los cuales Dante hace literalmente sangrar- en el Séptimo Círculo. El fiscal también descubre que hay un cuervo en su cuarto, atornillado a la pared. Está embalsamado. Pero la escena cita, sin pedir ningún esfuerzo mental, "El cuervo", de Poe. En el tercer capítulo ha arribado, no cabe duda -por lo ojos, por la facha- el Mal al pueblo. Llega en un convertible. Tiene algún poder sobre el alcalde. Y formula comentarios frente a la reproducción de un cuadro famoso, Coracero en el bosque, del romántico alemán Caspar David Friedrich, el cual muestra la pequeñez del hombre frente a un bosque alto y solitario. ¿Pretenden estas citas -selva oscura, árboles sangrantes, la soledad y pequeñez del hombre frente al bosque- poner un marco simbólico al relato? ¿Trata el autor, a través de ellas, de invocar  lo sublime que, según Kant, deviene de lo grandioso irregular, imperfecto, que puede ser sombrío y hasta monstruoso? Diga el espectador su veredicto al final. O por el medio. 

  Las dos temporadas de la serie se componen de episodios redondos en sí mismos, a través de los cuales se desarrolla una intriga mayor y las historias de los personajes, su presente y su pasado, sobre todo en el caso de la protagonista femenina, la policía Laurène Weiss, en cuya historia hay también una zona blanca (o negra, que viene a ser lo mismo). El costado sobrenatural de la serie es apenas un costado, de manera que su presencia, y sobre todo sus formas, no merecerían discusión. Los relatos tienen su encanto y su atractivo, invitan a seguir la serie per se. Eso sí, los europeos son lamentables cuando imitan a los yanquis. Nadie toma cerveza tras cerveza sentada sola sobre el capot de un auto con el motor apagado y los focos encendidos. Se sabe que consumen mucha batería. Por suerte, es apenas un momento. Y el policial vuelve a su estilo nord-europeo.

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Netflix


sábado, 8 de agosto de 2020

"Fallet": El triunfo de los menos aptos

 

En el norte del planeta también existe una triple frontera, y es la de Suecia, Noruega y Finlandia. Allí comienza "Fallet" (el caso), una de las mejores series de humor amable que pueden verse en Netflix, originariamente transmitida por la televisión pública sueca. A la lejana triple frontera nórdica llega la detective Sophie Borg persiguiendo a pie al presunto asesino de Olof Palme. Es un chiste de consumo interno: el primer ministro sueco Olof Palme fue asesinado en 1986 y su asesino nunca fue capturado. La Fiscalía dio por cerrado el caso en junio pasado, cuando informó que "casi con seguridad" el culpable fue un hombre que murió hace 20 años. La serie es de 2017. 

 Pero he aquí que el asesino de Olof Palme de ficción se para sobre un mojón que señala la triple frontera, y casi de inmediato aparecen detectives de cada país colindante, incluso de Dinamarca, que no tiene frontera por tierra con Suecia, reclamando que es su derecho detenerlo. La detective se comunica con su jefe por su micro y le dice que disparará sobre el sujeto, que ha echado a correr. El jefe dice enfáticamente que no lo haga, que debe capturarlo vivo, pero la detective le describe con precisión quirúrgica donde acertará el disparo para inmovilizar al sospechoso sin matarlo. El tiro, como era de temer, pega bastante lejos de ese punto.

  Al mismo tiempo en el pueblo de St. Ive, en Inglaterra, el detective Tom Brown entra con temor escénico al comedor en que toman el té un lord y sus once invitados. Brown trata de emular a los detectives de las grandes novelas de enigma en ese instante supremo en que reúnen a los sospechosos y revelan quién es el culpable. Pero lo que Brown creía oculto no lo estaba, y es normal. Además, el sospechoso que señala tiene una coartada perfecta.

