miércoles, 31 de marzo de 2021

"Los irregulares": Sherlock Holmes se revuelve en su tumba

 


"Los irregulares" (2021), producción británica de Rebecca Hodgson y Drama Republic, es una reubicación en la historia del "escuadrón de irregulares de Baker Street", como llamaba Sherlock Holmes a una banda de chicos de la calle ("pilluelos", en la traducciones españolas), a los que enviaba en busca de datos a los callejones, tabernas y establos de Londres. La existencia de estos "pilluelos" era, tal vez, un consciente o inconsciente homenaje a "Oliver Twist", la novela de Charles Dickens sobre el huérfano que se une a una pandilla de ladrones infantiles. El mismo afecto de Dickens por los personajes de su novela parecía traducir Conan Doyle en las ocasionales apariciones de "los irregulares", provenientes de la misma sordidez. De manera que no había desprecio ni discriminación del autor por los ayudantes de su personaje principal.

  Mucha crítica se ha entusiasmado sin embargo con el aspecto "inclusivo", e incluso revanchista que creen ver en este abuso cometido contra las historias de Sherlock Holmes. Primero porque los chicos son los que realmente resuelven los casos, y segundo porque hay entre ellos rasgos africanos y orientales. Mas no se turbe vuestro corazón. En la pandilla termina integrándose nada menos que Leopold, duque de Clarence, el octavo de los nueve hijos de la reina Victoria y del príncipe Alberto de Sajonia. Padecía hemofilia, y se lo mantenía lejos de la calle, como en esta serie. Pero Leopold solía salir de noche. Algunos creyeron que frecuentaba burdeles bisexuales. Aquí parece un émulo de otro personaje novelesco, Eduardo Tudor, de "El príncipe y el mendigo", de Mark Twain, que quiso conocer la pobreza y cambió su lugar en el palacio con el de un joven miserable, tan parecido a él como una gota de agua a otra.

  No hay solo inclusión policlasista, en todo caso, sino también revancha. El doctor Watson, que aquí es negro, trasunta desprecio por los pequeños a los que contrata, entre ellos, una nena con poderes sobrenaturales. ¿Tal vez el libretista sintió, con mucho esfuerzo, que Watson tenía esa soberbia aristocrática? Y antes de que todo se precipite por lo sobrenatural, que en ese sentido es tan obvio que uno duda de que pueda serlo tanto, tendremos oportunidad de ver que el genio de Baker Street está reducido a un adicto destruido, cuya inteligencia ya no funciona, y que inspira desprecio por sus acciones personales pasadas, después de que cerró su último caso.

  La vena sobrenatural es la  vena principal. Algo que no tiene nada que ver con el espíritu de las historias de la serie de Sherlock Holmes, de Conan Doyle, donde rara vez se insinúa un hecho fantástico, que luego tiene explicación racional. Esto, pese a que Doyle era espiritista y creía en las hadas. La historia sobrenatural, aquí, es una mezcla de historia demoníaca con el tópico "mundos paralelos" de la ciencia ficción. A mi juicio, casi un mamarracho. Si no hubiese apelado a la memoria de Holmes y de los irregulares de Baker Street para sumergirlos en un clima medio gótico y medio dickensiano, la historia hubiese funcionado mejor, o por lo menos igual. Prueba tal vez de que la productora Rebecca Hodgson o el libretista Tom Bidwel tenían algo personal con Sherlock Holmes. Incluso con la simpática señora Hudson, que alquilaba habitaciones a Sherlock y Watson, convertida en una despiadada rentista, dueña de un gran número de propiedades en Londres. Hasta la "Aurora Dorada", organización secreta a la que perteneció Doyle, y de la que no hay registro de que haya hecho mal a nadie, aquí es siniestra.

  Un lugar común de las series ambientadas en Londres a fines del siglo XIX es mostrarla sucia, decrépita, sórdida hasta la náusea. "Los irregulares" no se priva de hacerlo.

  No es de esas series que uno quiera devorar. De todos modos lo hice, hinchando siempre por Sherlock Holmes. Sin suerte.    

