lunes, 13 de julio de 2020

"Karppi", segunda temporada: Crimen y política en la Última Thule



"Karppi" y "Sorjonen" son series finlandesas que enriquecieron últimamente el "nordic noir". En su origen ninguna de las dos se titula así sino "Deadwind", en el caso de "Karppi", y "Bordertown" en el de "Sorjonen", pero Netflix prefirió rotularlas con los apellidos de sus protagonistas. Los títulos originales remiten a un aporte escenográfico que es paradójicamente esencial en el policial de los países nórdicos: el paisaje. Específicamente, "Bordertown" alude al punto extremo de la poesía de este subgénero: la frontera. Sorjonen actúa en un pueblo limítrofe con Rusia, entre lagos y bosques. Karppi, en cambio, es una policía de Helsinki. El deadwind que llega a la ciudad proviene del norte frío y sobrevuela el Báltico. Las tomas cenitales de "Sorjonen" son de bosques y aguas; las de "Karppi", de una ciudad inocultablemente nórdica, pero ciudad al fin, con tomas panorámicas del puerto y de la costa, intercaladas con las recurrentes tomas aéreas urbanas.

Cuando uno ve series policiales nórdicas piensa que el nordic noir no es posible sin la imagen, y quizá no sea posible sin el streaming. Ahora bien, esos paisajes no purifican nada, por el contrario: están amenazados, no tanto por el cambio climático, que se subraya muchas veces, cuanto por la índole macabra del propio ser humano: el delito atroz, la violencia, la trata de personas, la corrupción. No hay religiosidad en el nordic noir, sino a través de un paisaje místico deteriorado lentamente. El policial finlandés, último en sumarse a la corriente negra, pone de relieve esa amenaza para la última Thule de la civilización moderna (precisamente un episodio en la segunda temporada de "Karppi" sucede en la isla estonia de Saaremaa, que para algunos es el lugar exacto que los romanos llamaban de aquel modo).

En todos los policiales -tradicionales ingleses y franceses, negros estadounidenses, negros londinenses o galeses, negros irlandeses, y ahora belgas- importa menos el ingenio de la trama y su resolución -incluso en los de Sherlock Holmes- que los caracteres y eventos que llevan al desenlace. Casi se diría que paisaje y personajes son el sine qua non del policial. Quizá porque en el mundo del capitalismo moderno son menos enigmáticos los motivos de los crímenes que el sugerente trasfondo de los escenarios y las máscaras que por ellos desfilan.

Karppi usa la máscara de una chica de ciudad de uñas ralas, de quien nadie diría que es policía, lo mismo que de su compañero, un joven chueco y algo ausente que usa jopo a lo Presley (en realidad los nórdicos parecen siempre un poco ausentes y lavados, fantasmagórica condición que el policial aprovecha). Karppi, el personaje, hay que decirlo, está lejos de Sorjonen en cuanto al interés que pueda despertar su figura, excepto que atrae justamente por ese aspecto de chica (nórdica) del montón. Aunque para eso es quizá un poco demasiado bonita. Sorjonen, que actúa en la frontera geográfica y también en el límite del par de opuestos genialidad-oligofrenia, encarna una antigua figura de pueblos asiáticos, sobre la que Andrei Tarkovsky hizo girar -muy lentamente- un gran film de todos los tiempos. El stalker. El chamán. El genio tonto. La inteligencia de otro mundo. Karppi está incluso lejos de Andri Olafsson, el gigantesco y noble detective entrañable de "Trapped", la serie que a su vez metió a Islandia en la historia del policial negro.

Con todo esto en contra, o a favor, según se mire, "Karppi" termina atrapando. Y lo que atrapa, una vez más, es el paisaje, los movimientos del crimen bajo la nevada, el Báltico que golpea viejas y carcomidas costas.

La segunda temporada de "Karppi" se desarrolla sobre tres hilados de delitos, que al principio parecen solo uno. El desenvolvimiento de esa trenza de sucesos sombríos y la puesta en evidencia de sus distintos desarrollos es el mayor logro, después de la imagen, en esta temporada. Pero hay una escena de sutileza impar en el séptimo y penúltimo capítulo: en una reunión de políticos en la que se discute la conveniencia de un nuevo liderazgo, una dirigente le dice a otra: "Va contra nuestra ideología que todo dependa de tu carisma". La discusión está bien puesta, y uno sabe ya algunas cosas sobre las ambiciones de las dos contendientes, de modo que esa frase desnuda el horrible vacío de sentido que hay tras el "discurso" en la política actual. En Finlandia, como en cualquier lugar del mundo, ideología es una palabra más en un arsenal que suele usarse para justificar una sed de poder sin contenidos, como toda sed, como toda pulsión. Se ve en esa escena que ninguna de las dos dirigentes cree en principios ni ideologías más que como naipes que se juegan según la oportunidad. Es un logro de la serie que ese vacío sea papable en apenas un flash dentro de esta historia. Y lo es porque salón y el paisaje urbano invernal son despojados como el vacío detrás de las palabras. El escenario resulta un correlato objetivo.
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Imagen: los protagonistas de Karppi

1 comentario:

mirtha makianich dijo...

HOLA.Sigo agradecida por este Blog. Comento que, a pesar de que no soy una espectadora muy atenta, registrè muy bien esa frase que Ud. menciona. ¿Por què sera?...