miércoles, 29 de julio de 2020

"Perros de Berlín": El "problema" turco



De noche, Berlín parece tener una densa actividad en las sombras. Mientras un policía sale en chancletas y con el bebé de su amante en brazos a ver por qué ha llegado un patrullero a una esquina de Marzahn, el barrio de edificios rectangulares que queda como testimonio de la construcción acelerada de posguerra, otro hombre persigue a un adolescente por los oscuros traspatios de otros edificios, donde ladran los perros de Berlín verdaderos, atados con cadenas, y en otro lugar un hombre duerme con el traje puesto, sobre la cama tendida, con una pistola sobre la mesa de luz.
 
  La ciudad como tal es parte de esta historia -o es el núcleo de esta historia creada por Christian Alvart, producida y estrenada por Netflix en 2018-, y los perros son también sus actores, no protagónicos pero presentes en muchas escenas como un dato misterioso que quizá es más que un capricho de Alvart -¿un comentario acerca de seres cuyas vidas regimos pero son nuestros testigos?-. El hecho de que la serie muestre traspatios y barrios como  Marzahn, prolijamente sórdido por así decirlo, o el Kreuzberg, también llamado Pequeña Estambul (Kaiserwarte en esta ficción), y sobre todo crímenes y redes criminales y grupos nazis (es absurdo llamarlos "neo", ¿verdad?) ha despertado cierta reticencia de algunos berlineses bienpensantes, amantes del policial, seguramente, pero no de que una ciudad que a toda costa quiere ser jovial para millones de turistas que la visitan, y sobre todo, segura, se muestre flotando en el mismo mar de corrupción, "crimen organizado" y racismo que el resto de las grandes ciudades.

  Aunque el siglo que nos toca se parezca mucho al que muestran las series policiales en general, y aunque Alemania no esté fuera de él, Berlín parece que llevará para siempre en el corazón un aire de posguerra, incluso en lo que resta de la modernidad de entonces, empezando por la famosa Torre de Televisión de casi 370 metros de altura en la Alexanderplatz. Líneas sutiles de este modernismo se mezclan con un gusto más actual por el minimalismo, que consume a su vez un nuevo grupo cultural refinado y progresista, aquí representado por Paula, la mujer del detective Kurt Grimmer, y el propio policía Erol Birkan, gay, descendiente de turcos, obsesionado por salvar de la delincuencia a muchachos de la Pequeña Estambul, y a quien molesta particularmente que los alemanes dejen que sus grandes perros caguen sobre la vereda.

  El centro de la cuestión, lo diremos, es el asesinato de un futbolista de familia turca que debía decidir si jugaba o no en el Seleccionado de Alemania justamente contra el de Turquía. Vamos a ver que esa decisión, de la que el país está expectante, no llega a tomarla. Y que la investigación del policía turco y del policía blanco con pasado filo-nazi desemboca en lo que Hitler hubiera llamado "problema turco", así como en su momento habló del "problema judío". El "problema turco" es consecuencia directa de la Segunda Guerra Mundial. Alemania quedó falta de mano de obra después de la matanza, de manera que pensó conveniente permitir y alentar la llegada de ex súbditos de su aliado histórico, el ex Imperio Otomano. Ya en los sesenta había periódicos y boletines sindicales escritos en turco. Hoy los turcos son casi tres millones, alrededor del 4 por ciento de la población.

  Sobre el asesinato del futbolista convergen dos organizaciones de crímenes lisos y llanos y una de crimen político: la mafia turca, que maneja una parte de las drogas, las armas y la vida nocturna de la ciudad; la mafia húngara, que explota las agencias de apuestas, y el partido nazi con su violencia física y argumental. Además, está el manejo de información comprometedora y la extorsión como negocio. Está bien que parte de los berlineses no quieran aún hablar de su pasado, salvo que se tome como inicio del universo el llamado "milagro alemán" de los 60. Por otro lado, quizá Berlín es una ciudad segura, y el crimen no tiene la dimensión que aquí se muestra, y los policías en general no son corruptos y la mayor parte no tiene quizá dos esposas. Pero el único argumento que se suele esgrimir contra el hecho real de que existen o existieron partidos de fútbol "arreglados" es que el Seleccionado jamás estuvo involucrado en tales enjuagues. Esto mismo lo dice un personaje de la película: "Ganan mucha plata los jugadores, no pueden ser comprados". A lo que otro responde que el dinero no es la única forma que existe de obligarlos a perder un partido. En todo caso, los hechos que suceden en la serie y todos sus personajes pueden ser considerados ficción futurista. O probable.

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