martes, 27 de julio de 2021

"Agente Hamilton": Un mundo cada vez más opaco

 


El agente de inteligencia era, antes y durante la guerra, un profesional -a veces también un aficionado- capaz de recabar subrepticiamente información secreta detrás de las líneas enemigas. Casi un intelectual. O sin casi. Pero después de la Segunda Guerra Mundial llegó James Bond y todo cambió. El espía no solo fue capaz de obtener información sino de matar sigilosamente a potenciales enemigos, no solo por accidente o en defensa propia. Bond, James Bond, el personaje de Ian Fleming, vio la luz en el papel escrito pero en el cine tomó la estampa de Sean Connery, que invistió al agente -y, con él, al espionaje de la Guerra Fría- de mucho glamour: una fina silueta con un Martini en una mano y una pistola en la otra fueron su ícono. Los sucesivos Bond modificaron la imagen. Wikipedia les dio un papel en esa metamorfosis: Roger Moore fue el "Bond satírico"; Timothy Dalton, "el Bond de Fleming" (más realista); Pierce Brosnan, "el Bond de los 90", sin que sepamos muy bien qué significa ser de los 90; y Daniel Craig, "el Bond humano" (digamos más bien dramático). Todos compusieron una larga serie de películas, que acaso no haya terminado. Pero si la serie llegó a mostrar un Bond vulnerable -el de Craig-, en los comienzos de este siglo compitió con un espía invulnerable por completo, una máquina sin memoria: el agente Jason Bourne, inspirado en las novelas de Robert Ludlum, cuya interpretación estuvo a cargo de Matt Damon en tres películas, entre 2002 y 2007, y una cuarta, en 2016. Hubo otra, en 2012 -"El legado de Bourne"- que no interpretó Damon.

  ¿A qué viene todo esto? En primer lugar a darle un marco cinematográfico histórico a la serie sueca "Agente Hamilton", basada en las novelas de Jan Guillou, actualizadas  para la tv por Petter S. Rosenlund y un equipo de guionistas. En segundo lugar, a señalar cómo el cine se hizo eco del segundo papel de los agentes secretos, cada vez más preponderante: el de asesinos tras líneas enemigas que ya no existen y que, como tales, se trazan y borran continuamente. Los años de los magnicidios fueron sembrando la sospecha de que el asesinato era, como en los descarnados tiempos del dominio del nazismo, un modo eficiente de hacer política: los hermanos Kennedy -el presidente John y el senador Robert- fueron asesinados en 1963 y 1968; Martin Luther King, en 1968; Aldo Moro, en 1978; Anwar el Sadat, en 1981; Olof Palme, en 1986; Indira y Rajiv Gandhi, en 1984 y 1991; Yitzhak Rabin, en 1995. Siempre hubo sospechas y a veces pruebas de que los servicios de espionaje estaban detrás de los crímenes políticos, pero en las dos últimas décadas del siglo pasado esa participación se transparentó, junto con la casi evidencia de que los agentes no solo tenían "licencia para matar", como Bond, sino también entrenamiento específico orientado a ese fin. Y misiones concretas de exterminio. En esa agua sucia se mueve el agente Hamilton.

  La serie sueca perfila un personaje entre Bourne y el último Bond: ni glamour ni total invulnerabilidad. El entrenamiento extremo permite hazañas físicas impensables para los mortales corrientes pero no resiste un ataque múltiple. Hamilton transmite calma, como Bourne, pero a diferencia de este no es la calma de una mente sin recuerdos. Parece más bien la de un tipo eficiente cuyos pensamientos funcionan velozmente en segundo plano. "Agente Hamilton" abre el escenario nórdico a la ficción de un espionaje que en este siglo está, o parece, involucrado en el terrorismo y los atentados cibernéticos: en producir ataques o en en evitarlos. Y en crear sucesos que se puedan atribuir al enemigo, algo así como muchos incendios del Reichstag, en grande o en pequeño, de modo que la verdad se aleje cada vez más de la realidad. En ese sentido, la serie es particularmente exitosa: Hamilton no sabe hasta el final no solo cuál es su misión sino para quién trabaja, a quién sirve la agente que le da sus órdenes. El hecho de que haya sido entrenado por la inteligencia estadounidense, como muchos agentes extranjeros, sugiere una organización supranacional del espionaje, que ha llegado a una gran autonomía y sofisticación, de modo tal que se la requiere para asuntos no solo políticos, sino también corporativos. Es una red atravesada por intereses diversos y multinacionales. De hecho, la serie se desplaza a otros escenarios europeos y a Medio Oriente.