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Netflix


lunes, 29 de marzo de 2021

"Jack Taylor": Mi reino por un sobretodo

 


Habrá quien se aburra porque "Jack Taylor" (2010-2016) reúne todos los rasgos del policial duro (aunque con el trasfondo de Galway, una ciudad de la costa oeste de Irlanda). Habrá, también, quien precisamente disfrute de esos rasgos. Lo que no se entiende es la ira del crìtico de The Irish Times, cuando se emitieron los primeros capítulos, por lo que llamó "clisés", por unas locaciones fuera de Galway y hasta por el acento del actor principal. Ira, decimos, porque la ráfaga de cuestionamientos contra una serie -hay que decirlo de entrada- bien hecha produce la impresión de que quien escribe está irritado, tal vez por un exceso de nacionalismo, ya que el programa contó con aporte de capital alemán, lo que determinò que algunas escenas se filmaran en Alemania, y porque el actor, Iain Glen, es escocés. Y eso que de entrada el veterano ex policía Taylor escucha de voz de un borracho de la calle que suele ser su interlocutor e informante: "Noto que ha nombrado a Fulano en pasado, de lo que deduzco que ya no está entre nosotros. O peor, está en Inglaterra".

  "Jack Taylor" es una serie de nueve películas producida por la actriz y productora irlandesa Clodagh Freeman, que originalmente se transmitió a razón de tres por año, y que ahora Netflix ofrece como una sola temporada. Se trata de episodios, en efecto, pero de duración cinematográfica -hora y media- basados en las novelas del irlandés Ken Bruen. El crítico David Jenkins de Time Out, fue el que mejor sintetizó méritos y sacrificios del primer episodio en 2013, cuando se estrenó la serie en Inglaterra: "Todo es muy cliché, desde el chiste hasta la escena de persecución genérica a través de un almacén extrañamente vacío. Pero, ¿quién se queja cuando los clichés se juntan con tanta ternura y garbo?".

  Y es cierto. Lo mejor de la serie es el escenario, los muelles, calles y pubs, y varios personajes, empezando el propio Taylor que, lejos de los clichés generales, y los de algunos diálogos, hace de la defensa de su sobretodo de la Garda (la policía nacional irlandesa) su causa mayor, cuando ya no tiene el derecho a lucirlo. La voz en off es también un viejo recurso del policial basado en libros, pero ¿por qué habría de molestar esa voz interior que desgrana los puntos de vista del personaje? Es como escuchar la vieja cadencia de los policiales "negros". "Casi es imposible que le echen a uno de la Garda Síochána. Hay que esforzarse de veras para lograrlo. A menos que te conviertas en una deshonra pública, casi todo lo demás te lo consienten. Yo había llegado al límite". Así empieza narrando la voz de Taylor. Y se verá enseguida que no fue el alcohol el causante, aunque sí quizá el partícipe necesario, de su salida de la Garda, sino un puñetazo aplicado a un ministro presuntuoso cuyo chofer se había excedido en velocidad. Desde entonces, Taylor deviene, casi de casualidad, en detective privado y figura querida, legendaria, incluso algo folclórica, en Galway. 

  La vida y formación del ex policía alcohólico de humor ácido se resume en un padre que le transmitió caridad y amor por la literatura, una madre durísima y religiosa que identifica al hijo con el padre -no por lo bueno- y a la que Taylor parece odiar; años en la Garda, alcohol, vida solitaria y finalmente una mujer lo suficientemente elegante como para que él considere que está "fuera de su alcance". No bien transcurren los episodios se ve el amor y el odio de Taylor, su relación complicada con su ex segundo hogar, la Garda, especialmente con la garda Kate Noonan, de quien podría ser el padre; el progreso relativo que consigue gracias a sus habilidades de policía, que le cuestan muchos golpes e incluso una amputación; su relación con ayudantes jóvenes -un duro yanqui de verdad nunca los habría tenido-, a los que acepta a regañadientes y termina queriendo de verdad; y un collar de casos raros, un par de los cuales involucran a la Iglesia Católica, tan presente en la vida irlandesa desde el siglo V.  "Las mártires de las Magdalenas" es, de estos, el más intenso. Al que le guste la recreación del hard boiled en el inhóspito extremo occidental de Europa -del que hoy se esperaría un nordic noir, pero se ve que lo nordic no va con los irlandeses- disfrutará de estas historias, y sobre todo de sus personajes.

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Netflix


viernes, 26 de marzo de 2021

"Retribution": Padres e hijos

 


Supongamos que usted vive en una granja cerca de Inverness, en Escocia, y que su hijo o su hija acaba de casarse con el hijo o la hija de una familia vecina. Y que el paisaje desolado y a la vez grandioso de Escocia no le ha hecho meditar lo suficiente sobre la razón de la vida y la muerte y, por consiguiente, acerca del hecho de que alguien que puede ser el asesino de su hijo o hija durante la Luna de Miel de estos, en Edimburgo, tenga un accidente con su auto a metros de su granja o la de sus vecinos y consuegros. Usted o sus vecinos lo rescatan pero algún indicio les dice que puede ser justamente el asesino. ¿Usted qué haría? Si el paisaje agreste y sombrío, lleno de extraña serenidad de cosa eterna, no lo hizo meditar nunca, usted quizá ni se pregunte si fue la casualidad o un designio que el supuesto asesino caiga prácticamente en sus manos para que usted haga con él lo que quiera. Pues bien: ningún miembro de las familias Douglas y Elliot se hace esas preguntas. Ellos solo piensan un momento si está bien o está mal liquidar al tipo sin más. El dilema moral no tarda en resolverse y esto plantea otro problema a la policía que está tras las huellas del asesino.

   La participación policial en esta serie de cuatro episodios es lateral. "Retribution" (2016), originariamente llamada One of Us por la BBC y rebautizada por Netflix, plantea dos enigmas, pero centralmente es un drama oscuro, porque de entrada no sospechamos pero enseguida adivinamos que una o las dos familias ocultan algo. Todo lo que puede pasar en esas islas rurales habitadas por mujeres y hombres a pocos kilómetros de una ciudad quizá haya sucedido. Y algo peor, incluso. Pero esto la serie lo siembra del lado del espectador, no de los personajes, hasta bien avanzada la trama. A la vez, la policía que interviene en el caso -su caso es la desaparición de un hombre sospechoso de doble homicidio y su auto en ese triángulo de la Bermudas campesino pero no bucólico- tiene su propio conflicto y sus propios pecados. Según desde dónde se mire, claro. Y todo es según desde dónde se mire, incluso el asesinato.

  De las series policiales en circulación "Retribution" tiene algo de la vieja leyenda realista y un misterio que pone el foco en el criminal pero también un poco más allá. En este caso, en la trama familiar, social y cultural en la que aparecen la violencia y el impulso de matar. En cierto sentido, es un relato bíblico de padres e hijos.



miércoles, 24 de marzo de 2021

"El joven Wallander": Mal día para empezar la carrera de investigador...



 El Kurt Wallander literario sigue encerrado en las novelas del difunto Henning Mankell (1948-2015), para que cada lector lo imagine a su gusto. Esa es la virtud de la literatura escrita y su gran trampa para el cine. Sin embargo, Wallander tiene para muchos la cara de Krister Henriksson, que interpreta el rol protagónico en la serie sueca emitida entre 2005 y 2013, o la de Kenneth Branagh, que tomó el mismo papel entre 2008 y 2016 en la versión, en parte paralela, realizada por la división británica de Yellow Bird, la empresa que creó el propio Mankell y que produjo ahora "El joven Wallander" (2020), serie sueca hablada en inglés.

