jueves, 16 de junio de 2022

"Peaky Blinders": La épica de los bajos fondos



El escritor y guionista Steven Knight ha recreado para la BBC el ambiente de las pandillas de comienzos del siglo XX en el sector industrial de Birmingham, Inglaterra, y escribió una épica con una de ellas. "Peaky Blnders" (2013-2022) fue una fiesta visual en la última década y una epopeya que nunca existió, pero pudo haber existido: la llegada a la política y a un enorme poder económico de un pandillero de origen gitano que comenzó en el negocio de las apuestas a orillas de los canales de la ciudad industrial, se enriqueció durante la prohibición del alcohol del otro lado del Atlántico y terminó explotando una amplia red de contrabando de todo tipo, incluyendo en primer lugar el opio. De este modo, rico y poderoso, llegó a ser diputado por el Partido Laborista y creó una no menos intrincada red política que le permitió asociarse a Winston Churchill y acercarse a los líderes fascistas británicos a comienzos de la década de los treinta. 

  El gran orador populista de Westminster, que lucía reloj de oro y vivía en una mansión más digna de un tory que de un socialista, tuvo en la cumbre de su carrera dos obsesiones: construir viviendas dignas para los trabajadores de Birmingham y destruir por dentro el partido fascista británico. Su historia empezará y terminará a caballo, como anduvieron sus ancestros.

  Los peaky blinders existieron, pero a fines del siglo XIX. Fueron una pandilla; luego su nombre se aplicó a todas ellas. El nombre ha dado motivo a muchas explicaciones, debido a que en la ficción estos pecky blinders ponen hojas afiladas en las viseras de sus gorras a fin de usarlas como armas arrojadizas. Pero el historiador británico Carl Chinn ha especulado mejor, a nuestro juicio: pecky era cualquier gorra rematada por un pico o botón y blinder fue un término jergal que significaba muy elegante. De manera que aquellos ladrones callejeros -los verdaderos-, dueños de las calles industriales y de algunos negocios sucios -no tan grandes como los que se ven en la serie- acostumbraban gastar el producto de sus robos en buena ropa y llamativas cadenas para reloj, además de gorras, claro está. Esta costumbre la mantienen Thomas Shelby (a quien Cillian Murphy le presta un rostro perdurable) y el resto de su familia en la serie. La familia está regida en su comienzo por la tía Polly, quien ampara a los hermanos Shelby y guía sus pasos. Luego Thomas se convierte en el padrino con el que nadie discute. Queda claro que la estructura familiar es el núcleo de los negocios sucios de los Shelby, en este sentido, iguales a los mafiosos italianos.

  En su ascenso, Thomas alternativamente se enfrenta y se alía con irlandeses, italianos, comunistas, fascistas y judíos, sin contar al conservador Churchill (al que sirve en los años de ascenso del fascismo). Su gran rival y aliado en esa carrera es el mafioso judío Alfie Solomon, fanático de la ópera: una creación de Tom Hardy, a quien acabamos de ver en la piel de otro gran personaje, James Delaney, en Tabú. El oro no es sin embargo el objetivo de Thomas Shelby: por el contrario, lo sentirá instrumento de una maldición. El poder -del que disfruta- tampoco parece ser el principal motor de su desenfrenada lucha, que comienza en una pelea en el barro de un túnel, durante su trabajo de zapador en la Primera Guerra Mundial. Quizá no sabe él mismo cuál es su deseo. Y aquella especulación lacaniana según la cual el héroe es quien persiste en su deseo sin conocerlo y es recuperado por la economía (el funcionamiento social) solo cuando cae, se cumple en él. Si será recuperado o no es algo que quedará pendiente, adelantemos. 

  La última temporada de "Peaky Blinders" que acaba de estrenarse en Netflix muestra aquello del fascismo que todos han preferido olvidar en Europa, incluida Inglaterra: la fantástica atracción que tuvo para casi todos, contando también al presidente estadounidesne Franklin Delano Roosvelt, luego líder de la guerra contra Hitler. Solo un conservador liberal como Churchill y un gánster gitano podían en aquel momento decir francamente que detestaban el monstruo que estaba naciendo en Berlín. La última temporada ocurre significativamente en 1933, año del incendio del Reichstag, la proscripción de los comunistas, los poderes absolutos que le fueron dispensados al canciller Adolf Hitler y el comienzo de la indetenible marcha del nazismo hacia la guerra y la masacre impiadosa del pueblo judío.


