domingo, 21 de marzo de 2021

"Drácula": Una interpretación

 


La leyenda del desdichado conde Drácula, el príncipe valaco Vlad III, nació de un libelo. Podría decirse que es la mayor creación que se pueda pedir de una campaña de prensa. El conde a quien tanto temían los turcos fue convertido en un monstruo por los servicios secretos del rey húngaro Matías Corvino, los cuales imprimieron folletos y documentos falsos que exageraban hasta límites inconcebibles la violencia que desplegó Drácula en el siglo XV (consultar "Vlad III Drácula", de Matei Cazacu, 2004). Según aquella operación tramada para desacreditar a un vasallo remiso, el conde Drácula comía niños hervidos, se hacía servir calderos de sangre hirviente y realizaba otras formas de ejecución a cual más sangrienta. El apodo de Empalador se lo puso el enemigo, sin desmérito de los empalamientos que realmente cometió. Con todo, y conocida la violencia que asimismo derrochaban los turcos cada vez que lograban avanzar en el hoy territorio de Rumania, Vlad III fue un héroe para el pueblo, un paladín que lo protegía de las lascivias y el sadismo de los invasores. De modo tal que no fue en Rumania donde se unió la figura del príncipe con la del nosferatu (no muerto), un antiguo personaje sobrenatural que en la sombra de los Cárpatos pudo desarrollarse con muchísima más presencia que en otros sitios de Europa y de Asia. En cuanto al diablo, el padre de nuestro conde había recibido la Orden del Dragón (dracul, en rumano). La identificación del dragón con el diablo es de vieja data, como se sabe, y en la tradición rumana había menos dragones que demonios, por lo que dracul vino a significar diablo, y drăculea (de donde proviene Drácula), el hijo del diablo. Difícilmente los compatriotas de Vlad III pensaran que este mote sonase más terrorìfico que admirativo, salvo en Turquía. La figura del príncipe y la de del vampiro se unieron en otro laboratorio cultural: Londres.

  Bram Stoker fue un gran novelista que logró darle al nosferatu -contra sus deseos, tal vez- el pulso romántico de un viejo príncipe inmortal, que se perpetúa y hasta rejuvenece bebiendo sangre de seres humanos vivos. En la novela de Stoker, publicada en 1897, es evidente que, más allá de las ambigüedades que le confiere al conde, el autor no lo quiere, por decir lo menos. No lo quieren los "buenos", desde cuyos puntos de vista se narra la historia (se recordará que el relato se vierte a través de diarios personales, cartas, telegramas y crónicas periodísticas). La descripción del primer capítulo, a cargo del comisionista de bienes raíces Jonathan Harker, concede una perversa seducción al noble valaco. Sus gestos pueden ser de una suavidad tan amable, su cultura tan atractiva, su conversación tan interesante, que al principio el joven se confunde. Harker registra asimismo una reivindicación apasionada de la estirpe de los Drácula y los guerreros valacos como custodios de la frontera oriental, por parte del conde. También el profesor Van Helsing, experto en vampiros, concede a Tepes (es este el apodo que se traduce por Empalador) una inteligencia formidable y una determinación de hierro. Pero se indigna al pensar que Rumania "pagó su tributo de sangre a este malvado durante siglos". Por fin, Drácula revela -ya en Londres y perseguido por los "buenos"- que su propósito es nada menos que esclavizar a los ingleses. No debemos extrañarnos: Stoker tenía ideas progresistas y odiaba el feudalismo, pero sin quererlo le confiere, con su "Drácula", una grandeza demoníaca. Suele suceder, cuando prima el odio. Stoker era empleado de un empresario teatral al cual aborrecía porque le chupaba la sangre, en sentido figurado.

  Dado todo esto, cada uno interpretó la obra como quiso. Ya sabemos que para Friedrich Wilhelm Murnau en 1922 y Francis Ford Coppola en 1992 la motivación es romántica, si bien bastante perversa en el primero. Y es que Drácula dio nueva forma a un mito -tan cercano al de la fuente de Juvencia, por lo demás- que las interpretaciones son siempre legítimas. Murnau -y Werner Herzog que siguió su senda en 1979- basan su erotismo en el simple acto de la succión desde la muerte, una suerte de alianza de Eros y Tanatos. Eso está en el relato de Stoker: de entrada, nos presenta a tres voluptuosas "novias" de Drácula que atormentan a Harker con la atracción irresistible de sus cuerpos y la amenaza de sus colmillos. También Stoker deja ver el amor como móvil, y sobre él erige Coppola su gran obra: en el libro el conde lo menciona al pasar, cuando precisamente una de sus discípulas le reprocha que nunca amó. El cine de Hollywood en general había explotado simplemente la fascinación que inspira el mal, y quizá con esto hizo lo más honesto que podía hacerse con semejante mito de vida y muerte.

  Hoy tenemos la posibilidad de una nueva interpretación en el "Drácula" (2020) de la BBC y Netflix, con libro de notables guionistas: Steve Moffat y Mark Gatiss. Ambos fueron socios en muchos capítulos de "Dr. Who", serie diríamos clásica, y responsables de la gran versión de los relatos sobre Sherlock Holmes que dio la BBC entre 2010 y 2014. La nueva versión de "Drácula" se desarrolla en tres episodios de hora y media. 

  Es imposible dar una opinión sobre la lectura que esta vez se nos ofrece sin revelar el final, de modo que me limitaré a señalar cuestiones laterales. El viaje a Londres, que para Stoker está motivado por el afán de poder y para Coppola por el amor -inmortal como quien lo profesa- tiene aquí como causa inmediata el hecho de que Drácula se puede apropiar de las mentes de quienes succiona y aprender de ellas, y en una sociedad como la londinense espera encontrar muchas mentes interesantes de las cuales beber. Moffat y Gatiss corren el centro intelectual del mundo de fines del XIX desde París a Londres, donde el conde quiere literalmente succionar la cultura de Occidente. Otro giro: el profesor Van Helsing deviene en la monja Van Helsing, la misma monja Agatha que da refugio a Harker cuando escapa del castillo del conde, un personaje secundario en el libro. Esta monja intelectualmente brillante, con problemas de fe que supera en esta revelación, justamente, es el mayor acierto de la serie. Los defectos: sobreabundancia de sangre coagulada (el conde bebía sangre joven y fluida) y de muertos vivos descarnados (un tributo a la era de los zombis, quizá, que poco tienen que ver con el mito). Por último, Drácula hace gala de un cinismo que le queda mejor a un villano de serie yanqui que a un príncipe valaco, e incluso a un británico del común. Es impostado, pero por suerte se va diluyendo y desaparece por completo al avanzar la trama. De cuyo final puede decirse, sin cometer spoiler, que constituye un comentario al texto de Stoker, apoyado en el punto de vista del doctor Freud.

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 (BBC-Netflix)




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