  Es necesario, antes de proseguir en un juego de semejanzas y diferencias, señalar la coincidencia general con un comentario de Maritxu Olazábal en el sitio Fuera de Series: "Somos clientela cautiva. Todos, más o menos, nos sentimos atraídos por un determinado tipo de historia, un talón de Aquiles que hace que, con que un género sea correcto, ya nos basta para engancharnos. Ese es el público de 'El joven Wallander', una historia de Netflix policíaca y que no decepciona, pero tampoco innova." Una pequeña diferencia de fondo: innova, porque el joven Wallander, que muestra deseos de justicia y empatía con sus vecinos de un barrio de monobloques, tiene poco que ver con el hombre cincuentón refugiado en Ystad, en el alcohol y en la música de ópera. Cómo fue que pasó de novato ascendido a investigador en la ciudad de Malmö -conocida por los admiradores de la serie "El puente" (2011-2018), que unió a dos prototipos de detectives de Suecia y Dinamarca- a investigador amargo de una ciudad chica, es el misterio que esta serie no resuelve. El motivo del desencanto quedará flotando como un enigma, acaso junto con la imagen del primer jefe de Wallander que aquí conocemos: un duro que le trasmite no solo entereza y claves del oficio sino también el gusto por la ópera. No hay ningún otro indicio, salvo la amargura de este recuerdo, que pueda explicar el cambio en la vida de Wallander, veinte años después.

 El periódico mexicano Reforma incluye declaraciones de la productora Berna Levin, que marcan la intencional diferencia, aunque no la explica: "Los detectives modernos en la televisión son extremadamente heroicos, muy dinámicos y enérgicos. Wallander estaba divorciado, se llevaba mal con su hija, era alcohólico y no tan atractivo como persona." En cambio, ahora: "Conoceremos a un chico que realmente se interesa por la gente, por ayudar a los marginados. Un personaje así creo que es necesario en estos momentos". Necesario en estos momentos... Un detective cuyo primer caso tiene que ver con un horrible atentado racial puede ser necesario, pero también oportunista. La paradoja es que el Wallander joven vive en un clima más actual que el Wallander maduro. Es como si, en lugar de precuela, esta fuera una secuela, con un detective que murió antes de nacer.

  De todos modos, a qué negarlo, y más allá de las reacciones emocionales de rechazo que produjo esta primera temporada de seis episodios, la serie nos enganchó, lo cual hoy parece suficiente no solo para Netflix sino para los consumidores de series policíacas, sean del nordic noir o no. El clima opresivo y sin embargo intrigante de la ciudad del siglo XXI; el barrio Rosengaard, de monobloques populares; el ambiente de los negocios en edificios vidriados, los grupos de ultraderecha; las relaciones entre los inmigrantes pobres y el negocio de la droga son parte del atractivo. Hoy podría decirse: no hay serie policial europea que vaya a tener éxito sin inmigrantes legales e ilegales del Medio Oriente y del África sub-sahariana. Y sin detectives que muestren un buen balance entre profesionalismo y empatía... Así sean alcohólicos y con otras fallas, o jóvenes aún no alcanzados por el desencanto.

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Netflix


domingo, 21 de marzo de 2021

"Drácula": Una interpretación

 


La leyenda del desdichado conde Drácula, el príncipe valaco Vlad III, nació de un libelo. Podría decirse que es la mayor creación que se pueda pedir de una campaña de prensa. El conde a quien tanto temían los turcos fue convertido en un monstruo por los servicios secretos del rey húngaro Matías Corvino, los cuales imprimieron folletos y documentos falsos que exageraban hasta límites inconcebibles la violencia que desplegó Drácula en el siglo XV (consultar "Vlad III Drácula", de Matei Cazacu, 2004). Según aquella operación tramada para desacreditar a un vasallo remiso, el conde Drácula comía niños hervidos, se hacía servir calderos de sangre hirviente y realizaba otras formas de ejecución a cual más sangrienta. El apodo de Empalador se lo puso el enemigo, sin desmérito de los empalamientos que realmente cometió. Con todo, y conocida la violencia que asimismo derrochaban los turcos cada vez que lograban avanzar en el hoy territorio de Rumania, Vlad III fue un héroe para el pueblo, un paladín que lo protegía de las lascivias y el sadismo de los invasores. De modo tal que no fue en Rumania donde se unió la figura del príncipe con la del nosferatu (no muerto), un antiguo personaje sobrenatural que en la sombra de los Cárpatos pudo desarrollarse con muchísima más presencia que en otros sitios de Europa y de Asia. En cuanto al diablo, el padre de nuestro conde había recibido la Orden del Dragón (dracul, en rumano). La identificación del dragón con el diablo es de vieja data, como se sabe, y en la tradición rumana había menos dragones que demonios, por lo que dracul vino a significar diablo, y drăculea (de donde proviene Drácula), el hijo del diablo. Difícilmente los compatriotas de Vlad III pensaran que este mote sonase más terrorìfico que admirativo, salvo en Turquía. La figura del príncipe y la de del vampiro se unieron en otro laboratorio cultural: Londres.

