martes, 30 de noviembre de 2021

"Elfos": ¿Qué elfos?

 


Si vas a mostrar una isla que encierra misterios, sean o no sobrenaturales, debes tener en cuenta una cosa, hijo mío: las islas misteriosas tienen una larga tradición literaria y siembran de por si un presentimiento maravilloso, en el buen o en el mal sentido. Empieza con la Odisea. 

Las islas han encerrado y encubierto, desde los tiempos homéricos, en primer lugar monstruos y hechiceras; luego caníbales (Defoe); enanos o sabios locos (Swift); tesoros (Stevenson); experimentos siniestros (H.G. Wells, Adolfo Bioy Casares); por último, dinosaurios... vivos (primero Conan Doyle, luego Spielberg).

Con "Elfos" los autores daneses han querido retomar el camino de los monstruos. Imaginaron una isla en la que existieran seres mitológicos y eligieron los que ya se nombran desde el título. Tropiezan aquí con otro antecedente ilustre: J.R.R. Tolkien y sus elfos bellos y de afiladas orejas. No somos expertos en mitologías germanas, pero las mitologías germanas, por lo que sabemos, no abundan en detalles sobre los elfos. Las menciones escasas permiten imaginar duendes, en el peor de los casos, no malignos.

¿A qué viene todo esto? A que la carta fuerte de una serie con elfos debería ser la revelación de los elfos. Spielberg comprendió que si una isla perdida está poblada de dinosaurios, estos deben verse a la larga. Más aun: el espectador está esperando verlos. De manera que fabricó unos dinosaurios y escenas con dinosaurios inolvidables para los chicos de aquel entonces, hoy adultos. En "Elfos" tenemos que la revelación de los elfos es francamente decepcionante, digna de una película de terror clase B de la década de los 50, y curiosamente alejada de la tradición nórdica. El bebé elfo, que es el primero en aparecer, está bien hecho, pero no es más que otro muñeco animado de la estirpe de los gremlins. Estamos hablando de dinosaurios y de tiernos animalitos que pueden devenir monstruos. Fueron creados -y bien- hace casi 30 años, unos, y cerca de 40 años los otros. 

"Elfos" logra cierto clima en los dos primeros de sus seis capítulos. Luego comienza la expectativa de ver a los seres confinados detrás de una pared electrificada de chapas y alambre. Y también empiezan las incongruencias: en la isla  vive un puñado de aldeanos acaudillados por una vieja matriarca. Ellos construyeron la cerca. No se entiende cómo lo hicieron sin que ninguna autoridad se enterarse. Tampoco se sabe por qué permanecen en la isla custodiando esa prisión élfica. Cuando llega la familia protagonista, parece que no fuera la primera que decidió pasar unos días de vacaciones en un lugar apartado. Sin embargo, las noticias sobre la cerca y lo que encierra nunca llegaron al continente, aunque hay un ferry que realiza viajes regulares a la isla.

Son seis capítulos breves. En el cuarto uno ya está harto. Sobre todo, de lo destemplado del relato: ni comedia ni terror, ni misterio ni suspenso. Es todo muy precario, excepto el pequeño elfo, que podría en realidad jugar mejor en un cuento de hadas para niños. 

Netflix la enlista entre sus programas más "populares".


domingo, 21 de noviembre de 2021

"Marco Polo": El eco de un imperio


 

Hablemos de una interesante serie, majestuosa en su producción, que quedó a mitad de camino, como nuestros conocimientos del antiguo imperio que pretende develar: "Marco Polo" (2015-2016). Aún puede verse, y vale la pena.

"Marco Polo" fue diseñada y guionada por el productor, músico y escritor John Fusco, que puede decirse un especialista en escenarios, coreografías y artes marciales de Oriente, o al menos un detallado admirador. Fue una de las primeras coproducciones de Netflix y tuvo un costo excepcional por la variedad escenarios reales en que se grabó, el despliegue de masas, la confección de palacios y vestuarios y el costo adicional de actores de primera línea. El fracaso debió estar previsto. Y lo estuvo, seguramente. Pero su causa quizá no: el descuido hacia la cuestión histórico-política de Asia que perdura hasta hoy. Centrado en la figura de Kublai Khan, el jefe mongol que llegó a gobernar la mayor parte del Asia Mayor y Menor, y amenazaba Europa, el guión no se detuvo en pensar que Kublai no fue ni es una figura simpática en Oriente, a cuyo mercado aspiraba Netflix con esta producción. 

