lunes, 13 de diciembre de 2021

"La Trêve": un noir de verdad noir

 


"La Trêve" (2016-2018) formó parte del "aluvión" de series belgas de los últimos años, unas habladas en neerlandés, otras en francés, según fuera el lado del país en que estuviera grabada. Esta es en francés. Antes de seguir bueno es avisar que el 31 de diciembre Netflix le dará de baja, con sus dos temporadas de diez capítulos cada una: unas 20 horas de duración total. 

"La Trêve" tuvo críticas extáticas y destructivas en la misma proporción. En el mundo hispanohablante, hubo quienes la vieron barroca de acciones, asfixiante (dando por sentado que esto es un defecto) e inverosímil. Otros dijeron que el detective Yoann Peeters es uno de los personajes mejor construidos de todo y cuanto policial se considere: impulsivo, psíquicamente perturbado, adicto a las anfetaminas, perseguido por pesadillas y alucinaciones que impregnan al personaje y los escenarios. Calificaron de notable el espíritu cinematográfico de la serie (y lo es). El manejo de la imagen crea un clima difícil de definir, ominoso y tenso, en el que siempre está por ocurrir algo fúnebre. Adhiero a ese último grupo de críticos. El logro de "La Trêve" es su densidad, que va más allá de la trama y de lo que revela: prejuicios raciales, mafia de las apuestas en el fútbol, corrupción política, destrucción del medio ambiente, drogadicción, etc.: el mundo contemporáneo. La densidad de los personajes es lo que seguramente autoriza el calificativo de "asfixiante", un defecto que desde otro punto de vista constituye un resultado estético. 

La trama sobre un único asesinato es realmente barroca en la primera temporada. Y tan inverosímil como cualquier tipo de asesinato, porque en los archivos policiales lo inverosímil suele ser ley. ¿Por qué alguien querría matar a un futbolista negro de un club de pueblo, en el interior del imponente bosque de las Ardenas? Son varios los que pueden dar respuesta a esta pregunta. Y cuando se sepa la verdad se verá que hay tantos culpables como en el famoso "Asesinato en el Orient Express", de Agatha Christie. En cuanto a la situación del protagonista, es similar a la de muchos otros detectives de los policiales europeos recientes: exiliados en un pueblo, casi siempre divorciados -viudo en este caso-, con una hija adolescente y un yerro cometido en la ciudad capital, que los hace sentir culpables. En lo que se refiere a Yoann Peeters, hay cuatro muertes debidas a una precipitada orden suya. Heiderfeld, el pueblo al que va a radicarse en busca de la tregua a la que alude el título, ha sido el de parte de su infancia y juventud. Lo interesante es que el caso en el que se involucrará de inmediato es contado, recordado y comentado en el consultorio de una psiquiatra forense que intenta definir el perfil de Peeters, después de que fue encontrado con su ropa manchada de sangre y su memoria trastocada. 

En la segunda temporada Peeters ya no es policía, da clases sobre criminología. Ha logrado cierta paz. Pero su antigua analista solicita su ayuda porque está convencida de que un paciente suyo, acusado de asesinato, no es culpable. Peeters viaja a Musso, un pueblo muy cercano a Heiderfeld y se sumerge en una cantidad de hechos pasados y presentes que despiertan sus pesadillas, un diálogo alucinatorio con fantasmas y su vieja ansiedad, mientras continúa como trasfondo el conflicto ecológico. "La ansiedad" podría ser, dicho sea de paso, el título de la serie, si no fuera que existe el viejo filme titulado en castellano "El ansia" (1983), de Tony Scott, cuyos protagonistas fueron David Bowie y Catherine Deneuve. En la segunda, igual que en la primera temporada, los sueños son presentados como realidad hasta que sucede en ellos algo intolerable. De este modo, la realidad narrada por los sueños de Peeters es aun más monstruosa que la realidad real. Personajes laterales, casi grotescos, cometen en tanto espantosos crímenes. Una baronesa de provincia es la víctima: su hermana y el marido de esta parecen figuras del Grand Guignol. Pero como en "La carta robada", de Poe, lo que se intenta descubrir está a la vista desde el comienzo. Y lo que ha hecho el guión, mientras tanto, es mostrar cómo sigue actuando en la cabeza de un hombre el suceso que lo llevó al retiro y el autocastigo. Quiebra el recuerdo la mente de Peeters, y lo arroja a una investigación desenfrenada en la que quiere probarse algo, compensar o pagar. Al romper la paz que buscaba, el crimen lo lanza como una pelota contra una vidriera y es también la paz aparente de esos pueblos de postal lo que se quiebra.


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