domingo, 13 de junio de 2021

Siempre nos quedará Lupin

 


"Lupin", la nueva serie de Netflix, tiene -al decir ligero de las gacetillas- un "éxito arrasador", aunque no refrendado por dato alguno. Sin duda vale la pena verla aunque sea por dos motivos: es la primera de "éxito arrasador" en un idioma latino, en mucho tiempo; y a pesar de que este Lupin no es Arsène Lupin, el célebre ladrón aristocrático, sino un admirador contemporáneo que imita sus robos más famosos, la serie tiene un aire anacrónico que le sienta muy bien. Hay teléfonos celulares y alguna que otra aparición de tecnología digital, pero pese a esto, y pese a las comentadas zapatillas de su alter ego moderno -en un flash aparece con ellas en 1995, cuando aún no existía el modelo-, "Lupin" es cabalmente una historia de "aquel París" eterno, no del actual. Cumple, eso sí,  con la actualidad políticamente correcta, porque su protagonista es negro. El papel de Assane Diop lo hace el carismático, discúlpese el término pero es adecuado, Omar Sy. 

  Sabido es que el personaje creado por Maurice Leblanc nació en la primera década del siglo pasado con el preciso objetivo de competir con Sherlock Holmes. Leblanc, como el inglés Conan Doyle, creó el personaje a regañadientes, por razones económicas, no más. Como a Doyle, le fue bien pero, a diferencia de Doyle, nunca llegó a matarlo, no se hartó de él. Por el contrario, se dice que en la cumbre de su fama firmaba sus cuentas de restaurante como Arsène Lupin. Después está la leyenda de que se inspiró en la banda anarquista de los Trabajadores de la Noche, capitaneada por Marius Jacob, que solo robaba a los "ricos parásitos", pero no tiene caso probar si tuvo ese modelo o no. El personaje, puesto en paralelo con Holmes -al que directamente se enfrentó en una de sus novelas- goza de encanto y notable éxito entre las damas, mientras que Holmes es -se diría- célibe, a no ser por un misterioso amor perdido. Hay otras diferencias. Holmes es puro cerebro, en tanto Lupin es todo habilidad. Su arte es más de prestidigitación que de lógica. Por último, ambos tienen sus museos, el de Holmes en la casa de ficción de Baker Street, en Londres; el de Lupin en el balneario de Etretat, en el Canal de la Mancha, donde veraneaba Leblanc y al que acuden los 11 de diciembre, día de nacimiento del escritor, sus admiradores, como se verá en uno de los capítulos de esta serie. Pero Leblanc, si bien creó la mundialmente famosa denominación de "ladrón de guante blanco", no tuvo con su personaje el éxito universal que -a su pesar- logró Doyle con el suyo. En otras palabras, Sherlock Holmes es un mito creado o encontrado por la era de la literatura masiva; Lupin es un héroe francés.

  Assane, fiel seguidor de Lupin en el París actual, recurre a los procedimientos de su maestro y es tan hábil como él, o quizá más, porque enfrenta sistemas de seguridad mucho más complejos, que elude con increíble pericia. Ha tenido un hijo con Claire -también lupinista- y le han puesto Raoul, segundo nombre de Lupin. Sus correrías sin embargo lo tienen medio separado de Claire. Pero su objetivo final no es emular una por una las hazañas de Lupin sino mandar a la cárcel a su archienemigo, Hubert Pellegrini, un despiadado estafador y asesino, que opera a cubierto de la sociedad de beneficencia de su hija. Pellegrini mandó a la cárcel al padre del nuevo Lupin, acusándolo de un crimen que no había cometido. Su solo nombre provoca el ladrido de J'Accuse, el perrito mascota que Assane hereda de una víctima del estafador. Así pues, perseguidor de Pellegrini y perseguido a su vez por sus sicarios, Assane trama la venganza hábilmente, con el concurso de su fiel amigo Benjamin Ferel. El disfraz, el doble fondo, el túnel, la fuga por los techos, las trampas armadas y desarmadas, la policía desconcertada corriendo un fantasma por calles y puentes, condimentan estas aventuras que parecen rescatadas del fondo de un arcón. Una delicia, en fin, así sea fugaz. 


No hay comentarios: