jueves, 29 de abril de 2021

"Batwoman" y la Trilogía de Batman


Hete aquí que vuelve -en el soporte papel ya había aparecido- Batwoman. La serie (2019-2020) retoma la historia de Batman en un punto imaginario en que tanto el millonario melancólico Bruce Wayne como el Hombre Murciélago han desaparecido de Ciudad Gótica. No sabemos por qué. ¿Lo sabremos? Eso no importa. Lo que importa es que la prima de Bruce Wayne, Kate Kane, quien debió dejar el colegio y la ciudad cuando asumió su identidad sexual lesbiana, regresa y decide tomar el rol secreto de su primo. Solo por afán de justicia, no de venganza, ya que el crimen señorea en la ciudad. Pero el padre de Kate Kane es el jefe de una compañía de seguridad que la ciudad contrató para evitar el desborde (la seguridad entregada a la empresa privada es un detalle interesante). Jacob Kane representa un nuevo enfoque sobre el vigilante murciélago y en general sobre los vigilantes que actúan por su cuenta. Esto no estaba previsto en la antigua historieta aunque había asomado en la saga cinematográfica de Batman: los enmascarados que hacen justicia por sus manos incurren de hecho en un delito. La gente puede adorarlos, pero ellos son parapoliciales, transgresores de la ley. Algún demócrata progresista debe de haberlo señalado en algún momento. Si las películas solo plantean el problema, en "Batwoman" Kane ha decidido que el Murciélago es casi su enemigo personal. De ahí que la hija, convertida en Mujer Murciélago, no sea algo que su paladar soportaría, en caso de que se revelara la identidad de la reemplazante de Batman. De hecho, pudo soportar mucho mejor que fuera lesbiana.

  Y, con todo, no es su propio padre el principal problema de Batwoman. Lo es la jefa de la Pandilla Wonderland, Alice, una lectora de "Alicia en el País de las Maravillas", tan cruel como los peores personajes de esa tierra de absurdos, y mucho más cínica. Tanto que uno dejaría la primera temporada por la mitad, o menos, harto de cinismo y sarcasmos, si no fuera que la nueva Ciudad Gótica y su galería de malos es interesante. Por otra parte, el propósito de venganza de Alice no solo es desmesurado sino que su origen -el secuestro, cuando era niña, por parte de un psicópata y el dolor de que su familia la diera por muerta y dejara de buscarla- no condice con el constante cinismo de la Alice joven... Todo es demasiado en este personaje, hay que decirlo.

  Pero de la primera a la segunda temporada ocurre un hecho decisivo: Batwoman en apariencia ha muerto en un accidente de aviación, tal vez un atentado, y una chica negra, también lesbiana, que sobrevive vendiendo drogas y cuyos padres adoptivos fueron asesinados, encuentra, créase o no, el traje de la Mujer Murciélago... Y lo adopta, con los fracasos y torpezas del caso. Esta nueva batichica es más simpática, aunque el propósito ideológico de agregar la negritud y la marginación al lesbianismo sea demasiado evidente. Personalmente, le cobré más simpatía a la segunda Batwoman, al menos porque no tiene que lidiar preferentemente con Alice...   

 Que la DC Comics y la Warner continúen alimentando el mundo murciélago justificaría un pequeño recuento, cuya pieza más valiosa es sin duda la trilogía cinematográfica de Christopher Nolan, que corrigió los tropiezos de sus antecesores inmediatos, el mismìsimo Tim Burton y Joel Schumacher, que con "Batman y Robin", su segunda pelìcula sobre Batman, podría haber obtenido, si existiese, el galardón a la peor película sobre el Hombre Murciélago. Entre ambos directores cosecharon cuatro tropiezos, y tuvieron grandes actores que no les ayudaron a hacer buenos productos, entre 1989 y 1997. En 2005 comenzó la gran saga de Nolan. Tres gloriosas cintas que narran la historia de Batman de pe a pa: Batman Begins (2005), The Dark Knight (2008) y The Dark Knight Rises (2012), esta última una de las grandes películas del cine comercial de todos los tiempos.

