viernes, 31 de julio de 2020

"Borderliner": Ojo con lo que decís

 

En un comentario en un diario importante de la Argentina le habrán dicho que es humo blanco, pero no lo crea, es niebla lo que se levanta en el bosque de la frontera entre Noruega y Suecia. Tal la primera escena de "Grenseland" (2018), la serie noruega creada por Meghan Gallagher y transmitida por Netflix. Se trata de un pequeño error, sí, similar a aquellos que los críticos no perdonan en esta ni en ninguna serie. Porque deben mostrar que son críticos y no hacen reverencias, salvo que sean series "de culto". Entonces son las más grandes de todos los tiempos.
 
  Es probable que "Grenseland" tenga embarazos de guión, no los sentí. Creo que la tensión está dada por el hecho de que el protagonista, Nikolai Andreassen, un apuesto y silencioso policía de Oslo, pasa de denunciante de un oficial corrupto, y presumiblemente asesino, a encubridor de un homicidio que cree cometió su hermano. La trampa se la tiende su pueblo natal al que acude en busca de respiro para la tensa situación que su denuncia le provocó en la capital. Porque también allá ha tenido secretos, y el principal de estos ha sido que la víctima del policía corrupto era la hermana de su novio. Además Nikolai ha mantenido en secreto que es gay.

  La palabra grenseland (zona de frontera) fue traducida al inglés como borderliner, y ese es el título con que Netflix difunde la serie. Palabra peligrosamente cercana a borderline, siendo que en este caso alude al límite mismo. En tal carácter participa de la denominación del Borderline Personality Disorder (trastorno de límite de la personalidad), con que la psicología estadounidense más o menos indica la frontera entre neurosis común y psicosis. En la serie, aclaremos, no hay visible ningún fronterizo psicológico, sino una frontera real, que es asimismo la unión y separación simbólica del policial sueco -padre de todo el nordic noir gracias a las novelas de Henning Mankell y de Stieg Larsson, que fueron también películas y series- y el flamante policial televisivo noruego. Tienen en común el bosque y el frío. Volvemos a ellos.

  En el bosque es de noche, hay niebla, y unas luces iluminan lateralmente la escena antes de que se oiga el ruido de un choque. Choque que tendrá mucho que ver con la historia que Nikolai Andreassen vivirá en su pueblo, lleno de problemas y delitos, como todos los callados pueblos hundidos en los bosques nórdicos. Los crímenes que se cometieron y se cometerán en el pueblo tienen la droga como causa y unión, igual que en todas las ciudades, pueblos y villorrios del mundo ancho y cada vez menos ajeno que el policial recorre actualmente. Y la solución de los casos policiales, en ese pueblo noruego como en todas partes, depende casi enteramente de trabajos de laboratorio. Asesinos y cómplices dejan huellas fantasmales por todos lados, y es mejor no desatar ese infierno de autopsias y microscopios. Pero Nikolai lo desata sin proponérselo cuando indica que un suicidio ha sido en realidad un asesinato. El grueso cadáver, dantesco, que pende sobre un río no se ahorcó, dictamina el policía de la ciudad, y, al hacerlo, mete su pie en el cepo. Nada habría pasado si hubiera aceptado, como la policía local, que era un suicidio. Llega una colega de Oslo, Anniken Høygaard-Larsen, quien será socia y callada conciencia de Andreassen.

  Parecerá mentira pero la serie logra, sin que se note el trabajo, que los dos problemas del finalmente atormentado detective sean uno. No diré más.

  El color, la fotografía, une "Borderliner" a casi todos los policiales nórdicos. Estos protagonistas tienen una natural sobriedad de carácter como rasgo distintivo. En el Newsweek el comentarista Andrew Whalen escribió que "Borderliner" es "la introducción perfecta al policial escandinavo", y como tal puede tomarse, al menos por lo escenarios de luz gris y bosques oscuros que dejan presentir tantos ocultamientos y tanta grandeza perdida en todo sitio.




jueves, 30 de julio de 2020

"Sherlock Holmes": El abismo y la lógica



Antiguamente los hombres en general usaban barba y bigote, o al menos bigote, y los ingleses eran tal vez aun más envarados. Esa puede ser la única diferencia entre el escenario humano que recorren el Sherlock Holmes y el doctor John Watson que inventó Arthur Conan Doyle y los personajes que habitaron por cuatro temporadas, entre 2010 y 2017, una serie de la BBC basada en los libros de Doyle pero desarrollada en el presente. 

  La comprobación de que algo ha cambiado pero todo sigue igual no es triste, sino simpática en la serie de la BBC e incluso algunos cambios en las historias -además de los necesarios para actualizarlas- son comentarios graciosos al original. Para no salir del primer episodio, este se titula "A Study in Scarlet" (un estudio en escarlata) en el original -de fines del XIX-, pero aquí se titula "A Study in Pink" (un estudio en rosa), dado que la cuarta víctima de una serie de crímenes viste y combina sus accesorios en la misma gama y, en el desafortunado viaje que la llevó a la muerte, con la del rosa. Asimismo el error que comete la policía al leer la postrera palabra "Rache" junto a la víctima está invertido: en el original la policía cree que el asesino quería escribir "Rachel" (Raquel) pero no tuvo tiempo, y Holmes le informa que sí escribió lo que quiso: la palabra alemana "Rache" (venganza). En este caso es al revés: la víctima quiso escribir "Rachel" pero la policía entiende que escribió la palabra alemana "Rache". El mundo se ha hecho más políglota e incluso la Scotland Yard sabe algo de alemán, lo cual es mucho decir. Pero habrá inclusos cambios en la propia historia, sin que esta varíe: la serie demuestra que es posible mantenerse fiel al original sin hacer una "recreación histórica". Tal el principio de una buena traducción.

  Las aventuras de Sherlock Holmes son un clásico de la modernidad, asentaron el modelo policíaco que Edgar Allan Poe creó para la literatura y dieron para siempre a los ingleses fama de ser más inteligentes que los franceses. Que una serie que recrea esas aventuras esté en vías, a su vez, de ser un clásico en el género televisivo -lleva inactiva, y ya no se activará, varios años en la cartelera de Netflix- habla de la atinada decisión de cambiar algo para que nadie cambie. Un gatopardismo artístico que consiste -si se sigue la frase de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su recto sentido, y no en el cínico con que se suele citar- en preservar la esencia. 

   Ahora bien: Sherlock Holmes ha sido visto como el non plus ultra del razonamiento lógico, al punto de que, si todo fuese razonable, un detective no necesitaría casi hacer trabajo de campo. Le bastaría con "ponerles en orden las cosas" a sus clientes, sin moverse de sus sala, como dice el Sherlock que interpreta esta vez Benedict Cumberbatch, en competencia con actuaciones históricas como la de Peter Cushing. Pero he aquí que Sherlock Holmes no es lógico. Se suele hablar de "deducciones" y método deductivo en relación con el personaje de Doyle, pero la verdad es que no se trata de deducciones, desde el punto de vista aristotélico, sino de inducciones, descartes de probabilidades, hasta que queda la más probable. El margen de error existe en este procedimiento que Holmes, dotado de un cerebro excepcional, desarrolla a velocidades sobrehumanas. Él mismo reconoce que en más de una oportunidad ha adivinado, y Doyle le hizo decir: "Cuando descartaste lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad" (Doyle, "El signo de los cuatro"). Esa frase, tomada al pie de la letra, es un boomerang arrojado desde la Lógica (alguna vez volveremos sobre esa cuestión).

  Sherlock debería amar la tranquila resolución de los casos en su estudio -ese ámbito que, quienes despreciaron su labor, llamaron "vaso veneciano"-, y de hecho disfruta de ello, como cuando dice con placer: "Este es un problema para tres pipas" -en esta versión son tres parches de nicotina porque "ya es imposible fumar decentemente en Londres"-, pero goza también de la investigación sobre el terreno. Cuando el doctor Watson lo ve engolosinado con la exploración del cadáver de la dama de rosa en el primer caso le dice: "Ella está muerta", en apelación a su respeto, a lo que Holmes contesta: "Eso lo sé, ¿podría agregar algo?".

