viernes, 4 de diciembre de 2020

"El Ministerio del Tiempo" o el leve encanto del anacronismo


 "El Ministerio del Tiempo" (2015-2020) es una de las series de mayor éxito de la televisión española. En tiempos de decepción, de policiales duros, auge de la aventura sangrienta, morgues e investigadores maníacos, borrachos o tramposos, no es fácil decidirse a hacer una serie con el candor de la antiguamente llamada "literatura juvenil". Hay algo que podría explicar el modesto fenómeno: una especie de nostalgia y curiosidad por la historia. "El Ministerio del Tiempo" es la vez una serie de ciencia-ficción y de ficción histórica, pero tiene antigüedad en el propio planteo, como si fuera una recreación del género de la ciencia-ficción en sus albores, digamos fines del XIX. La oficina del Ministerio, sus personajes, son ellos mismos anacrónicos.

  Veamos: durante el reinado de los Reyes Católicos, se descubren en España una serie de subterráneos, con puertas que comunican con distintas épocas. Informada la reina, ordena crear un ministerio que se ocupe de ellas, el cual permanecerá secreto y seguirá funcionando de época en época, bajo todos los gobiernos, ignorado por todos, pero financiado por el Estado. En una sociedad secreta, en la práctica, y funciona como tal, tras fachadas diversas. Su misión es corregir los hechos cuando sus agentes en distintos lugares y tiempos envían alertas. Se supone que estos personajes dispersos en el tiempo y en las trastiendas de los sucesos conocen la historia universal, la de Europa al menos, como para entender que algunos hechos podrían cambiar los resultados que se conocen como historia. Aun cuando alguna modificación pudiera parecer beneficiosa es deber del Ministerio velar para que no se produzca, porque -como dice el subsecretario de Estado a cargo, Salvador Martí- "la historia es lo que es". Así que los agentes del ministerio, entre los que se cuentan un soldado de los Tercios de Flandes y el mismísimo Diego de Velázquez, llevados al futuro -esto es a nuestro presente-, deben incluso intervenir para evitar que muera Francisco Franco a manos de un comando republicano. También deben salvar de una conjura a Fernando VII, aun cuando le echen en cara que huyó ante el avance de Napoleón y, cuando volvió, mató a los liberales y a quienes habían resistido a los franceses, comenzando por el Empecinado, un héroe legendario. Una de sus últimas tareas es lograr que Pedro Almodóvar contrate a Antonio Banderas para "Laberinto de pasiones", su debut cinematográfico, pues está a punto de no hacerlo.  

  La serie prefiere la historia española, como es natural, porque se trata de un ministerio del tiempo español, que administra puertas y pasadizos en España. Sin embargo, figuras del arte y la literatura, como Goya, Cervantes, Lope de Vega, Lorca, Picasso, o de la guerra y la política, muy conocidos, como Francisco Franco o el Cid Campeador, hacen atractivos muchos capítulos  para quienes no tengan muy claro quién fue el duque de Alba o en qué terminó la Armada Invencible. Incluso don José de San Martín es ayudado a jugar un papel decisivo en la batalla de Bailén, aunque luego se descarrió, en opinión del subsecretario. Un gracioso acierto de Pablo y Javier Olivares, los creadores de la serie, y de los guionistas, fue, para mi gusto, la inclusión de Diego de Velázquez como dibujante de perfiles, una tarea que cumple en su futuro, mientras en nuestro pasado pinta la corte y las Meninas. Desde luego, es tan ingenuo como vanidoso y a toda costa intenta confirmar que fue el más grande pintor de España de todos los tiempos, incluso de boca de Goya. Otro simpático personaje es el soldado Alonso de Entrerríos, con su anacrónico patriotismo monárquico. Amelia Folch, intelectual feminista reclutada en 1880, forma parte de este grupo básico de agentes, junto con un admirador de Al Pacino en su papel de Sérpico, al que llaman precisamente Pacino, el mencionado Entrerríos y el enfermero Julián Martínez, quien entra en la historia porque ha visto a sospechosos viajeros del tiempo de casualidad. Arrastra el dolor por la muerte de su esposa en un accidente. El team de mando son el jefe Martí, la jefa de logística Irene Larra, reclutada durante el franquismo, lesbiana casada por la fuerza con un hombre y rescatada al borde del del suicidio, y Ernesto Giménez, jefe de operaciones, que es en realidad el padre del inquisidor Torquemada en el pasado. Todos asistidos por la fiel secretaria Angustias.

