jueves, 30 de diciembre de 2021

"We Hunt Together": Negros, blancas y neón

 


"We Hunt Together" (Cazamos juntos) (2020) consta de seis episodios, como las mejores policiales inglesas, pero no es de las mejores. Aclaro de entrada que el personaje de Frederika (Freddy), una joven que trabaja en una pequeña compañía de sexo telefónico y juega a eterna Lolita, capaz de seducir con su encanto peor que una sirena, me cayó y me cae insufriblemente antipática, al punto que casi dejo la serie en el segundo capítulo. Creo que nadie en su sano juicio puede sentir más que un vivo rechazo por el narcicismo que despliega el personaje. No sé si esto es bueno para la ficción. El odio por el malo forma parte del juego en toda película de acción, pero aquí pareciera que no hay transición entre la vida y el relato: uno no puede estar más de diez minutos frente a una narcisista aguda ni en la realidad ni ante una imagen en la pantalla. Digo "uno": es lo que me sucede personalmente.

Fuera de eso, no se trata -para el espectador- de adivinar quién es el asesino: desde el comienzo, sabemos quiénes son, algo no del todo original, pero que funciona en la medida en que la investigación es el tema, muy por debajo, claro, de la patología de Freddy, que impregna rápidamente la escena como un tanque australiano desbordado. La simetría de la pareja de criminales -blanca y negro- con la de los investigadores -negro y blanca- pasa: el hiperprotagonismo de Freddy la deja también en segundo plano. El enfermizamente seducido Baba es un inmigrante que ha sido niño soldado en el Congo, a quien Freddy conoce casualmente en el cabaret en el que Baba trabaja. Los policías son Jackson Mendy, descendiente de africanos, de un imbatible buen humor, que a veces deja entrever un volcán debajo, y la sargento Lola Franks, de un imbatible malhumor, que a veces deja entrever un lago de melancolía debajo. No se llevan bien, como es de prever (esto sucede en casi todos los policiales), pero logran conectar en muchas oportunidades hasta ser convenientemente funcionales a su trabajo.

Si el acicate al espectador debería ser una supuesta ambigüedad de sentimientos -Freddy es tan encantadora como perversa- en mi caso no anduvo. Una cosa es perversión y otra jactancia y narcicismo a toda vela. A los tirones vi los seis capítulos. El final no puede contarse, pero más que sugerir parece un "disculpen, se me hizo tarde" de la producción. Lo mejor es una Londres mostrada casi siempre bajo los carteles de neón y otras luces artificiales.

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Flow


sábado, 25 de diciembre de 2021

"Le passager": No sé más quién soy

 


Hay que decir de entrada que la serie francesa "Le passager" (2014), desempolvada por Flow, es una serie inconclusa. No quiere decir esto que no se pueda ver su única temporada de seis episodios y que estos episodios no alcancen para delinear dos argumentos, uno de ellos más o menos frecuente en los policiales; el otro, en cambio, con el raro atractivo de las personalidades cambiantes, que se remontan al William Wilson de Edgar Allan Poe. Solo que en este caso la otra personalidad -las otras- no son solo personalidades sino identidades completas, incluyendo DNI. Tienen un rasgo distintivo que, como patología, parece que es de reciente data: el paciente no solo cambia su vida y su canto, sino que olvida por completo la vida anterior. Es un acto de "cancelación" inconsciente, llamado "de fuga" por los doctores. El cine europeo tiene variados antecedentes de juegos y traumas de "fuga" y de alienación, desde la célebre novela de Albert Camus, "El extranjero" (1942), hasta la película de Michelangelo Antonioni con Jack Nicholson, también llamada "El pasajero" (1975), en que un periodista asume la identidad de un muerto. Esta serie es menos angustiante y estrictamente policial.

