sábado, 21 de mayo de 2022

"El comisario Ricciardi": Crímenes, fantasmas y decadencia en la era fascista

 


Si usted cree que Superman era el único que usaba un rulo sobre la frente, en "El comisario Ricciardi" (2021) verá que no era así (¿será un rasgo de época, ya que Superman nació en los años 30 y Ricciardi vive en esa década? Roberto Arlt tenía un mechón sobre la frente, salvo que recto, no enrulado). Inspirada en las novelas de Mauricio Di Giovanni -creador también de Los bastardos de Pizzofalcone-, difundida y coproducida por la Radio Televisión Italiana (RAI), "El comisario Ricciardi" trae, de nuevo, las imágenes que su autor más ama: las de Nápoles. A las de los barrios medievales, los palacios, los techos y la visión del Vesubio del otro lado del Golfo, que menudean en "Los bastardos...", agrega las de la Piazza del Plebiscito, corazón histórico-administrativo de la ciudad, y las del Gambrinus, uno de los cafés históricos de Italia, que en el siglo XIX y hasta mediados del XX -luego llegó el turismo- era frecuentado por la alta burguesía. Pero en este caso se agregan también otros escenarios de la región, como Capua, en Caserta, y aun de otras regiones, como los de Tarento, en la Puglia. De todos modos es el sur medieval y nobiliario el que se refleja en las calles populares y los fastuosos interiores: en alguno de ellos se combinan el barroco original con la geométrica decoración art-decó de los años treinta.

  El policial italiano llega con Ricciardi a una notable calidad. Se trata de un personaje de rostro despejado y ligeramente melancólico, en el cual el rulo, que al comienzo parece caricaturesco, termina por ser un dato romántico decadente. Luigi Ricciardi desciende de los barones de Malomonte, eligió la carrera de Derecho y específicamente la de policía no bien comprobó il fatto, una maldición con la que carga la familia, que es la de ver los fantasmas de las personas muertas de muerte violenta. Fantasmas que repiten obsesivamente, en el lugar del hecho, la última frase que lograron componer los cerebros de las víctimas, como si fueran hologramas repetidos en un gesto y un sonido finales. Estas tenebrosas presencias brindan, con esas frases que logran angustiar por su fatídica repetición, datos y pistas que el comisario persigue y que lo llevan al criminal infaliblemente, de manera que es a la vez temido y respetado incluso por sus superiores, especialmente el vicequestore Angelo Garzo, preocupado sobre todo por la falta de consideración del comisario con familias nobles o pudientes, y en particular con funcionarios fascistas. Con estos, que comienzan a ponerse violentos, Ricciardi logra un pacto de no agresión, a cambio de no revelar el secreto del jefe local del Partido. 

  A pesar de que es un chico grande, Ricciardi sigue viviendo con su niñera, Rosa Vagio, ya anciana, quien de hecho ha reemplazado a su extinta madre. En lo que respecta a amores, vive enamorado de su vecina de enfrente, la tímida profesora Enrica Colombo, con la que intercambia sonrisas a través de las ventanas, y alguna carta furtiva, pero es asediado por la duquesa Livia Lucani, una soprano tempranamente retirada de los escenarios, que francamente lo hace vacilar y tirarse el rulo hacia atrás. Lo acompaña el imponente brigadier Raffaele Maione, cuya vida a veces se ensombrece por injustificados celos hacia su mujer, madura y bella ama de casa a la que corteja un verdulero. Ricciardi también hace migas con el patólogo forense Bruno Modo, un antifascista a quien a menudo debe moderar recordándole que está en las listas negras del Partido.

  Los seis crímenes que se investigan en estos primeros seis episodios de hora y media son sórdidos como los ambientes, nobles, prostibularios o pobres, en que se producen. 

  Personajes secundarios -al mismo tiempo, apuntes costumbristas-, resultan recordables: el travesti Bambinella, o la joven y fiel Nelide (sobrina de Rosa), que no puede contener el volumen de su voz y habla en base a proverbios y refranes de la región de la Campania, o  Ponte, el pequeño secretario del vicequestore, de mirada esquiva y gestos ampulosos. La serie camina, con mucha naturalidad, entre lo sobrenatural, el relato criminal y el discreto costumbrismo.

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