domingo, 20 de febrero de 2022

"El joven Wallander" II: El crimen llama al crimen

 


¿Por qué se le habrá ocurrido a la productora Yelow Bird, fundada por el propio Henning Mankell (1948-2015), imaginar para Netflix un Kurt Wallander joven, en una supuesta precuela de las series sobre el famoso detective creado por Mankell? No parece un enigma, la respuesta se podrá leer al final de esta nota.

Digamos de entrada, y para estar claros, que la segunda temporada de "El joven Wallander" es mejor que la primera. No se pretende un vasto retrato social en torno a la inmigración ilegal. Es solo un policial muy bien hecho, con un fondo delictivo -eso sí- muy de época, porque parece que en el siglo XXI se descubrió la pedofilia. Comienza con el atropello intencional de un joven en un callejón, cerca de una discoteca, y se enlaza con un antiguo caso de asesinato, investigado por la detective Frida Rask -la dura compañera de Wallander-, que costó diez años de cárcel a otro joven, hermano del que ahora ha muerto atropellado. 

El atropellamiento precipita a su vez otra muerte, y la trama se complica. Pone en peligro a los policías, a su vez cuestionados por la oficina de asuntos internos y muy presionados por el correcto nuevo jefe de la policía de Malmö sur, Samuel Osei, la antítesis del que conocimos en la primera temporada, el curtido y poco correcto Josef Hemberg, cuya muerte trágica parece lo único que pudo haber marcado a Wallander de por vida. La escena de la captura del asesino en el último capítulo es un logro visual: en imaginativas tomas aéreas, los personajes se mueven sobre campos sembrados, como piezas de un ajedrez imaginario. Se verá entonces que nunca una venganza viene sola.

La objeción es solo la ya hecha en el comentario a la primera temporada, que copio: "La paradoja es que el Wallander joven vive en un clima más actual que el Wallander maduro. Es como si, en lugar de precuela, esta fuera una secuela, con un detective que murió antes de nacer."

No hay indicio alguno de que este joven y precipitado detective, que pone su carrera al borde del desahucio, vaya a tener que ver en el futuro con el Wallander maduro, solitario, afecto al whisky y a la ópera, que imaginó Mankell en sus novelas, ni tampoco con los que interpretaron Krister Henriksson en Suecia (de 2005 a 2013) y Kenneth Brannagh en Inglaterra (de 2008 a 2016), en series producidas, ambas, por Yelow Bird. Y aun si fuese a convertirse en ese clásico de los detectives de ficción, ¿cómo es que su juventud sucede en la actualidad, situación fácilmente reconocible por los modelos de autos, el diseño de ropa y la tecnología? Es incómodo, aunque no trabe el desarrollo de la serie, pensar que Wallander joven y Wallander maduro viven en paralelo en los mismos años (por suerte uno en la ciudad de Malmö y otro en Ystad, semi-apartado, nunca del todo, del mundanal ruido). Habría sido mejor ponerle otro nombre a este joven investigador de voz opaca. Pero habría tenido menos gancho. Extraña que una producción tan madura, capaz de hacer un muy buen producto en cuanto a argumento, acción y fotografía -en los acostumbrados colores fríos del policial nórdico-, haya cedido al más burdo recurso de venta: la utilización de una marca. 


sábado, 5 de febrero de 2022

"The sinner": No creer en lo que se ve (no del todo)



El título de la serie "The sinner" (2017) fue heredado de la novela de la alemana Petra Hammesfahr (1951) en que se basó la primera temporada, y que aludía a la vez al detective Harry Ambrose y a la asesina Cora Tannetti, ya que el idioma inglés permite pensar en el pecador o la pecadora. La novela empezaba y terminaba con el caso de Cora, pero la serie fue exitosa y el detective siguió viviendo. Cora era "pecadora" para su madre, que la despreciaba y la consideraba culpable de los defectos de su segunda hija. Cora se crió en el miedo a Dios, en un ambiente sombrío y agresivo creado por la religiosidad malsana de su madre. Sin embargo, cuidaba con amor a su hermana menor, cuya muerte en una situación de violencia también siente como su culpa. Pero de las circunstancias de esa muerte recuerda poco. De manera que nada explica que sorpresivamente mate en una playa fluvial, a la vista de muchas personas, a un hombre del que luego dirá que no lo conoce, que nunca lo ha visto.