  "Un estudio en escarlata" es el relato en que Doyle dedica varias páginas a describir a Holmes. Entre las curiosidades que Watson registra en sus libretas figura que Holmes ignoraba que la Tierra gira alrededor del Sol. "Ahora que lo sé, trataré de olvidarlo, pues ocupará espacio innecesariamente en mi mente", le dice. En cambio, sabe qué formas y matices presentan en el suelo las cenizas de todos los cigarros que se venden en Londres. Esta mente se revela de entrada cuando el doctor Watson, médico militar, lo conoce en el laboratorio del hospital de San Bartolomé, fundado hace ocho siglos y hoy dedicado a la investigación. La primera frase que Holmes le dirige al doctor es: "Veo que ha estado en Afganistán". En el siglo XXI también ha habido una guerra en Afganistán, pero asimismo en Irak, por lo que la primera frase de Holmes al doctor que interpreta convincentemente Martin Freeman es: "¿Irak o Afganistán?". Lo importante no ha cambiado.

  Subyace en el original que si estos dos personajes deciden compartir los gastos de un departamento en una zona residencial de Londres es porque viven aún una vida de estudiantes. Los libretistas Mark Gatiss y Steven Moffat han hecho expreso ese espíritu en las aventuras casi estudiantiles que desde Baker Street 221 bis desplegarán Holmes y Watson, significado por la frase emocionada de Holmes cada vez que tiene un nuevo caso: The game's afoot  (el juego está en marcha). Esto es, subieron el tono apenas una octava hacia la comedia. Pero como suele suceder en las grandes historias, el matiz amable no quita, sino que realza, las monstruosidades que pueden encontrarse a la vuelta de la esquina... O cruzando el Támesis hacia Brixton. Incluso sin cruzarlo.




miércoles, 29 de julio de 2020

"Perros de Berlín": El "problema" turco



De noche, Berlín parece tener una densa actividad en las sombras. Mientras un policía sale en chancletas y con el bebé de su amante en brazos a ver por qué ha llegado un patrullero a una esquina de Marzahn, el barrio de edificios rectangulares que queda como testimonio de la construcción acelerada de posguerra, otro hombre persigue a un adolescente por los oscuros traspatios de otros edificios, donde ladran los perros de Berlín verdaderos, atados con cadenas, y en otro lugar un hombre duerme con el traje puesto, sobre la cama tendida, con una pistola sobre la mesa de luz.
 
  La ciudad como tal es parte de esta historia -o es el núcleo de esta historia creada por Christian Alvart, producida y estrenada por Netflix en 2018-, y los perros son también sus actores, no protagónicos pero presentes en muchas escenas como un dato misterioso que quizá es más que un capricho de Alvart -¿un comentario acerca de seres cuyas vidas regimos pero son nuestros testigos?-. El hecho de que la serie muestre traspatios y barrios como  Marzahn, prolijamente sórdido por así decirlo, o el Kreuzberg, también llamado Pequeña Estambul (Kaiserwarte en esta ficción), y sobre todo crímenes y redes criminales y grupos nazis (es absurdo llamarlos "neo", ¿verdad?) ha despertado cierta reticencia de algunos berlineses bienpensantes, amantes del policial, seguramente, pero no de que una ciudad que a toda costa quiere ser jovial para millones de turistas que la visitan, y sobre todo, segura, se muestre flotando en el mismo mar de corrupción, "crimen organizado" y racismo que el resto de las grandes ciudades.

  Aunque el siglo que nos toca se parezca mucho al que muestran las series policiales en general, y aunque Alemania no esté fuera de él, Berlín parece que llevará para siempre en el corazón un aire de posguerra, incluso en lo que resta de la modernidad de entonces, empezando por la famosa Torre de Televisión de casi 370 metros de altura en la Alexanderplatz. Líneas sutiles de este modernismo se mezclan con un gusto más actual por el minimalismo, que consume a su vez un nuevo grupo cultural refinado y progresista, aquí representado por Paula, la mujer del detective Kurt Grimmer, y el propio policía Erol Birkan, gay, descendiente de turcos, obsesionado por salvar de la delincuencia a muchachos de la Pequeña Estambul, y a quien molesta particularmente que los alemanes dejen que sus grandes perros caguen sobre la vereda.

  El centro de la cuestión, lo diremos, es el asesinato de un futbolista de familia turca que debía decidir si jugaba o no en el Seleccionado de Alemania justamente contra el de Turquía. Vamos a ver que esa decisión, de la que el país está expectante, no llega a tomarla. Y que la investigación del policía turco y del policía blanco con pasado filo-nazi desemboca en lo que Hitler hubiera llamado "problema turco", así como en su momento habló del "problema judío". El "problema turco" es consecuencia directa de la Segunda Guerra Mundial. Alemania quedó falta de mano de obra después de la matanza, de manera que pensó conveniente permitir y alentar la llegada de ex súbditos de su aliado histórico, el ex Imperio Otomano. Ya en los sesenta había periódicos y boletines sindicales escritos en turco. Hoy los turcos son casi tres millones, alrededor del 4 por ciento de la población.

  Sobre el asesinato del futbolista convergen dos organizaciones de crímenes lisos y llanos y una de crimen político: la mafia turca, que maneja una parte de las drogas, las armas y la vida nocturna de la ciudad; la mafia húngara, que explota las agencias de apuestas, y el partido nazi con su violencia física y argumental. Además, está el manejo de información comprometedora y la extorsión como negocio. Está bien que parte de los berlineses no quieran aún hablar de su pasado, salvo que se tome como inicio del universo el llamado "milagro alemán" de los 60. Por otro lado, quizá Berlín es una ciudad segura, y el crimen no tiene la dimensión que aquí se muestra, y los policías en general no son corruptos y la mayor parte no tiene quizá dos esposas. Pero el único argumento que se suele esgrimir contra el hecho real de que existen o existieron partidos de fútbol "arreglados" es que el Seleccionado jamás estuvo involucrado en tales enjuagues. Esto mismo lo dice un personaje de la película: "Ganan mucha plata los jugadores, no pueden ser comprados". A lo que otro responde que el dinero no es la única forma que existe de obligarlos a perder un partido. En todo caso, los hechos que suceden en la serie y todos sus personajes pueden ser considerados ficción futurista. O probable.

lunes, 27 de julio de 2020

"Fargo": La sangre tiene razones




"Fargo", la serie emitida por FX en 2014, 2015 y 2017, ahora en Netflix, no es precuela ni secuela de la celebrada película "Fargo", de 1996, de los hermanos Joel y Ethan Coen, sino una recreación del ambiente del film y del humor de los directores -una variante grotesca y exagerada del humor negro-. De hecho los Coen son productores de la serie, realizada por el escritor de televisión Noah Hawley. De esta suerte, el burlón cartel "This is a true story" (esta es una historia verdadera) precede un desfile cruel e irreal de personajes a la altura del teatro del Grand Guignol, de París, que no escatimaba violencia a finales del siglo XIX. Como si Hawley y los Coen quisiesen decir que la violencia es siempre amoral y siempre terriblemente irreal... pero verdadera.

  La tranquila vida de los villorrios y pueblos encerraba en todo el mundo, y probablemente aún encierra, frustración y violencia, eso lo sabemos desde Chejov. Pero si en el teatro chejoviano la explosión de esos sentimientos subterráneos se reducía a que un personaje de pronto enloquecía, salía bailando por los campos, tiraba un tiro al aire y caía llorando de amargura en brazos de una rusa siempre piadosa, como nos enseñó Dostoievski que son las rusas, aquí los pueblos americanos típicos, con policía que usa sombreros Stetson, son más bien invadidos por un ejército de violentos salidos de las fauces del infierno.

  Los hermanos Coen, y Hawley siguiéndolos, han usado el recurso del pueblo chato o apacible, y también el recurso de que gente simple, metódica y buena -que quiere a la vez mantener un orden de vida y ser justa, más que imponer una ley abstracta- es la que salva la ropa, en última instancia, y de la que pende el hilo delgado que sostiene esa posibilidad de salvación. Pero no ha de verse esto como "propaganda de sistema": los Coen -y creo que todos- necesitan una esperanza mínima. Además, sus "héroes positivos" son simpáticos, entre otras cosas porque todos los conocemos, porque son parte del tejido de cosas comunes que nos sostienen sobre un abismo de locos de remate armados con motosierras o revólveres Magnum. Es esta la ilusión que nos permite seguir adelante, o hacia donde sea.