  Miremos un poco hacia atrás. Batman fue una creación de la DC que se remonta a la década del 30: una extraña decisión de la compañía que había creado a Superman y ganaba mucho dinero con él. Bob Kane fue el dibujante que inventó la contracara oscura del justiciero. Superman era un hombre más allá de la ley, pero actuaba en concordancia con la policía, por amor a la justicia. Era la autoimagen de los Estados Unidos a pleno. Batman era un vengador. Actuaba porque sus padres habían sido asesinados por un delincuente, y la policía le importaba poco. Pese a eso, el que se convertiría en personaje legendario también, el comisionado Gordon, lo llamaba cuando estaba en dificultades, con la famosa batiseñal: la imagen del murcièlago proyectada en el cielo siempre encapotado de Ciudad Gótica. Paulatinamente, la ciudad se llenó de genios del crimen, monstruosos, como el Guasón, el Pingüino, Dos Caras, el Capitán Frío... Con ellos, la historieta tenía para rato, y las primeras series televisivas también, especialmente la de los años 60, que más o menos recuerdan todos, con leyendas onomatopéyicas y dos héroes  invencibles y prolijos, Batman y Robin, protagonizados por Adam West y Burd Ward... Dos buenos muchachos, dos correctísimos parapoliciales. Se habrían eternizado de no haber sido que el público los abandonó. En los 80, la historieta se renovó, con un Batman sombrío y una ciudad tétrica. En realidad volvió a su origen. El resto es, poco más o menos, la historia de las películas antes mencionadas.

  ¿Por qué la trilogía de Nolan es el punto culminante de toda esta historia? Alguna vez se sabrá cuál fue la razón que movió a la DC Comics a crear un héroe oscuro cuando tenía otro, luminoso, que producía fortunas. Entre tanto, tenemos que Nolan captó la esencia de una historia que proviene de las honduras del siglo XIX; un personaje cuyos parientes son el conde de Montecristo, el bandido Dubrovsky, el Corsario Negro, pero en modo alguno un policía vocacional. Nolan cuenta el origen, la aventura, la caída y vuelta a la cueva, y finalmente el ascenso, de un vengador que muestra en su cuerpo las desastrosas secuelas de sus peleas en los techos, como un viejo gato callejero. En la segunda película, el Guasón, una creación increíble -por lo creíble- de Heath Ledger -que murió poco después de una sobredosis accidental de medicamentos-, le tiende a Batman una trampa mortal, obligándolo a sumergirse en la tiniebla de la que solo emergerá como un resucitado en la tercera película. El teorema del Guasón es que todo ser leal y justo oculta a un criminal que despierta cuando se toca lo que más quiere. Su objetivo para demostrarlo es Harvey Dent, el implacable fiscal de Ciudad Gótica.

  He ahí una historia del más puro romanticismo. El héroe oscuro en su esplendor, valga la paradoja, interpretado por un Christian Bale que al principio uno diría no da para Batman, y sin embargo crece cuanto el personaje lo hace. Nolan también tuvo figuras estelares en sus películas, pero las aprovechó a fondo: Michael Cane como el protector mayordomo Alfred; Morgan Freeman como Lucius Fox, el inventor de artefactos para Batman, y Gary Oldman, como el mejor rostro y la mejor actuación para el comisionado Gordon, que de este modo se hace inolvidable.

  En el número 4 de la Biblioteca Clarín de la Historieta escribí en 2004: 

En Historia social de la literatura y el arte, libro que muchos consultaron en los sesenta y setenta, el húngaro-británico Arnold Hauser establece la genealogía del héroe oscuro. Se remonta al mito del ángel caído, que no es otra cosa que el demonio. El ángel caído está poseído por la venganza. El romanticismo recupera la figura primigenia del ángel proscrito; en particular el inglés George Gordon (Lord Byron). Más en su actitud que en su literatura, Byron es aquel “hombre misterioso” en cuyo pasado “hay un secreto, un terrible pecado, un yerro siniestro o una omisión irreparable”. Byron parecía avanzar por el mundo cargando esta condena. Y por cierto, usaba una capa oscura.

Batman no cometió pecado pero hay en su pasado una “omisión irreparable”: el aparato de la ley. Nadie pudo salvar a sus padres, y él no podía. La ley no estuvo cuando la necesitó y Batman la ignora. Esta es su “omisión”. Sobre ese bache erige la figura a la que viste con las tinieblas de su alma. Persigue a los delincuentes porque fue un delincuente el que mató a sus padres. Si hubiesen sido policías, perseguiría a los policías del mismo modo obsesivo. Batman -más allá de la liviandad del cómic- recrea la figura del dolor liberado. No es hombre del bien ni del mal. Es alguien que todos fuimos alguna vez. Bruce Wayne ha muerto en verdad en el Callejón del Crimen. Batman es un fantasma que solo puede agregar oscuridad a la noche.