Las cuatro temporadas de "The sinner", tituladas con los nombres de los personajes que las co-protagonizan, tienen por escenarios ficticios localidades del noreste de los Estados Unidos, algunas cerca de Canadá (en realidad fueron grabadas en distintos puntos del costa Este, incluidas localidades del estado de Nueva York). El asesinato cometido por Cora sucede en la apacible ribera de un río. Cuando interviene el detective Ambrose, sabemos de él que lo acosa un deseo masoquista. Su figura, de aquí en adelante, será la de un hombre de mirada oblicua, que parece siempre perturbado. Unos gestos que logran hacerlo inolvidable, como el piloto beige a Columbo. Este elemento se suma al desarrollo de sus recuerdos en segundo plano para identificar la serie, que ya se ha considerado un "clásico" (cualquiera sea el significado que se le da actualmente a la palabra) y "de antología". Será mejor decir que la serie de USA Network es de las mejores que pueden verse en streaming. El elemento que debe tenerse en cuenta, sobre todo antes de empezar, es que Ambrose no busca a un culpable, sino los motivos de los asesinos. Esto es que de entrada sabemos quién mató -al menos, quién cometió el crimen principal- y la investigación se centra en descubrir la historia que permanece oculta detrás del delito. No es, como en algunas otras series en las que se presenta al asesino por un lado y al investigador o investigadora por el otro -por ejemplo "The fall"-, sino que aquí ambos se ven de entrada y el culpable parece estar fuera de duda.

Ambrose no cree en lo que ve, esa es la clave. Empezando por el primer caso, no es que dude de que Cora mató a quien mató -lo dice ella y lo atestiguan decenas de personas-: no cree en que solo haya sido un rapto, una locura, como aquella que sufrió Meursault, que lo llevó a matar a un desconocido, también bajo un sol de verano, en "El extranjero", de Albert Camus. Algunas circunstancias al comienzo hacen pensar que Cora no está completamente en sus cabales. En realidad sabemos, gracias a esto -si es que podemos estudiar sus gestos- que hay algo que le pesa horriblemente. Más tarde se descubre que de eso recuerda muy poco. Ambrose lograr tomar la punta de un hilo cuando un compañero del hombre asesinado le describe los últimos gestos de la víctima.

Puede considerase que las cuatro temporadas encierran vías de la conducta humana: sus claves personales, social y culturalmente modeladas. En la segunda temporada, el asesino es un niño. En la tercera, Ambrose llega al fondo de sus más oscuros sentimientos, frente a un asesino que parece su némesis. En todas hay pecadores y pecadoras, aunque el peso de la religión mal entendida se siente en la primera. En la cuarta, Ambrose ve que una mujer se deja caer desde un acantilado. Quizá al principio pueda pensarse que no está seguro de que haya caído por su propia voluntad, pero cuando parece que no hay otra explicación, Ambrose sigue pensando que una mano invisible empujó a la suicida. Y, en efecto, hay algo. Todo sucede en el escenario agreste de un antiguo pueblo pesquero.

"The sinner" tiene el mérito de mover de lugar el objeto de la investigación policial para descubrir los mecanismos individuales que pueden conducir a otros crímenes y a otros criminales y, en general, a un tejido perverso de intereses o de culpas nacidas en las zonas más oscuras de la cultura y de la mente humanas. En la vida real, Harry Ambrose quizá habría tenido poco éxito, porque la policía se detiene cuando encuentra al culpable, confeso o evidente.