"Le passager", catalogada por su título en inglés en la biblioteca de Flow, consta de dos líneas argumentales, por no decir de tres. Comienza en Burdeos, luego la acción se traslada a Marsella y, por último, a París. Un hombre aparece muerto en un abandonado taller ferroviario. Le han cercenado la cabeza y en su lugar pusieron la de un toro. Un hombre que pasaba cerca comienza a ser buscado por la capitana Anaïs Chatelet, que de entrada cae bastante antipática. La pista lleva al psiquiatra Mathias Freire, de quien es paciente el hombre que pasaba cerca, convertido ya en sospechoso principal. Freire se engancha con la investigación cuando deduce sin mucho esfuerzo que el primer crimen se relaciona con el mito del Minotauro. So pretexto de asistir a su paciente, se une a la capitana, quien no disimula su fastidio pero comienza a prestarle más atención cuando aparece una segunda víctima, amarrado a un árbol quemado por un rayo y el psiquiatra sugiere que la escena evoca el mito de Prometeo. La investigación gira entonces hacia Marsella, en pos de un vagabundo, y en ese preciso instante el psiquiatra desaparece de los sitios que solía frecuentar.

¿Qué ha ocurrido? Freire tiene borrada su memoria y no solo sospecha que no se llama en realidad Mathias Freire, sino que tampoco es psiquiatra y que quizá incluso es asesino. Se mezcla con los vagabundos de Marsella y comprueba que muchos lo conocen por otro nombre. Hemos llegado así a la mitad de la serie. Y estamos tentados a decir que desde aquí tenemos la certeza de que Freire no es culpable, y pasamos a interesarnos en saber quién es en realidad. Las personalidades que le salen al paso van descubriendo potencialidades que estaban dormidas en él, como la capacidad de acción e instinto de combate. Reaparecen un par de asesinos brutales, incansables y un tanto grotescos que no solo buscan frustrar la investigación de Freire sobre sí mismo sino incluso su existencia física. El último capítulo se titula acertadamente "Orfeo" en memoria del enamorado que bajó al infierno, aunque no esta vez en busca de la enamorada sino del diablo en quien convergen las tres líneas del relato.

Hay que decir que cuando al final Freire dice "me falta conocer la mitad de mi vida" la serie principal de crímenes está resuelta y el asesino probablemente muerto. Es por eso que pese a la frustración de Freire, uno se conforma con la mitad que conoce. Además, la capitana puede cerrar su caso y decididamente asumir su más que simpatía por el doctor.


lunes, 20 de diciembre de 2021

"The Witcher": Poder, monstruos y brujerías


Para los amantes del medioevo y de los juegos digitales derivados de "Calabozos y dragones" la serie "The Witcher" (2019-2020), inspirada en las novelas del polaco Andrzej Sapkowski, será una gran serie. Ocurre en un ambiente medieval indefinido, congelado entre la Alta y la Baja Edad Media, en una gran porción de la Tierra llamada "el Continente", en la que los reinos del Norte  y del Oeste enfrentan la amenaza expansionista de un reino implacable y racista (no menos que sus enemigos), que circunstancialmente se une con los elfos, considerados una raza inferior, sin alma, como los comanches o los judíos. Saque el lector sus conclusiones, establezca sus comparaciones.

 El witcher es un mago que confía más en su espada que en los trucos de magia para cazar monstruos, al parecer una especie de plaga que acosa ciudades y aldeas en este tiempo sin tiempo. Geralt de Rivia, tal el nombre de nuestro atlético mago (también llamado el Lobo Blanco y el Carnicero), caza por dinero. En otras palabras: es un mercenario, un cazador de recompensas muy bien entrenado. El protagonista, encarnado por el británico Henry Cavill, parece una prolongación natural del Superman que aquel interpretó, seguro y algo cándido, realista y ético, siempre vencedor. 