 Del lado del demonio, ha de ser inolvidable el asesino eficaz Lorne Malvo, interpretado por Billy Bob Thorton en la primera temporada (de la cual, atenti, la segunda ha de ser precuela). En algún momento, Malvo va a alojarse a un hotel de menos una estrella. La conserje le señala entre otras reglas que allí no se admiten mascotas. Pregunta Malvo: "¿Un pez es una mascota?" "Supongo que sí", responde la conserje. "¿Un microbio?", pregunta el asesino. "¿Me está cargando?", dice la conserje. "No", responde Malvo, "trato de entender las instituciones".

 Y esa es toda la cuestión: una lucha entre el salvajismo primitivo y las instituciones. Malvo estaba pues en vías de civilización. Póngase cualquier tipo de lugar o salvajismo en el sitio de Minnesota. O de instinto o sangrienta necesidad y se tendrá el origen de la especie humana.


sábado, 25 de julio de 2020

"Símbolos": La tensión del mal entre las cosas





Será spoilear en gran forma, pero no veo modo de hablar de la primera temporada de la serie polaca "Znaki" (en Netflix para la Argentina "Símbolos", en España "Signos") sin hacer dos declaraciones previas, una relativa al contenido, otra a la estructura. Se trata de varios crímenes misteriosos, como todo crimen que se precie en un policial, pero hay un secreto histórico íntimamente relacionado con la índole de un imaginario pueblo de montaña en los Sudetes polacos, región cuya reivindicación fue uno de los pretextos de Adolf Hitler para anexar Polonia. Esto es lo primero. Y en lo que se refiere a la estructura, un mar de series, como el que liberó sobre el mundo el streaming, no admite temporadas que no sean redondas, es decir, que no haya personajes a punto de morir al cerrarse el capítulo octavo. Vamos a decir que el streaming desencadena también cierta ansiedad que no se consuela con otros menesteres. Justamente el concepto de "maratón", del que Netflix ya extrajo el verbo "maratonear", concierne a esa ansiedad: el maratón se hace para llegar al final donde las cosas se ordenan, se comprenden o se caen. En ese contexto, uno odia en especial la serie buena que pretende que la esperen un año. Mirando hacia atrás, no se explica cómo le tuvo paciencia a "Lost", salvo que "Lost" fue -como queda dicho en este blog- el fin de la tiranía de los guionistas. Generó tal decepción que ahora nadie concede esperas de meses o un año -a veces más- entre temporada y temporada. Pues bien: la primera temporada de "Znaki" termina con personajes en vías de morir.

  Dicho lo cual, se puede agregar que "Znaki" reitera la calidad del policial polaco. Podríamos hablar ya no solo del nordic noir sino también del polish noir, su pariente cercano por paisaje e índole de las personas. El comisario Trela, un recién llegado al pueblo (como otros policías de ficción), no se diría totalmente feo, pero no es un galán. Como otros de ficción, ha tenido problemas con la bebida, pero ahora da vuelta su vaso cuando su antecesor en el cargo lo invita con vodka. El comisario Trela (como otros policías ficcionales) tiene una hija que vive con él, no con su madre. El comisario Trela enfrenta (también él) la dura caparazón del pueblo, representada en este caso por un cura que muere de entrada, un predicador charlatán con una cara abominable que apesta, una nena tonta siniestra, un ex comisario atormentado por el supuesto suicidio de su hijo en la boca de un túnel ferroviario, un alcalde con tal facha de trujimán que desvía las sospechas por obvio, un empresario joven que promete una gran inversión, una mujer que parece mística, grandes rocas en el bosque que se dicen de druidas petrificados, huesos en una caverna. Y un asesinato. Y habrá otros. Todo esto en un contexto mayormente católico, al punto de que uno de los agentes de Trela suele rezar en latín el salmo 130 (De profundis clamavi...)

  "Znaki" no es en absoluto de esos relatos de pueblos preciosos con habitantes agradables que encierra un gran secreto. Encierra muchos secretos, es idílico de aspecto -casi se diría un conjunto de granjas entre montañas y bosques-, tiene estudiantes muy bellas y una policía que tiene lo suyo, pero su entraña siniestra está a la vista también. La supuesta beatitud del lugar queda desmentida desde la primera imagen, en que una adolescente recibe dos disparos. Y a partir de allí se puede decir que nada causa mayor efecto de distancia sobre los seres humanos que una cámara que los capta de muy cerca. Con el paisaje sucede lo mismo: de cerca es más misterioso que de lejos.
 
  No sé polaco pero, vista la primera temporada, para mí el título es "Señales". Y presten atención a la música. Juega un gran papel como comentario de la tensión que el mal provoca en las cosas.






miércoles, 22 de julio de 2020

"The Blacklist": El nuevo disfraz del héroe oscuro



Es hora de hablar de "The Blacklist". Y del mito del héroe romántico. Detrás de Edipo de Tebas -origen no solo del complejo que lleva su nombre, sino también de una saga de héroes malditos- había una zona oscura, pero el destino, indescifrable para él, se la había revelado. Porque se engañó a sí mismo sobre la respuesta del oráculo, o porque quiso engañarse, Edipo cometió el pecado que el oráculo le había augurado en Delfos. El héroe del romanticismo, en cambio, sabe bien cuál es el pecado o la desgracia que lo atormentan desde el pasado y cuyas sombras aparecen en el escenario en el que actúa o entre sus palabras o en el aspecto de su máscara. Según el húngaro británico Arnold Hauser, autor del monumental estudio titulado "Historia social de la literatura y el arte" -que fue mi Biblia crítica en los años mozos- el prototipo del héroe romántico, por su figura, es Lord Byron. De un modo o de otro, el romántico llama la atención sobre sí, pero nunca revela la fuente de su dolor, hasta divinizarlo como martirologio. De este modo el romanticismo es la matriz del dandi, del vengador y del aventurero en la literatura y el arte, pero también en la vida. Precisamente el romanticismo fijó la regla según la cual el artista debe ser consecuente con su obra, lo que deriva en que a la larga o a la corta la obra modela al artista. El matrimonio sin divorcio de vida y obra es un poderoso imán para todas las formas del arte desde Byron en adelante. Hay que decir con justicia que los románticos y sus multitudinarios sucesores creyeron de verdad en la máscara que eligieron y hasta murieron por su propia mano, en muchos casos, con su personaje puesto.

  Y aquí entra Raymond Reddington, una magna creación del actor James Spader. El traje de Reddington es precisamente eso, un traje, un terno, completado con un infaltable sombrero fedora generalmente marrón. Ese atuendo, que lo hace parecido a un hombre de los años cuarenta, es su único -y ligero- deslizamiento respecto del hombre actual, su discreta extravagancia. Con ese aspecto entra en el edificio del Federal Bureau of Investigation (FBI), se anuncia con su nombre y mientras suenan las alarmas se quita el saco y el sombrero, los acomoda sobre su portafolios, se arrodilla y pone sus manos en la nuca.

 "The Blacklist" es una de las pocas series que alcanzaron siete temporadas ininterrumpidas. Y sin revelar su secreto. Está montada sobre este increíble pacto: Reddington, que encabeza la lista de personas más buscadas por el FBI, propone a este entregarle uno por uno los integrantes de una larga lista de criminales internacionales, muchos de los cuales el FBI ni siquiera sabe que existen, y cuyos negocios son igualmente evasivos, pero gigantescos, con la condición de que toda la información que conducirá a esas personas la reciba Elizabeth Keen. "¿Quién mierda es Elizabeth Keen?", es lo primero que dice el joven agente Ressler. Bien: se trata de una novata especializada en trazar "perfiles", actividad que cuenta con poco crédito entre los duros agentes del Bureau. ¿Por qué Reddington quiere que ella sea su nexo con el FBI? es la siguiente pregunta y el segundo misterio de la serie, puesto que establecer ese motivo equivale a saber quién es realmente Reddington. Sobre su decisión de entregar secretos letales la motivación parece clara: se trata de personas que obstaculizan de alguna manera su propios negocios criminales. ¿Sólo eso? Reddington no es un justiciero ni un arrepentido, esto pronto queda claro porque sigue moviéndose con libertad y administra su red montado en su jet privado, custodiado por Dembe, su ángel negro, mientras colabora con el equipo especialmente formado para seguir sus pistas, a cargo de Harold Cooper, subdirector de la División Antiterrorista del FBI. El secreto de Reddington no debería saberse nunca, pero veremos si Jon Bokenkamp, el creador del personaje, soporta terminar una serie a oscuras, como empezó, con flashes de un incendio trágico que encierra toda la explicación, al parecer, de la conducta de su héroe.