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Netflix


miércoles, 2 de febrero de 2022

"Bright Minds" II: El viejo sabor del enigma

 



"Astrid et Raphaëlle" (2019), tontamente titulada en varios países, incluido el nuestro, como Bright Minds, recuperó cierta liviandad del policial clásico en el que importa más la mente humana y su capacidad de asociación y análisis que los muertos. Junto con eso, y en la segunda temporada, la serie franco-belga avanza en el sabor de los crímenes extraños, planeados muchas veces por mentes también privilegiadas. Es el espíritu del policial "de enigma": vuelve pues a imponerse el privilegio de la raza humana -su cerebro en funcionamiento- sobre la oscuridad y la repugnancia del asesinato. Esto es, el extraordinario don de las células grises que Hércules Poirot, el personaje de Agatha Christie, no dejaba de elogiar (aludiendo, claro está, a las suyas propias).

  En esta segunda temporada, trasmitida por AXN y recopilada por Flow semana a semana, algunos han visto, entre la chica autista y la hormonal comandante de la Policía, una relación Sherlock Holmes-Dr. Watson. Sólo que la mente de la comandante Raphaëlle sigue menos desconcertada que la de Watson las asociaciones de Astrid, una joven autista a la que ha descubierto en el depósito de casos criminales de París, rodeada de silencio y orden. El primer caso que enfrentan en la segunda temporada, titulado "El estornino", un abogado es asesinado de un balazo en presencia de doce personas en una sala de reuniones vidriada, sin que ninguno de los presentes vea al asesino. Y ninguno de ellos, en realidad, puede serlo: no hay arma en la escena del crimen. Pero un segundo antes de que caigan en la cuenta de que el abogado está muerto, hay un golpe en los cristales y un estornino, un pequeño pájaro, de alguna manera aparece muerto en el interior de la oficina. La clave que permite seguir la pista del criminal la descubre Astrid, y es la misma que les garantiza el éxito a los trucos de prestidigitación: el desvío de la atención. Que puede resumirse en la frase "te muestro una mano para que no mires qué hace la otra".

  Los capítulos segundo y tercero ponen menos el acento en la habilidad del plan criminal y más en lo extraño y sugestivo, pero en el cuarto reaparece el policial de enigma en su esplendor. Se trata de un asesinato planeado científicamente y sucederá en un auditorio de música vacío, mientras suena en el órgano la celebre Tocata y Fuga de Bach (Tocata y Fuga en Re menor, BWV 565). El crimen tiene que ver con la notación musical, por eso el capítulo se llama "Calderón", que es el nombre de un signo con el cual se indica en las partituras que el ejecutante debe prolongar la duración de una nota o de un silencio. Astrid padece hiperacusia, y este defecto de su cuadro de autismo se convierte en virtud en este caso. Gracias a él descubre el modo en que se perpetró el crimen. Pero lo deberá pagar con sufrimiento. La soledad y el dolor de Astrid en su mundo raro -solo atenuados por la amistad y la protección de Raphaëlle- aparecen por primera vez acentuados en esta historia.

Otros capítulos juegan con la posibilidad de las explicaciones sobrenaturales, sólo que se puede llegar a ellas descartando todo lo probable, como Sherlock Holmes sugería  que debe aceptarse lo imposible. 

  La inocencia casi absoluta de Astrid sigue siendo lo más cautivante del personaje (y una gran actuación de la actriz parisina Sara Mortensen). Esta chica que ha crecido y vive casi totalmente aislada, tiene sin embargo una idea acentuada de lo correcto, incluso en las relaciones con los otros seres humanos. Tan conmovedores como su drama y su inocencia, y el irreproducible "¡ah!" con que acepta las correcciones de Raphaëlle, cuando aplica la lógica estricta a los dichos comunes, es su reconocimiento ante el jefe de patología de que las conclusiones erradas de éste en el cuarto caso estaban sin embargo fundadas en un diagnóstico que llevó a Astrid a la pista adecuada.

  Realmente, confesaremos, hacía tiempo que no disfrutábamos de un policial comme il faut, es decir, a la antigua. En un mundo horrorosamente moderno.