La serie se basa en el libro del Marco Polo histórico, pero también en toda la documentación disponible para recrear la figura de Kublai Khan, nieto del Gengis Khan. Este había señalado un destino imperial a un pueblo nómade en el comienzo del siglo XIII. La enorme contradicción del carácter de Kublai, tal como la imaginaron Fusco y los otros productores, queda reflejada en la gran actuación de Benedict Wong. De este modo, el khan es el protagonista de la historia, indagado a fondo en su violencia y en su extraña apertura hacia el mundo, empezando por China, a la que logró sin embargo dominar de norte a sur. En el aura de otros emperadores, desde Alejandro el Magno, Kublai Khan tuvo, como su abuelo, gran curiosidad y afecto por las culturas y religiones de los otros pueblos. Entre sus consejeros incluyó chinos, persas, árabes y a un europeo como Marco Polo, el hijo del comerciante veneciano Niccolò Polo, quien se lo entregó como servidor para congraciarse, cuando el chico tenía 16 años. Pese a las revisiones y cuestionamientos que tuvo el relato de Marco Polo, junto al deslumbramiento que logró entre sus contemporáneos, queda de él, bastante seguro, que ocupó un lugar prominente en la corte de Kublai durante 17 años. Volvió cargado de riqueza. Dictó sus impresiones a Rustichello da Pisa, un escritor al que conoció en un calabozo durante una guerra entre Venecia y Génova, y poco antes de morir, cuando le sugirieron que corrigiera algunos detalles inconsistentes, respondió: "Conté apenas la mitad de lo que vi". Uno de esos detalles es el de haber participado en el diseño de las catapultas que le permitieron a Kublai Khan voltear los muros imbatibles de la ciudad de Xiangyang, con lo que completó su dominio sobre China y terminó con la dinastía Song (la dinastía Yuan que creó el mongol duró poco, sin embargo: apenas un siglo, a partir de 1270). La historia documentada atribuye la construcción de esas máquinas de guerra, poco conocidas en Oriente, a dos ingenieros persas.

Si el exotismo del Oriente es lo que atrajo a los contemporáneos de Polo, además de las riquezas y las obras de arquitectura y de ingeniería, lo que atrae en esta historia es la personalidad avasallante de Kublai, que puede ir desde la rusticidad a la sutileza, de la violencia para ejercer el poder al vivo interés por las culturas y las religiones. Nadie diría que Kublai fue un hombre bueno, pero sin duda su sed de grandeza no era inferior a la de conocimiento y la creación de lo que hoy llamaríamos "culturas globalizadas". La globalización se había iniciado con las campañas de exploración y conquista de Alejandro, dos siglos y medio antes de Cristo, pero comenzó a ser una realidad palpable cuando partió del otro lado: no desde el Mediterráneo hacia el Asia sino desde el Asia hacia Europa. El comercio vio un camino de oro, que se hizo legendario, en la Ruta de la Seda, organizada y controlada por los mongoles y cuya exploración fue el objetivo primordial del padre de Marco. Niccolò, sin embargo, terminó siendo agente del Papado, el cual temía a las hordas y estuvo dispuesto a aniquilarlas, sin pensar en globalización alguna, que no fuera la católica.