Nolan vio algo de esto. Su saga agrega a la historia la regeneración, la recreación del ser humano por sí mismo, algo que pertenece a los buenos tiempos del crecimiento del capitalismo estadounidense. Un anacronismo encantador, como todo el resto.   

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HBO/Flow


lunes, 19 de abril de 2021

"El sabor de las margaritas": Otro estudio en escarlata

 

Está claro que actualmente ningún policía que se precie puede seguir un caso sin pegar fotos y recortes en una pared o sobre un vidrio y unirlos con hilos o con trazos de marcador. Como tributo a ese recurso que no sabemos si la policía real utiliza pero que es ya lugar común de toda serie policial estadounidense o europea, "El sabor de las margaritas" (2018 y 2020) hace de los hilos rojos el leit motiv de la apertura de cada capítulo. Podría ser una ironía, pero no es el único tributo al lugar común: tambièn hay un pueblo en el que "no pasa nada" al que llega una policía de la ciudad para investigar un crimen. La o el policía arrastran siempre algo turbio o doloroso de su pasado cuando llegan a los pueblos. Esto le ocurre también a la protagonista de "El sabor de las margaritas", para qué mezquinar clisés. 

  Por todo esto, y por la consabida desaparición de una adolescente que intriga a la investigadora, el comienzo de la serie gallega (hablada en gallego) se hace difícil de digerir. Para colmo la protagonista parece alelada, no da pie con bola, no muestra un carácter muy atractivo y si bien no es una alcohólica, como suelen ser en las series sus colegas masculinos -e incluso femeninos-, consume mucho ansiolítico.

  Las cosas cambian cuando aparece un cabaret, acaso algo rumboso para un modesto pueblo gallego, y su propietario en silla de ruedas. Algo turbio hay detrás. Se supone algo vinculado al tráfico sexual con menores, que tampoco es novedad en las series policiales, pero que tiene aquí una cuota de perversión y violencia contra las mujeres-niñas realmente horrorosa. La investigadora va cobrando carnadura y la serie se hace interesante. Aunque tan complicada como la red de hilos rojos sobre las fotografías.

  La segunda temporada, con ambientes urbanos, se enreda aún más, si cabe, pero quizá por su enviscada complicación -al cabo bien tejida- y el baile de máscaras que desata, atrae.

  Tal vez como simple homenaje, cada capítulo está precedido de una cita de la Divina Comedia, de la que surge el título respectivo. Aparecen citas en los asesinatos también, pero no tienen que ver estructuralmente con ellos ni son pistas. Apenas fungen como recordatorio del infierno, que no tiene regreso ni salida, como ya sabemos.

  Es densa. En la resolución del crimen no hay ninguna liviandad, ni un solo paso de comedia, ni una sonrisa. Las únicas que aparecen son falsas, en una sesión de fotografía. El paisaje, precioso. El crimen, realmente horrible y verosímil. Pero no querremos saber de los culpables sino de si eso tiene solución. La respuesta parece ser: solo el vengador solitario, en el futuro, hará justicia. Porque del poder no se puede esperar mucho, ya que el mal emana de él como de chimeneas del infierno a flor de tierra.


jueves, 15 de abril de 2021

La saga del profesor Langdon: códigos, símbolos y asesinos


Las tres novelas famosas de Dan Brown en que se basaron las respectivas pelìculas tienen en común que desarrollan tramas policiales tejidas sobre interpretaciones de símbolos y figuras que realiza el profesor Robert Langdon. En las películas dirigidas por Ron Howard el clima de estos bestsellers mundiales acaso está mejor logrado, ya que cuenta con los escenarios verdaderos de París, Londres, Roma, El Vaticano, Florencia, Venecia e incluso Estambul. Se trata del conocido "Código Da Vinci" (2006), a la que siguieron "Ángeles y demonios" (2009) e "Inferno" (2016). Las novelas tuvieron otro orden de aparición: "Ángeles y demonios" es la primera. La última, "Inferno" es tambièn de la mayor actualidad en 2021: gira en torno al primer libro de la "Divina Comedia", de Dante Alighieri (de cuya muerte se cumplen 700 años este año) y el tema central es una peste mundial a punto de ser desatada por un virus.

