martes, 18 de octubre de 2022

"Bosch": Los cotidianos infiernos de la ciudad de los ángeles

 




 

Hay mucha ficción policial identificada con ciudades, escenarios que son co-protagonistas de la historia. Andrea Camilleri relacionó a su detective, el comisario Montalbano, con ciudades de la costa siciliana, y, en homenaje al escritor, Porto Empedocle, su paese, fue rebautizado Porto Empedocle Vigata. El segundo nombre es el de la ciudad de ficción de Montalbano. Para no quedarse atrás, Maurizio Di Giovanni situó a los bastardos de Pizzofalcone, encabezados por el inspector Giuseppe Loiacono, en Nápoles; cuando sus novelas se convirtieron en serie, exigió a la cámara recorrer interiores y mostrar exteriores de la antigua ciudad de manera permanente. Los anglosajones no parecen tan identificados con las ciudades de sus detectives de ficción, pero no se puede negar que las historias de Sherlock Holmes, pensadas por el sir Arthur Conan Doyle, solo pueden suceder en Londres. Y que los polos irradiantes de la novela negra estadounidense fueron fijados en San Francisco y Los Ángeles, respectivamente por Dashiell Hammett y Raymond Chandler.

  El escritor Michael Joseph Connelly (Filadelfía, 1956) decidió disputarle a Chandler el amor por la ciudad más poblada de California. Era un arduo desafío. Los Ángeles es el escenario de novelas mitológicas como "El largo adiós". Conelly es uno de los productores y el supervisor del guión de sus novelas llevadas a serie televisiva desde 2015 a 2021 (siete temporadas, por ahora) y a él pertenece -o él aceptó- en primer lugar una visión cósmica de esa ciudad fabulosa, cruzada de autopistas, mezcla de todo tipo de viviendas residenciales con calles sórdidas, bajo un imponente horizonte de rascacielos. Su detective, Hyeronimus Bosch, familiarmente llamado Harry, tiene por empezar un nombre que evoca el infierno microscópico de acciones simultáneas del pintor renacentista de los Países Bajos, conocido en español como el Bosco. Así que puede decirse que no es casualidad que su casa sea un gran balcón sobre un abismo. Sostenida por parantes de hierro en una ladera, desde su terraza Bosch verá cada noche titilar un mar de luces, así como Dante Alighieri vio aquella multitud de mínimas llamas en el fondo de un barranco del Octavo Círculo, de modo tal que pudo relacionar esa visión infernal con un valle vespertino sembrado de luciérnagas, contemplado por un labrador desde, precisamente, la falda de una colina de la Toscana.

  La serie "Bosch" tiene algunos de los lugares comunes del policial moderno, tanto estadounidense cuanto europeo: el protagonista está divorciado, en este caso de una ex agente del FBI, actualmente jugadora profesional de cartas en los casinos de Las Vegas, y convive con una hija adolescente, Maddie. Pero un guión inteligente concibió a la hija dotada de tanto amor por el padre cuanto de espíritu crítico. De manera que se torna esencial en las noches solitarias de Bosch, como las luces de la ciudad y el jazz que surge de viejos vinilos. Bosch es un policía de los noventa: algo retro. Y poco galán. Con canas en las sienes y parla corta. Suele transgredir los protocolos policiales y esto le ha costado algún juicio pero es legendario en la policía de Los Ángeles por su increíble foja de servicios, el gran número de casos que lleva resueltos. Hay uno sin embargo que no ha logrado esclarecer en años: el asesinato de su madre, una prostituta, en un hotel frecuentado por personajes prominentes. Una oscuridad en el pasado es también un lugar común entre los detectives de ficción modernos, sobre todo los europeos (excepto los italianos, en general).

  Harry Bosch no es solo la melancólica sombra de un hombre que vive en un infierno de crímenes. Hay política, y la política lo envuelve en un sistema en el que los fiscales son elegidos por sufragio y un comandante de la policía -como el jefe Irving- puede aspirar a convertirse en alcalde, por lo que deberá tapar o ventilar algunas cuestiones. La política también se refleja en las complicadas relaciones entre las tres grandes comunidades de Los Ángeles: la de los blancos anglosajones, los negros y los llamados latinos, es decir, mestizos o hispanos de México y otros países de América Central y del Sur. A su vez los negros provienen de Centroamérica -haitianos que hablan creole y jamaiquinos- o son descendientes de los esclavos del sur del país. Las comunidades están tocadas por el delito y los prejuicios. La política pesca votos en esa masa multiétnica y tendremos un alcalde y una alcaldesa latinos que buscan atraer al jefe Irving, que es negro, o lo enfrentan en su carrera al Ayuntamiento.

  El detective tendrá enfrente a una madura, fina y ambiciosa abogada que será su acusadora al principio. El novelista la ha apellidado justamente Chandler, y su sobrenombre es Money (dinero). Se convertirá en aliada de Bosch más adelante, y eso le costará un tiempo en terapia intensiva. Otros personajes -la teniente lesbiana Billets y el elegante J. Edgar, compañero de Bosch- sobrellevan sus propios conflictos. De esta manera, una buena cantidad de hilos narrativos se mezclan sin confundirse.

  "Bosch" tiene el mérito de crear un detective en el que se hacen visibles el cansancio, la íntima desazón, el dolor, sin que todo eso se convierta en un drama abrumador. Ni conduzca al alcoholismo. Todos hemos conocido gente como Bosch. Y ese es el motivo de que al principio la serie nos parezca gris, pese al mar de luces bajo las ventanas de una casa que desafía los terremotos en California.

  Escenas de la serie fueron filmadas en el edificio real de la comisaría del barrio de Hollywood y muchos de los extras son policías de la repartición. Dos veteranos de ficción, conocidos como el Gordo y el Flaco, jugarán allí las notas humorísticas. Sin exceso, como todo en esta historia.

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