 La Edad Media como una era sin tiempo ni espacio tiene larga prosapia en la literatura, aun cuando la habitaron seres que quizá existieron, como Robin Hood e Ivanhoe. Pero definitivamente se convirtió en ese sitio eterno desde la serie de novelas "El Señor de los Anillos", que el inglés J. R. R. Tolkien pensó y escribió mientras Londres soportaba el bombardeo incesante de la Luftwaffe. Al punto de que algunos críticos creyeron ver a los Aliados (Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Rusia) en las cuatro fuerzas que se oponen al Mal en esos libros: seres humanos, elfos, enanos y hobbits. Los críticos que señalaron alegorías y representaciones donde quizá nunca las hubo no aclaran quiénes eran unos y otros, aunque se daba por hecho que los hobbits representaban la Inglaterra rural que amaba Tolkien, aun frecuentada por druidas y amenazas oscuras.

 "The Witcher" aspira a ser menos épica y más sórdida. Su Continente está poblado de aldeas rebosantes de barro y palacios limpios y luminosos. El contraste de clase es evidente. Pero nada importa a Geralt de Rivia, dedicado a su oficio de matar esperpentos peligrosos solo por plata. Su cinismo calmo se ve confrontado, sin embargo, por la aparición de una princesa que huyó de la masacre en su ciudad y es perseguida por un emisario del tirano, debido a que tiene extraordinarios poderes mágicos y acaso sea la Elegida que promueva un renacer de la humanidad. El actual estado de la civilización, ya en decadencia, es debido a la acción de los brujos, que salvaron a los seres humanos de su aniquilación. Aquí la "trama del poder", como dirían los diarios, se complica. No hay solamente reinos en conflicto y elfos que apenas escaparon de la extinción, sino también una organización de los brujos, la Hermandad, que influye decisivamente en los acontecimientos. Hay escuelas de brujas. Y una antigua fortaleza en la que habitan los compañeros de Geralt de Rivia, cruzados de una antigua causa. Nada es simple, excepto la percepción de Geralt de que la princesa fugitiva es su destino. La adopta y la protege, la entrena y la esconde, y la trata en general como a una hija.

 Las vidas de estos y otros personajes discurren en paralelo al principio, hasta que finalmente se cruzan. Una advertencia: la segunda temporada terminó al borde del culebrón. Esto significa que se estira en peripecias, sin resolver el argumento principal. Muchacho: si te has dormido durante dos capítulos y aun así puedes seguir adelante, sin dejar de comprender lo que ocurre en la pantalla, es porque la serie se aproxima al punto de telenovela. No tiene nada de malo. Ni de bueno.

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Netflix



lunes, 13 de diciembre de 2021

"La Trêve": un noir de verdad noir

 


"La Trêve" (2016-2018) formó parte del "aluvión" de series belgas de los últimos años, unas habladas en neerlandés, otras en francés, según fuera el lado del país en que estuviera grabada. Esta es en francés. Antes de seguir bueno es avisar que el 31 de diciembre Netflix le dará de baja, con sus dos temporadas de diez capítulos cada una: unas 20 horas de duración total. 

"La Trêve" tuvo críticas extáticas y destructivas en la misma proporción. En el mundo hispanohablante, hubo quienes la vieron barroca de acciones, asfixiante (dando por sentado que esto es un defecto) e inverosímil. Otros dijeron que el detective Yoann Peeters es uno de los personajes mejor construidos de todo y cuanto policial se considere: impulsivo, psíquicamente perturbado, adicto a las anfetaminas, perseguido por pesadillas y alucinaciones que impregnan al personaje y los escenarios. Calificaron de notable el espíritu cinematográfico de la serie (y lo es). El manejo de la imagen crea un clima difícil de definir, ominoso y tenso, en el que siempre está por ocurrir algo fúnebre. Adhiero a ese último grupo de críticos. El logro de "La Trêve" es su densidad, que va más allá de la trama y de lo que revela: prejuicios raciales, mafia de las apuestas en el fútbol, corrupción política, destrucción del medio ambiente, drogadicción, etc.: el mundo contemporáneo. La densidad de los personajes es lo que seguramente autoriza el calificativo de "asfixiante", un defecto que desde otro punto de vista constituye un resultado estético. 

La trama sobre un único asesinato es realmente barroca en la primera temporada. Y tan inverosímil como cualquier tipo de asesinato, porque en los archivos policiales lo inverosímil suele ser ley. ¿Por qué alguien querría matar a un futbolista negro de un club de pueblo, en el interior del imponente bosque de las Ardenas? Son varios los que pueden dar respuesta a esta pregunta. Y cuando se sepa la verdad se verá que hay tantos culpables como en el famoso "Asesinato en el Orient Express", de Agatha Christie. En cuanto a la situación del protagonista, es similar a la de muchos otros detectives de los policiales europeos recientes: exiliados en un pueblo, casi siempre divorciados -viudo en este caso-, con una hija adolescente y un yerro cometido en la ciudad capital, que los hace sentir culpables. En lo que se refiere a Yoann Peeters, hay cuatro muertes debidas a una precipitada orden suya. Heiderfeld, el pueblo al que va a radicarse en busca de la tregua a la que alude el título, ha sido el de parte de su infancia y juventud. Lo interesante es que el caso en el que se involucrará de inmediato es contado, recordado y comentado en el consultorio de una psiquiatra forense que intenta definir el perfil de Peeters, después de que fue encontrado con su ropa manchada de sangre y su memoria trastocada. 

En la segunda temporada Peeters ya no es policía, da clases sobre criminología. Ha logrado cierta paz. Pero su antigua analista solicita su ayuda porque está convencida de que un paciente suyo, acusado de asesinato, no es culpable. Peeters viaja a Musso, un pueblo muy cercano a Heiderfeld y se sumerge en una cantidad de hechos pasados y presentes que despiertan sus pesadillas, un diálogo alucinatorio con fantasmas y su vieja ansiedad, mientras continúa como trasfondo el conflicto ecológico. "La ansiedad" podría ser, dicho sea de paso, el título de la serie, si no fuera que existe el viejo filme titulado en castellano "El ansia" (1983), de Tony Scott, cuyos protagonistas fueron David Bowie y Catherine Deneuve. En la segunda, igual que en la primera temporada, los sueños son presentados como realidad hasta que sucede en ellos algo intolerable. De este modo, la realidad narrada por los sueños de Peeters es aun más monstruosa que la realidad real. Personajes laterales, casi grotescos, cometen en tanto espantosos crímenes. Una baronesa de provincia es la víctima: su hermana y el marido de esta parecen figuras del Grand Guignol. Pero como en "La carta robada", de Poe, lo que se intenta descubrir está a la vista desde el comienzo. Y lo que ha hecho el guión, mientras tanto, es mostrar cómo sigue actuando en la cabeza de un hombre el suceso que lo llevó al retiro y el autocastigo. Quiebra el recuerdo la mente de Peeters, y lo arroja a una investigación desenfrenada en la que quiere probarse algo, compensar o pagar. Al romper la paz que buscaba, el crimen lo lanza como una pelota contra una vidriera y es también la paz aparente de esos pueblos de postal lo que se quiebra.


lunes, 6 de diciembre de 2021

"13 mandamientos": La oscuridad del siglo

 

"13 mandamientos" (2018) llama la atención desde el título por el exceso. Los mandamientos sobre los cuales Moisés selló la alianza con Dios son, como todo el mundo sabe, diez. Aunque los eruditos judíos han contado otros mandatos de Dios en la Torá, hasta sumar 613, los grabados en planchas de piedra por el propio Dios constituyen la base sólida tanto de la antigua religión como del cristianismo. En todo caso, los cristianos sumaron uno, no inscrito por Dios en aquellas tablas, no formulado como mandamiento, sino como imperativo dicho por el Hijo: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". 

La serie belga es tributaria de la ya clásica película de cine negro "Seven", de David Fincher (1995), en la que un asesino serial ejecuta una persona por cada uno de los llamados pecados capitales. "13 mandamientos" rinde su homenaje expresamente, citando la película en el primero de sus 13 episodios. Además, sigue el modelo de la pareja de detectives de "Seven": el veterano a punto de retirarse y el nuevo detective, en este caso la nueva detective, menos reflexiva pero muy intuitiva. Ese par se constituye con el viejo inspector Peter Devriendt, de barba gris estilo Lincoln, y la detective Vicky Degraeve, que fracasó en la policía de asalto por un accidente automovilístico que limita su rendimiento físico, y pidió el traslado a la policía de investigaciones. Devriendt maneja un abollado Citroën de los años 80 o 90. Degraeve, una moto. Son dos épocas y dos temperamentos. Cada uno arrastra un drama personal, como es de rigor en el nuevo policial negro. Esos dramas intervienen más o menos fuertemente en su trabajo. Por las noches, el viejo suele dormir en el barrio rojo con una prostituta a la que solo se abraza. La joven investigadora ejercita su espalda, colgada del techo como un murciélago.

La condición humana no sale bien parada. El clima del relato es oscuro, como corresponde, pero está teñido de cierta indiferencia letal. A la prensa, a la policía, a la opinión pública les interesa que se devele el criminal que ejecuta uno a uno a otros criminales que cometieron otras tantas traiciones a los mandamientos bíblicos. No hay nunca un gesto de horror, y quizá es esto lo que da el tono frío a todo el relato. La opinión pública pronto se calienta y muchos toman partido por el punisher al que bautizan Moisés. El líder de una comunidad religiosa lleva adelante, incluso, una campaña a favor, sin dejar de aclarar que está de acuerdo con los fines pero no con los medios. Tampoco hay demasiada pasión en esta toma de posición. Se diría que todos asisten a un sereno apocalipsis. El viejo detective con barba gris estilo Lincoln tiene una casa de campo. No está terminada y la rodean todo tipo de trastos, incluida una vieja casa rodante. Cuando el policía mira desde allí la extensa ciudad en el valle tal vez piensa que es un buena vista, pero si uno lo observa a él sentado en un tonel de metal volcado, como lo hace la cámara, la impresión es de ruina. De estas ruinas civilizatorias, de este engaño de paz pastoral de los que huyen al campo, se nutre el pecado que persigue Moisés, quien tortura a sus víctimas sin matarlas, para no incurrir en la violación del quinto Mandamiento. 

Debemos decir que la resolución del caso es imprevista, pero queda expuesta unos episodios antes del final. Esto no afecta, curiosamente, la trama. Sabido quién es el autor de los crímenes, toda la atención se centra en el develamiento de su oscuridad y en los tres pecados que suma a los diez sancionados por la Biblia.

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Netflix



martes, 30 de noviembre de 2021

"Elfos": ¿Qué elfos?

 


Si vas a mostrar una isla que encierra misterios, sean o no sobrenaturales, debes tener en cuenta una cosa, hijo mío: las islas misteriosas tienen una larga tradición literaria y siembran de por si un presentimiento maravilloso, en el buen o en el mal sentido. Empieza con la Odisea. 

Las islas han encerrado y encubierto, desde los tiempos homéricos, en primer lugar monstruos y hechiceras; luego caníbales (Defoe); enanos o sabios locos (Swift); tesoros (Stevenson); experimentos siniestros (H.G. Wells, Adolfo Bioy Casares); por último, dinosaurios... vivos (primero Conan Doyle, luego Spielberg).

