domingo, 3 de enero de 2021

"Comisario Montalbano": "Hanno ammazzato uno"


Quien toca este libro toca a un hombre, dijo el poeta León Felipe, en traducción personal de Walt Whitman. El que vea "Comisario Montalbano" descubrirá cómo se puede construir un nuevo detective, en una plaza que cuenta con los monumentos de Sherlock Holmes, el que tenía casos "para tres pipas" y se adormecía con morfina cuando estaba aburrido; Hércules Poirot, que dormía con bigotera y ponía mucho cuidado en elegir sus gemelos; Jules Maigret, que fumaba su pipa por la calle, mientras caminaba rumbo a su sobria casa en el Boulevard Lenoir para beber su calvados después de cenar con su mujer; y aun de Auguste Dupin, quien apagaba las luces para deducir un caso sin salir de su biblioteca; por no hablar de los duros de la costa Oeste de los Estados Unidos, especialmente el melancólico bebedor de gin-tonics Philip Marlowe, o el diablo de cejas en ángulo agudo Sam Spade, poseedor de tanta inteligencia como falta de escrúpulos. Henning Mankell había creado -desafiando la tradición europea- al inspector Kurt Wallander, melancólico aficionado a la ópera, un extraño en un pueblo cercano a Malmö, en Suecia, cuando el siciliano Andrea Camilleri, dos décadas mayor, se atrevió a imaginar el detective que faltaba en la televisión, aunque no en la novelística, donde Carlo Gadda había instalado a su comisario filósofo Francesco Ingravallo, especialista en la teoría del caos, y el  también siciliano Leonardo Sciascia había creado los suyos. Camilleri logra la figura inolvidable del detective meridional propiamente dicho. Era guionista, director de teatro y de series de televisión, de manera que puede decirse que Montalbano nació con pasaje chequeado para la TV, aunque vio la luz en novelas escritas. El comisario fue bautizado en homenaje a Manuel Vázquez Montalbán y su personaje Pepe Carvalho, culto y desencantado detective gallego afincado en Barcelona, en deuda a su vez con Gadda y Sciascia.

  Y lo logró. Montalbano se hizo tan inolvidable, o al menos se lo sintió tan representativo, que el pueblo de Porto Empedocle, donde nació Camilleri en 1925, desde 2003 se llama Porto Empedocle Vigata, en honor a la ciudad imaginaria en que suceden las casi 40 historias del detective Salvo Montalbano. La serie, iniciada en 1999 y que continuó hasta 2019, se ambientó a su vez en otras locaciones de la Sicilia extrema: la casa de Montalbano, cuyo balcón está sobre la playa, es una de Punta Secca, un modesto barrio pesquero a 30 kilómetros de Ragusa; casi todas las imágenes iniciales son de la ciudad de Ragusa; la comisaría está en Scicli. Todo lo cual conforma -junto con otras locaciones- la imaginaria Vigata. Y Montalbano, un hombre de unos cuarenta años, explosivo pero bondadoso, de pelo al rape a la usanza actual, despierta junto a la ventana que mira el mar, da unas brazadas de crawl en verano antes de tomar café en el balcón e inexorablemente recibe una llamada del torpe agente Catarella, un incondicional que lo adora, anunciándole: "Dottore, dottore, hanno ammazzato uno!". Por esa llamada, se entra cada vez en el mundo siciliano de Montalbano. Y ese teatro es el del costumbrismo cómico, que relampaguea en muchas situaciones y personajes: el agente y secretario Agatino Catarella, que inevitablemente batirá la puerta contra la pared al entrar al despacho del comisario; el segundo de a bordo, el subcomisario Mimì Augello -mujeriego incontenible-, y el minucioso acopiador de datos Gisueppe Fazio, a quienes se suma el oficial Galluzzo, que suele disparar antes de tiempo. Montalbano eternamente deberá soportar el mal humor del bilioso dottore Pasquano, para obtener los primeros resultados de las autopsias, y encomendará misiones, acordes con el carácter de seductor, a Mimì. 

  Así pues, la vida de Montalbano, como la de todos los detectives de la literatura, casi no tiene innovaciones. Es su propia rutina. Su vida personal se compone de su intermitente novia Livia, que vive en Génova, con la que no se casará pero de la que no se separará nunca; su café a la mañana y los spaghetti con mariscos que almuerza en Enzo a Mare, un restaurante real de Punta Secca. Su rutina es también su eternidad.

  Si en los cuentos de detectives lo que menos importa es, paradójicamente, el "caso" -salvo por sus detalles macabros-, porque allí no hay pathos sino sólo un problema, muchas historias de las que es testigo el comisario Montalbano son piezas dignas de la tierra en que nació Luigi Pirandello. Mencionemos dos solamente: la de los actores que después de vivir 50 años juntos no están dispuestos a morir uno antes que el otro, por lo que ensayan cada noche, alternándose en los papeles, el suicidio, y la del viejo ex soldado, parecido por lo demás al escritor siciliano, que fue prisionero de guerra en los Estados Unidos, se casó y volvió, viudo ya, sólo para arreglar una cuenta con el pasado en Sicilia. 

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En la Argentina se puede ver completa en Flow


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