sábado, 25 de diciembre de 2021

"Le passager": No sé más quién soy

 


Hay que decir de entrada que la serie francesa "Le passager" (2014), desempolvada por Flow, es una serie inconclusa. No quiere decir esto que no se pueda ver su única temporada de seis episodios y que estos episodios no alcancen para delinear dos argumentos, uno de ellos más o menos frecuente en los policiales; el otro, en cambio, con el raro atractivo de las personalidades cambiantes, que se remontan al William Wilson de Edgar Allan Poe. Solo que en este caso la otra personalidad -las otras- no son solo personalidades sino identidades completas, incluyendo DNI. Tienen un rasgo distintivo que, como patología, parece que es de reciente data: el paciente no solo cambia su vida y su canto, sino que olvida por completo la vida anterior. Es un acto de "cancelación" inconsciente, llamado "de fuga" por los doctores. El cine europeo tiene variados antecedentes de juegos y traumas de "fuga" y de alienación, desde la célebre novela de Albert Camus, "El extranjero" (1942), hasta la película de Michelangelo Antonioni con Jack Nicholson, también llamada "El pasajero" (1975), en que un periodista asume la identidad de un muerto. Esta serie es menos angustiante y estrictamente policial.

"Le passager", catalogada por su título en inglés en la biblioteca de Flow, consta de dos líneas argumentales, por no decir de tres. Comienza en Burdeos, luego la acción se traslada a Marsella y, por último, a París. Un hombre aparece muerto en un abandonado taller ferroviario. Le han cercenado la cabeza y en su lugar pusieron la de un toro. Un hombre que pasaba cerca comienza a ser buscado por la capitana Anaïs Chatelet, que de entrada cae bastante antipática. La pista lleva al psiquiatra Mathias Freire, de quien es paciente el hombre que pasaba cerca, convertido ya en sospechoso principal. Freire se engancha con la investigación cuando deduce sin mucho esfuerzo que el primer crimen se relaciona con el mito del Minotauro. So pretexto de asistir a su paciente, se une a la capitana, quien no disimula su fastidio pero comienza a prestarle más atención cuando aparece una segunda víctima, amarrado a un árbol quemado por un rayo y el psiquiatra sugiere que la escena evoca el mito de Prometeo. La investigación gira entonces hacia Marsella, en pos de un vagabundo, y en ese preciso instante el psiquiatra desaparece de los sitios que solía frecuentar.

¿Qué ha ocurrido? Freire tiene borrada su memoria y no solo sospecha que no se llama en realidad Mathias Freire, sino que tampoco es psiquiatra y que quizá incluso es asesino. Se mezcla con los vagabundos de Marsella y comprueba que muchos lo conocen por otro nombre. Hemos llegado así a la mitad de la serie. Y estamos tentados a decir que desde aquí tenemos la certeza de que Freire no es culpable, y pasamos a interesarnos en saber quién es en realidad. Las personalidades que le salen al paso van descubriendo potencialidades que estaban dormidas en él, como la capacidad de acción e instinto de combate. Reaparecen un par de asesinos brutales, incansables y un tanto grotescos que no solo buscan frustrar la investigación de Freire sobre sí mismo sino incluso su existencia física. El último capítulo se titula acertadamente "Orfeo" en memoria del enamorado que bajó al infierno, aunque no esta vez en busca de la enamorada sino del diablo en quien convergen las tres líneas del relato.

Hay que decir que cuando al final Freire dice "me falta conocer la mitad de mi vida" la serie principal de crímenes está resuelta y el asesino probablemente muerto. Es por eso que pese a la frustración de Freire, uno se conforma con la mitad que conoce. Además, la capitana puede cerrar su caso y decididamente asumir su más que simpatía por el doctor.


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