    Hay mucho encanto de comedia y aventura, y el toque mágico no desaparece en la cuarta y esperada temporada, que llegó después de más de dos años y medio. Enemigos poderosos se desplazan ahora en el tiempo... pero con una máquina anacrónica a la que se le ven las bujías y que no es otra cosa que el anacronópete, imaginado por el escritor español Enrique Gaspar y Rimbau, unos años antes de que H.G. Wells publicara "La máquina del tiempo". Lo dicho: todo es un poco vintage, y quizá eso, sumado a los múltiples anacronismos, es lo que hace al encanto de una serie amable, que no es poco.

---

 Producida por Onza Partners, Cliffhanger y Globomedia para TVE, la tercera temporada contó con el aporte de Netflix. El contrato con esta plataforma se venció y las cuatro temporadas están en HBO y se pueden ver por Flow en la Argentina.


domingo, 29 de noviembre de 2020

"Los favoritos de Midas": Ni amor ni anarquía

 


Seguramente el miedo a una conjura cósmica del anarquismo dominaba muchas mentes a comienzos del siglo XX. Al punto de que el reconocido socialista Jack London escribió un relato policial ambientado en Los Ángeles y publicado en 1901 en el Pearson’s Magazine, en el que el mano derecha de un potentado del transporte hereda un trust -el de los tranvías- y de inmediato comienza a recibir mensajes prolijamente ensobrados y redactados con la formal cortesía de negocios del siglo XIX, en los que se lo intima a entregar una gran suma de dinero a cambio de que no muera una persona inocente. El planteo es diabólico. Los que firman se llaman a sí mismos "the Minions of Midas” (esbirros o servidores o sicarios de Midas). Y se declaran anarquistas. Jorge Luis Borges tradujo el cuento en 1934, para un suplemento del diario Crítica, como  "Las muertes eslabonadas". En 1951 lo incluyó como "Las muertes concéntricas" en la antología "Los mejores cuentos policiales", que seleccionó con Adolfo Bioy Casares. La ola de temor sagrado acerca de la inteligencia diabólica de los anarquistas y su organización secreta probablemente fue tal que en 1908 G. K. Chesterton publicó su famosa "El hombre que fue Jueves". 

  Ahora bien: London era socialista, marxista, pero también americano. Comprendió los fundamentos de una acción como la que plantea su relato y los expuso detalladamente en las cartas de los extorsionadores. Esos fundamentos son los criterios sociales básicos del marxismo que él compartía, aderezados con una confianza poderosa en la inteligencia de los que inevitablemente debían vencer porque eran más aptos. Como se señaló más de una vez: un marxismo entrelazado con darwinismo social. London no disimuló sin embargo la monstruosidad del método (un método imaginario, aclaremos: no tenía nada que ver con la acción real del anarquismo). Y dejó los últimos calificativos en boca del extorsionado. 

  La serie española "Los favoritos de Midas" (2020) adapta el relato a una Madrid actual e imaginaria, no posapocalíptica, como ahora se usa decir, sino en todo caso pre-apocalíptica, sacudida por rebeliones callejeras que llevan la situación a un estado de guerra interna. El heredero lo es de un emporio mediático del que se empeña en mantener el viejo diario en papel, un lastre ya, desde el punto de vista económicoEl estilo cortés anacrónico de las cartas amenazantes se mantiene, pero no el contenido. Los fundamentos marxistas de los sicarios desaparecen, sólo sobrevive su espíritu darwinista y autoconfiado. El  poder de la secta ha aumentado muchísimo. Prácticamente puede hacer cualquier cosa que se proponga avisando con diez minutos de antelación. Un policía comprende finalmente por dónde viene el hilo, pero se jubila. El extorsionado entiende asimismo, o parece entender, por qué la organización secreta se llama de los favoritos, no de los sicarios ni de los esbirros del rey mitológico que todo lo convertía en oro. En esta serie de seis capítulos la revelación del misterio interesa tanto como personajes y ambientes. Y habrá revelación. Por si alguien no la entiende, se abrieron algunos sitios de internet que explican el final.