 En los 151 capítulos emitidos la serie mostró un mundo regido por cuatro grandes tipos de actividades ilegales: las armas, el tráfico de mujeres esclavizadas, el terrorismo y, naturalmente, la droga. Sobre la droga sabemos mucho gracias al espectacular reinado de Pablo Escobar en Colombia y su secuela de series y películas. Algo sabemos del tráfico de armas, y no mucho más nos dirá "The Blacklist", sobre todo porque los personajes aparecen aquí como monstruos excepcionales, casi de comic. Falta, o mejor dicho, asoma de vez en cuando, una pieza en este tablero de las grandes organizaciones criminales: la corrupción en el poder político. Una serie no tiene por qué llegar tan lejos, sobre todo porque nadie sabe cuán lejos se puede llegar, esto es, dónde comienza la gran trastienda, la sala de comandos. Alrededor de los capos mafiosos, de los terroristas y de los traficantes de armas, se mueve una red de -llamémosles- empresas auxiliares de mercenarios, torturadores, asesinos a sueldo, hackers, lavadores de dinero, contadores, cirujanos plásticos, especialistas en desaparición de cadáveres, rastreadores, médicos y laboratoristas más o menos locos, físicos, químicos, enfermeros, transportistas, falsificadores de documentos y todo tipo de facilitadores y psicópatas que crean una galería de pesadilla, sin contar los ladrones de cajas fuertes y obras de arte y -claro está- los espías de todas las naciones. En la séptima temporada, un toque de gran ironía para la ciencia-ficción (¡viene un spoiler, viene un spoiler!): una recién creada inteligencia artificial termina asesinando a su creador y comete luego suicidio porque su programa da con una paradoja, la cual es que pudo adivinar un futuro en que las máquinas someterán al hombre. Como ella misma es precursora de ese gobierno de las máquinas pero su algoritmo le ordena proteger al ser humano, no tiene más remedio que matar a quien la diseñó -y a algunos adláteres- y eliminarse.

  Reddington es la gran creación de la serie. Un criminal que exhibe sus gustos exquisitos no es novedoso, sobre todo en los Estados Unidos, con una gran clase media tosca y sedienta de aristocracia. Pero un criminal de carácter parejo, entre calmo y jovial, que respira una extraña confianza en sí mismo y verdadero amor por el mundo, en un ambiente violento de falsos escenarios y disfrazados -en el que un restaurante puede ser cualquier otra cosa-, acaso sea un disfraz sobre otro disfraz, y el motivo por el cual la agente Keen -una agente con cara de estudiante secundaria, hay que decirlo- cree que, si no es de paternidad, el sentimiento de Reddington por ella se parece a eso.

  Debemos decir que en respuesta a las limitaciones de la cuarentena universal los realizadores de la serie terminaron la temporada de 2020 con un episodio que contiene tramos de animación: desde sus casas, los actores le pusieron voces a los dibujos de ellos mismos. Parece una marca de época en todo el sentido de la palabra: testimonio y representación de la frontera entre drama y super-ficción.

  Ahora bien, ¿quedará "The Blacklist" en la historia de las grandes series de espionaje? En otras palabras, ¿su éxito la iguala a -por ejemplo- "Los expedientes X"? Quién lo sabe... De momento, dirían los españoles -y van siete años-, está entre una revista de historietas como las que uno guardaba en el fondo del ropero y la re-emergencia del espía gourmet y cosmopolita, surgido de la lejana Guerra Fría.

  Debemos decir también que la trama de fondo -o sea las aproximaciones a los secretos de Reddington y sus derivaciones- se están haciendo ya demasiado barrocas.





sábado, 18 de julio de 2020

"Sense8": Me canto y me celebro




Las hermanas trans Lana y Lilly Wachowski (no por insidiosos decimos de entrada que son transgénero) y el escritor J. Michael Straczynski, artífices de "Sense8", parecen creer en una posibilidad de fraternidad humana profunda, basada en un desarrollo natural de ciertas propiedades del cerebro, el cual, empíricamente, encuentra esperanzas en las llamadas "neuronas espejo" y en el hecho de que la comunicación parece haber precedido al lenguaje en las comunidades prehistóricas. La historia misma ha comenzado con la lengua. Y la civilización, con las ciudades: estas son las coprotagonistas de la serie de las Wachowski. Es curioso que, cuando eran los hermanos Larry y Andy Wachowski, las ahora hermanas Wachowski tuvieran una visión desencantada de la posible evolución de la inteligencia humana hacia inteligencia artificial, según se desprende de la serie de tres películas "Matrix", cuya épica en mundos virtuales parecía recoger resonancia de la épica humana, como un eco del fondo de los siglos. "Sense8" sería en cambio un canto esperanzado, concebido artísticamente como conciertos de imágenes y sonido. Y la  esperanza incluiría que la globalización sea herramienta  de una integración, o mejor dicho, abolición de los límites entre pueblos, colores de piel, culturas y sexos, a fin de que nos convirtamos en diversidad: uno para todos y todos en uno. Si esta es la fe de las Wachowski, disimulan muy bien el mensaje, y lo digo como elogio.

   ¿Es posible que la empatía absoluta reine alguna vez, y la especie deje de gobernar sobre la especie? ¿O, como pensaban los revolucionarios hegelianos del siglo XIX, primero debe una parte de la humanidad doblegar y quitarle la vara del poder a la otra? Estemos contestes de que "Sense8" no se plantea como respuesta a semejante pregunta, sino como lo que podría ser si ciertas cosas fueran como tal vez lo sean. De ese modo, serían uno y todos el chofer de un colectivo en un barrio miserable de Nairobi y una empresaria de Seúl, con varios más. Quizá miles de millones.

   De entrada, lo dice la hindú Kala, una de estos ocho sensates (del inglés senseight): ¿Puedes creer que existe la mecánica cuántica, según la cual una partícula está aquí y en otros lugares, pero no puedes creer en Ganesha? Lo cual podría traducirse en que tanto la ciencia como aquello que Carl Sagan bautizó como "pseudociencia" (entre ellas la telepatía y la teletransportación) son posibles y hablan al mismo tiempo. De "pseudociencia" se trata, en principio el argumento de "Sense8": hay personas que puede entrar en la vida psíquica de otros, y no solo eso, sino transmitirles conocimientos y acciones físicas, de modo tal que el conductor en Nairobi de una van llamada Van Damme (por Jean-Claude Van Damme, el actor de cine de acción) pueda luchar aun mejor que su ídolo, cuando es poseído por la empresaria coreana Sun, campeona de kickboxing. Y que esta se libere de la prisión coreana en que intentan asesinarla ayudada por Wolfgang, un ladrón y peleador callejero de Berlín, y se quite la esposas gracias a la habilidad de Will, policía de Chicago (con esto no he hecho demasiado spoiler).

  Ocho son los sensates, y no serán los únicos, hubo y hay otras familias que suman miles, "quizá decenas de miles", según Jonas Maliki, sobreviviente de una de ellas. Los ocho de nuestra familia representan ocho ciudades, que son, de sur a norte y de norte a sur: México, San Francisco, Chicago, Berlín, Londres, Nairobi, Bombay y Seúl. ¿Suena esto a National Geographic? Sí, y se trata de eso: los flashes de ciudades y sus gentes en la intro de la serie -y de animales, comidas, campos, volcanes y costas- tienen ese efecto de colorido antropológico-geográfico de la gran revista de viajes y descubrimientos. Pero hay algo más: el todo como espíritu y cuerpo del uno, en una especie de Walt Whitman global. Una pérdida del uno para hacerse un "mí mismo" más grande. La primera de quien se muestra el efecto de esta revelación y sus peligros quizá no sea por casualidad Nomi, una trans de San Francisco, hacker y bloguera de la biodiversidad. Era un chico llamado Michael que devino mujer para ser lesbiana, sin que esto signifique una etapa superior del feminismo sino quizá un viaje a la totalidad de los sentidos. Nomi resuena en inglés a "no yo".

  La historia que contarán las Wachowski no es idílica. Sucede en un mundo de extrema violencia. En los límites de la sociedad y en el seno de la tradición, al mismo tiempo. El margen lo representan el alemán Wolfgang, el policía Will en los peores barrios de Chicago, los asesinos de machete y ametralladora a los que se enfrenta Capheus en Nairobi, la DJ islandesa Riley Blue, que está muy rodeada de traficantes y asesinos en Londres, y la propia Nomi, que hasta ese momento no lo sabía. La tradición es la familia de la hindú Kala, pero también la de la coreana Sun, e incluso la del policía Will. El caso de Lito, monumental galán mexicano de películas cursis de acción, que oculta su pareja gay en la vida real, es el del centro artificial de nuestras vidas: el del cine, precisamente. En tanto, ese mundo de super violencia convive con lo que llamé "conciertos de imágenes y sonido" de los que las Wachowski ofrecen al menos uno por capítulo, dos de lo mejores en un mismo capítulo: el clip de los nacimientos de los ocho el mismo día, 8 de agosto, que recuerdan mientras escuchan -en la mente de una de ellos- un concierto para piano y orquesta en Islandia, y el show de fuegos artificiales del 4 de Julio en Chicago, mirado por el policía Will y su padre desde una lancha en el lago Michigan.

  La presentación de la belleza no es aquí decorativa, encierra el instinto humano que nos lleva a amar este mundo con todo lo que contiene. Y lo que contiene lo consideramos a la vez humano y sagrado. Este es el misterio verdadero de la serie, y Nomi lo formula como tal cuando le dice a su compañera, Amanita, mientras miran la ciudad y la bahía de San Francisco en los últimos minutos de la noche: ¿Cómo podemos decir lo que sentimos por esto después de haber visto lo que vimos? Lo que vieron es el asesinato a sangre fría de varias personas y el suicidio de un descerebrado que es manejado literalmente como un zombi por una sórdida organización internacional. La sangre llegará muchas veces al río, el mismo río de las cosas que uno se encuentra amando sin saber por qué.

  Las Wachowski tienen una natural sensibilidad para la imagen, según aquí lo revelan, y nos recuerdan que, aún en el formato streaming, las series son cine, y el cine se hace de imágenes para que recuperemos y gocemos la visión de la vida cuanto podamos.   











martes, 14 de julio de 2020

"Ultraviolet": El crimen como pasatiempo


"La mitad de Lodz son fábricas y galpones vacíos", dice por teléfono el personaje principal en el quinto capítulo de la serie "Ultraviolet". Lodz fue la capital de la industria textil de Polonia.Y el celular es el personaje en primer plano y entre bambalinas en esta historia, porque es el instrumento central que teje las relaciones de los hechos e ideas, sean estos analógicos o virtuales. Herramienta, o más bien inteligencia virtual colectiva, de los detectives aficionados que forman el grupo UV.

Escrita por Wendy West, Slawomir Fabicki y Jan Komasa e inspirada en el libro "The Skeleton Crew", de la estadounidense Deborah Halber, la serie provoca un poco de risa liviana al comienzo, por lo que al espectador hecho a los policiales rudos le costará volver a ese clima de semi-comedia al que Hollywood nos acostumbró por décadas. Pero hay que decirlo de entrada: "Ultraviolet" termina siendo simpática en el mejor sentido de la palabra. El policial polaco nos ofrece otra faceta, distante del nordic noir, al que otras veces se aproxima.

Muchos, por otra parte, hemos sentido que los países del este de Europa fueron más exóticos que Uzbekistán o la Malasia durante casi medio siglo, de modo que al caer la Europa socialista, como su madre rusa, nos interesó saber cómo eran o qué había quedado allí de todo aquello. Pues muy poco. Quizá nada. El  importante centro textil tiene hoy un sector antiguo, a veces parecido a San Telmo, de Buenos Aires, y algunos edificios de altura. Hay que decir que es visible en la segunda temporada el propósito de incluir imágenes atractivas de la ciudad: peatonales, edificios reciclados como galerías de arte y centros culturales; antiguas residencias, bicitaxis y tomas cenitales que no vienen a cuento. La gente vive allí mayormente de actividades de servicios, si nos ajustamos a lo que muestra la serie: la protagonista es chófer en Uber, y, entre sus compañeros de UV, dos hermanas emiten un ameno programa sobre maquillaje y moda por un un canal de YouTube; otro trabaja en el control de pasajeros del aeropuerto y el cuarto es un estudiante de origen vietnamita.

Todos se mueven en la superficie de una caparazón antigua, de la que entran y salen sin pensar mucho en ella, por lo visto.

Ola Serafin, la protagonista, ha perdido a su padre y su hermano. Del hermano está segura que lo mató su cuñada, a la que odia. Huyó a Londres, se casó y volvió sin marido y con dieciséis cajas, conteniendo en su mayor parte camperas. La madre, recién operada de la cadera, deprimida y sedentaria, la recibe, pero estalla de vez en cuando por la invasión de camperas en el departamento. El resto del grupo lo constituyen el joven descendiente del Vietcong, Piast, que al principio usa un casco-barbijo-máscara fluo; el empleado de seguridad del aeropuerto, Tomek, quien reparte sus ratos libres entre la investigación detectivesca y la búsqueda sistemática de engendrar un hijo con su esposa, y las atractivas hermanas Dorota y Regina Polanska, conocedoras exquisitas de cremas faciales y texturas textiles. Juntos y conectados por el celular han descifrado crímenes no resueltos antes de que llegara Ola. Con ella en el grupo, comienzan a investigar casos abiertos y -Ola mediante- a entablar una relación complicada con la policía, representada por el  detective Michal Holender y su jefe, el comisario Waldemar Kraszewski, a quienes debemos sumar el rostro generalmente avinagrado de la detective Beata Misiak, que concuerda con su nombre, en sentido vulgar. 

Tenemos pues que la dupla central la constituyen el detective Michal, con cara a veces de abombado, a veces de enojado y muchas otras veces de aburrido, y la dinámica Ola Serafin, que no es de aquellos que no hacen olas. Con su oleaje, logra incluso sacar de la depresión a su madre, una profesora de química que demostrará entonces su duro carácter y una peculiar inteligencia, y arrastrar a su padrino, Henryk Bak, ex agente de seguros especializado en accidentes y autos chocados. El detective Michal come invariablemente en un restaurante oriental barato y de restallante ambientación, con su gorro de béisbol, y ella suele sentarse con su laptop en un mínimo balconcito antiguo y descascarado que mira una calle de casas viejas y descascaradas por la que pasa el tranvía -no viejo, en este caso, pero tranvía al fin-.

Si bien la historia comienza con un cadáver que cae sobre un auto, la serie no sale de cierta liviandad hasta el capítulo cuarto, el del la "niña vintage" según denominan las hermanas Polanska a una nena perdida, debido a que usa un vestido liso hecho con "una especie de cretona". Es el capítulo en que por primera vez Ola está en peligro físico. Esto irá in crescendo, y dará más intensidad a la historia, a la par que crecerán los personajes. Con todo esto quizá se vislumbre en parte el revés de la trama en una ciudad que supo ser. Como bajo la luz ultravioleta con que la policía científica revela los fantasmas de la sangre.

lunes, 13 de julio de 2020

"The Kettering Incident": Matemos en el bosque



Acabo de ver "The Kettering Incident", un policial realizado en los bosques de Tasmania, transmitido por la cadena australiana Foxtel en julio y agosto de 2016. Creo que es la octava serie policial que veo cuyo ambiente es el bosque. En este mismo instante voy al sitio de Netflix y noto que mantiene su popularidad "Dark", serie alemana donde el bosque constituye una presencia gravitante como pasaje entre mundos paralelos y tiempos distintos. Netflix está emitiendo una ráfaga de series europeas y de los Estados Unidos con el bosque como escenario -un escenario, menester es decirlo, que se mete de alguna manera en los personajes-, entre ellas la franco-belga "Zona blanca", la belga "La tregua", la francesa "El bosque", las polacas "El pantano" y "Bosque adentro". 

Firmes, los policiales estadounidenses siguen siendo básicamente urbanos. Sus policías no son personas con problemas psicológicos -como el protagonista de "The Sinner" o el de "Sorjonen"- sino duros, escépticos, negligentes y -esta es una tendencia- casi siempre echan mano a "métodos" no convencionales, en el borde de la legalidad. Suelen ser alcohólicos como sus venerables padres de la novela negra."The Sinner" viene siendo una excepción, en el camino de los europeos.

