domingo, 23 de agosto de 2020

"Lucifer": No soy solo una cara bonita

 


Imaginar a dioses y demonios e incluso a Dios y su enemigo como seres terrenales que piensan, sienten y ambicionan, ha sido un modo de soportar la religión, y con ella el hecho de que Dios y el Diablo tienen su propia entidad, objetiva, inabarcable, extenuante. Pero las formas y sentimientos humanos atribuidos a la divinidad tal vez sean aceptables, y hasta cierto punto reales. La primera cáscara de la realidad, por así decirlo, o el modo en que los dioses prueban su propia creación.

  Por eso es un cosquilleo de aventura el que nos recorre cuando suponemos a Dios o el Diablo caminando entre nosotros. En cualquier momento ese tipo afable o cansino que nos atendía tras el vidrio blindado de la caja de un banco podría desplegar sus fabulosas alas y enfrentar a un -hasta entonces- inofensivo circunstante que parecía sólo entretenerse con su teléfono celular en la cola, pero ha desplegado alas y garras. Por esta vorágine se interna la serie Lucifer, que lleva ya cinco temporadas, y no es más, en apariencia, que una comedia imaginativa de las que tan bien hacen los yanquis. ¿Un policial? ¿Una saga teológica? Quién lo sabe... Probablemente los profesores especializados en subgéneros...

  La serie se basa en un personaje de la empresa de entretenimientos DC Comics y fue obra de Neil Gaiman, Sam Kieth y Mike Dringenberg. Respecto del género, Wikipedia le encontró uno: "fantasía urbana". Dios nos ha dejado solos, es cierto.

   En este producto Lucifer, "el más bello de los ángeles", el que encabezó la rebelión contra el Padre, se rebela otra vez. No para tomar el Cielo por asalto ni mucho menos. Sólo para escapar de su tarea de Príncipe de la Tiniebla a la que lo condenó el Padre luego de que los ángeles fieles derrotaron a la Legión. Dios le hizo, como a Adán, ganarse el pan con el sudor de su frente, para toda la Eternidad, y de esto huye Lucifer. ¿Cómo lo hace? ¿Cuál es su sueño de libertad? Pues, como el de muchos chicos yanquis, seguramente: poner un club nocturno en la cima de la ciudad de Los Angeles -precisamente- y lucir allí su estampa de muchachón frívolo, moderno dandy metrosexual, con cuerpo de gimnasio y, hay que decirlo, medio tontón. Aunque podría decirse también "encantadoramente tonto". Y ahí está, ese es Lucifer caminado con su sonrisa de anuario entre nosotros, pero capaz de desplegar alas terribles y carbonizar con la mirada. O al menos helar de miedo.

  Su Paraíso recuperado -la fusión de la figura de Lucifer con la de Adán es evidente- en los altos de un rascacielos de la ciudad del espectáculo, con chicas que danzan en torno a caños, una increíble pared de botellas de todos los colores y sensuales propuestas a cada paso, se verá en peligro por la llegada de un enviado de Dios, el cual, a la larga, será el más humano de los ángeles, sin duda. Y su tranquilidad está alterada por una demonia sin alma pero no menos sensual y muy hábil en karate, kickboxing, lanzamiento de cuchillas curvas y otras artes, que huyó del Inferno tras él. No es ni ha sido un ángel como Lucifer, y esto será un terrible problema para ella.

    Aparece entonces la inefable Detective. Una joven chica californiana. Su ex marido, también policía, su hijo que admira a Lucifer como no podía ser menos, y una patóloga que tiene una habilidad especial para contactarse con hombres malos. Llega también una psiquiatra, y ... Sí, se verá a Lucifer, e incluso a la Diabla, psicoanalizarse... El trauma de Lucifer es evidente, pero tiene problemas derivados que habitualmente no sabe resolver. La sopa se enriquecerá con algunos ingredientes: la Detective hace vulnerable a Lucifer. Es decir, si normalmente -por expresarlo de algún modo- no le entran las balas ni los cuchillos ni lo quema el fuego -si es inmortal, en una palabra-, en las cercanías de la Detective sus heridas sangran. Por último, el diablo tiene aquí una virtud que a veces es un defecto: no sabe mentir. De manera que sus dichos pueden ser terribles o al menos inoportunos. Pero si eso es parte de su gracia de metrosexual, su capacidad de hacer que los otros digan sus deseos escondidos será de gran utilidad para la policía.

   Y dejemos aquí, no sin señalar que una de las culpas que arrastra Lucifer como diablo converso es haber dejado el Infierno al garete. La mejor ironía de la serie -va spoiler- es que en la quinta temporada se entera de que el Infierno puede funcionar sin él. Es la gran obra del diablo, aunque Lucifer no se dé cuenta: ha creado una mecánica del Mal. Y hasta una burocracia.



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