Lo que queda de la serie son dos temporadas que pueden considerarse dos relatos: el uno es la conquista del sur de China. Aquí queda mal parado el último resistente de la dinastía Song, el canciller Jia Sidao, llamado el "príncipe grillo" por su amor a las mantis, en las que se inspiraba su táctica de combate personal. Enfrente, tiene el kung fu de la grulla, del Maestro Cien Ojos, un monje taoísta ciego que entrena a los luchadores mongoles. La comparación es inevitable: Sidao es un héroe en la historia china, pero en la serie es la encarnación del provecho personal sin atenuantes. Todas las barbaridades que comete, como vender a su hermana, torturar a su sobrina, tramar el fin de la Emperatriz, podría hacerlas también Kublai, pero en este una rara grandeza está por encima de su simple brutalidad. La segunda temporada es el relato de las conspiraciones internas entre los mongoles, la alianza de algunos jefes con el Papado para terminar con el dominio de Kublai y con él físicamente, y la lucha que Kublai lleva hasta el final en defensa de su trono. 


lunes, 15 de noviembre de 2021

"Terrenos inundables": El esclavismo ideológico

Es sabido que a los que gustamos del metafísico género policial se nos conforma con poco. Basta que haya un misterio, y ni siquiera eso: basta que haya un escenario y gente especializada que intenta descorrer cortinas. Un poco de niebla y desconcierto. Lo que se descubra nunca será demasiado emocionante en sí mismo: Nos engañaremos, no hay duda -diría el poeta Raúl González Tuñón- /si desnuda nunca muy desnuda,/ si barbuda nunca muy barbuda/ será la mujer... Sin embargo, habremos de llegar hasta el final y ver, sobre todo, movimiento en los pliegues de una realidad eternamente viciada, agujereada por el mal. El proceso es lo que atrae. El camino y no la llegada.

  En materia de originalidad, hay poco en la coproducción belga-holandesa "Terrenos inundables" (2019), "Grenslanders", según el original, que al parecer significa fronterizos y que fue estrenada en otros países con el título en inglés de "Floodland". Se alude a las tierras duramente ganadas al mar en la desembocadura del río Escalda, frontera natural entre Bélgica y los Países Bajos, escenario, digamos de paso, de una gran batalla librada por los aliados para lograr el control del puerto de Amberes, durante la Segunda Guerra Mundial. Hay una detective de ascendencia africana, Tara Dessel, enviada desde Rotterdam, a raíz de una actuación precipitada que produjo una tragedia y el consiguiente rechazo de la detective a un examen psiquiátrico al que la obliga su jefe y amante. Es este el primer lugar común: detective urbano con problemas enviado o enviada a un pueblo de pocos y reticentes habitantes rústicos, que en este caso, además, son racistas en una buena proporción. La detective Dessel sigue tan ansiosa como en Roterdam: sin parar en el hotel que le asignaron, va sola a una escena de crimen. Se trata de un pequeño velero que ha aparecido en el río con orificios de bala y sangre desparramada por las paredes en el interior de la cabina. Tara recibe poco menos que una pateadura, debida enteramente a su impulsividad, porque hay algo vivo en el velero. Debe presentarse golpeada y sucia de barro a su nuevo jefe, un prudente baterista aficionado, pero justo en ese momento hay una celebración con strippers en la mismísima comisaria, rasgo de humor grotesco que no será el único.

  Otro lugar común será la desconfianza que inspira el entorno. Por último, y para seguir con la tradición del policial contemporáneo, quiere el destino que a Tara le toque investigar junto a alguien totalmente diferente, en este caso el psiquiatra belga Bert Dewul, demasiado calmo en comparación -aunque tiene su demonio-, quien fue enviado a evaluar a una chica africana a la que encontraron, empapada y confundida mentalmente, en las tierras pantanosas. El caso parece desvinculado del velero ensangrentado, pero en los policiales, ya se sabe, todo tiene que ver con todo. Ese todo, lo diremos, es la existencia de dos bandas delictivas, una previsible también, y al parecer presente en cada rincón del mundo, vinculada a las célebres tríadas chinas. La otra es un producto propio, folclórico y siniestro: se remonta a los antiguos traficantes de esclavos y contrabandistas, reclutados entonces y actualmente por familias localmente poderosas. Se reivindican como salteadores, piratas, pero sobre todo, nacionalistas y racistas. Y uno nunca sabe cuántos son en el pueblo y quién los dirige con el nombre de Almirante. Su ritual de iniciación impresiona: una simulación de muerte y entierro.

  Tenemos dos datos propios -el humor grotesco y la tradición esclavista- contra los lugares comunes argumentales. Y como toda Europa parece volcada a ubicar sus historias en paisajes especiales, usando y abusando de las tomas aéreas, "Terrenos inundables" no carece de ellos: una zona de médanos apenas fijados, como la costa atlántica de la provincia de Buenos Aires, marismas y bosques neblinosos, especiales para luchar con los fantasmas de uno si se transita por ellos de noche en un automóvil.

  Con todo el peso del lugar común, y el contrapeso de los rasgos propios, la serie -de ocho episodios con final cerrado- logra captarnos. La seguimos. Seguimos a sus personajes raros, grotescos o típicamente herméticos, incluso cuando ya es evidente que el tema central es el contrabando de personas, como sucede en muchas series europeas debido a que la inmigración desde el África y el Medio Oriente preocupa mucho en el que llamábamos Viejo Continente. La seguimos, conocemos más geografía y disfrutamos, porque al final nada es lo que parecía y todo lo era, como en cualquier policial que se precie.

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Flow


domingo, 14 de noviembre de 2021

"Stranger Things": Monstruos, un infierno paralelo... y malditos comunistas

 


"Stranger things" (2016-2019) ha sido una co-producción de Netflix y otras dos empresas, cuyo libro estuvo a cargo de los hermanos Matt y Ross Ruffer. Se convirtió en un clásico. Su mérito principal consistió en una añoranza de los años ochenta, sin internet y sin teléfonos celulares, en que los chicos jugaban sobre una mesa, durante horas, a "Calabozos y dragones", un anticipo manual de los juegos góticos de PC. En esta protohistoria de los nerds ubicada en un pueblo imaginario del estado de Indiana surgía de pronto el misterio "verdadero", más ligado a la ciencia-ficción que a la fantasía medievalista. De los cuatro amigos que compartían en un sótano la mesa de juego, uno desaparece. Cuando se quieren acordar, este chico no está en este mundo, sino en uno paralelo, donde el paisaje y los edificios son los mismos, pero envueltos en penumbra y raíces, bajo una especie de nevisca malsana permanente. En una palabra, un Hades, una tierra de muertos, paralela a la nuestra, bajo nuestros pies y tras nuestras paredes. Sin embargo, los semimuertos que viven en ella, antes de ser dominados completamente por el mundo oscuro y literalmente digeridos por él, son capaces de emitir señales eléctricas que perturban el funcionamiento de lámparas y artefactos en nuestro mundo. En algún momento, sabremos que una entrada al Hades ha sido descubierta y el infierno es explorado por una organización gubernamental que usa para esos fines a chicos superdotados. Una chica logra escapar del edificio de la institución y es ocultada por los protonerds, y más temprano que tarde se convierte en miembro de la pandilla y su ariete de batalla, ya que tiene un poder enorme para mover y rechazar seres vivos u objetos.

Cuando la madre del niño desaparecido y el comisario del pueblo, un gigantón noble -interpretados por Winona Ryder y David Harbour- comprenden de qué se trata todo, se convierten en almas de la busca del desaparecido y detectives de la manipulación del mundo extraño llevada a cabo por el laboratorio secreto del gobierno. Una generación un poco mayor que la de los nerds, formada por los chicos más grandes de la secundaria, entrará también en el juego.

Hasta aquí, todo funciona como un atractivo reloj fantástico digno de Steven Spielberg, aunque a veces no tan amable, más bien con el horror de las viejas películas de matiné. Porque, claro, también hay monstruos. Estos, la pandilla de púberes y adolescentes y el Hades resuenan en mitos arcaicos, de más está decirlo, y son muy bien manejados, junto con la dinámica de los grupos, el proceso de iniciación que viven los chicos, los lazos afectivos, la definición de caracteres. Por último el arquetipo del héroe americano común se integra perfectamente al cuadro. Mitiga el aspecto expresionista siniestro que podría dominar la historia.

Pero luego de dos temporadas, la tercera puso en juego el viejo anticomunismo estadounidense y recreó el miedo y los arquetipos de cartón que había inventado el macartismo y desarrollado el cine comercial de la posguerra y la plena guerra fría. No tanto porque se muestre a los rusos como sádicos y brutales, a la par que cubiertos de pomposos uniformes, sino por la idea de "infiltración", que se materializa en una verdadera presencia de un laboratorio ruso... bajo el suelo estadounidense.

