"El pantano 1997" (2021) indica desde el título que han pasado 15 años desde los hechos que se narraron en la primera temporada. Desde entonces Polonia ha cambiado el socialismo "real" por el capitalismo, nada menos. Quizá no por casualidad el autor, Jan Holoubek, eligió ese año para la continuación de su novela: es el año de proclamación formal de la Tercera República (siguiendo la nomenclatura francesa, los polacos dieron un orden numérico a sus constituciones). Esta es la república del regreso a un orden económico anterior al socialismo, pero nada parece haber cambiado mucho: hay música de los 90, hay recién popularizados teléfonos celulares, hay libre mercado y marihuana, pero todo tiene esa tristeza penetrante de la era soviética. De hecho esta segunda temporada comienza con escenas de una inundación, producto de la ruptura de un dique "de la época de los soviéticos", que afectó gran parte de una ciudad cercana a la frontera alemana (la misma ciudad de la primera temporada, huelga decirlo). Muebles mojados en las calles, bolsas de arena, barro y autos nuevos embarrados (autos capitalistas que parecen haberse adaptado al clima pos-socialista) son el saldo del desastre.
Las cosas cambiaron en Rusia y en Europa del Este mucho más rápido de lo que cambian las personas. De modo que los funcionarios comunistas son ahora funcionarios del estado capitalista, si no han tenido la suerte de convertirse en capitalistas ellos mismos. Pero esencialmente son los mismos. Ha vuelto la injusticia capitalista en lugar de la inclemencia comunista. Lo que no ha cambiado es la corrupción, el crimen, el sexismo y la ambición primaria, casi animal. Hay unos testigos de Jehová pero no hay signos de religión. Y de alguna manera la oscuridad medievalista que parecía encerrar los estados del este en raras y místicas burbujas dostoievskianas no hace resonar la ausencia de Dios, sino que es indiferente a ella. Es solo oscuridad. Y el barro es solo barro.
Dos nuevos personajes colocan, si no en segundo plano, en otro plano de la historia a los periodistas Witold Wanycz y Piotr Zarzycki, el viejo y el joven de la primera temporada, que se arriesgaron a investigar casos policiales vinculados a funcionarios del régimen. Estos nuevos personajes son la detective Anna Jass, una imparable investigadora trasladada desde la capital para purgar un error, y el local Adam Mika, un detective tartamudo, casi más temible que si hablara derecho. Jass es inteligente y arriesgada, oculta no del todo que es lesbiana, y también es astróloga por influencia de sus ancestros gitanos. Cree que los planetas pueden dar buenos indicios sobre las personas y los hechos. Y los dan. Mika quiere comprarle un lavarropa a su mujer y procura cerrar el caso para cobrar un premio en metálico. De objeto de ludibrio pasó a ser un personaje siniestro. El caso en cuestión es el de un chico que ha aparecido muerto después de la inundación y cerca del dique. Hay indicios de que su muerte por ahogamiento no fue accidental ni producto de la crecida. Y también de que el dique no estalló solo.
El periodista joven de Cracovia ha vuelto a la ciudad como jefe de redacción del diario en el que hizo sus primeras armas, ahora propiedad de un consorcio alemán. Pronto renacerá su espìritu de investigación, el cual lo llevará de nuevo a zonas oscuras. El periodista viejo está jubilado y sigue interesado en los sucesos ocurridos en el bosque durante la guerra, y ahora en la fosa común que ha desenterrado la inundación. En algunos raccontos se verá que de joven estuvo enamorado de una prisionera del Ejército Rojo, el que ocupó Polonia tras el retroceso alemán, al final de la Segunda Guerra. El misterio de la fosa quedará como quien dice a flor de tierra. No ha sido el bosque maligno el que exterminó personas, sino que las personas parecen haberle creado su aspecto sombrío.
Alguna prensa llamó a esta serie "oscura" en lugar de "negra". Entre otras cosas, es oscura la trama y las armas suenan pocas veces. No es pues un policial fácilmente adjetivable: ¿duro?, ¿de acción?, ¿político? Algunas clasificaciones le caben, pero ninguna totalmente. La primera temporada postuló un misterio. Y un ambiente decisivo, que siempre parece de posguerra. En el agua barrosa y revuelta del renacido capitalismo se deslizan, más que nada, anguilas y barracudas, no tiburones propiamente dichos. Hay, incluso, chacales en las orillas.
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