---

Adaptación de Matero Gil y Miguel Barros. Producción Nostromos Pictures y Netflix



miércoles, 25 de noviembre de 2020

"The Liberator": Una realidad fantasmal


A partir de los años setenta comenzó a difundirse la noción de "novela gráfica" en lugar de la clásica denominación de historieta para un relato más o menos extenso narrado con dibujos y textos. Para entonces, las historietas seguían explotando en la ficción los personajes y escenarios de la Segunda Guerra Mundial. Un gran dibujante, Hugo Pratt, creó algunos de los mejores antecedentes de novelas gráficas. Tenía en común con la dupla Alberto Breccia-Héctor Germán Oesterheld un clima logrado por el violento contraste de negro y blanco y el gusto por la novela de peripecias y los demás subgéneros de la literatura del siglo XIX. En lo que respecta al dibujo, Breccia, tanto como Pratt, habían visto las posibilidades del estilo sin detalles de Milton Caniff, el creador de "Terry y los piratas". Todos ellos se metieron también con la Segunda Guerra Mundial. Caniff  inventó "Male Call", por pedido oficial y con el fin de llevar algo de humor al frente. Oesterheld, célebre por su novela gráfica "El Eternauta", fue el creador de Ernie Pike, el corresponsal de guerra que Pratt y luego Breccia dibujaron basándose en el rostro del propio Oesterheld. Pratt creó "Los escorpiones del desierto". El mar, el Oriente y el norte de Africa, sitios ideales para una narrativa de contrastes plenos, fueron sus paisajes preferidos. ¿A qué voy? A que estos antecedentes aparecerán en la memoria del espectador argentino de más de sesenta años que vea "The Liberator" (2020), serie de animación de cuatro capítulos inspirada en el libro "The Liberator: One World War II Soldier’s 500-Day Odyssey" (2012), del periodista Alex Kershaw, que cuenta la poca conocida actuación del coronel Félix Sparks y los Thunderbird de la 45° División de Infantería, formada por indios -apaches, seminoles, cheroqui, sioux, choctaw-, hijos de mexicanos y sureños blancos, que naturalmente no convivían, pero debieron convertirse en hermanos de guerra y morir juntos. La división actuó heroicamente en la batalla de Anzio, en Italia, luego atravesó Francia y peleó casa por casa en los pueblos y ciudades alemanas. Fue la descubridora involuntaria del campo de concentración de Dachau, cerca de Múnich, y del horror que encerraba. Pero "The Liberator" tiene una novedad: combina el dibujo contrastante y lineal con actuaciones en vivo, de manera que los rostros animados son increíblemente expresivos contra un escenario fantasmal, hecho casi siempre de zonas de color neto, líneas simples y manchas que significan las explosiones. 

  Fuera de esa estética de recuerdo vivo, de evocación esencial, tenemos una historia singular: la de un héroe cuyo liderazgo se basa en la solidaridad y la presencia. Más emocionante que el descubrimiento de Dachau o el heroísmo de Anzio, resulta el instante brevísimo en que un francotirador alemán alza el caño de su fusil cuando ve al coronel Sparks llevarse uno por uno los cuerpos de sus soldados caídos en una emboscada, cargándolos sobre sus hombros.

---

Dirección: Grzegorz Jonkajtys. Guión: Alex Kershaw, Jeb Stuart. Animación: Michal Luka. A+E Studios, School of Humans, Unique Features.


jueves, 19 de noviembre de 2020

"Luther": Sombras suele vestir

 


Cuando la BBC hacía policiales, hace diez años, los hacía muy bien, con base, seguramente, en dos premisas: deben ser reales y deben ser interesantes en todos los detalles. Lo que hace de un policial una obra de arte antropológica es el detalle. Al revelar la posibilidad del crimen en toda la extensión de la sociedad, descubre su hábitat, sus maneras, sus máscaras. Y hace las delicias del observador, a salvo por el momento de ser confundido con un asesino. 