Nadie defendería el vetusto régimen soviético que había hecho del socialismo una sociedad hermética dominada por el terror político silencioso, aunque ya próxima a su fin a mediados de los ochenta. Es que aquí se alteran las reglas del género fantástico las cuales indican que el éxito del relato depende de que la fantasía entre sutilmente o irrumpa en la vida cotidiana, desmoronando las apariencias y el sentido común, y no a la inversa. Esta inversión precisamente es la que se produce en la tercera temporada de "Stranger things": el "peligro ruso" -esto es el relato político- se mete en la narración fantástica. La confusión que genera consiste en que, además de inverosímil -que los rusos pudieran crear como si nada un edificio subterráneo bajo las narices y los pies de los yanquis-, la idea es anacrónica, corresponde a la política-ficción de los cincuenta, y uno hasta podría pensar que es una parodia de aquella.

El hallazgo de la tercera temporada es que los rusos han sabido disimular su laboratorio bajo una forma entonces naciente de comercio, el shopping, que tan bien conocemos ahora. Y que la batalla final de hombres y monstruos se libre en ese ambiente vuelve las cosas al mundo capitalista -a la mencionada destrucción de las apariencias- y es el mejor capítulo de acción de la serie que contribuyó a recrear la aventura juvenil en el universo streaming

Se anuncia en Netflix la cuarta temporada. ¿Habrá chinos y dragones?


viernes, 12 de noviembre de 2021

"Kepler(s)": Soy uno y tres

 


"Kepler(s)" (2018) sigue el rumbo de otras series policiales europeas en cuanto a revelar escenarios rurales y urbanos poco conocidos. La serie producida por la TV francesa asociada a una empresa privada, escrita y dirigida por Jean-Yves Arnaud y Yoan Legave, sitúa las desventuras del comandante Samuel Kepler en el puerto de Calais, aquella zona clásica en que Francia e Inglaterra se encuentran más próximas. En ese sector del Canal de la Mancha, en efecto, la distancia entre Calais y Dover es de poco más de 80 kilómetros, que desde mediados de los años 90 el tren Euroestar recorre en 35 minutos por el Eurotúnel. Tampoco es original la serie en plantear un caso criminal relacionado con la inmigración del África y del Medio Oriente en Europa. No es especial el propio Kepler como detective anómalo: muchos detectives de ficción no son del todo normales. Suelen ser obsesos, o alcohólicos, drogones e incluso autistas, como se vio recientemente en las series europeas. Y aún con todos estos tópicos sobre sus espaldas, "Kepler(s)" es un producto original, lo cual no sería mérito en sí mismo, si no fuera que esta originalidad tiene una representación sugerente y atractiva. 

La primera de esas originalidades es que Kepler no es alcohólico ni obsesivo: sufre el Trastorno de Identidad Disociativo, antes llamado de Personalidad Múltiple. El desmadre en que incurrió en París gracias a esa forma de trastorno psiquiátrico decide su traslado a Calais, y su confinamiento a tareas de oficina. En el transcurso de seis episodios, Kepler dejará el trabajo oficinesco para iniciar una investigación, liberará también sus múltiples personalidades y, aunque esto le cueste caro, gracias a ellas logrará resolver un caso complejo y detener a un asesino. Los creadores han decidido -esto es lo que está bien resuelto aunque parezca imposible- presentar a los tres habitantes de Kepler (él los llama "pasajeros") en genio y figura, procurando en cada caso liberarlo de la prisión en que lo mantienen los fármacos. De modo que no hay aquí un Mr. Hyde que brota del cuerpo del doctor Jekyll con forma propia, o un psicótico que se disfraza o le cambian los rasgos, sino que las tres personalidades, con rasgos físicos propios, procuran el control de Kepler en un escenario oscuro atravesado por una luz cenital, un no lugar, que sería el de su cerebro. Allí, Kepler es a la vez la bestia, un niño que fue abusado y una especie de personaje astuto, buen mozo y no binario. No compiten entre ellos por el poder, incluso pactan quién puede servir mejor a Kepler en cada ocasión. 

