domingo, 8 de noviembre de 2020

"La cantina de medianoche": A pesar de la sala sucia y oscura

 


Pese a las luces torrentosas y chillonas de Tokio, los japoneses están a gusto en la media sombra y aprecian la "pátina del tiempo" en los objetos, según constató Tanizaki en "El elogio de la sombra", un ensayo del año 1933. Ambas cosas pueden comprobarse en el ambiente particular, en las paredes, en las botellas y en el reloj de madera del restaurante conocido como "de medianoche" por sus clientes, situado en una calle atestada de equipos de aire acondicionado, cables, tachos de basura y plantas, y tan estrecha que no puede pasar por ella un auto, ni siquiera un carro de mano. El Maestro preside este restaurante con farol de papel en la entrada, sin mesas, solo provisto de un mostrador en U al que pueden sentarse como mucho nueve clientes por vez, y que permanece abierto desde la medianoche hasta las siete de la mañana. Es un hombre de pocas palabras y una cicatriz en la cara, cuyo origen no sabremos. Su expresión, sin embargo, suele ser tranquila y amable. En cada capítulo de "La cantina de medianoche" ("Midnight Diner") la voz del Maestro dirá al comienzo: "Cuanto la gente se apresura por volver a casa, comienza mi día".

   La serie, basada en una historieta o manga del mismo nombre, de Yaro Abe, se emitió en Japón desde 2009 hasta  2014. Netflix agregó tres temporadas, desde 2016 a 2019, que son las que incluye en su actual menú. Verán que muchos sitios y diarios la califican de "serie gastronómica" porque cada capítulo se detiene en un plato tradicional y casero de la cocina japonesa, en general de factura sencilla. Nada más falso. Los platos son un personaje de la historia. Cada uno es el eje central a partir del cual puede entenderse el carácter de las anécdotas que desfilan, nacen o mueren en el mostrador del Maestro. Como la famosa magdalena de Marcel Proust, los platos evocan sensorialmente momentos queridos de esas vidas. Vidas que desembocan, habitualmente o por casualidad, en el restaurante de la medianoche. Astutamente, el Maestro ha colocado un cartel con el único menú -sopa de cerdo y cerveza- que se sirve en el local. El cartel ennegrece junto con las otras cosas, pero el Maestro tiene una norma no escrita: "Preparo cualquier plato que me pidan, siempre que tenga los ingredientes". De manera que los habitúes le llevan a veces los ingredientes básicos o le piden cosas tan tradicionales como una milanesa con papas fritas en la Argentina. Uno de los platos solicitado cada semana por un cliente es el simple arroz con manteca. El cliente -un viejo músico ambulante- quiere que la manteca esté sobre el arroz, cierra los ojos y espera exactamente 30 segundos a que se derrita. El gusto por esa delicia sencillísima cunde a tal punto que se convierte en el plato preferido de un crítico gastronómico que frecuenta el oscuro mostrador del restaurante.

  Los que casi siempre están en el local son el señor Chu, un hombre dotado de gorra de béisbol, aficionado a los cabarets de striptease; tres amigas solteras, las hermanas Ochazuke (nombre de un plato clásico de arroz con cualquier agregado encima, rociado todo con  té verde); un miembro de la yakuza de rostro más adusto que el de Palito Ortega, a quien escolta a veces un matón estruendoso y amenazante; una bailarina de striptease; un fotógrafo aficionado; un empleado noctámbulo con tics nerviosos; el dueño de un bar gay, a quien suele acompañar su novio monumental, y un sabio de café vestido con kimono tradicional que juega con maníes y cáscaras de huevo, a las que coloca en fila, y de vez en cuando profiere sentencias confusas, de índole analógica: "La vida es como el río Han, hay pobres y ricos", o bien legendaria: "No quieras detenerme madre, el dragón en mi espalda necesita una capa", o visionaria: "El mar Egeo puede verse entre las piernas de la bailarina".

  El resto son historias cotidianas, amargas o ejemplares, pero tan comunes que todos las ignoraríamos, como las de aquellos cuentos breves de O. Henry, un escritor que ya nadie lee. Cuentos fuera de la corriente general -y de la otra, la snob-, como el restaurante de la medianoche. 

 








No hay comentarios: