miércoles, 24 de marzo de 2021

"El joven Wallander": Mal día para empezar la carrera de investigador...



 El Kurt Wallander literario sigue encerrado en las novelas del difunto Henning Mankell (1948-2015), para que cada lector lo imagine a su gusto. Esa es la virtud de la literatura escrita y su gran trampa para el cine. Sin embargo, Wallander tiene para muchos la cara de Krister Henriksson, que interpreta el rol protagónico en la serie sueca emitida entre 2005 y 2013, o la de Kenneth Branagh, que tomó el mismo papel entre 2008 y 2016 en la versión, en parte paralela, realizada por la división británica de Yellow Bird, la empresa que creó el propio Mankell y que produjo ahora "El joven Wallander" (2020), serie sueca hablada en inglés.

  Es necesario, antes de proseguir en un juego de semejanzas y diferencias, señalar la coincidencia general con un comentario de Maritxu Olazábal en el sitio Fuera de Series: "Somos clientela cautiva. Todos, más o menos, nos sentimos atraídos por un determinado tipo de historia, un talón de Aquiles que hace que, con que un género sea correcto, ya nos basta para engancharnos. Ese es el público de 'El joven Wallander', una historia de Netflix policíaca y que no decepciona, pero tampoco innova." Una pequeña diferencia de fondo: innova, porque el joven Wallander, que muestra deseos de justicia y empatía con sus vecinos de un barrio de monobloques, tiene poco que ver con el hombre cincuentón refugiado en Ystad, en el alcohol y en la música de ópera. Cómo fue que pasó de novato ascendido a investigador en la ciudad de Malmö -conocida por los admiradores de la serie "El puente" (2011-2018), que unió a dos prototipos de detectives de Suecia y Dinamarca- a investigador amargo de una ciudad chica, es el misterio que esta serie no resuelve. El motivo del desencanto quedará flotando como un enigma, acaso junto con la imagen del primer jefe de Wallander que aquí conocemos: un duro que le trasmite no solo entereza y claves del oficio sino también el gusto por la ópera. No hay ningún otro indicio, salvo la amargura de este recuerdo, que pueda explicar el cambio en la vida de Wallander, veinte años después.

 El periódico mexicano Reforma incluye declaraciones de la productora Berna Levin, que marcan la intencional diferencia, aunque no la explica: "Los detectives modernos en la televisión son extremadamente heroicos, muy dinámicos y enérgicos. Wallander estaba divorciado, se llevaba mal con su hija, era alcohólico y no tan atractivo como persona." En cambio, ahora: "Conoceremos a un chico que realmente se interesa por la gente, por ayudar a los marginados. Un personaje así creo que es necesario en estos momentos". Necesario en estos momentos... Un detective cuyo primer caso tiene que ver con un horrible atentado racial puede ser necesario, pero también oportunista. La paradoja es que el Wallander joven vive en un clima más actual que el Wallander maduro. Es como si, en lugar de precuela, esta fuera una secuela, con un detective que murió antes de nacer.

  De todos modos, a qué negarlo, y más allá de las reacciones emocionales de rechazo que produjo esta primera temporada de seis episodios, la serie nos enganchó, lo cual hoy parece suficiente no solo para Netflix sino para los consumidores de series policíacas, sean del nordic noir o no. El clima opresivo y sin embargo intrigante de la ciudad del siglo XXI; el barrio Rosengaard, de monobloques populares; el ambiente de los negocios en edificios vidriados, los grupos de ultraderecha; las relaciones entre los inmigrantes pobres y el negocio de la droga son parte del atractivo. Hoy podría decirse: no hay serie policial europea que vaya a tener éxito sin inmigrantes legales e ilegales del Medio Oriente y del África sub-sahariana. Y sin detectives que muestren un buen balance entre profesionalismo y empatía... Así sean alcohólicos y con otras fallas, o jóvenes aún no alcanzados por el desencanto.

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