domingo, 21 de noviembre de 2021

"Marco Polo": El eco de un imperio


 

Hablemos de una interesante serie, majestuosa en su producción, que quedó a mitad de camino, como nuestros conocimientos del antiguo imperio que pretende develar: "Marco Polo" (2015-2016). Aún puede verse, y vale la pena.

"Marco Polo" fue diseñada y guionada por el productor, músico y escritor John Fusco, que puede decirse un especialista en escenarios, coreografías y artes marciales de Oriente, o al menos un detallado admirador. Fue una de las primeras coproducciones de Netflix y tuvo un costo excepcional por la variedad escenarios reales en que se grabó, el despliegue de masas, la confección de palacios y vestuarios y el costo adicional de actores de primera línea. El fracaso debió estar previsto. Y lo estuvo, seguramente. Pero su causa quizá no: el descuido hacia la cuestión histórico-política de Asia que perdura hasta hoy. Centrado en la figura de Kublai Khan, el jefe mongol que llegó a gobernar la mayor parte del Asia Mayor y Menor, y amenazaba Europa, el guión no se detuvo en pensar que Kublai no fue ni es una figura simpática en Oriente, a cuyo mercado aspiraba Netflix con esta producción. 

La serie se basa en el libro del Marco Polo histórico, pero también en toda la documentación disponible para recrear la figura de Kublai Khan, nieto del Gengis Khan. Este había señalado un destino imperial a un pueblo nómade en el comienzo del siglo XIII. La enorme contradicción del carácter de Kublai, tal como la imaginaron Fusco y los otros productores, queda reflejada en la gran actuación de Benedict Wong. De este modo, el khan es el protagonista de la historia, indagado a fondo en su violencia y en su extraña apertura hacia el mundo, empezando por China, a la que logró sin embargo dominar de norte a sur. En el aura de otros emperadores, desde Alejandro el Magno, Kublai Khan tuvo, como su abuelo, gran curiosidad y afecto por las culturas y religiones de los otros pueblos. Entre sus consejeros incluyó chinos, persas, árabes y a un europeo como Marco Polo, el hijo del comerciante veneciano Niccolò Polo, quien se lo entregó como servidor para congraciarse, cuando el chico tenía 16 años. Pese a las revisiones y cuestionamientos que tuvo el relato de Marco Polo, junto al deslumbramiento que logró entre sus contemporáneos, queda de él, bastante seguro, que ocupó un lugar prominente en la corte de Kublai durante 17 años. Volvió cargado de riqueza. Dictó sus impresiones a Rustichello da Pisa, un escritor al que conoció en un calabozo durante una guerra entre Venecia y Génova, y poco antes de morir, cuando le sugirieron que corrigiera algunos detalles inconsistentes, respondió: "Conté apenas la mitad de lo que vi". Uno de esos detalles es el de haber participado en el diseño de las catapultas que le permitieron a Kublai Khan voltear los muros imbatibles de la ciudad de Xiangyang, con lo que completó su dominio sobre China y terminó con la dinastía Song (la dinastía Yuan que creó el mongol duró poco, sin embargo: apenas un siglo, a partir de 1270). La historia documentada atribuye la construcción de esas máquinas de guerra, poco conocidas en Oriente, a dos ingenieros persas.

Si el exotismo del Oriente es lo que atrajo a los contemporáneos de Polo, además de las riquezas y las obras de arquitectura y de ingeniería, lo que atrae en esta historia es la personalidad avasallante de Kublai, que puede ir desde la rusticidad a la sutileza, de la violencia para ejercer el poder al vivo interés por las culturas y las religiones. Nadie diría que Kublai fue un hombre bueno, pero sin duda su sed de grandeza no era inferior a la de conocimiento y la creación de lo que hoy llamaríamos "culturas globalizadas". La globalización se había iniciado con las campañas de exploración y conquista de Alejandro, dos siglos y medio antes de Cristo, pero comenzó a ser una realidad palpable cuando partió del otro lado: no desde el Mediterráneo hacia el Asia sino desde el Asia hacia Europa. El comercio vio un camino de oro, que se hizo legendario, en la Ruta de la Seda, organizada y controlada por los mongoles y cuya exploración fue el objetivo primordial del padre de Marco. Niccolò, sin embargo, terminó siendo agente del Papado, el cual temía a las hordas y estuvo dispuesto a aniquilarlas, sin pensar en globalización alguna, que no fuera la católica.

Lo que queda de la serie son dos temporadas que pueden considerarse dos relatos: el uno es la conquista del sur de China. Aquí queda mal parado el último resistente de la dinastía Song, el canciller Jia Sidao, llamado el "príncipe grillo" por su amor a las mantis, en las que se inspiraba su táctica de combate personal. Enfrente, tiene el kung fu de la grulla, del Maestro Cien Ojos, un monje taoísta ciego que entrena a los luchadores mongoles. La comparación es inevitable: Sidao es un héroe en la historia china, pero en la serie es la encarnación del provecho personal sin atenuantes. Todas las barbaridades que comete, como vender a su hermana, torturar a su sobrina, tramar el fin de la Emperatriz, podría hacerlas también Kublai, pero en este una rara grandeza está por encima de su simple brutalidad. La segunda temporada es el relato de las conspiraciones internas entre los mongoles, la alianza de algunos jefes con el Papado para terminar con el dominio de Kublai y con él físicamente, y la lucha que Kublai lleva hasta el final en defensa de su trono. 


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