  Las tres pelìculas pueden ser vistas incluso como una serie. No fueron concebidas así aunque daban para eso. Habría sido una serie de nueve capítulos, tal vez. Lamentablemente, solo las dos últimas están disponibles en el streaming más popular en la Argentina.

  Debo hacer una aclaración retrospectiva, aunque a nadie le importe mucho, ya que es puramente personal. En los primeros años de este siglo me enojé con "El código Da Vinci" y no quise ver la película. Había leído unas cuantas páginas para robustecer mis prejuicios y solo con el propósito de que eso sucediera. Mi principal prejuicio era que no se podían tomar a la bartola figuras religiosas, históricas o de la ciencia y el arte y meterlas en una fantasía policíaca alterando datos o inventándolos. Además, me parecía que seguramente el libro reduciría el falso dilema ciencia-religión a los términos tontos del liberalismo más elemental, lo cual no es exactamente así. Años de series televisivas en que protagonistas de la ciencia y la historia fueron metidos en ficciones más o menos disparatadas pulieron un poco esos prejuicios. Hasta entendí que había algo de verdad sobre esas figuras o quise creerlo, y que las fantasías e intrigas urdidas en torno a célebres pensadores eran incluso, lateralmente, un modo de divulgación. Contribuyó mucho a esto el reconsiderar si Brown no tenía el mismo derecho que Umberto Eco en su "Péndulo de Foucault". Que uno fuera un gran medievalista y semiólogo y el otro solo un escritor que seguía el camino de Sidney Sheldon y tantos otros, daba para hacerse incluso la misma pregunta: ¿quién era el que se metía en el campo del otro? ¿El ficcionalista en la Edad Media y el Renacimiento o el medievalista en la ficción?

  No volví nunca a los libros de Brown, en cambio las películas basadas en sus libros me parecieron buenos policiales, en los que el detective no es experto en criminalística o en psicología sino en símbolos, en arte y en historia; un detective singular capaz de interpretar hechos a partir de esos conocimientos. Hechos que parecen codificados para que los desentrañe una persona con sus talentos. Fuera de lo directamente inventado, en lo que hace al conocimiento de arte y simbología Brown parece bien asesorado o documentado; esas pelìculas tienen un atractivo particular, e incluso un plus, como digo, de divulgación. Decir que contribuyen al pensamiento sería horroroso, pero es claro que algunos datos y relaciones pueden ser pistas interpretativas. De "El código Da Vinci", que finalmente vi, recuerdo entre otras cosas al profesor Langdon mostrando en un solo movimiento de sus manos los símbolos más antiguos y naturales del falo y la vagina, lo masculino y lo femenino, el cielo y la tierra, el yin y el yang, etc.: las dos manos unidas por las puntas de los dedos en forma de flecha hacia arriba; las dos manos unidas por el borde inferior de las palmas y abiertas como una flor, también hacia arriba. Está claro para mí que las manos unidas por las palmas en la plegaria sintetizan ambas cosas. Increíblemente, escritores académicos demostraron lo "absurdo" que era pensar -como propone "El código Da Vinci"- que Cristo tuvo descendencia con Marìa Magdalena; el comentario cientìfico aportó incluso cálculos sobre la proporción de genes de Cristo que tendrían hoy los herederos de su sangre, proporción que resulta, es claro, infinitesimal. Esto es lo mismo que demostrar que en el centro de la Tierra no está Satanás mordiendo eternamente a Caín y a Brutus.

  Religión y ciencia son el fondo de estas historias, pero llevadas a escalas conspirativas como las que solo se han visto -por ahora- en las grandes producciones hollywoodenses de espionaje. Y hay conspiraciones de ambos lados, y atrocidades parejas. Si "El código Da Vinci" y "Ángeles y demonios" prolonga imaginariamente esas  luchas oscuras en el presente, "Inferno" coloca en la actualidad el delirio mesiánico de un laico. El tema que este plantea con simplicidad es el del descontrolado crecimiento demográfico y las formas drásticas de terminar con el problema, para que el problema no termine con la humanidad en cien años (más o menos: quizá también se puede demostrar cientìficamente que el cálculo está equivocado). Los críticos consideraron esta como la peor película basada en Brown. Desde luego, no pudieron superar el prejuicio de que Brown es un autor de novelas de "entretenimiento" y todo lo que se haga con ellas será malo, inconcebible, incluso el manejo de cámaras que intentaron (los críticos, claro) enseñarle a Ron Howard. Muchos de ellos no deben haber hojeado siquiera la "Divina Comedia", donde todo es inverosímil. Brown, sus personajes y acaso el director la conocen en parte, al menos, así como Brown sin duda conoce Florencia y Venecia, sus rincones, monumentos a los que nadie presta atención e historias ocultas tras los muros y las telas, muchas de ellas incomprobables... Tan incomprobables como que a un enfermo de omnipotencia se le ocurra liberar un virus para salvar a la humanidad matando a la mitad de los humanos. Tan loco todo como que el dogo de Venecia saquease Constantinopla de camino a las Cruzadas... En fin. Todos tenemos siempre algo que decir al respecto. Y si no, a tomar por culo, como dicen los españoles: mejor que Brown, para entretenimiento, sin duda las muy verosímiles pelìculas de la serie "Misión: Imposible".