  Bram Stoker fue un gran novelista que logró darle al nosferatu -contra sus deseos, tal vez- el pulso romántico de un viejo príncipe inmortal, que se perpetúa y hasta rejuvenece bebiendo sangre de seres humanos vivos. En la novela de Stoker, publicada en 1897, es evidente que, más allá de las ambigüedades que le confiere al conde, el autor no lo quiere, por decir lo menos. No lo quieren los "buenos", desde cuyos puntos de vista se narra la historia (se recordará que el relato se vierte a través de diarios personales, cartas, telegramas y crónicas periodísticas). La descripción del primer capítulo, a cargo del comisionista de bienes raíces Jonathan Harker, concede una perversa seducción al noble valaco. Sus gestos pueden ser de una suavidad tan amable, su cultura tan atractiva, su conversación tan interesante, que al principio el joven se confunde. Harker registra asimismo una reivindicación apasionada de la estirpe de los Drácula y los guerreros valacos como custodios de la frontera oriental, por parte del conde. También el profesor Van Helsing, experto en vampiros, concede a Tepes (es este el apodo que se traduce por Empalador) una inteligencia formidable y una determinación de hierro. Pero se indigna al pensar que Rumania "pagó su tributo de sangre a este malvado durante siglos". Por fin, Drácula revela -ya en Londres y perseguido por los "buenos"- que su propósito es nada menos que esclavizar a los ingleses. No debemos extrañarnos: Stoker tenía ideas progresistas y odiaba el feudalismo, pero sin quererlo le confiere, con su "Drácula", una grandeza demoníaca. Suele suceder, cuando prima el odio. Stoker era empleado de un empresario teatral al cual aborrecía porque le chupaba la sangre, en sentido figurado.

  Dado todo esto, cada uno interpretó la obra como quiso. Ya sabemos que para Friedrich Wilhelm Murnau en 1922 y Francis Ford Coppola en 1992 la motivación es romántica, si bien bastante perversa en el primero. Y es que Drácula dio nueva forma a un mito -tan cercano al de la fuente de Juvencia, por lo demás- que las interpretaciones son siempre legítimas. Murnau -y Werner Herzog que siguió su senda en 1979- basan su erotismo en el simple acto de la succión desde la muerte, una suerte de alianza de Eros y Tanatos. Eso está en el relato de Stoker: de entrada, nos presenta a tres voluptuosas "novias" de Drácula que atormentan a Harker con la atracción irresistible de sus cuerpos y la amenaza de sus colmillos. También Stoker deja ver el amor como móvil, y sobre él erige Coppola su gran obra: en el libro el conde lo menciona al pasar, cuando precisamente una de sus discípulas le reprocha que nunca amó. El cine de Hollywood en general había explotado simplemente la fascinación que inspira el mal, y quizá con esto hizo lo más honesto que podía hacerse con semejante mito de vida y muerte.

  Hoy tenemos la posibilidad de una nueva interpretación en el "Drácula" (2020) de la BBC y Netflix, con libro de notables guionistas: Steve Moffat y Mark Gatiss. Ambos fueron socios en muchos capítulos de "Dr. Who", serie diríamos clásica, y responsables de la gran versión de los relatos sobre Sherlock Holmes que dio la BBC entre 2010 y 2014. La nueva versión de "Drácula" se desarrolla en tres episodios de hora y media. 

