domingo, 26 de septiembre de 2021

"Ámsterdam Vice": Okupas, droga y fusiles rusos

 

La prensa europea señaló el hecho de que "Ámsterdam Vice" (2019) es por ahora la puerta principal no solo del policial holandés sino de la industria audiovisual holandesa en general. Habrá que admitir que aquí sabíamos menos. La serie está basada en los libros del prolífico y popular -en los Países Bajos- A. C. Baantjer (1923-2010), autor de unas 70 novelas policiales. A tal punto Baantjer es popular que en su país esta segunda tanda -hubo una serie anterior basada en sus libros- no se titula "Ámsterdam Vice" sino "Baantjer het begin" (Baantjer el comienzo). Y en efecto es el comienzo de las andanzas de su detective Jurre de Cock, cuyo apellido, nos enseñan las gacetillas de prensa, significa cocinero, pero se pronuncia como kok que es el nombre vulgar del pene. De suerte que Jurre de Cock tiene dos problemas cuando llega a Ámsterdam, asignado a una comisaría cercana a la famosa zona roja donde las prostitutas ofrecen sus servicios en la calle, pero preferentemente en vidrieras que se cierran con cortinas cuando hace su entrada un cliente. El primero de los problemas de De Cock es que viene de un pueblo y es tomado como un marciano proclive a creer en Papá Noel, es decir, en las leyes, de las cuales todos en la comisaría viven más o menos al borde. El segundo problema es la pronunciación de su apellido. Por eso a veces lo deletrea.

De Cock es, en fin, una especie de D'Artagnan cuando deja Gasconia con el sueño de integrar la guardia del rey: algo rústico, noble, decidido y sin malicia. Cae de boca en una realidad bastante compleja. En la turbulenta Ámsterdam de los años 80 la policía de investigación todavía no está a la altura del tipo de delito que se avecina. Está acostumbrada a medrar con el delito menor, en una ciudad en que la prostitución y el consumo de drogas no están penados. El primer compañero de trabajo de De Cock es Tonnie Montijn, criado en las calles complicadas de la zona roja. Se forma así una pareja ya clásica en el policial negro: el recién venido, legalista, y el veterano que tiene relaciones grises con el hampa. Entonces irrumpe la nueva realidad social: los okupas, perseguidos como "escoria" -tal la terminología oficial- planean sabotear la asunción de la nueva reina. Simultáneamente el nuevo policía se asoma al mundo de las pandillas y el contrabando de drogas, que pronto se convertirá en negocio ilegal de armas de guerra. En el proceso, comienza a desconfiar de su compañero. Luego, su segundo compañero, Andy Ruite, desconfiará a su vez de él. Pero un servicio secreto le tendrá confianza.

Como si fuera un imán certero, la cuestión del tráfico le atrae a De Cock más que asegurar la ceremonia de coronación. Esto, cuando él mismo ha descubierto, en un edificio desocupado a la fuerza, planos que hacen presumir un atentado grave. En realidad, en las pandillas está la clave de algo tanto o más grave, políticamente hablando. Y el primer signo de ello es que -salvada exitosamente la ceremonia de coronación- Ámsterdam comienza a llenarse de armas de guerra. Especialmente de fusiles AKM, como todos sabemos, de origen ruso.

Además del nuevo escenario que aporta al género, la trama de "Ámsterdam Vice", que pone fluidamente en contacto los mundos social, político y criminal, es uno de sus méritos destacables.

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Fox/Flow


sábado, 18 de septiembre de 2021

"Wallander": La verdad cansa

 

No sabemos, ni sabemos si se sabe, si el padre del éxito del policial nórdico fue Stieg Larsson (1954-2004) o Henning Mankell (1948-2015). Del primero se recuerdan los tres libros que se llevaron al cine en 2009, caracterizados por una gran violencia y signados por un drama de época: el abuso sexual y las oscuridades de las grandes familias, sobre todo las sombras ideológico-políticas. Aquellas películas basadas en sus novelas fueron "Los hombres que no amaban a las mujeres", "La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina" y "La reina en el palacio de las corrientes de aire". La serie de novelas, conocida como Millennium, se editó luego de la muerte de Larsson, que había echado a andar un "tanque" editorial sin saberlo. El éxito acompañó también a las películas, tal vez por el modo en que chocan en esas historias el complejo mundo moderno y juvenil con el pasado burgués formal, y, por qué no decirlo, hipócrita. 

Si nos atenemos a la cronología, fue Henning Mankell el creador del fenómeno, puesto que la serie de novelas con el detective Kurt Wallander comenzó a publicarla exactamente en el primer año de la década de los 90 del siglo pasado y logró más o menos rápidamente popularizar a Wallander en su país y en el mundo en menos de una década.

En los dos casos, los protagonistas son prolongaciones imaginarias de sus autores: Larsson fue un periodista de investigación exitoso, como Mikael Blomkvist, que en su trilogía hace las veces de detective. Y el motor de estas historias fue una violación grupal que presenció como impotente testigo en su adolescencia. Mankell, un activo pacifista de la década de los 60 y 70, que vivió en Zambia y Mozambique, pensó que el policial era -brechtianemente hablando- una manera de tomar distancia y hacer atrayente la investigación social. O quizá soló pensó en ganarse la vida de un modo más o menos entretenido a su regreso de la militancia y de sus viajes. Algo de triste desencanto y a la vez de vivo interés puso en su detective Wallander, un policía maduro que lleva varios años corriendo delincuentes, casos que terminan revelando situaciones sociales conflictivas aun en la pequeña ciudad de Ystad, cerca de Malmö, cabecera sueca, esta, del puente que une Suecia y Dinamarca. 

Film & Arts está emitiendo la primera temporada de la serie "Wallander" que se produjo y emitió originariamente entre 2005 y 2013. Hubo una serie anterior de 9 películas televisivas, iniciada en 1994. Se hizo con el actor Rolf Lassgàrd, a quien admiraba Mankell. La segunda serie es la que hoy se puede ver a través de Flow, que acumula los capítulos emitidos, o directamente por Film & Arts. Su protagonista es el actor teatral Krister Henriksson. En la versión inglesa de la serie, Kenneth Brannagh encarnó a Wallander entre 2008 y 2016. Brannagh tiene también un gran training como actor de teatro -de hecho hace un Wallander memorable-, pero carece de algo que Henriksson tiene naturalmente o sabe interpretar mejor: el cansancio y el desgaste del detective afecto al whisky tanto como a la ópera, poco sociable y con una relación inestable con su hija, que también es policía. Nadie se imagina a un Wallander capaz de correr varias cuadras a un delincuente, derribar una puerta o incluso salir ileso de un tiroteo. De hecho, el arma, más que empuñada, a veces parece dibujada en su mano.

Wallander no es sin embargo un apático: como su creador, tiene una irrefrenable curiosidad social, y la capacidad de unir hechos -delitos- que en la superficie no parecen relacionados pero terminan siendo parte de una misma trama de eventos en la que intervienen los peores desvíos de la sociedad. A todo esto, el nordic noir sumó, en su propagación por los países nórdicos, las sombras de los bosques, que no son tan preminentes en "Wallander", siendo Ystad una ciudad costera.

En la primera temporada de la serie, el mundo privado del detective tradicional -en este caso, el refugio nocturno en que escuchar música clásica- se ve invadido por la realidad, y es este un signo de la metamorfosis del policial: Wallander comprende que se ha perdido no solo la batalla por el cambio en los 60, sino también la relativa tranquilidad doméstica que tenían sus grandes predecesores en la investigación del crimen, como Holmes, Poirot, Miss Marple o Maigret, o como aquel legendario Dupin, de Edgar Poe, que resolvía las cosas casi sin salir de su biblioteca. El policial negro no solo da preminencia a la calle: la calle se mete en la vida de quienes husmean en sus cortadas o detrás de sus puertas.


miércoles, 1 de septiembre de 2021

"Sorjonen": Un detective con "capacidades diferentes"

 

La finlandesa "Sorjonen" (2016-2020), guionada por Miikko Oikkonen y dirigida por Jyri Kähönen, ya es un clásico del llamado nordic noir, o sea, policial negro nórdico. Es probable que esta serie haya cerrado su ciclo, los medios europeos han descartado una cuarta temporada. Puede considerarse entonces un modelo estable de lo que el nordic es y no es. "Sorjonen" y el nordic tienen una geografía y un clima precisamente nórdicos, y sus colores son fríos. Generalmente los bosques han sido escenarios de crímenes o de enterramientos y por eso quizá se acentúa su presencia majestuosa y sombría. Evocan aquel "sublime" del que hablaba Kant: formas de la naturaleza que se nos aparecen como puntas de un grandioso iceberg, cuyas partes ocultas presentimos terribles y aun más bellas. Una estremecedora oscuridad se filtra pues en los bosques del policial nórdico. En "Sorjonen" se insinúa desde las tomas cenitales de la introducción, acompañadas de la inolvidable canción Closer, del dúo danés Kaae & Batz, con la participación de Maria Holm-Mortensen, que en su aguda melancolía alude a una lluvia en la que todos estamos hundidos. Agua y madera forman el entorno de esta historia en la frontera ruso-finlandesa. 

  Como en casi todos los policiales, no solo los nórdicos, el detective, el investigador no es enteramente normal. Tiene una vocación y un talento que lo aíslan de la vida societaria. Generalmente, bebe. Incluso se droga, es solitario y además de la adicción al trabajo y a algún tipo de estimulante es adicto a repeticiones: juegos -crucigramas o solitarios, por ejemplo-, o desayunos iguales en el mismo lugar, o caminatas, o determinada música, o peleas de box o un calvados en el sillón, como el inolvidable Maigret de Georges Simenon. Pareciera que necesita diversos recursos para llenar los tiempos muertos (aquellos en que no está abocado a resolver crímenes), para no caer en depresión. El modelo original es Sherlock Holmes, que se adormecía con morfina y el rasgueado de su violín. Miikko Oikkonen pensó acentuar todas esas características en un ser de "capacidades diferentes" como gusta decir ahora el pensamiento político y correcto. Kari Sorjonen padece una variedad atenuada del espectro autista, que podría ser el síndrome de Asperger o el de Savant (del sabio), similares en realidad. Si no estuviésemos todo el tiempo bajo la luz de la ciencia y determinadas personalidades no llevaran el nombre que les han puesto los neurólogos -incluso el nombre del primer neurólogo que la describió, como en el caso del Asperger- diríamos que Sorjonen es un chamán, un stalker -en el sentido visionario que le da a esta palabra la famosa película de Andréi Tarkovski -, sobre todo en la frontera ruso-finlandesa. Sorjonen tiene una extraordinaria capacidad de memorizar y relacionar detalles. No conoce el pensamiento abstracto. Sus gestos son raros, a veces parecen torpes, no se comunica fácilmente, pero la terapia le ha enseñado que el abrazo es un modo efectivo de acercarse a los otros y amarlos. En público Sorjonen es sumamente directo, inoportuno, dice lo que piensa, no tiene doblez porque ignora que hay subterfugios, elusiones, etc., esto es: formas fundadas en pensamientos abstractos. En la práctica, se golpea la cabeza como si allí hubiera cosas, no ideas, y para pensar necesita armar físicamente, en el piso o la pared, su Palacio de la Memoria, una técnica atribuida a Simónides de Ceos, creador de la mnemotecnia, 550 años antes de Cristo, con cuartos contiguos y comunicados en que se agrupan las ideas.

  Como todos los detectives, Sorjonen es obsesivo y termina por tener problemas familiares... porque siendo un caso extremo de la anormal familia detectivesca, Sorjonen tiene una familia normal: esposa e hija. Y la serie comienza cuando intenta, precisamente, dedicarse más a ellas, mediante el traslado a la comisaría de Crímenes Mayores del pueblo fronterizo de Lappeenranta en que nació su mujer y que supone más tranquilo que la capital Helsinki, o sea con menos problemas de seguridad. 

  El gran acierto de la serie es el personaje. Tanto en Helsinki cuanto en el nuevo destino, Sorjonen tiene fama casi de mago por su sistema de pensamiento, con el que ve más allá de donde pueden o quieren ver sus colegas y con el que consigue extraordinarios resultados. El resto son historias divididas en dos o tres capítulos en cada temporada, entrelazadas con las tensiones y amorosas relaciones familiares y la presencia e historia de una ex integrante de los servicios secretos rusos, que comienza a operar como detective del lado finlandés. Una compañía fuerte y más hecha a la acción que Sorjonen. Cada personaje tiene su desarrollo dramático, su carácter complejo, como no suele ocurrir en otras historias de detectives. El secreto hilo que va hilvanando casos en apariencia desconectados es una historia de corrupción que termina por poner en peligro la vida de toda la comunidad. Es este el matiz socio-político que hoy por hoy gana el favor de la ficción policial.

  Solo dos mínimas objeciones: Sorjonen no soporta el hedor y las imágenes de la morgue que, pese a eso, frecuenta, pues el patólogo es casi su principal colaborador. Sin embargo, no parece necesaria la abundancia de imágenes de cadáveres, miembros amputados y desfiguraciones. Este exceso de macabrismo lleva a que a cierta altura de la serie la preciosa introducción incorpore imágenes mortuorias convirtiendo el paisaje en un collage tan macabro como tonto.

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Netflix