  Como consecuencia de sus fallos, la detective sueca es descalificada y enviada a una bonita ciudad nórdica en medio de bosques, Norrbacka, donde sucede el asesinato -ritual, a simple vista- de un ciudadano británico, el cual aparece colgado con una Biblia clavada en el pecho. El detective Brown también sufre una especie de desjerarquización: lo envían a Suecia a colaborar en la pesquisa de ese crimen que, por lo que parece, a nadie le importa mucho. Así es como la impetuosa detective sueca y el inútil y timorato detective inglés terminan asociados con el comisario Klas Wall y su hijastro Bill Wall. Klas, viva encarnación de la burocracia y la modernidad al mismo tiempo, es amante de los videos instructivos y los cursos online, pero no sabe manejar la computadora. Su hijastro, que no es policía sino asesor nombrado por su padre, sabe manejar la PC pero es un tonto de capirote que intenta imitar los procedimientos policiales vistos en la series, e incluso los lugares comunes del policial yanqui. "Bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí?", alardeará durante el apresamiento de un sospechoso. Completa el elenco una robusta forense de origen finlandés que suele asociar los hechos con anécdotas que no tienen nada que ver y describirá perfectamente el estado post-mortem de un hombre que solo dormía la mona.

   Las burlas homenaje al nordic noir y a los policiales en general serán continuas, a la par de algunos interrogatorios sin sentido y conversaciones absurdas. Una clave secreta que usará el equipo en una emergencia será el nombre de Henning Mankell, el más famoso de los creadores del nordic noir. En una conversación imaginaria con su madre Brown dirá: "Suecia real es más oscura que las novelas de Stieg Larsson". 

   La serie es de ocho capítulos de solo media hora cada uno, y es probable que esto contribuya a su dinamismo, o lo parezca. Finalmente, la luz se hará en la mente de los detectives ineptos, quienes llegarán a una verdad que nadie esperaba. Y los métodos y tecnología imitados del policial yanqui por el zopenco de Bill Wall tendrán un éxito también inesperado. Todo da un gran triunfo a las buenas personas y el hundimiento de otras que se lo merecen. ¿Por qué no? Tal vez alguna vez suceda.

jueves, 6 de agosto de 2020

"The Umbrella Academy": Es el fin del mundo, idiota



La historieta, como se sabe, deriva de la caricatura: solo en tiempos avanzados decidió tomar las líneas realistas de los grabados del siglo XIX. Si de la historieta se hace una película, se corren riesgos de que ese mundo protoplasmático, distorsionado y lejano de los cuadritos se torne un disparate sin ton ni son. ¿Por qué será? Sobre todo si el tema es ya de por sí fantástico. Pero en "The Umbrella Academy" no hay fallas visibles, el mundo inconcebible de los hermanos Hargreeves vive sin pudor y muy decididamente en la pantalla. Quizá porque todo en él es una "falla".

  Veamos. Los hermanos nacieron del ingenio de Gerard Way para la editorial Dark Horse Comics entre 2007 y 2009. Reparamos en las fechas: sin saber que Way es un músico de rock además de exitoso autor y editor, su estética debería decirnos algo sobre la época. Pero nos dice de todo y no nos dice nada, lo cual significa que nos ha dicho que es del siglo XXI, de manera que en su desarrollo se pisarán a cada rato entre sí la novela del siglo XIX, el surrealismo y el "realismo americano" que no es otro que el realismo estadounidense, con toques de diversos subgéneros: bélico, policial, terror.

  Los hermanos Hargreeves pueden haber sido creados por Way y recreados para televisión por Steve Blackman, pero son hijos de siete mujeres distintas que dieron a luz en diversas circunstancias y lugares el mismo día a la misma hora, con una característica en común: en la mañana de ese día ninguna de ellas estaba embarazada. Los niños y niñas nacen y el "excéntrico millonario" -como lo llama la prensa en la ficción- sir Reginald Hargreeves, una mezcla exterior de Sigmund Freud con León Trotsky, los compra sin más. Y en público lo admitirá abiertamente: las madres fueron "adecuadamente compensadas". Sir Reginald les da por madre a sus retoños un robot que viste a la manera de un aviso americano (estadounidense) sobre bienestar hogareño en los años cincuenta -una verdadera hada cibernética-. Su mayordomo es Pogo, un viejo chimpancé a quien el primer viaje espacial tripulado lo dotó de habla y mayor inteligencia. También decide, sir Reginald, que su casa sea a la vez una academia para ese selecto grupo de niños. Los entrenará para que formen una especie de brigada del bien. La casa donde se prepara esta banda se llamará The Umbrella Academy.