¿Pero cómo es el bosque en las series policiales? Desde luego, misterioso. Amenazante y amenazado -arruinado por la tala y los desechos químicos- y sobre todo encubridor. Por momentos, el non plus ultra de la naturaleza es también sobrenatural. Es una saludable tendencia que Europa lleve el crimen y el disturbio mental a una zona de formas acechantes que surge del humus de su cultura y sus antiguas religiones. Aunque el continente no conserva ni un tercio de los bosques que lo cubrían antes de la Edad Moderna, su relativamente raquítica presencia es aún la fuente de las peores inquietudes, y tal vez de las mejores.

En "The Kettering Incident" el bosque de Tasmania, socavado por la explotación forestal,  también tiene que ver con la pálida y accidental protagonista de la serie, como si el bosque la hubiese atraído. En realidad, fue reconducida a él por la idea, que comienza a manifestarse en su mente, de descubrir qué le pasó a una amiga desaparecida cuando las dos eran niñas. Lo que descubre es una trama en que se mezclan secretos familiares con experimentos extraños. El bosque es cierto sentido co-protagónico, porque a la vez es objeto de ambición, de militancia por parte de ecologistas y de una investigación peligrosa con una de sus especies.

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Imagen: "The Kettering Incident" - Cablevisión Flow

"Karppi", segunda temporada: Crimen y política en la Última Thule



"Karppi" y "Sorjonen" son series finlandesas que enriquecieron últimamente el "nordic noir". En su origen ninguna de las dos se titula así sino "Deadwind", en el caso de "Karppi", y "Bordertown" en el de "Sorjonen", pero Netflix prefirió rotularlas con los apellidos de sus protagonistas. Los títulos originales remiten a un aporte escenográfico que es paradójicamente esencial en el policial de los países nórdicos: el paisaje. Específicamente, "Bordertown" alude al punto extremo de la poesía de este subgénero: la frontera. Sorjonen actúa en un pueblo limítrofe con Rusia, entre lagos y bosques. Karppi, en cambio, es una policía de Helsinki. El deadwind que llega a la ciudad proviene del norte frío y sobrevuela el Báltico. Las tomas cenitales de "Sorjonen" son de bosques y aguas; las de "Karppi", de una ciudad inocultablemente nórdica, pero ciudad al fin, con tomas panorámicas del puerto y de la costa, intercaladas con las recurrentes tomas aéreas urbanas.

Cuando uno ve series policiales nórdicas piensa que el nordic noir no es posible sin la imagen, y quizá no sea posible sin el streaming. Ahora bien, esos paisajes no purifican nada, por el contrario: están amenazados, no tanto por el cambio climático, que se subraya muchas veces, cuanto por la índole macabra del propio ser humano: el delito atroz, la violencia, la trata de personas, la corrupción. No hay religiosidad en el nordic noir, sino a través de un paisaje místico deteriorado lentamente. El policial finlandés, último en sumarse a la corriente negra, pone de relieve esa amenaza para la última Thule de la civilización moderna (precisamente un episodio en la segunda temporada de "Karppi" sucede en la isla estonia de Saaremaa, que para algunos es el lugar exacto que los romanos llamaban de aquel modo).

En todos los policiales -tradicionales ingleses y franceses, negros estadounidenses, negros londinenses o galeses, negros irlandeses, y ahora belgas- importa menos el ingenio de la trama y su resolución -incluso en los de Sherlock Holmes- que los caracteres y eventos que llevan al desenlace. Casi se diría que paisaje y personajes son el sine qua non del policial. Quizá porque en el mundo del capitalismo moderno son menos enigmáticos los motivos de los crímenes que el sugerente trasfondo de los escenarios y las máscaras que por ellos desfilan.

Karppi usa la máscara de una chica de ciudad de uñas ralas, de quien nadie diría que es policía, lo mismo que de su compañero, un joven chueco y algo ausente que usa jopo a lo Presley (en realidad los nórdicos parecen siempre un poco ausentes y lavados, fantasmagórica condición que el policial aprovecha). Karppi, el personaje, hay que decirlo, está lejos de Sorjonen en cuanto al interés que pueda despertar su figura, excepto que atrae justamente por ese aspecto de chica (nórdica) del montón. Aunque para eso es quizá un poco demasiado bonita. Sorjonen, que actúa en la frontera geográfica y también en el límite del par de opuestos genialidad-oligofrenia, encarna una antigua figura de pueblos asiáticos, sobre la que Andrei Tarkovsky hizo girar -muy lentamente- un gran film de todos los tiempos. El stalker. El chamán. El genio tonto. La inteligencia de otro mundo. Karppi está incluso lejos de Andri Olafsson, el gigantesco y noble detective entrañable de "Trapped", la serie que a su vez metió a Islandia en la historia del policial negro.

Con todo esto en contra, o a favor, según se mire, "Karppi" termina atrapando. Y lo que atrapa, una vez más, es el paisaje, los movimientos del crimen bajo la nevada, el Báltico que golpea viejas y carcomidas costas.

La segunda temporada de "Karppi" se desarrolla sobre tres hilados de delitos, que al principio parecen solo uno. El desenvolvimiento de esa trenza de sucesos sombríos y la puesta en evidencia de sus distintos desarrollos es el mayor logro, después de la imagen, en esta temporada. Pero hay una escena de sutileza impar en el séptimo y penúltimo capítulo: en una reunión de políticos en la que se discute la conveniencia de un nuevo liderazgo, una dirigente le dice a otra: "Va contra nuestra ideología que todo dependa de tu carisma". La discusión está bien puesta, y uno sabe ya algunas cosas sobre las ambiciones de las dos contendientes, de modo que esa frase desnuda el horrible vacío de sentido que hay tras el "discurso" en la política actual. En Finlandia, como en cualquier lugar del mundo, ideología es una palabra más en un arsenal que suele usarse para justificar una sed de poder sin contenidos, como toda sed, como toda pulsión. Se ve en esa escena que ninguna de las dos dirigentes cree en principios ni ideologías más que como naipes que se juegan según la oportunidad. Es un logro de la serie que ese vacío sea papable en apenas un flash dentro de esta historia. Y lo es porque salón y el paisaje urbano invernal son despojados como el vacío detrás de las palabras. El escenario resulta un correlato objetivo.
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Imagen: los protagonistas de Karppi

"Black Sails": La leyenda de los piratas



"Black Sails" (creada por Jonathan E. Steinberg y Robert Levine) es una de las mejores series que pueden verse actualmente en Netflix. Es buena empezando por la fotografía, lograda en las costas de Sudáfrica, la sensualidad del paisaje y de los cuerpos y la trama de poder y amor que se da en un pueblo de piratas y contrabandistas que es poco más que un campamento en la playa.

Es una de piratas, sí, pero como si a las historias de piratas les hubiesen sacado lustre.

Para ubicarnos: el relato mezcla ficción e historia. La historia es la de la fugaz "república pirata", cuya vida se extendió desde 1714 a 1720 en el puerto de Nassau, en las Bahamas. La mitad de los personajes que se mueven en este escenario vivieron en verdad, y ellos son: Charles Vane, recordado como el más salvaje y anárquico pirata de Las Bahamas; Benjamin Hornigold, autoerigido comandante del fuerte de Nassau y luego perseguidor de sus ex compañeros de pillajes; el oportunista Jack "Calicó" Rackham y su compañera, Anne Bonney, famosa por su combatividad, superior a la de muchos hombres del Caribe; Ed "Barbanegra" Teach, uno de los mejores y más teatrales capitanes piratas de la época, además de astuto hombre de negocios; Woodes Rogers, gobernador designado de la isla, que impuso su autoridad combinando el asesinato, la tortura y el perdón. No sabemos a ciencia cierta si es histórico el personaje de Eleanor Guthrie, dueña del comercio legal e ilegal en Nassau.

Es cierto, o parece que lo fue, que aquellos granujas practicaban una democracia básica: las decisiones más importantes eran tomadas en asamblea, y la asamblea podía nombrar y destituir a un capitán, por lo cual la línea entre legitimidad y motín se volvía muchas veces difusa.