  Ahora bien: Sherlock Holmes, que es la quintaesencia del detective, es también la quintaesencia del científico de fines del siglo XIX. Con la frenología y alguna otra ciencia positiva se las arreglaba. El resto era intuición para percibir un cierto orden o posibilidad de los hechos. Sherlock trabajaba con infinidad de datos, la mayor parte de los cuales eran casuales y no le servían de mucho. Por ejemplo, en su primera actuación (en el "Estudio en escarlata") sabe del sospechoso que no es rico, pero es prolijo, pues viste ropa bastante usada pero limpia. El lector percibe aquí su increíble capacidad para recoger información. Lo que no advierte es que el dato no aporta nada sobre el crimen ni sobre sus motivos en ese caso. Esto es que Sherlock no entraba en un terreno demasiado oscuro para él, el de la mente humana en su más recóndita profundidad. Conan Doyle tuvo la oportunidad de opinar sobre los crímenes del famoso Destripador de Londres y dijo una sandez: que era una mujer o un hombre disfrazado de mujer, única forma de que se acercara a sus víctimas sin inspirarles desconfianza. Olvidó que las víctimas eran todas prostitutas del barrio de Whitechapel acostumbradas a que los clientes las abordaran en pasadizos y callejones. Ahora, cuando el libretista Neil Cross presenta su detective John Luther en la serie "Luther" (2010-2017) lo hace a toda orquesta, mostrando su inteligencia, su intuición y el nuevo esquema de análisis en una sola escena. Ante el segundo caso que enfrenta Luther en estas historias -el primero lo conocemos durante la captura del asesino, porque la serie comienza in media res- su diagnóstico inmediato es: "Fue ella, es una narcisista maligna". Hay una cierta disfuncionalidad entre la apariencia de Luther y su mayor aptitud, que es deducir o intuir la conducta psicológica del criminal: es un negro de Costa de Marfil de gran altura, que muchas veces no puede dominar la bestia que alberga y la emprende a patadas contra puertas y paredes. El enjuto Sherlock correspondía con su imagen a su razonamiento rápido y certero. No había en él ni carne ni pasiones sobrantes. Tampoco información general. Es célebre que solo se entera por el doctor Watson de que la Tierra gira alrededor del Sol, y justifica esa ignorancia: necesita economizar espacio en su cabeza para la información que le puede servir. Se diría que no tenía inconsciente.

  Luther se la ve con psicópatas extraños y cautivantes. La primera de todos es Alice Morgan, la "narcisista maligna" que mató a sus padres y a su perro, por la que finalmente se sentirá atraído, así como ella sentirá una gran atracción por él. Esto ha hecho que los rápidos comentaristas califiquen la serie de thriller psicológico, cuando en realidad es un gran policial, simplemente, y básicamente el policial de la Londres actual, con los antiguos edificios del centro, las casas Tudor y los frentes de ladrillo a la vista, los modernos y raros edificios vidriados, los paisajes industriales, la feria de Portobello Road, los barrios pobres, los pubs de pintura descascarada y el gusto inglés por el empapelado más horrible de flores y hojas, todo mezclado en un escenario de gentes que se ocultan y revelan en cada gesto y en cada figura o máscara social.

  Decíamos que los detalles cuentan en un policial. Casi -agregamos- hasta ser lo esencial. Neil Cross y los productores lo entendieron. Cada personaje de esta serie es atractivo, empezando por Alice Morgan, Luther y su jefe, el superintendente Martin Schenk, que parece un viejo dirigente socialista antes que un jefe de policía; los detectives Ian Reed y Justin Ripley (este último tal vez bautizado así en homenaje al Ripley famoso de Patricia Highsmith). Luego, los criminales, en una larga galería. Desenterrar, como decía Sherlock Holmes, el hilo escarlata del asesinato no es comprender solo los hechos del crimen, sino la estructura insondable de toda la sociedad humana, que en definitiva no es sino esa galería de disfraces o teatro de sombras. Porque sombras suele vestir, lo sabemos, el motivo esencial del crimen, siempre patológico.