sábado, 10 de abril de 2021

"Tribus de Europa": Qué aburrido se está poniendo el Apocalipsis

 


Hay dos palabras que no se les caen de la boca a los reseñistas de las series televisivas: distopía, y sus derivados distópica y distópico, y postapocalíptico/a... "Tribus de Europa" (2021), la serie de Netflix y la alemana Wiedemann & Berg, que causa "sensación", dicen -no conocemos ninguna estadística que respalde este aserto-, ofrece la posibilidad para nada excepcional de reunir las dos palabras. En rigor, todo futuro postapocalíptico sería distópico, pero en fin... Tomás Moro inventó la palabra utopía en el siglo XV uniendo los términos griegos ou, que indica negación, y topos, que significa lugar, de donde el nombre de Utopía que puso a su mejor estado posible quería decir "lugar inexistente". En general, se usa como proyección futura feliz e irrealizable. Distopía en cambio no significa nada etimológicamente, salvo negar la isla de Utopía, de Moro, en cuyo caso debería decirse Disutopía. Sería más simple utopía negativa o utopía negra, como en algún tiempo se usó. 

 El Postapocalipsis, en cambio, es ya insufrible.

 "Tribus de Europa" tiene los mismos previsibles desarrollos y personajes que cualquier serie "épica" (es otro de los mil subgéneros actuales). Podría suceder entre tribus de Norteamérica, entre piratas y aun entre pueblos antiguos de Europa o de Asia. Tres hermanos tienen tres destinos: uno cae prisionero de una tribu malvada (o de piratas, o de indios), otra trata de salvarlo y el tercero tiene una misión que consiste en llevar un artefacto tecnológico o mágico al lugar de donde vino, para revelar su misterio y porque eso será beneficioso para el futuro de la humanidad. Algo así como llevar el anillo de Frodo al Monte del Destino.

  La singularidad de la serie, el hecho de que las tribus resurgen en Europa luego de una catástrofe que ya no es atómica sino tecnológica, no es explotada. Aburre ver las mismas penurias y gestos malvados de cientos de series de acción. Una tribu de malos entrenados para la dominación, que predica la falta de piedad como fortaleza y controla lo que queda de Berlín; una tribu de soldados con uniformes y pertrechos del siglo XXI, que quiere la reunificación de Europa (¿el ejército de Carlomagno revivido?); una tribu de amazonas; una tribu de misteriosos atlantes que quizá sean extraterrestres; y finalmente la tribu pequeña que vivía en contacto con la naturaleza, hasta que una nave cayó del cielo y de ella recuperaron un objeto mágico (o, como dijimos, tan avanzado tecnológicamente que lo parece). La tribu de los malos, que se llaman Cuervos y se pintan de negro como miembros de algunas tribus de pieles rojas, les cayó encima, mató a casi todos y convirtió en esclavos al resto. Todo por ese misterioso objeto atlante.  En el caso del mayor de tres hermanos, pasa a ser esclavo sexual de una señora de la guerra (cuyo rey es tan malvado cuanto previsible: se rodea de beldades semidesnudas y recibe a la mencionada señora comiendo groseramente y sin invitarla a sentarse: ¿cuántas veces vimos esto en el cine por entregas?).