sábado, 11 de junio de 2022

"Stranger things", IV temporada: Mala continuación para una historia que ya tenía un buen final

 

"Se anuncia en Netflix la cuarta temporada. ¿Habrá chinos y dragones?". Así terminaba, hace seis meses, el comentario de este blog a las tres primeras temporadas de Stranger things, una serie estrenada en 2016 que se convirtió en un "clásico" en solo tres años para los reseñistas de acá y acullá. Es notable cómo muchas cosas devienen "clásicas" en menos tiempo del que se tarda en asimilar el concepto. En meses, incluso días. 

  Pues bien: en la cuarta temporada de "Stranger things" no hay chinos ni dragones. Es simplemente una desvergonzada y agónica prolongación de la serie, en cuya transcurso el sheriff del imaginario pueblo en el que se sucedieron los hechos extraños sigue vivo, siendo que se lo había visto volar en medio de una catastrófica explosión, y es torturado en una prisión rusa en Siberia, bajo una nevada que parece tan eterna como las torturas. 

 Los chicos de la pandilla que habían procurado el rescate de uno de sus integrantes, atrapado en un mundo paralelo -una especie de infierno griego que imita las cosas de la tierra, pero en un clima espectral poblado de monstruos- vuelven a reunirse para combatir a un monstruo que, no se sabe cómo, se ha infiltrado en el mundo cotidiano, ya que la grieta -el "portal"- que comunicaba ambos mundos fue cerrada luego de una épica batalla contra los monstruos en un shopping

 En nuestro comentario anterior señalamos que ese capítulo era el mejor de la serie -su mejor resolución, agreguemos-, y hacía olvidable una anacrónica "infiltración" de los rusos -para el tiempo de la serie, aún soviéticos- en territorio estadounidense, lejos del tiempo en que los horrores del estalinismo eran recreados en Holywood con tintes casi grotescos. La prolongación de la serie va contra su propia lógica, hace realmente insoportable -no por inhumana sino por enfatizada y larga- la tortura del héroe y se vuelve retorcida en la solución del enigma que plantean la aparición y las operaciones mentales de un monstruo de la otra dimensión en este mundo. 

  Es una temporada cuya añadidura se debe, esto parece claro, al propósito de sacarle el mayor provecho económico a la historia. Muchas series se prologaron porque fueron exitosas y se convirtieron en una fuente de Juvencia del negocio televisivo. Pero en algunas, hay que decirlo, el deseo de mayor ganancia se convirtió en acicate para que productores y guionistas superaran su imaginación, o la mantuvieran en el mismo nivel. Como ejemplo, tenemos la nueva temporada de The Blacklist, que ya lleva ocho sin agotarse (de todos modos, creo que no le queda mucha cuerda). Con "Stranger things" no pasa lo mismo. La cuarta temporada es una vergüenza para los creadores, guionistas y productores de una historia que había llegado a buen fin. 
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 Netflix

 






lunes, 6 de junio de 2022

"Freud": Hic sunt dracones



Para ver y disfrutar de la serie germano-austro-checa "Freud" (2020) tuve que superar una resistencia cuyo origen no logro establecer. Me acostumbré y me pareció finalmente un juego genial poner personajes reales en situaciones imaginarias. Las series me enseñaron a tomar el asunto con liviandad y no dar por inexistente algún interés en ese juego. Pero con Sigmund Freud se me hacía difícil. Vi la serie -que muchos comentaristas profesionales se equivocaron en señalar como "basada en hechos reales"- con dificultad creciente. La dejé. Y hoy, milagros de un invierno con pocos estrenos, la retomé al grito sordo de "¡Al diablo Freud!". Créase o no, no me hicieron mella, tal vez me ayudaron los devaneos de los críticos profesionales acerca del género al que pertenece. Después de leer "folletín gótico", "folk horror lisérgico" y "weird fiction" tuve más ganas de ver "Freud", no por las promesas contenidas en esas etiquetas sino por lo contrario.

  Freud, el personaje, se ve de entrada envuelto en una investigación criminal cuando un inspector de la policía de Viena, muy prusiano y muy siglo XIX, junto con su ayudante, deposita una moribunda sobre su escritorio. Se trata, pues, y no habrá nada que lo desmienta en los ocho capítulos de la primera temporada, de un policial. En el que el creador del psicoanálisis participa no solo involuntariamente, sino de forma lateral. Lo que aporta -además de simples conocimientos médicos en caso de heridos o contusos-, es su teoría, la cual queda formulada desde el comienzo: algo nos acecha en la sombra de nosotros mismos. Esa formulación la dice el personaje en el primer capítulo, en un texto freudiano: una casa en la que arde una luz solitaria es la metáfora de nuestra vida psíquica. El resto de la casa no está iluminada, pero en sus habitaciones, en sus pasillos, en sus nichos y escaleras suceden cosas, palpita una vida oscura. Freud -este personaje- intenta hacer una trampa para lograr la aprobación científica de un método de sanación que aprendió en Francia y que también desarrolla su amigo, padre profesional y mentor Joseph Breuer. Estamos hablando de un Freud de 30 años, recién doctorado e instalado en Viena, la capital de uno de los imperios más pequeños y agresivos del siglo XIX: el austríaco, por entonces llamado "austrohúngaro" debido a su anexión política de Hungría, que aspiraba sacar de esa asociación un reino bicéfalo. El método que Freud aprendió de Jean-Martín Charcot en Francia es el de la hipnosis. Como no ha tenido tiempo de probarlo cabalmente, pero le tiene gran fe, sin vacilar lleva a una falsa paciente -su ama de llaves- a una conferencia universitaria, y como la farsa cae por una traición involuntaria de la falsa paciente, descubre que la hipnosis sirve, justamente, para iluminar los recuerdos sepultados en lo inconsciente. Fue quizá esta escena imaginaria la que definitivamente me congració con la serie.

  Este Freud vive, como realmente vivió Sigmund Freud, en el edificio que se construyó -y en parte se reconstruyó- luego de incendio del Ringtheater, y no deja de ser significativo -en la ficción cuanto en la historia llamémosle real- que el explorador de lo inconsciente viva sobre las ruinas de un teatro que ardió debido a una falla en el encendido de la iluminación a gas. Freud vive entre los fantasmas de 384 víctimas contabilizadas aquella noche siniestra -la palabra le gustaba al Freud histórico- de 1881. 

  Este Freud tiene un arduo debate -también está basado en la "realidad"- con el profesor y jefe de neurología del Hospital de Viena, Theodor Meynert, un positivista para quien la actividad psíquica consistía solo en una "emanación" del cerebro, por lo cual la única cura posible de la histeria (tal el mal que desvelaba a los neurólogos) era la que pudiera aplicarse a ese órgano regente. Freud encuentra entonces a la "histérica de manual", como él mismo la define: la hija adoptiva de unos nobles húngaros que oficia de médium en las fiestas esotéricas que organizan los nobles, y una de las mujeres de ficción más bellas que hayan aparecido en las pantallas europeas. Freud descubre pronto que las visiones de la médium son reales -es decir, no las inventa conscientemente- y revelan cosas que realmente están sucediendo, con lo cual su investigación psicológica comienza a orillar lo sobrenatural. Y si bien podría ponerse sobre la zona desconocida de la mente la leyenda Hic sun dracones (aquí hay dragones), de las antiguas cartas de navegación, tal como se lo señala a Freud su mentor, Breuer, ¿hasta qué punto y de qué tamaño el inconsciente puede crear monstruos? Cuando se adentra en esos territorios, de los que provienen nuevos asesinatos, el relato se va tiñendo más y más de sangre, y -es cierto- algo de terror "gótico". Tal vez esto sea lo más interesante del planteo general, este diálogo entre dos épocas: una en la que los monstruos eran "reales" y otra en la que nacían de las sombras de aquella casa oscura del inconsciente, para hacerse no menos tangibles.

  Es muy poco probable que Sigmund Freud haya estado en contacto, incluso carnal, con una médium húngara, pero el caso -no cabe duda- le habría interesado. Hay un trasfondo político también, basado en una historia "real" que 30 años más tarde terminaría en la carnicería de la Primera Guerra Mundial. Los escenarios y la colección de barbas y bigotes de los prohombres del reino -incluso la de los doctores- no son detalles secundarios para comprender el mundo que se hundiría en ese charco de sangre. Todo fue producto de aquellos monstruos de la mente o de la "realidad" que estaban lejos de ser sólo cuentos de fantasmas y supersticiones.

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 Netflix