Ahora bien: la historia principal en esta serie es imaginaria, montada a su vez en un hecho real. Pero es enormemente audaz, en cuanto se erige como "precuela" del clásico de los clásicos en lo que se refiere a la narrativa de piratas: "La isla del tesoro", de Robert Louis Stevenson. El capitán Flint, que en el libro será un terrible fantasma mencionado por los otros personajes, es aquí el perseguidor de un tesoro de millones de libras esterlinas, que terminará enterrado para que los personajes de Stevenson puedan ir por él, décadas más tarde. Ese tesoro existió a su vez: un galeón español tuvo la mala fortuna de encallar en la Florida, su tesoro debió ser desembarcado para salvar el barco, y es mitad fama, mitad leyenda, que gran parte de él lo robaron los piratas en la costa. Nunca, debemos anotar, la piratería del Caribe pudo saquear un galeón español en el mar. Eran inabordables castillos flotantes de doscientos cañones a los que jamás hubiese llegado a amedrentar, y mucho menos a herir, un velero pirata. Los piratas saquearon el tráfico local y muchas veces los pueblos costeros, incluso las ciudades, en el siglo anterior. El cañoneo feroz sobre Charles Town en Carolina del Sur, que se muestra en la serie, fue real.

John "Long" Silver, el pirata de la pata de palo, el "capitán" Bones, Israel Hand, Ben Gunn, personajes todos de Stevenson, son aquí jóvenes, y de un modo o el otro participan de la obsesión de Flint. Casi se podría decir: esta es la historia de la relación -compleja y fuerte- entre Flint y Silver. En la novela, el pirata por antonomasia, el jubilado "capitán" Silver, procede del modo que las tripulaciones le recriminaban a Flint: sus objetivos están por encima de las personas, no importa cuántas caigan. Y la misma trampa del afecto, que en estas deplorables condiciones se forja a contrapelo, es la que acecha a Flint en la serie y a Silver en la serie y en la novela. La serie continuó (hacia atrás, cronológicamente) el carácter de Silver.

Si alguien quiere salir del clima del policial nórdico a los increíbles colores del paisaje tropical -tan indiferente, por lo demás, para los piratas- se puede adentrar en "Black Sails", donde descubrirá que -diría el investigador Colin Woodard- "siendo tan atractivas como resultan sus leyendas (…) es la auténtica historia de los piratas del mar del Caribe la que nos cautiva sin remedio”. Y es en esta serie donde hay leyenda e historia en proporciones iguales.

El arte rococó y siniestro de la introducción merece atención. Tal vez un premio.

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En la imagen: Jack Rackham, Charles Vane y Anne Bonney, según los creadores de la serie

"Counterpart": El antídoto contra "Dark"




EN FACEBOOK

Os lo dije: "Dark" daría que hablar por lo monstruoso de sus ramificaciones argumentales. Peor que el Génesis, que se simplifica, en última instancia, porque podemos decir que todos somos hijos de Adán y Eva. Con los alemanes nunca se sabe si los procesos lógicos no van a terminar en una especie de locura de la lógica. Les viene de Hegel. Pero hay que perdonarlos porque también inventaron el marxismo, su antídoto. Ahora bien, para los que no leyeron antes la entrada sobre "Counterpart", aquí la reitero: es una serie en serio sobre el tema de los mundos paralelos. Es yankee, qué va hacer. El escenario es Berlín.
Bon appetit a les amis.

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DIARIO DE SERIES

by Jörg Aulicino

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"Counterpart" es una serie de veinte capítulos emitida por TNT y que puede verse completa en Flow. Se trata de una producción yanqui grabada en Berlín. Sería imposible hacer reseñas hoy, tiempos en que los antiguos foros de internet sembraron el término spoiler. Usado para designar cualquier anticipo sobre el desarrollo de una serie o película. De modo que ya no se trata de "no me cuentes el final" sino de no me cuentes nada.

Vamos a hacer spoiler. La serie se basa en el mito de Abel y Caín, llevado a un tiempo imaginario en el que se crea un "portal" entre universos paralelos en Berlín, poco antes de que caiga el muro que divide en dos mundos esa ciudad, y casi como consecuencia de que existan esos mundos en vecindad y separados por una pared.

En la ciencia-ficción, la demanda de "suspensión de la incredulidad", basada en Coleridge y propagada por Jorge Luis Borges para entrar en un relato fantástico, se hace extrema. Es imposible que el ser humano viaje a la velocidad de la luz, pero en la ciencia-ficción ocurre. Es imposible o muy poco probable que se pueda viajar en el tiempo, pero en la ciencia-ficción sucede a cada rato. Como probaron los científicos, los hombres invisibles serían ciegos (porque no tendrían cavidad oscura en el cráneo para proyectar las imágenes), pero en la ciencia-ficción ven. Y es también poco probable la teoría derivada de la cuántica según la cual existen un gran número de dimensiones, pero en la ciencia-ficción existen desde la época de oro de Superman y de la serie "La dimensión desconocida" (el título original es "The Twilight Zone": sería "la zona de penumbra").

En "Countepart" el mito de Caín y Abel coincide con la partición del mundo, o mejor dicho, la duplicación de este mundo. A cambio de un traslado a Berlín Occidental, un científico de la ex República Democrática Alemana acepta fotografiar un experimento secreto de su gobierno y entregarle las fotos a Occidente. Al hacerlo, provocará la duplicación del mundo y la apertura de una puerta en la que aparecerá, antes que nada, su doble. Esto no lo verán hasta la segunda temporada, pero no afecta -en mi opinión- que puedan ver la serie desde el comienzo, porque los (¿el?) protagonista(s) es otro Caín-Abel. La decisión arbitraria del científico de crear una pequeña diferencia experimental en su mundo ha tenido consecuencias catastróficas. Ese detalle experimental es el golpe con la quijada de burro de Caín contra su hermano.

"Con el número dos nace la pena", dijo el poeta Leopoldo Marechal, y es así.

El mundo y su copia entrarán en conflicto y tendrán soluciones casi siempre costosas para saldar la diferencia de origen. Los hijos de Adán parecen destinados a combatirse. Y aún a vengarse, ciegos.

No parece casualidad que el creador de la serie, Justin Marks, haya elegido Berlín como escenario. Si allí un mundo se abrió a otro y fue absorbido, ¿cuáles serían las consecuencias de que el portal de la ficción entre dos mundos muy parecidos, pero no iguales, esté abierto y deje de ser controlado por el poder desde ambos lados? Al plantear esta pregunta, la serie hace una reflexión política sobre el pasado y el presente de los dos grandes sistemas que compitieron en la Tierra hasta 1991. El trabajo de los actores para mantener la sutil diferencia de caracteres entre los personajes y sus dobles es mucho más que un alarde actoral. Es la mirada de Abel sobre su espejo deformante.

Debo decir algo, que no es spoiler sino advertencia: el virus de una gripe interviene decisivamente en esta historia. Dirán que uno es paranoico, pero si la ciencia-ficción dice que los virus son manipulables, de algún lado lo sacó.

ab. 2020.

"1983": La era de la posverdad



(Diría Netflix: ideal para cuarentenas)

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De entrada conviene aclararlo: esto no es una distopía ni mucho menos una serie distópica, como se verá dicho por allí. Es una ucronía, esto es: un orden de los hechos históricos totalmente imaginario, a partir de un suceso imaginario. Una ciencia-ficción política, o bien una política de ciencia-ficción, del tipo "que pasaría si...". El estadounidense Philip Dick, autor de la bastardeada "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?", imaginó, por ejemplo, un mundo donde el nazismo ha ganado la guerra y los Estados Unidos están gobernados por nazis (no empiecen a decir cosas...), en la novela "El hombre en el castillo" (1962).

Si están de humor, recuerden que Dalmiro Sáenz escribió "El día que mataron a Alfonsín" y, tal vez para que nadie se ofendiera, "El día que mataron a Cafiero". Es necesario, para la ucronía, este tipo de hechos: todo ha cambiado porque algo ha cambiado: el revés del gatopardismo, diríamos, o la convicción de que hechos mínimos desatan infiernos grandes, ni hablar de los infiernos que desatan los hechos grandes...

La historia que pensó Joshua Long arranca en este caso del hecho ucrónico de que bombas de mucho poder estallan simultáneamente en varias ciudades polacas en 1983, con un gran número de víctimas, posiblemente, miles. A partir de esta conmoción, el sistema se perpetúa, no hay caída del régimen socialista, los soviéticos siguen estando por ahí, aunque su presencia no es tan intensa como lo era en verdad en 1983 en la Polonia llamémosle "real". Las relaciones con Estados Unidos, la CIA e incluso el Mossad han mejorado... Pareciera que ya no hay mundo bipolar.