 ¿Qué mejor que una vieja fábrica de paraguas reciclada para representar la parte industrial del siglo XIX? ¿Y qué mejor que un dandy de monóculo que se parece a Trotsky y a Freud para comprar niños que convertirá en justicieros? Olvidábamos un detalle: los niños no son normales, son superdotados. Tendrán nombres a lo largo del tiempo, pero debido a su pragmatismo cientificista sir Reginald los llama por números. Todos ellos, es claro, tendrán que lidiar con sus problemas psicológicos derivados de no conocer a sus madres y de ser poco menos que monstruos, pero tendrán algo en común: el mismo padre severísimo, distante e incluso cruel, y la misma fecha de cumpleaños, los cuales son dos problemas serios para una sola familia. El mono Pogo tendrá que explicar e intentar justificar frente a los hijos los hechos paternos más de una vez... Pero no nos adelantemos, porque esto no es sólo una historieta freudiana. Es sólo una historieta sobre el bien y el mal, el orden y el caos, organizaciones despiadadas que reemplazan a las personas... La vida, en fin.

  Todo comienza como un relato policial. Cinco de los hermanos vuelven a la mansión paterna ya adultos para despedir al viejo "millonario excéntrico". Dos de los siete ya no están -es un decir-: uno ha muerto y el otro salió un día y no volvió más. Los presentes son Luther, que tiene torso de orangután y a quien su extinto padre confió una absurda misión en la Luna por tiempo indefinido; Diego, un mestizo lanzacuchillos que además puede desviar las balas con la mano y ahora colabora con la policía; Allison, una hermosa mujer que hipnotiza mediante el chisme; Klaus, que ve a los muertos y vive drogado, y Vanya, la violinista rusa, dueña de una fuerza descomunal destructiva: sir Reginald temía tanto ese don que nunca se lo reveló a la nena, de manera que Vanya creció al margen de las hazañas de sus hermanos. Pronto aparecerá Cinco, quien no llegó a tener nombre precisamente porque había desaparecido. Lo extraño es que conserva su apariencia de cuando tenía trece años, e incluso viste el uniforme del colegio, es decir, de la Academia del Paraguas. El que sí murió pero acompaña a Klaus como fantasma es Ben, que es capaz de generar tentáculos. Antes del funeral, Luther descubre que no está por ningún lado el monóculo de sir Reginald. Esto no puede significar sino que alguien lo mató. Muy sensatamente los otros hermanos no creen que una cosa demuestre la otra, piensan que el monóculo andará por ahí y que el viejo ha muerto de un infarto, según corrobora la morgue. Mientras lo discuten y de paso discuten su pasado, entra una pareja con casco-máscaras infantiles, armada de ametralladoras. 
  
 Y hasta aquí llegaremos. Si ven la serie, sabrán por qué Cinco tiene la misma edad que cuando desapareció, verán viajes en el tiempo, un apocalipsis a punto de ocurrir, un apocalipsis que ocurrió y, permanentemente, uno que nunca ocurre, además de personajes como la ultra-malvada y exageradamente sofisticada The Handler; A.J. Carmichael, un malvado cuya cabeza es una escafandra con un pez -o bien un pez cuyo cuerpo es un malvado con una escafandra-, los peores asesinos y el día en que John Kennedy casi no muere asesinado. Por supuesto hubo twitters en el mundo que consideraron ofensivo que The Handler hablara a veces en idish, pero por suerte Jewish Press, el periódico semanal judío de Brooklyn, dijo que "usar el idish en un espectáculo no es una expresión de antisemitismo". Mientras tanto, la prensa internacional vacila en cuanto a ubicar la serie en un subgénero. Optan muchas veces por llamarla "apocalíptica"... Qué va a hacer.