Con "Elfos" los autores daneses han querido retomar el camino de los monstruos. Imaginaron una isla en la que existieran seres mitológicos y eligieron los que ya se nombran desde el título. Tropiezan aquí con otro antecedente ilustre: J.R.R. Tolkien y sus elfos bellos y de afiladas orejas. No somos expertos en mitologías germanas, pero las mitologías germanas, por lo que sabemos, no abundan en detalles sobre los elfos. Las menciones escasas permiten imaginar duendes, en el peor de los casos, no malignos.

¿A qué viene todo esto? A que la carta fuerte de una serie con elfos debería ser la revelación de los elfos. Spielberg comprendió que si una isla perdida está poblada de dinosaurios, estos deben verse a la larga. Más aun: el espectador está esperando verlos. De manera que fabricó unos dinosaurios y escenas con dinosaurios inolvidables para los chicos de aquel entonces, hoy adultos. En "Elfos" tenemos que la revelación de los elfos es francamente decepcionante, digna de una película de terror clase B de la década de los 50, y curiosamente alejada de la tradición nórdica. El bebé elfo, que es el primero en aparecer, está bien hecho, pero no es más que otro muñeco animado de la estirpe de los gremlins. Estamos hablando de dinosaurios y de tiernos animalitos que pueden devenir monstruos. Fueron creados -y bien- hace casi 30 años, unos, y cerca de 40 años los otros. 

"Elfos" logra cierto clima en los dos primeros de sus seis capítulos. Luego comienza la expectativa de ver a los seres confinados detrás de una pared electrificada de chapas y alambre. Y también empiezan las incongruencias: en la isla  vive un puñado de aldeanos acaudillados por una vieja matriarca. Ellos construyeron la cerca. No se entiende cómo lo hicieron sin que ninguna autoridad se enterarse. Tampoco se sabe por qué permanecen en la isla custodiando esa prisión élfica. Cuando llega la familia protagonista, parece que no fuera la primera que decidió pasar unos días de vacaciones en un lugar apartado. Sin embargo, las noticias sobre la cerca y lo que encierra nunca llegaron al continente, aunque hay un ferry que realiza viajes regulares a la isla.

Son seis capítulos breves. En el cuarto uno ya está harto. Sobre todo, de lo destemplado del relato: ni comedia ni terror, ni misterio ni suspenso. Es todo muy precario, excepto el pequeño elfo, que podría en realidad jugar mejor en un cuento de hadas para niños. 

Netflix la enlista entre sus programas más "populares".


domingo, 21 de noviembre de 2021

"Marco Polo": El eco de un imperio


 

Hablemos de una interesante serie, majestuosa en su producción, que quedó a mitad de camino, como nuestros conocimientos del antiguo imperio que pretende develar: "Marco Polo" (2015-2016). Aún puede verse, y vale la pena.

"Marco Polo" fue diseñada y guionada por el productor, músico y escritor John Fusco, que puede decirse un especialista en escenarios, coreografías y artes marciales de Oriente, o al menos un detallado admirador. Fue una de las primeras coproducciones de Netflix y tuvo un costo excepcional por la variedad escenarios reales en que se grabó, el despliegue de masas, la confección de palacios y vestuarios y el costo adicional de actores de primera línea. El fracaso debió estar previsto. Y lo estuvo, seguramente. Pero su causa quizá no: el descuido hacia la cuestión histórico-política de Asia que perdura hasta hoy. Centrado en la figura de Kublai Khan, el jefe mongol que llegó a gobernar la mayor parte del Asia Mayor y Menor, y amenazaba Europa, el guión no se detuvo en pensar que Kublai no fue ni es una figura simpática en Oriente, a cuyo mercado aspiraba Netflix con esta producción. 