  Es imposible dar una opinión sobre la lectura que esta vez se nos ofrece sin revelar el final, de modo que me limitaré a señalar cuestiones laterales. El viaje a Londres, que para Stoker está motivado por el afán de poder y para Coppola por el amor -inmortal como quien lo profesa- tiene aquí como causa inmediata el hecho de que Drácula se puede apropiar de las mentes de quienes succiona y aprender de ellas, y en una sociedad como la londinense espera encontrar muchas mentes interesantes de las cuales beber. Moffat y Gatiss corren el centro intelectual del mundo de fines del XIX desde París a Londres, donde el conde quiere literalmente succionar la cultura de Occidente. Otro giro: el profesor Van Helsing deviene en la monja Van Helsing, la misma monja Agatha que da refugio a Harker cuando escapa del castillo del conde, un personaje secundario en el libro. Esta monja intelectualmente brillante, con problemas de fe que supera en esta revelación, justamente, es el mayor acierto de la serie. Los defectos: sobreabundancia de sangre coagulada (el conde bebía sangre joven y fluida) y de muertos vivos descarnados (un tributo a la era de los zombis, quizá, que poco tienen que ver con el mito). Por último, Drácula hace gala de un cinismo que le queda mejor a un villano de serie yanqui que a un príncipe valaco, e incluso a un británico del común. Es impostado, pero por suerte se va diluyendo y desaparece por completo al avanzar la trama. De cuyo final puede decirse, sin cometer spoiler, que constituye un comentario al texto de Stoker, apoyado en el punto de vista del doctor Freud.

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 (BBC-Netflix)




lunes, 15 de marzo de 2021

"Capitani": Danza con lobos

 


¡Vamos Luxemburgo! El pequeño reino parlamentario rodeado por la Europa latina y la germana también tiene su nordic noir. Y es un nordic hecho y derecho: como buen representante de este subgénero, tiene un pueblo pegado a un gran bosque, el de las Ardenas; un inspector que viene de la capital; unos habitantes que tienden a mentir; una comisaría con agentes ingenuos y un crimen en el bosque.

  Para hacer un policial de Agatha Christie se necesitaban un espacio cerrado -"Expreso Oriente", "Diez negritos", "Asesinato en el Nilo"- y un detective metódico y elegante, aunque un poco obeso, que tira los hilos ocultos hasta poner en la luz las relaciones del grupo. El nordic necesita, antes que nada, un bosque. Con él se pueden hacer muchas cosas, incluso un buen policial, como en este caso. 

  "Capitani (2019)", ya lo sabrán, es la primera serie policial luxemburguesa, sobre libro de Thierry Faber. Y puede estar en la lista de los mejores policiales del norte de Europa, aunque Luxemburgo está relativamente cerca de París. Capitani es un inspector que anda siempre en camiseta, la que a veces cubre con el chaleco de seguridad naranja o el chaleco antibalas. Ha sido enviado a un pueblo en el que apareció una chica muerta y desapareció su hermana gemela. En el pueblo hay religiosidad y también pecado, un hombre con debilidad mental, que no conviene que hable, y franca resistencia a ayudar al policía descontracturado de la ciudad capital. Este, a su vez, encuentra -además de la sordidez general- su propio pasado en la posada de este pueblo que en gran parte vive del bosque.

  No hay leyenda aquí, ni folklore, nada sobrenatural. Solo un misterio triste, cuya resolución es muy ardua, porque todos mienten.

  En el bosque se han corrompido los mitos. Hay un lobo, y una chica con abrigo rojo llega una noche a una cabaña que se supone cerrada y vacía. Fue refugio de algunos monjes que quisieron vivir y trabajar en comunión con la naturaleza. La chica no es Caperucita, pero lo  parece. El lobo tendrá otras formas. Mientras tanto el lobo real, que asola al pueblo, es perseguido por un alcalde destituido, que alarma a todos con el eco de sus disparos en la fronda. En el medio del bosque también hay un campamento militar de entrenamiento. Eso Perrault no pudo imaginarlo.

  El ritmo es bueno, los capìtulos cortos -más o menos media hora- y el misterio interesa, no tanto por saber quién es el asesino sino para entender por qué la gente quiere y no quiere saber quién es.  