---

En la biblioteca de Flow, actualmente.


viernes, 13 de noviembre de 2020

"Jordskott", primera temporada: Seres del bosque

 


Vamos a decir de entrada que "Jordskott" (2015) se sostiene, arma su intriga y mantiene el interés pese a dos o tres detalles resueltos sin ton ni son. No es fácil trenzar un caso policial que se ramifica en varios más, una historia sobrenatural, cierto realismo de novela negra clásica, una reivindicación ecologista y una línea de telenovela con rencores y secretos familiares que se revelan al final. Todo eso se arma de manera exitosa y tenemos que poner las manos en el fuego especialmente por tres personajes: el inspector de policía Göran Wass (Göran Ragnerstam), el retrasado mental Nicklas Gunnarsson (Henrik Knutsson) y el supermalo Harry Storm, interpretado por el mismo actor -el finlandés Ville Virtanen- que supo crear el atractivo personaje del inspector Sorjonen, en la serie finlandesa del mismo nombre. La cuestión de por sí compleja dio pasto a que los periódicos del mundo, siguiendo una moda insoportablemente clasificatoria, inventaran un lugar entre el nordic noir -que como todo el mundo sabe es un policial con bosques- y un hasta ahora inexistente terror folk. Otros han hablado sin más del "subgénero fantástico-ecológico". Las cosas que hay que leer.

  Muy bien, pero hete aquí que los suecos son realmente oscuros y su otrora potente Estado de bienestar encerraba pesadillas vinculadas con la muerte y el misticismo, tan negras como las de la España oscura de otros tiempos. Solo que no el folk sino las antiguas religiones son las que salen literalmente de abajo de la tierra en esta serie inventada por Henrik Björn. Los cuentos de hadas encarnan aquí -su crueldad incluida- en seres de un pueblo de los bosques, Silverhöjd. Son personas que cualquiera saludaría en la calle: las brujas, los chicos perdidos, los gnomos, el ogro bueno. Visten y calzan como los granjeros y los leñadores, que a su vez visten y calzan como la gente de las ciudades, dada la globalización unificadora impuesta por el jean, la campera y otras prendas deportivas. La serie mostrará, además, tugurios y traspatios tan urbanos como el que más, otro costado no bonito, sino más bien sórdido, del casi extinto Estado de bienestar. Los policías no escapan a esa representación de los mitos lejanos, pero a veces no lo saben. El agente Thomas Leander, convertido en vidente, será prueba de ello. De esta serie sí puede decirse que el bosque es el personaje central.

  La historia se parece a otras, pues comienza con una detective, Eva Thörnbland (Moa Gammel), que regresa a su pueblo natal, con prisa por dar curso al testamento de su padre, quien ha muerto de un tiro en la cabeza, supuestamente por suicidio. Pero se encuentra con que un niño ha desaparecido, como desapareció su hija, siete años antes. Aquí podemos decir que hay una pequeña inconsistencia: ¿en esos siete años se había resignado a darla por perdida? Lo cierto es que se encuentra con ella de buenas primeras en medio de un camino del bosque, y queda envuelta en la investigación de la desaparición del otro niño, que se supone un secuestro. De pronto llueven cadáveres de adultos y la cuestión se hace complicada. Los malos aparecen de entrada: son los miembros del directorio de la fábrica de celulosa de la zona. Tienen una guerra en todo el sentido de la palabra con los ecologistas y con seres más complejos y feroces. 

  Pero, ¿para qué Conan Doyle dedicaría varias páginas iniciales y varios comentarios incidentales a describir el carácter de Sherlock Holmes si la novela policial consistiese solamente en resolver un enigma? Sostenemos que el policial es sobre todo clima y personajes. Una brecha por la que se fuga un poco del interés de "Jordskott" es precisamente la falta de carácter de la protagonista. No podríamos mencionar dos o tres rasgos significativos de la detective Thörnbland, rasgos que a juicio de Robert Louis Stevenson debían ser eso: pocos y significativos, si se trata de poner en marcha un personaje en una aventura. La impenetrable seriedad del detective Wass y su apariencia de cualquier cosa menos de detective equilibra un poco el asunto, sumada a la locura nazi de Storm y la eficaz construcción del gigantón bobo. Claro que, por poco policía que sea un policía, no puede ponerse a hablar por celular cuando solo ha herido al hombre que intentaba asesinarlo... Pero lo dicho: la serie funciona muy bien de todos modos. Su acierto es la presencia natural de lo sobrenatural y el triunfo, al final, de la proverbial sensatez del tonto.

  El título, que resultará ser el nombre de algo, al parecer no tiene traducción. 