La serie se basa en el libro del Marco Polo histórico, pero también en toda la documentación disponible para recrear la figura de Kublai Khan, nieto del Gengis Khan. Este había señalado un destino imperial a un pueblo nómade en el comienzo del siglo XIII. La enorme contradicción del carácter de Kublai, tal como la imaginaron Fusco y los otros productores, queda reflejada en la gran actuación de Benedict Wong. De este modo, el khan es el protagonista de la historia, indagado a fondo en su violencia y en su extraña apertura hacia el mundo, empezando por China, a la que logró sin embargo dominar de norte a sur. En el aura de otros emperadores, desde Alejandro el Magno, Kublai Khan tuvo, como su abuelo, gran curiosidad y afecto por las culturas y religiones de los otros pueblos. Entre sus consejeros incluyó chinos, persas, árabes y a un europeo como Marco Polo, el hijo del comerciante veneciano Niccolò Polo, quien se lo entregó como servidor para congraciarse, cuando el chico tenía 16 años. Pese a las revisiones y cuestionamientos que tuvo el relato de Marco Polo, junto al deslumbramiento que logró entre sus contemporáneos, queda de él, bastante seguro, que ocupó un lugar prominente en la corte de Kublai durante 17 años. Volvió cargado de riqueza. Dictó sus impresiones a Rustichello da Pisa, un escritor al que conoció en un calabozo durante una guerra entre Venecia y Génova, y poco antes de morir, cuando le sugirieron que corrigiera algunos detalles inconsistentes, respondió: "Conté apenas la mitad de lo que vi". Uno de esos detalles es el de haber participado en el diseño de las catapultas que le permitieron a Kublai Khan voltear los muros imbatibles de la ciudad de Xiangyang, con lo que completó su dominio sobre China y terminó con la dinastía Song (la dinastía Yuan que creó el mongol duró poco, sin embargo: apenas un siglo, a partir de 1270). La historia documentada atribuye la construcción de esas máquinas de guerra, poco conocidas en Oriente, a dos ingenieros persas.

Si el exotismo del Oriente es lo que atrajo a los contemporáneos de Polo, además de las riquezas y las obras de arquitectura y de ingeniería, lo que atrae en esta historia es la personalidad avasallante de Kublai, que puede ir desde la rusticidad a la sutileza, de la violencia para ejercer el poder al vivo interés por las culturas y las religiones. Nadie diría que Kublai fue un hombre bueno, pero sin duda su sed de grandeza no era inferior a la de conocimiento y la creación de lo que hoy llamaríamos "culturas globalizadas". La globalización se había iniciado con las campañas de exploración y conquista de Alejandro, dos siglos y medio antes de Cristo, pero comenzó a ser una realidad palpable cuando partió del otro lado: no desde el Mediterráneo hacia el Asia sino desde el Asia hacia Europa. El comercio vio un camino de oro, que se hizo legendario, en la Ruta de la Seda, organizada y controlada por los mongoles y cuya exploración fue el objetivo primordial del padre de Marco. Niccolò, sin embargo, terminó siendo agente del Papado, el cual temía a las hordas y estuvo dispuesto a aniquilarlas, sin pensar en globalización alguna, que no fuera la católica.

Lo que queda de la serie son dos temporadas que pueden considerarse dos relatos: el uno es la conquista del sur de China. Aquí queda mal parado el último resistente de la dinastía Song, el canciller Jia Sidao, llamado el "príncipe grillo" por su amor a las mantis, en las que se inspiraba su táctica de combate personal. Enfrente, tiene el kung fu de la grulla, del Maestro Cien Ojos, un monje taoísta ciego que entrena a los luchadores mongoles. La comparación es inevitable: Sidao es un héroe en la historia china, pero en la serie es la encarnación del provecho personal sin atenuantes. Todas las barbaridades que comete, como vender a su hermana, torturar a su sobrina, tramar el fin de la Emperatriz, podría hacerlas también Kublai, pero en este una rara grandeza está por encima de su simple brutalidad. La segunda temporada es el relato de las conspiraciones internas entre los mongoles, la alianza de algunos jefes con el Papado para terminar con el dominio de Kublai y con él físicamente, y la lucha que Kublai lleva hasta el final en defensa de su trono.