"Fargo", la serie emitida por FX en 2014, 2015 y 2017, ahora en Netflix, no es precuela ni secuela de la celebrada película "Fargo", de 1996, de los hermanos Joel y Ethan Coen, sino una recreación del ambiente del film y del humor de los directores -una variante grotesca y exagerada del humor negro-. De hecho los Coen son productores de la serie, realizada por el escritor de televisión Noah Hawley. De esta suerte, el burlón cartel "This is a true story" (esta es una historia verdadera) precede un desfile cruel e irreal de personajes a la altura del teatro del Grand Guignol, de París, que no escatimaba violencia a finales del siglo XIX. Como si Hawley y los Coen quisiesen decir que la violencia es siempre amoral y siempre terriblemente irreal... pero verdadera.
La tranquila vida de los villorrios y pueblos encerraba en todo el mundo, y probablemente aún encierra, frustración y violencia, eso lo sabemos desde Chejov. Pero si en el teatro chejoviano la explosión de esos sentimientos subterráneos se reducía a que un personaje de pronto enloquecía, salía bailando por los campos, tiraba un tiro al aire y caía llorando de amargura en brazos de una rusa siempre piadosa, como nos enseñó Dostoievski que son las rusas, aquí los pueblos americanos típicos, con policía que usa sombreros Stetson, son más bien invadidos por un ejército de violentos salidos de las fauces del infierno.
Los hermanos Coen, y Hawley siguiéndolos, han usado el recurso del pueblo chato o apacible, y también el recurso de que gente simple, metódica y buena -que quiere a la vez mantener un orden de vida y ser justa, más que imponer una ley abstracta- es la que salva la ropa, en última instancia, y de la que pende el hilo delgado que sostiene esa posibilidad de salvación. Pero no ha de verse esto como "propaganda de sistema": los Coen -y creo que todos- necesitan una esperanza mínima. Además, sus "héroes positivos" son simpáticos, entre otras cosas porque todos los conocemos, porque son parte del tejido de cosas comunes que nos sostienen sobre un abismo de locos de remate armados con motosierras o revólveres Magnum. Es esta la ilusión que nos permite seguir adelante, o hacia donde sea.
Del lado del demonio, ha de ser inolvidable el asesino eficaz Lorne Malvo, interpretado por Billy Bob Thorton en la primera temporada (de la cual, atenti, la segunda ha de ser precuela). En algún momento, Malvo va a alojarse a un hotel de menos una estrella. La conserje le señala entre otras reglas que allí no se admiten mascotas. Pregunta Malvo: "¿Un pez es una mascota?" "Supongo que sí", responde la conserje. "¿Un microbio?", pregunta el asesino. "¿Me está cargando?", dice la conserje. "No", responde Malvo, "trato de entender las instituciones".
Y esa es toda la cuestión: una lucha entre el salvajismo primitivo y las instituciones. Malvo estaba pues en vías de civilización. Póngase cualquier tipo de lugar o salvajismo en el sitio de Minnesota. O de instinto o sangrienta necesidad y se tendrá el origen de la especie humana.
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