 Pero Capitani no quiere lo que otros quieren ni quiere que lo quieran. Es severísimo con su ayudante, la agente Elsa, que pretende seguir la rutina como si nada hubiese pasado. Capitani en cambio trabaja contra reloj, día y noche, y aunque imita a los detectives yanquis que corren por la mañana y llenan sus paredes de fotos, recortes y flechas, es más bien nórdico en su tenacidad. Y un poco francés, incluso, por lo negligé. También tiene su honor profesional, porque pone en juego su carrera para llegar al fondo del asunto.

    Bien por Luxemburgo.

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Netflix




lunes, 1 de marzo de 2021

"Los visitantes": El misterio que vino del mar

 


Una vez le comenté a un cura amigo qué deplorable resultaba -y resulta- la explotación económica de las apariciones de la Vigen. Me respondió: el desafío para el ser humano no es creer en los milagros sino qué hacer con ellos después de que se producen. En otras palabras: es difícil creer en el monstruo de Frankenstein -por ejemplo- pero más complicado es convivir con él. Imagine tener una Quimera en la esquina de su casa.  

  De esto versa la serie noruega "Los visitantes" (2019), una original comedia de ciencia-ficción, de los mismos guionistas -Anne Bjørnstad y Eilif Skodvin- que escribieron la inolvidable comedia sobre mafiosos italianos en Noruega "Lilyhammer" (2012). El problema de los guionistas ha sido seguramente qué hacer no con los milagros de Dios sino con las monstruosidades de los seres humanos. Cómo vivir con ellas. Y decidieron -seguramente- que sin un poco de humor eso era imposible. Para tratar el tema que los ocupa aquí, que es -por analogía- el del gran extrañamiento o migración de millones de seres humanos desde África, Asia y Medio Oriente, se les ocurrió usar el viejo módulo de la ciencia-ficción sobre viajes en el tiempo. Tenemos entonces que así como en la realidad el mundo, y en especial Europa, se llena de árabes, hindúes y negros, en la ficción se llena de vikingos, seres de la Edad de Piedra y caballeros y damas del siglo XIX, entre ellos varios luditas (aquellos que destruían máquinas a vapor en el nacimiento del capitalismo) y románticos, así como entre los vikingos los hay convertidos al cristianismo y paganos. Los que creen en el Dios cristiano no se diferencian, en lo relativo a la violencia, de los que no creen: se odian. En cuanto a los prehistóricos, cazan con piedras y viven semidesnudos en los parques. Claro que muchos se integran a la nueva sociedad y se dedican a los grandes negocios de la época: drogas y prostitución. Hay sin embargo ex jefes vikingos que trabajan en los delivery con una bicicleta

  ¿Cómo sucedió esto? Nadie lo sabe. Un detective de Oslo entrevista una noche a seres que han emergido literalmente del mar, sin saber ellos mismos cómo llegaron allí y, lo peor, sin saber nadar. Una traductora llamada por la policía revela que, distintamente a lo que creían los agentes, esas personas no hablan finés moderno sino una lengua nórdica muy antigua que ni ella entiende bien. A la larga se enteran de que no viajaron por el mar sino a través de más de mil años. Veinte años más tarde, en muchos puntos del mundo han pasado cosas parecidas y las ciudades están llenas de visitantes temporales. Lars Haaland, el policía que asistió a aquella primera aparición en Noruega, se ha hecho aficionado a una droga primitiva que se inocula por los lagrimales, su mujer lo dejó por un romántico del siglo XIX, y lucha por pasar más tiempo con su hija adolescente. Le toca investigar el caso de una prehistórica asesinada y a él se suma la recién incorporada policía vikinga Alfhildr Enginsdottir. El caso tendrá muchas ramificaciones, pero se resolverá, pese a las zancadillas que una policía incorrecta le pone a Alfhildr. Detrás se insinuará algo mayor, pero eso queda para una segunda temporada. En el camino, la crítica sutil a las tonterías del sistema de "inclusión" pasa, entre otras bromas, por mencionar que no se debe llamar "vikingos" a los vikingos sino nórdicos antiguos.

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