  Seis capítulos, y la historia queda colgada del pincel, hay que avisarlo. Y, como subrayan ya algunos medios en Europa, Netflix no se ha pronunciado acerca de una segunda temporada.


domingo, 4 de abril de 2021

"Altered carbon": Sobre héroes y fundas

 


Si alguien le dice que "Altered carbon" (carbono modificado) (2018-2020) sucede en un futuro distópico, no se dé por enterado, véala igual. Basada en la novela del mismo nombre de Richard Morgan, que le hizo ganar el respetable Premio Philip K. Dick en 2007, la historia del super asesino Takeshi Kovacs, cuyos nombre y apellido hablan ya de contaminación o cruces culturales, sucede simplemente en el futuro, a unos 300 años vista. ¿Y puede haber un futuro que no sea distópico? Diremos algo de entrada: Netflix decidió no apoyar una tercera temporada -no financiar, viene siendo- y quedan unos cables sueltos, pero siendo que el escenario es un mundo en el que la memoria y las funciones cerebrales de cada persona se pueden guardar en una cápsula del tamaño de un relicario, o una pequeña tortuga luminosa, y ponerlas en cualquier cuerpo, es decir, en cadáveres, o bien en clones, o en cuerpos sintéticos, ¿qué pueden importar algunos cables sueltos en las historias de personajes que cambian de aspecto como de camisa? Me dirán: ¿Y cómo funciona en ese mundo el temita de la identidad? ¿No tiene nada que ver con al aspecto? Pues sí y no. Tendremos un conflicto de ese tipo enseguida, pues el super asesino, que hace 250 años ha participado de una rebelión contra el poder de las grandes compañías, representadas por una especie de Naciones Unidas intergaláctica, es resucitado por un magnate que quiere averiguar cómo fue asesinado -desde luego, recuperó su cuerpo después de muerto- y en tales tareas detectivescas en Bay City, que fue la ciudad de San Francisco -cuyo famoso puente está cubierto de lapas-, conoce a la policía Ortega, que -lo que son las casualidades- fue novia del poseedor anterior del cuerpo que le dieron a Takeshi... no sé si se entiende.

  El problema para Ortega es que el cuerpo de su amor es usado ahora por un sicario terrible que mató primero a rebeldes y luego a soldados de la ONU (por así llamarla), cuando se pasó a las filas de la rebelión.

  Si le dijeron que esto es ciberpunk, no lo crea tampoco.

  Comprenderán, a esta altura, que después de unos 300 años nos esperan iguales índices de pobreza y desigualdades sociales... Los pobres, por ejemplo, apenas pueden pagarse una "funda" -así se llaman los cuerpos- para sus seres queridos, y se ha dado el caso de una niña que fue resucitada en el cuerpo de una anciana indigente. Puede que el futuro sea "distópico", pero la amarga realidad y la acidez del comentario son las mismas.

  Morgan ganó el Premio Philip K. Dick, y hay que decir que le rinde tributo a Dick, especialmente en el ambiente de Bay City, que recuerda más la pelìcula "Blade Runner", de Ridley Scott (1981) que el propio libro de Dick en que la película se basó. Multitudes en el fondo de calles que son como túneles sin techo entre edificios enormes, cubiertos de carteles luminosos; mostradores para comer fideos chinos al paso, una lluvia casi permanente... La serie no disimula, más bien despliega el escenario como un homenaje, que así se llaman ahora estos implantes. Hay un toque gracioso, casi estilo Dick: el hotel El Cuervo, atendido por el mismísimo Edgar Allan Poe, que no es una "funda" sino que forma un todo de Inteligencia Artificial con el edificio, entonces como ahora muy demodé. Poe puede empuñar una antigua escopeta o disparar ametralladoras pesadas, disimuladas en el techo, pero también servir whisky y auto-citarse, de modo que pone poesía en momentos inesperados. En la segunda temporada se agravan sus fallas de memoria -Poe no quiere reiniciarse de ningún modo, como esos viejos maniáticos que rechazan la medicina- y, acorde con su origen, se convierte en un ser fantasmal que aparece y desaparece como el gato de Chesire. 

  En cuanto al romance: el problema son las identidades, lo hemos dicho. Si la policìa Ortega tiene un conflicto con el cuerpo de Takeshi, este a su vez busca a Quellcrist Falconer, la líder de la rebelión fracasada, su grande y único amor. Está convencido de que la líder no sufrió "muerte real" durante la represiòn, y que el back-up está en algún lado... Esto es que no ha sufrido la muerte de veras que sobreviene al destruirse el soporte digital (cápsula o relicario). Pero ¿dónde está? Y sobre todo, ¿en un congelador, con su dueña, o en otro cuerpo? Si es esto último, imaginen el problema.

  En la segunda temporada, Takeshi tiene una tercera funda, aviso.