domingo, 14 de noviembre de 2021

"Stranger Things": Monstruos, un infierno paralelo... y malditos comunistas

 


"Stranger things" (2016-2019) ha sido una co-producción de Netflix y otras dos empresas, cuyo libro estuvo a cargo de los hermanos Matt y Ross Ruffer. Se convirtió en un clásico. Su mérito principal consistió en una añoranza de los años ochenta, sin internet y sin teléfonos celulares, en que los chicos jugaban sobre una mesa, durante horas, a "Calabozos y dragones", un anticipo manual de los juegos góticos de PC. En esta protohistoria de los nerds ubicada en un pueblo imaginario del estado de Indiana surgía de pronto el misterio "verdadero", más ligado a la ciencia-ficción que a la fantasía medievalista. De los cuatro amigos que compartían en un sótano la mesa de juego, uno desaparece. Cuando se quieren acordar, este chico no está en este mundo, sino en uno paralelo, donde el paisaje y los edificios son los mismos, pero envueltos en penumbra y raíces, bajo una especie de nevisca malsana permanente. En una palabra, un Hades, una tierra de muertos, paralela a la nuestra, bajo nuestros pies y tras nuestras paredes. Sin embargo, los semimuertos que viven en ella, antes de ser dominados completamente por el mundo oscuro y literalmente digeridos por él, son capaces de emitir señales eléctricas que perturban el funcionamiento de lámparas y artefactos en nuestro mundo. En algún momento, sabremos que una entrada al Hades ha sido descubierta y el infierno es explorado por una organización gubernamental que usa para esos fines a chicos superdotados. Una chica logra escapar del edificio de la institución y es ocultada por los protonerds, y más temprano que tarde se convierte en miembro de la pandilla y su ariete de batalla, ya que tiene un poder enorme para mover y rechazar seres vivos u objetos.

Cuando la madre del niño desaparecido y el comisario del pueblo, un gigantón noble -interpretados por Winona Ryder y David Harbour- comprenden de qué se trata todo, se convierten en almas de la busca del desaparecido y detectives de la manipulación del mundo extraño llevada a cabo por el laboratorio secreto del gobierno. Una generación un poco mayor que la de los nerds, formada por los chicos más grandes de la secundaria, entrará también en el juego.

Hasta aquí, todo funciona como un atractivo reloj fantástico digno de Steven Spielberg, aunque a veces no tan amable, más bien con el horror de las viejas películas de matiné. Porque, claro, también hay monstruos. Estos, la pandilla de púberes y adolescentes y el Hades resuenan en mitos arcaicos, de más está decirlo, y son muy bien manejados, junto con la dinámica de los grupos, el proceso de iniciación que viven los chicos, los lazos afectivos, la definición de caracteres. Por último el arquetipo del héroe americano común se integra perfectamente al cuadro. Mitiga el aspecto expresionista siniestro que podría dominar la historia.

Pero luego de dos temporadas, la tercera puso en juego el viejo anticomunismo estadounidense y recreó el miedo y los arquetipos de cartón que había inventado el macartismo y desarrollado el cine comercial de la posguerra y la plena guerra fría. No tanto porque se muestre a los rusos como sádicos y brutales, a la par que cubiertos de pomposos uniformes, sino por la idea de "infiltración", que se materializa en una verdadera presencia de un laboratorio ruso... bajo el suelo estadounidense.

Nadie defendería el vetusto régimen soviético que había hecho del socialismo una sociedad hermética dominada por el terror político silencioso, aunque ya próxima a su fin a mediados de los ochenta. Es que aquí se alteran las reglas del género fantástico las cuales indican que el éxito del relato depende de que la fantasía entre sutilmente o irrumpa en la vida cotidiana, desmoronando las apariencias y el sentido común, y no a la inversa. Esta inversión precisamente es la que se produce en la tercera temporada de "Stranger things": el "peligro ruso" -esto es el relato político- se mete en la narración fantástica. La confusión que genera consiste en que, además de inverosímil -que los rusos pudieran crear como si nada un edificio subterráneo bajo las narices y los pies de los yanquis-, la idea es anacrónica, corresponde a la política-ficción de los cincuenta, y uno hasta podría pensar que es una parodia de aquella.

El hallazgo de la tercera temporada es que los rusos han sabido disimular su laboratorio bajo una forma entonces naciente de comercio, el shopping, que tan bien conocemos ahora. Y que la batalla final de hombres y monstruos se libre en ese ambiente vuelve las cosas al mundo capitalista -a la mencionada destrucción de las apariencias- y es el mejor capítulo de acción de la serie que contribuyó a recrear la aventura juvenil en el universo streaming

Se anuncia en Netflix la cuarta temporada. ¿Habrá chinos y dragones?


No hay comentarios: