lunes, 15 de noviembre de 2021

"Terrenos inundables": El esclavismo ideológico

Es sabido que a los que gustamos del metafísico género policial se nos conforma con poco. Basta que haya un misterio, y ni siquiera eso: basta que haya un escenario y gente especializada que intenta descorrer cortinas. Un poco de niebla y desconcierto. Lo que se descubra nunca será demasiado emocionante en sí mismo: Nos engañaremos, no hay duda -diría el poeta Raúl González Tuñón- /si desnuda nunca muy desnuda,/ si barbuda nunca muy barbuda/ será la mujer... Sin embargo, habremos de llegar hasta el final y ver, sobre todo, movimiento en los pliegues de una realidad eternamente viciada, agujereada por el mal. El proceso es lo que atrae. El camino y no la llegada.

  En materia de originalidad, hay poco en la coproducción belga-holandesa "Terrenos inundables" (2019), "Grenslanders", según el original, que al parecer significa fronterizos y que fue estrenada en otros países con el título en inglés de "Floodland". Se alude a las tierras duramente ganadas al mar en la desembocadura del río Escalda, frontera natural entre Bélgica y los Países Bajos, escenario, digamos de paso, de una gran batalla librada por los aliados para lograr el control del puerto de Amberes, durante la Segunda Guerra Mundial. Hay una detective de ascendencia africana, Tara Dessel, enviada desde Rotterdam, a raíz de una actuación precipitada que produjo una tragedia y el consiguiente rechazo de la detective a un examen psiquiátrico al que la obliga su jefe y amante. Es este el primer lugar común: detective urbano con problemas enviado o enviada a un pueblo de pocos y reticentes habitantes rústicos, que en este caso, además, son racistas en una buena proporción. La detective Dessel sigue tan ansiosa como en Roterdam: sin parar en el hotel que le asignaron, va sola a una escena de crimen. Se trata de un pequeño velero que ha aparecido en el río con orificios de bala y sangre desparramada por las paredes en el interior de la cabina. Tara recibe poco menos que una pateadura, debida enteramente a su impulsividad, porque hay algo vivo en el velero. Debe presentarse golpeada y sucia de barro a su nuevo jefe, un prudente baterista aficionado, pero justo en ese momento hay una celebración con strippers en la mismísima comisaria, rasgo de humor grotesco que no será el único.

  Otro lugar común será la desconfianza que inspira el entorno. Por último, y para seguir con la tradición del policial contemporáneo, quiere el destino que a Tara le toque investigar junto a alguien totalmente diferente, en este caso el psiquiatra belga Bert Dewul, demasiado calmo en comparación -aunque tiene su demonio-, quien fue enviado a evaluar a una chica africana a la que encontraron, empapada y confundida mentalmente, en las tierras pantanosas. El caso parece desvinculado del velero ensangrentado, pero en los policiales, ya se sabe, todo tiene que ver con todo. Ese todo, lo diremos, es la existencia de dos bandas delictivas, una previsible también, y al parecer presente en cada rincón del mundo, vinculada a las célebres tríadas chinas. La otra es un producto propio, folclórico y siniestro: se remonta a los antiguos traficantes de esclavos y contrabandistas, reclutados entonces y actualmente por familias localmente poderosas. Se reivindican como salteadores, piratas, pero sobre todo, nacionalistas y racistas. Y uno nunca sabe cuántos son en el pueblo y quién los dirige con el nombre de Almirante. Su ritual de iniciación impresiona: una simulación de muerte y entierro.

  Tenemos dos datos propios -el humor grotesco y la tradición esclavista- contra los lugares comunes argumentales. Y como toda Europa parece volcada a ubicar sus historias en paisajes especiales, usando y abusando de las tomas aéreas, "Terrenos inundables" no carece de ellos: una zona de médanos apenas fijados, como la costa atlántica de la provincia de Buenos Aires, marismas y bosques neblinosos, especiales para luchar con los fantasmas de uno si se transita por ellos de noche en un automóvil.

  Con todo el peso del lugar común, y el contrapeso de los rasgos propios, la serie -de ocho episodios con final cerrado- logra captarnos. La seguimos. Seguimos a sus personajes raros, grotescos o típicamente herméticos, incluso cuando ya es evidente que el tema central es el contrabando de personas, como sucede en muchas series europeas debido a que la inmigración desde el África y el Medio Oriente preocupa mucho en el que llamábamos Viejo Continente. La seguimos, conocemos más geografía y disfrutamos, porque al final nada es lo que parecía y todo lo era, como en cualquier policial que se precie.

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Flow


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