lunes, 6 de diciembre de 2021

"13 mandamientos": La oscuridad del siglo

 

"13 mandamientos" (2018) llama la atención desde el título por el exceso. Los mandamientos sobre los cuales Moisés selló la alianza con Dios son, como todo el mundo sabe, diez. Aunque los eruditos judíos han contado otros mandatos de Dios en la Torá, hasta sumar 613, los grabados en planchas de piedra por el propio Dios constituyen la base sólida tanto de la antigua religión como del cristianismo. En todo caso, los cristianos sumaron uno, no inscrito por Dios en aquellas tablas, no formulado como mandamiento, sino como imperativo dicho por el Hijo: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". 

La serie belga es tributaria de la ya clásica película de cine negro "Seven", de David Fincher (1995), en la que un asesino serial ejecuta una persona por cada uno de los llamados pecados capitales. "13 mandamientos" rinde su homenaje expresamente, citando la película en el primero de sus 13 episodios. Además, sigue el modelo de la pareja de detectives de "Seven": el veterano a punto de retirarse y el nuevo detective, en este caso la nueva detective, menos reflexiva pero muy intuitiva. Ese par se constituye con el viejo inspector Peter Devriendt, de barba gris estilo Lincoln, y la detective Vicky Degraeve, que fracasó en la policía de asalto por un accidente automovilístico que limita su rendimiento físico, y pidió el traslado a la policía de investigaciones. Devriendt maneja un abollado Citroën de los años 80 o 90. Degraeve, una moto. Son dos épocas y dos temperamentos. Cada uno arrastra un drama personal, como es de rigor en el nuevo policial negro. Esos dramas intervienen más o menos fuertemente en su trabajo. Por las noches, el viejo suele dormir en el barrio rojo con una prostituta a la que solo se abraza. La joven investigadora ejercita su espalda, colgada del techo como un murciélago.

La condición humana no sale bien parada. El clima del relato es oscuro, como corresponde, pero está teñido de cierta indiferencia letal. A la prensa, a la policía, a la opinión pública les interesa que se devele el criminal que ejecuta uno a uno a otros criminales que cometieron otras tantas traiciones a los mandamientos bíblicos. No hay nunca un gesto de horror, y quizá es esto lo que da el tono frío a todo el relato. La opinión pública pronto se calienta y muchos toman partido por el punisher al que bautizan Moisés. El líder de una comunidad religiosa lleva adelante, incluso, una campaña a favor, sin dejar de aclarar que está de acuerdo con los fines pero no con los medios. Tampoco hay demasiada pasión en esta toma de posición. Se diría que todos asisten a un sereno apocalipsis. El viejo detective con barba gris estilo Lincoln tiene una casa de campo. No está terminada y la rodean todo tipo de trastos, incluida una vieja casa rodante. Cuando el policía mira desde allí la extensa ciudad en el valle tal vez piensa que es un buena vista, pero si uno lo observa a él sentado en un tonel de metal volcado, como lo hace la cámara, la impresión es de ruina. De estas ruinas civilizatorias, de este engaño de paz pastoral de los que huyen al campo, se nutre el pecado que persigue Moisés, quien tortura a sus víctimas sin matarlas, para no incurrir en la violación del quinto Mandamiento. 

Debemos decir que la resolución del caso es imprevista, pero queda expuesta unos episodios antes del final. Esto no afecta, curiosamente, la trama. Sabido quién es el autor de los crímenes, toda la atención se centra en el develamiento de su oscuridad y en los tres pecados que suma a los diez sancionados por la Biblia.

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