lunes, 13 de julio de 2020

"Frontera": La venganza será terrible

 "Frontera" (2016-2018) es una de esas historias que se califican o autocalifican de basadas en la realidad. En este caso, el comercio de pieles de castor en torno a la Bahía Hudson a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. No se verá aquí una recreación de hechos históricos, sino un entorno histórico. La serie fue realizada por Discovery con aportes de Netflix y escrita por Rob y Peter Blackie, y casi toda recae en la imagen salvaje del trampero mestizo Declan Harp, hijo de un irlandés y de una india del pueblo cree: un Aquiles desatado de los bosques, ávido de venganza como el griego. Su Patroclo son su mujer india y su hijo, masacrados por el representante de la Compañía de la Bahía de Hudson (HBC, siglas de Hudson Bay Company), empresa que sobrevive en Canadá después de 250 años, dedicada no ya a las pieles sino a los shoppings, quizá basados en las "factorías" (del jefe o factor del lugar) de la empresa, pueblos en ciernes, como el que constituye el escenario principal de esta saga.

La historia es sangrienta, vamos a decirlo, Harp no es un santo piadoso, y su aspecto, adornado por grandes cuchillos con mango de asta, hachas y pieles, está entre el de un pirata y un jefe vikingo. La primera escena lo muestra degollando. Entre los tramperos, el degüello será el modo preferido de asesinato; entre los ingleses de la Compañía -es decir, el ejército inglés que la protege- el apuñalamiento y la horca; eventualmente, el disparo de pistola (lo mismo que los franceses).

La avidez es el motor de toda acción en esas costas mitológicas. Avidez de riqueza, de poder, de violencia o de sexo. La pasión malsana es declarada o mostrada sin tapujos, cualquiera sea su especie. Rara vez, atribuida al enemigo como defecto. La avidez de Harp es de venganza. Y, sin embargo, mostrará que es un buen político: para destruir a la Compañía, su proyecto es unir a los traficantes independientes, que históricamente aparecieron como competencia seria para la HBC precisamente en esas fechas. Fueron franceses y flamantes estadounidenses los principales contendientes. Aquí se agrega una compañía escocesa. Es tanta la abundancia de pasión desenfrenada, que el exaltado Chesterfield, jefe de la dotación militar del poblado, no se diría inglés, sino más bien cosaco o latino. La pasión de poder parece correr por esos bosques nevados como agua de un gran torrente.

Digamos -sin entrar en detalles para que no nos acusen de hacer spoiler- que en cierto momento el guión se engolosina con la sangre y dedica casi todo un capítulo a una escena de violencia cruel y sistemática que podría haber durado un poco menos. Bastante menos. 

Acompaña a Harp una india, Sokanon, que es la hermana de su mujer. Por otro lado está la relación con la dueña de la posada del fuerte, la escocesa Grace Emberley, que junto con la india forma una especie de pequeño harén platónico del cazador. Son personajes fuertes ambas, pero quizá -como suele suceder en las ficciones- un poco demasiado bonitas para la circunstancia y el lugar. Sokanon entrará en el terreno de la venganza en algún momento. La suya tendrá sentido social y de género: estará dirigida al proveedor de mujeres para los burdeles y la secta puritana de la región, que las compra como esposas. En esto caen indias y blancas.

Cuarenta años antes, y más abajo, en la región de los grandes lagos, donde se inscriben los límites entre el actual Canadá y los actuales Estados Unidos, se libró una guerra entre franceses e ingleses. Ambos bandos tuvieron tribus indias como aliadas. Francia perdió el Quebec en esa guerra, pero Montreal siguió siendo la sede de negocios franceses que competían con los de los ingleses. La guerra dio nacimiento a una de las ficciones más populares de todos los tiempos, "El último de los mohicanos", de Fenimore Cooper, publicada en 1826, 63 años después de la firma del Tratado de París que dio por terminado el conflicto, con grave pérdida para Francia. "Frontera" es a la vez un retrato de las consecuencias del dominio político de los ingleses en el Canadá y de un corrimiento de la frontera (precisamente) hacia el norte. Pero además es tributaria de aquella elegía no solo de pueblos enteros, sino también de un paisaje, cuya fría y áspera belleza relumbra ahora en la fotografía de estos episodios. Un grave atentado a los dioses se habrá hecho. Y lo pagaremos con sangre, no solo de los castores.

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