El otro aspecto no original del asunto, pero resuelto de modo plástico y enigmático, es el de crímenes que suponen un asesino serial, a cuya persecución contribuye la detective Alice Haddad, con los recaudos del caso respecto de su inestable comandante. Lejos de lo que pudieron suponer las autoridades parisinas, Calais no es el mejor lugar para realizar tareas policiales de oficina. La inmigración es un problema explosivo, que estalla cuando la policía arrasa, sin más, un campamento espontáneo de inmigrantes llamado despectivamente la Jungla. La posibilidad de moverse a Inglaterra por ferry lleva a muchos de los inmigrantes a intentar el embarque clandestinamente. Hay quienes los ayudan por solidaridad y quienes cobran por hacerlo. 

Sin embargo, el hecho que mueve a Kepler a abandonar las tareas de oficina no parece, al principio, vinculado con la inmigración: es la desaparición de la hija del jefe de su esposa en el proyecto estatal-privado de modernizar y ampliar el puerto. La chica desaparecida aparecerá muerta, colgada en la zona que fuera "la Jungla", cubierta con una túnica y en una posición precisamente plástica. Se piensa en un ritual exótico, pero un sacerdote africano dice que la figura que compone la víctima tiene poco que ver con los mitos de su pueblo. Por otra parte, tiene rasgos se diría escultóricos, clásicos y occidentales. Y aquí viene un maldito spoiler, si se quiere: la clave es un conjunto escultórico de Rodin emplazado en Calais, que se llama precisamente "Los burgueses de Calais". Refiere a un episodio del siglo XIV, cuando el puerto estuvo bajo asedio inglés. La ciudad debió rendirse, y pidió clemencia por los ciudadanos, pero el rey inglés Eduardo III exigió que seis ilustres le entregaran las llaves de la ciudad, y lo hicieran descalzos, en camisa, y con una soga al cuello. Su intención era por cierto sacrificarlos en nombre de todos los demás. No lo hizo -se dice- ante el pedido de perdón que interpuso su esposa. No solo en la apariencia de las figuras sino en el fondo de la historia estará en realidad la explicación de los crímenes actuales. Poco antes de la rendición, los burgueses habían expulsado de la ciudad a quinientos niños y ancianos, para hacer más duraderos los pocos víveres. Los expulsados cayeron en manos de los ingleses, que los dejaron morir de hambre.

Lo curioso y atractivo del caso del comandante Kepler es que sus tres "pasajeros" contribuyen, a su manera, a un mismo fin. Es decir que, lejos de complicarle la vida a su portador, ayudan a que haga su trabajo, y de paso deje en ridículo a su jefe, un personaje entre risueño y mediocre. Pero el Kepler exterior es finalmente el que carga no solo con la gloria sino también con las culpas por los desmanes que los "pasajeros" cometen en el desarrollo de la investigación.

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En Flow


viernes, 5 de noviembre de 2021

"The Crime": Sangre en el Báltico

 

Sí, amigos, ya se ha hablado -y se hablará- del polish noir, es decir, el policial polaco. Todos y cada uno de los nuevos noir hacen referencia al paisaje nacional desde el mote mismo. El único que sigue invicto en cuanto a referencia local es el policial británico, que solo aspiró a la universalidad. Y lo logró. Sobre su esquema de caso abierto y detective capaz de correr el telón de la cotidianeidad que impide ver el sinuoso y oscuro mecanismo de la mente y de la sociedad se hizo, mal que les pese a los estadounidenses, el policial negro. Sus personajes eran y son bastardos en comparación con la aristocracia de pensamiento de los detectives privados -profesionales sí, pero con alma amateur- del policial británico. Los investigadores de la costa Oeste estadounidense trataban, antes que nada, de ganarse la vida, y su segundo impulso, cuando lo había, era moral antes que deportivo como en Sherlock Holmes o Hércules Poirot. Descubrir la verdad era para los estadounidenses impugnar la mentira social, apenas disimulada tras frágiles máscaras de honorabilidad en las gentes poderosas. A nadie le asombraba descubrir que tras ese tipo que parecía tan macanudo había una bestia. Bastaba -y basta- ver como hasta hoy los yanquis empuñan los cubiertos. Siguen siendo cazadores de pieles sin escrúpulos y acaban de conocer el vino, pero creen que solo existe el pinot noir.