El gran hecho terrorista de 1983 ha permitido: a) un pacto del régimen con la Iglesia Católica polaca; b) el nacimiento de una nueva épica nacional, con un ritual de recuerdo de los muertos cada año; c) la desaparición casi inadvertida de gran parte de la oposición por obra de la policía secreta; d) la entrega de los hijos de los desaparecidos a padres adoptivos y, e) el desarrollo de una economía que mantiene satisfechos a casi todos.

La paradoja de la oposición queda planteada desde el primer capítulo, cuando la joven líder de la resistencia violenta discute con uno de los líderes sobrevivientes de la antigua oposición, que conspiró nada menos que contra el Ejército Rojo. La chica dice: fallaron (con la resistencia pacífica), sin advertir que el terrorismo que ella propicia es el que le permitió al régimen galvanizarse en 1983... Así las cosas, la manipulación secreta comienza a insinuarse no ya como simple confrontación de espías, sino como herramienta de gobierno.

Dos libros aparecen en la mesa de la policía en el primer capítulo: el "1984", de Georges Orwell, y uno de la serie de Harry Potter. Se trata de un toque grotesco, este último, en el clima oscuro y desangelado de la serie: la policía persigue los libros de Harry Potter, que circulan en el país incluso en forma de samizdat. Que el régimen haya decidido que Potter es un enemigo ideológico, provoca que muchos se dediquen a imprimir las aventuras de Potter. Un personaje increíble, el vietnamita Tío, comunista, espía, comerciante de armas, mafioso, explicará el fenómeno: te muestro esta mano para que no mires lo que hace la otra. La persecución contra Potter es una invención para mantener entretenidos a policías y opositores. En tanto, el único personaje que menciona dos o tres veces la palabra libertad, sin mucho éxito, es el protagonista de la serie, el inspector Anatol Jánow, de la Milicia (nombre de la policía común), quien le recomienda sutilmente a un subordinado leer más a Orwell que a Rowling. La cuestión de la libertad no importa mucho a nadie más. El vietnamita Tío también lo explica: nadie moverá un dedo por la libertad si hay satisfacción económica y, debajo de ella, miedo. Por eso Tío puede venderle explosivos a la oposición terrorista, a la que de esa manera usa en beneficio de un sector del poder.

Las oficinas del espionaje son impresionantes por lo multitudinarias y sistemáticas, y recuerdan sin duda a Orwell. Los métodos de control se han extendido en todas las formas posibles y un barrio vietnamita, donde a Anatol le gusta desayunar o beber aguardiente de arroz, se extiende "de este lado del Vístula" como el único intrincado lugar en el que es posible conspirar tranquilo: la mayor parte de sus habitantes son espías que conviene tener cerca, como a Tío, un rey entre los inmigrantes.

El color permanente es frío, de azul a gris, con pocos toques de color más intenso. La serie parece transcurrir enteramente en días sin sol.

Casi todos los hilos se atan al final de la temporada, pero queda lugar para que se piense en una continuación. Por ahora, nada sabemos.

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Imagen: Anatol Jánow, inspector de la Milicia

"Collateral": ¿Dónde corno queda Boca Raton?


No se desaliente el cansado espectador por las críticas negativas que recibió "Collateral" (2018), una miniserie de la BBC (no sabremos en que se diferencia una miniserie de una maxiserie, solo que esta tiene cuatro capítulos en vez de los seis u ocho con que otras boquean una temporada). "Collateral" bien vale una noche o dos. ("¿Qué es después de todo una noche?", diría el poeta Rafael Bielsa.)

Desde la primera novela con Sherlock Holmes como protagonista, Conan Doyle -el fundador del relato detectivesco si se exceptúa a Edgar Allan Poe- deja en claro que el verdadero interés del policial reside en los personajes y el escenario. En el caso de Doyle, el escenario es Londres a fines del siglo XIX. Será inolvidable, en aquella primera novela, el viaje de Holmes y Watson en coche hacia Kennington, en el lado sur del Támesis, en un mediodía neblinoso. A tal punto que entre nosotros Juan José Saer se acordó de él en un poema. Los personajes, empezando por Holmes, van saliendo todos de una caja china o de un teatro de excentricidades. Es por eso que Doyle describe rápidamente a Holmes en el primer capítulo de la novela. El resto es, como en la frase que da título al libro, un "estudio en escarlata": Holmes está seguro de que el hilo rojo del crimen recorre por debajo los hechos de la vida y solo hace falta tirar de una punta para que se revele.

Dadas así las cosas, es tonto pretender que el policial "negro" estadounidense es el primero en sacar a la luz la sordidez del mundo capitalista, como sostenía en los años 60 una intelectualidad que había caído en la cuenta de los "subgéneros" literarios. Holmes no es menos incisivo que el Sam Spade de Dashiell Hammett o el Philip Marlowe de Raymond Chandler en desnudar la sordidez y la perversidad de sistemas en el esplendor o el ocaso. La diferencia es que los estadounidenses se mueven en un mundo desangelado, y beben mucho. Holmes, como el Dupin de Poe, ve el mundo a través de una ciudad europea burguesa, cuando la civilización confiaba en su eternidad y en los rudimentos de la policía científica. Si se deprime, se inyecta y toca el violín. Un personaje lateral de "Collateral" une estos dos mundos: la madre de la asesina. No diré más. La diferencia entre el policial llamado de enigma y el "duro" es de escenarios: una sala inglesa en la imaginaria casa de Baker Street 221 bis y una oficina polvorienta y medio vacía en un edificio de San Francisco o Los Ángeles. Heredera final de esta ya tradición literaria yanqui es Jessica Jones, de la saga de anti superhéroes de Marvel, alcohólica como sus padres policíacos pero dotada de una superfuerza con la que no se lleva bien (se puede ver en Netflix).

En "Collateral" el escenario será precisamente el mundo del otro lado del Támesis, que no visita demasiado el turismo, en especial los alrededores de la enorme y decimonónica estación Waterloo. El personaje central, una detective con cara de niña, ex atleta que debió abandonar las pistas después de un salto en garrocha que terminó en una caída casi humorística. Como suele ocurrirle a los detectives en las series, la detective es despertada por una llamada telefónica en la madrugada y va a una "escena de crimen": un repartidor de pizzas ha sido profesionalmente baleado cuando terminaba de entregar una pizza. ¿Quién estaría interesado en matar mediante un sicario a un repartidor de pizzas? En una punta de este delivery que terminó trágicamente está la "gerenta" de la pizzería, la chica que entrega las pizzas a los repartidores amontonados en la puerta con sus motos. En la otra punta, la mujer que hizo el pedido, la ex esposa de un diputado laborista, que acaba de arrojar caja y pizza a un rincón del pasillo porque no traía "el condimento". El dueño del más bien atorrante negocio vive en Boca Raton. "¿Dónde carajo queda Boca Raton?", dirá nuestra detective, al igual que muchos espectadores. (Y el misterio del dueño de la pizzería quizá sea el único que no se develará).

El diputado laborista tiene una vida afectiva desordenada, por así llamarla, y se opone a la derechización de su partido, cada vez más inclinado a justificar la expatriación de extranjeros ilegales y la xenofobia. La "gerenta" cuida de una madre obesa unida por una bigotera a un tubo de oxígeno.

Sobre el escenario convergen las vidas de una inmigrante vietnamita, amante de una mujer sacerdote del culto anglicano. La chica ha visto el asesinato mientras estaba sentada en la calle bajo "los efectos de estupefacientes", diría una mala crónica policial.

Como si todo esto fuera poco, tendremos pronto en escena las dos hermanas del muerto, dos inmigrantes que dicen ser sirias pero son iraquíes. Y el increíble centro de encierro de inmigrantes ilegales. También un oficial del Ejército, machista, sexista, patriotero, violador: esos tipos de quienes uno se imagina que su oficina huele a pedos y colonia para después de afeitar.

Todo este mundo girará como una brújula loca, aunque -hay que decirlo- pronto se orienta, porque el guionista David Hare muestra rápido sus cartas. Entendemos bastante pronto que la serie va de abusos y negocios sucios vinculados con la inmigración. Pero la panoplia de personajes nos seguirá atrayendo en ese mundo que no deja de ser el de Holmes, aunque ya atravesado por fulgores de fin de la historia. Un mundo, en suma, que no renuncia a su leyenda.