domingo, 2 de agosto de 2020

"Godless": Tú que puedes con Dios hablar


En un western que se precie debe haber una diligencia, un tren, indios, revólveres Colt y Smith & Wesson, carabinas Winchester, un saloon, acaso un banco y una funeraria, y todo o algunos de estos elementos, pero no puede faltar un duelo a pistolas, que, como se sabe, en el Oeste estadounidense no consistía en contar pasos y disparar con acierto, sino simplemente en desenfundar primero y disparar con acierto, o bien desenfundar tarde, pero disparar con acierto si todavía uno está en pie o puede disparar en cualquier posición o condición física en que se encuentre. Como se verá, el duelo americano tiene más alternativas que el clásico duelo europeo, en el cual la única regla era disparar una pistola de un solo tiro después de caminar diez pasos. Y asunto acabado.

  Hacer un western consiste en manejar todos esos elementos, o algunos, pero que sea de modo interesante. ¿Qué ha hecho pues el libretista y director Scott Frank, argumental y visualmente, para que la serie "Godless" resultara interesante? Pues cruzó una venganza de resonancias bíblicas con una desgracia: el accidente en que 83 mineros perdieron la vida al mismo tiempo, de modo tal que el pequeño pueblo La Belle, en el todavía territorio de Nuevo México, quedó habitado casi exclusivamente por mujeres. Ese colectivo femenino, que de entrada muestra notables desavenencias de carácter, de intereses e incluso sexuales, está formado por la dueña del hotel, la hermana -de armas llevar- de un sheriff a punto de quedarse ciego, la viuda de un indio con un hijo mestizo, una exótica pintora alemana que suele salir desnuda sin darse cuenta, una ex prostituta convertida en maestra primaria, algunas viejas damas dignas y una embarazada ingenua, sin contar indias y latinas. La mayor parte de las mujeres participa de la construcción de la nueva iglesia del pueblo, pero las desavenencias realmente desaparecerán cuando la necesidad de defender sus vidas las galvanice a todas y las convierta en guerreras.

  Un joven pistolero, que casi no parece pistolero, será quien desencadene esa situación. Es perseguido por su padre adoptivo, un pastor asesino a quien ha dejado manco, y un ejército de matones, cada uno con una facha especial, desde el gran lanzador de cuchillos, hasta el mestizo más rápido del Oeste, pasando por una especie de Landrú que fuma en pipa. El pastor permanece impasible ante las balas porque está convencido de que ha visto su muerte y de que reconocerá el momento de su llegada. De vez en cuando estos deshechos de la mano de Dios citan la Biblia, e incluso a Nietzsche, sin mencionarlo. El tema de la justicia divina, incluso de la existencia del Creador, le pareció a Scott Frank que estuviera por allí, sobrevolando. Pero en realidad, si hay algún mitologema bíblico en esto es el del alzamiento de Absalón contra David, esto es, la rebelión mítica contra el padre. El pastor Frank Griffin se siente tan traicionado como debió sentirse David, pero no está dispuesto a llorar por la eventual muerte de su hijo Roy, si logra cazarlo, como aquél lloró por Absalón.

  La fotografía, de colores poco resaltantes, ayuda mucho. El marco panorámico del desierto y los montes se torna así un comentario de la acción. Permite incluso una cita pictórica: las figuritas de los jinetes en fila india sobre el horizonte evocan el famoso cuadro "Caballería roja" de Kazimir Malevich, pero con menos contraste de color. Además, un matiz de sepia rojizo o verde oscuro gana la imagen cuando lo que se narra es el pasado del fugitivo y su padre terrible y de los otros personajes. De esta suerte todo va juntando elementos y tensión para justificar el capítulo final que, tal como lo vienen prometiendo los hechos, será un enfrentamiento épico, inolvidable para quienes aman los grandes tiroteos. 
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