Bien. Hasta tanto no se hable de noir del Lacio, o noir mediterráneo, veamos cuál es la característica principal del polish noir. Además de demorarse en el paisaje urbano y rural, como hacen todos los noir en su respectivos ámbitos, y gracias al invento de los drones que nos brindan magníficas vistas aéreas en el noir de cualquier país, se ha señalado que los polacos siempre muestran las huellas del pasado reciente no solo en el paisaje sino también en las personas. Y por pasado reciente debe entenderse la Segunda Guerra Mundial y la dominación soviética.

Y en "Zbrodnia", titulado para el comercio internacional con la traducción literal al inglés, "The Crime" (2014), esas huellas ligeras, pero aun perceptibles, juegan un papel. Se trata de una serie de dos temporadas de tres capítulos cada una. El protagonista de ambas es el detective Tomasz Nowinski, quien encuentra colaboración espontánea en su amor de la adolescencia, Agnieszka Lubczynska, a quien reencuentra en el pueblo de Hel. Se establece así un triángulo entre Tomasz, Agnieszka y el marido de ella, en correspondencia con el triángulo que forman los viajes del detective al pueblo. Para entender mejor esta geografía, es propicio visitar un mapa, pero explicaremos brevemente que Hel está situado en una península que se desprende de la costa del Báltico en la punta de un golfo, aunque en forma paralela a la costa, de manera tal que encierra el golfo convirtiéndolo en parte en un lago o remanso del mar. Tomasz Nowinski es detective en Gdynia, situada frente a la península. Para ir a Hel debe cruzar el golfo en ferry o bien tomar la carretera marítima hacia el norte y entrar por tierra. No se si se entiende, pero es lo mismo: el mar es aquí un gran protagonista, y la guerra, que convirtió a Hel en una base militar, es el fantasma del primer caso, es decir, de la primera temporada. Porque se verán todavía pilotes de cemento en las playas y un búnker en el que aparecerá un esqueleto, por cierto no de la época la de la guerra, pero algo antiguo. 

Todo comienza cuando Nowinski entrecierra los ojos antes de cruzar una calle, porque se cae de sueño: padece insomnio. Una disputa de tránsito lo saca de su somnolencia, y enseguida suena su celular. Nowinski debe viajar a Hel donde apareció un cuerpo bastante putrefacto enredado en una red de pesca. Hel es un balneario turístico, no precisamente cálido, pero bello, y el detective tiene la misión de resolver la cuestión antes de que influya en el turismo, solo ayudado por una policía novata. No será tan fácil. Enseguida aparece otro cadáver, además de su viejo amor de la secundaria y el insomnio. Por otra parte, indagar las raíces de los crímenes significará en algún momento revisar los expedientes de los soldados que se quedaron a vivir en la península terminada la guerra. En aquellos tiempos, la población militar duplicaba la población estable. Los que se quedaron son muchos.

La segunda historia es actual, puramente capitalista, y tiene el corte de los policiales clásicos británicos: la flor y nata del pueblo, esto es, la aristocracia lugareña, se ha congregado entera para ver en la playa una carrera de caballos a beneficio. Los jinetes son algunos de los pro-hombres locales. Todos están allí, pero cuando el ganador levanta una botella de champagne, un disparo casi silencioso se la vuela de la mano. No termina de salir de su asombro cuando otro disparo silente le da en el pecho. Se trata de saber cuál de los nobles o las nobles del feudo ha matado a un sujeto por lo demás odioso. Y, si el asesino es del círculo de los privilegiados y allegados, cómo pudo disparar un rifle de caza desde cierta distancia y estar al mismo tiempo, o casi, aplaudiendo al ganador en la playa. Esta segunda historia, huelga decirlo, es más interesante que la primera, pero en general la serie es interesante. En cuanto al triángulo amoroso, ya verán cómo viene la mano. Precisamente una mano desgraciadamente usada lo resuelve.

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Se estrenó en Netflix el 25 de julio de 2021