viernes, 12 de noviembre de 2021

"Kepler(s)": Soy uno y tres

 


"Kepler(s)" (2018) sigue el rumbo de otras series policiales europeas en cuanto a revelar escenarios rurales y urbanos poco conocidos. La serie producida por la TV francesa asociada a una empresa privada, escrita y dirigida por Jean-Yves Arnaud y Yoan Legave, sitúa las desventuras del comandante Samuel Kepler en el puerto de Calais, aquella zona clásica en que Francia e Inglaterra se encuentran más próximas. En ese sector del Canal de la Mancha, en efecto, la distancia entre Calais y Dover es de poco más de 80 kilómetros, que desde mediados de los años 90 el tren Euroestar recorre en 35 minutos por el Eurotúnel. Tampoco es original la serie en plantear un caso criminal relacionado con la inmigración del África y del Medio Oriente en Europa. No es especial el propio Kepler como detective anómalo: muchos detectives de ficción no son del todo normales. Suelen ser obsesos, o alcohólicos, drogones e incluso autistas, como se vio recientemente en las series europeas. Y aún con todos estos tópicos sobre sus espaldas, "Kepler(s)" es un producto original, lo cual no sería mérito en sí mismo, si no fuera que esta originalidad tiene una representación sugerente y atractiva. 

La primera de esas originalidades es que Kepler no es alcohólico ni obsesivo: sufre el Trastorno de Identidad Disociativo, antes llamado de Personalidad Múltiple. El desmadre en que incurrió en París gracias a esa forma de trastorno psiquiátrico decide su traslado a Calais, y su confinamiento a tareas de oficina. En el transcurso de seis episodios, Kepler dejará el trabajo oficinesco para iniciar una investigación, liberará también sus múltiples personalidades y, aunque esto le cueste caro, gracias a ellas logrará resolver un caso complejo y detener a un asesino. Los creadores han decidido -esto es lo que está bien resuelto aunque parezca imposible- presentar a los tres habitantes de Kepler (él los llama "pasajeros") en genio y figura, procurando en cada caso liberarlo de la prisión en que lo mantienen los fármacos. De modo que no hay aquí un Mr. Hyde que brota del cuerpo del doctor Jekyll con forma propia, o un psicótico que se disfraza o le cambian los rasgos, sino que las tres personalidades, con rasgos físicos propios, procuran el control de Kepler en un escenario oscuro atravesado por una luz cenital, un no lugar, que sería el de su cerebro. Allí, Kepler es a la vez la bestia, un niño que fue abusado y una especie de personaje astuto, buen mozo y no binario. No compiten entre ellos por el poder, incluso pactan quién puede servir mejor a Kepler en cada ocasión. 

El otro aspecto no original del asunto, pero resuelto de modo plástico y enigmático, es el de crímenes que suponen un asesino serial, a cuya persecución contribuye la detective Alice Haddad, con los recaudos del caso respecto de su inestable comandante. Lejos de lo que pudieron suponer las autoridades parisinas, Calais no es el mejor lugar para realizar tareas policiales de oficina. La inmigración es un problema explosivo, que estalla cuando la policía arrasa, sin más, un campamento espontáneo de inmigrantes llamado despectivamente la Jungla. La posibilidad de moverse a Inglaterra por ferry lleva a muchos de los inmigrantes a intentar el embarque clandestinamente. Hay quienes los ayudan por solidaridad y quienes cobran por hacerlo. 

Sin embargo, el hecho que mueve a Kepler a abandonar las tareas de oficina no parece, al principio, vinculado con la inmigración: es la desaparición de la hija del jefe de su esposa en el proyecto estatal-privado de modernizar y ampliar el puerto. La chica desaparecida aparecerá muerta, colgada en la zona que fuera "la Jungla", cubierta con una túnica y en una posición precisamente plástica. Se piensa en un ritual exótico, pero un sacerdote africano dice que la figura que compone la víctima tiene poco que ver con los mitos de su pueblo. Por otra parte, tiene rasgos se diría escultóricos, clásicos y occidentales. Y aquí viene un maldito spoiler, si se quiere: la clave es un conjunto escultórico de Rodin emplazado en Calais, que se llama precisamente "Los burgueses de Calais". Refiere a un episodio del siglo XIV, cuando el puerto estuvo bajo asedio inglés. La ciudad debió rendirse, y pidió clemencia por los ciudadanos, pero el rey inglés Eduardo III exigió que seis ilustres le entregaran las llaves de la ciudad, y lo hicieran descalzos, en camisa, y con una soga al cuello. Su intención era por cierto sacrificarlos en nombre de todos los demás. No lo hizo -se dice- ante el pedido de perdón que interpuso su esposa. No solo en la apariencia de las figuras sino en el fondo de la historia estará en realidad la explicación de los crímenes actuales. Poco antes de la rendición, los burgueses habían expulsado de la ciudad a quinientos niños y ancianos, para hacer más duraderos los pocos víveres. Los expulsados cayeron en manos de los ingleses, que los dejaron morir de hambre.

Lo curioso y atractivo del caso del comandante Kepler es que sus tres "pasajeros" contribuyen, a su manera, a un mismo fin. Es decir que, lejos de complicarle la vida a su portador, ayudan a que haga su trabajo, y de paso deje en ridículo a su jefe, un personaje entre risueño y mediocre. Pero el Kepler exterior es finalmente el que carga no solo con la gloria sino también con las culpas por los desmanes que los "pasajeros" cometen en el desarrollo de la investigación.

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