Emitida por Film&Arts, disponible en Flow. La segunda temporada, que es de 2017, no llegó todavía. En dos años nos vemos. Perdón: la segunda temporada acaba de llegar. En un año quizá tengamos todos los capítulos disponibles en Flow.


domingo, 8 de noviembre de 2020

"La cantina de medianoche": A pesar de la sala sucia y oscura

 


Pese a las luces torrentosas y chillonas de Tokio, los japoneses están a gusto en la media sombra y aprecian la "pátina del tiempo" en los objetos, según constató Tanizaki en "El elogio de la sombra", un ensayo del año 1933. Ambas cosas pueden comprobarse en el ambiente particular, en las paredes, en las botellas y en el reloj de madera del restaurante conocido como "de medianoche" por sus clientes, situado en una calle atestada de equipos de aire acondicionado, cables, tachos de basura y plantas, y tan estrecha que no puede pasar por ella un auto, ni siquiera un carro de mano. El Maestro preside este restaurante con farol de papel en la entrada, sin mesas, solo provisto de un mostrador en U al que pueden sentarse como mucho nueve clientes por vez, y que permanece abierto desde la medianoche hasta las siete de la mañana. Es un hombre de pocas palabras y una cicatriz en la cara, cuyo origen no sabremos. Su expresión, sin embargo, suele ser tranquila y amable. En cada capítulo de "La cantina de medianoche" ("Midnight Diner") la voz del Maestro dirá al comienzo: "Cuanto la gente se apresura por volver a casa, comienza mi día".

   La serie, basada en una historieta o manga del mismo nombre, de Yaro Abe, se emitió en Japón desde 2009 hasta  2014. Netflix agregó tres temporadas, desde 2016 a 2019, que son las que incluye en su actual menú. Verán que muchos sitios y diarios la califican de "serie gastronómica" porque cada capítulo se detiene en un plato tradicional y casero de la cocina japonesa, en general de factura sencilla. Nada más falso. Los platos son un personaje de la historia. Cada uno es el eje central a partir del cual puede entenderse el carácter de las anécdotas que desfilan, nacen o mueren en el mostrador del Maestro. Como la famosa magdalena de Marcel Proust, los platos evocan sensorialmente momentos queridos de esas vidas. Vidas que desembocan, habitualmente o por casualidad, en el restaurante de la medianoche. Astutamente, el Maestro ha colocado un cartel con el único menú -sopa de cerdo y cerveza- que se sirve en el local. El cartel ennegrece junto con las otras cosas, pero el Maestro tiene una norma no escrita: "Preparo cualquier plato que me pidan, siempre que tenga los ingredientes". De manera que los habitúes le llevan a veces los ingredientes básicos o le piden cosas tan tradicionales como una milanesa con papas fritas en la Argentina. Uno de los platos solicitado cada semana por un cliente es el simple arroz con manteca. El cliente -un viejo músico ambulante- quiere que la manteca esté sobre el arroz, cierra los ojos y espera exactamente 30 segundos a que se derrita. El gusto por esa delicia sencillísima cunde a tal punto que se convierte en el plato preferido de un crítico gastronómico que frecuenta el oscuro mostrador del restaurante.

  Los que casi siempre están en el local son el señor Chu, un hombre dotado de gorra de béisbol, aficionado a los cabarets de striptease; tres amigas solteras, las hermanas Ochazuke (nombre de un plato clásico de arroz con cualquier agregado encima, rociado todo con  té verde); un miembro de la yakuza de rostro más adusto que el de Palito Ortega, a quien escolta a veces un matón estruendoso y amenazante; una bailarina de striptease; un fotógrafo aficionado; un empleado noctámbulo con tics nerviosos; el dueño de un bar gay, a quien suele acompañar su novio monumental, y un sabio de café vestido con kimono tradicional que juega con maníes y cáscaras de huevo, a las que coloca en fila, y de vez en cuando profiere sentencias confusas, de índole analógica: "La vida es como el río Han, hay pobres y ricos", o bien legendaria: "No quieras detenerme madre, el dragón en mi espalda necesita una capa", o visionaria: "El mar Egeo puede verse entre las piernas de la bailarina".

  El resto son historias cotidianas, amargas o ejemplares, pero tan comunes que todos las ignoraríamos, como las de aquellos cuentos breves de O. Henry, un escritor que ya nadie lee. Cuentos fuera de la corriente general -y de la otra, la snob-, como el restaurante de la medianoche.