  Rosenblud mencionó la "incertidumbre" y la "vulnerabilidad" como regentes de la historia. Para construir sus personaje, el actor Jakob Offebro se entrevistó con agentes reales "quienes siempre se mostraron tranquilos y relajados para hablar de su trabajo, y para quienes matar es un hecho tan natural como cualquier otra tarea". Pero los enemigos no son nunca claros. La máscara del espía calmo oculta su incerteza de que alguien le diga alguna vez al paso, en un bar ocasional o en un ascensor, quién es el beneficiario real de sus acciones.

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Film & Arts - Flow


viernes, 16 de julio de 2021

"Sakho & Mangane": Todos los caminos conducen al Más Allá


Puede que algunos argentinos de más de sesenta años recuerden que los aviones que iban desde Buenos Aires a París hacían escala en Dakar porque la autonomía de vuelo de aquellos aparatos no alcanzaba para llegar a Francia. Nadie caminaba por Dakar durante esas escalas. A veces, unos empleados de limpieza negros como la noche lo despertaban a uno para pedirle que levantara el brazo y les dejara vaciar el cenicero empotrado en el apoyabrazo. Se fumaba en los aviones.

 Dakar sonaba a misterio, y también era el nombre de un luchador de catch de la troupe de "Titanes en el ring", que contaba con nuestra simpatía (el único que conscientemente no contaba con contar con nuestra simpatía era el simpático villano Martín Karadagián, el jefe de todos y dueño del cinturón de oro: sí, amigos, "Titanes en el ring" fue una de nuestras primeras y reales ideas de cosmopolitismo, su galería de luchadores abarcaba tanto países reales como países de sueño, etnias, dioses, demonios y superhéroes). Nadie nos podía anticipar que sesenta años más tarde una serie de televisión nos mostraría Dakar a plena luz del día, desde la altura y en muchos de sus rincones y playas, como una gran ciudad de un millón de habitantes. Capital de Senegal, país independiente desde 1960, Dakar está en la península de Cabo Verde, desde donde partieron centenares de naves siniestras llevando esclavos a las colonias de América. En Dakar, como en el resto del país, prevalece la religión musulmana en su variante sufí, y desde 1960 Senegal no ha tenido un solo golpe de Estado y la convivencia religiosa es ejemplar, descontando que todos conservan algo del animismo originario de las veinte etnias que lo pueblan. Tiene, más o menos como la Argentina, cuatro de cada diez habitantes viviendo bajo la línea de pobreza.

  "Sakho & Mangane" (2019), el policial estrenado por Netflix y producido en Senegal con apoyo de Canal+ de Francia, destella con su luz propia en el concierto de series con parejas de detectives. En estas parejas siempre hay algo desparejo, y por lo general los dos detectives trabajan juntos a disgusto. "Sakho & Mangane" no es la excepción. El comandante Sakho es estricto y el detective Mangane es lo contrario, pero al mayor extremo: no solo anda en tratos espurios con el hampa y respeta poco el manual de procedimientos, sino que en cualquier circunstancia se da a saltar, gesticular y comportarse como un chico demasiado travieso. Hasta aquí, y salvo esas características ingobernables de Mangane, todo dentro del género policial convencional. El forense Toubab, que bebe continuamente de un menjunje inidentificado y habita una morgue adornada con luces de colores -vive allí- aporta la cuota de cinismo corrosivo propiamente blanco. Ahora bien, el escenario, la cultura y unos hilos sobrenaturales que van emergiendo de a poco establecen una diferencia respecto de la gran tradición del policial occidental. 

  Hacia la mitad de esta temporada se sabe ya que la cuestión de fondo no es de este mundo. Y no por eso deja de tener carácter policial. La idiosincrasia del lugar está más en qué se investiga que en cómo se lo hace, así como las ropas de los detectives y la mata de pelo amarillo de Mangane son de occidente, mientras sus cuerpos, gestos y vida psicológica -por no decir espiritual- son africanos. Por fin vemos Dakar. No es lo que temíamos, o tal vez sí, pero otro de los méritos de la serie es su muy buena fotografía que crea un ambiente urbano mitad cosmopolita ("globalizado") y mitad salvaje, al estilo de aquello que la vieja civilización burguesa llamaba "salvaje", en todos sus sentidos.



martes, 13 de julio de 2021

"El pantano 1997": Los rojos, los capitalistas y los corruptos

 


"El pantano 1997" (2021) indica desde el título que han pasado 15 años desde los hechos que se narraron en la primera temporada. Desde entonces Polonia ha cambiado el socialismo "real" por el capitalismo, nada menos. Quizá no por casualidad el autor, Jan Holoubek, eligió ese año para la continuación de su novela: es el año de proclamación formal de la Tercera República (siguiendo la nomenclatura francesa, los polacos dieron un orden numérico a sus constituciones). Esta es la república del regreso a un orden económico anterior al socialismo, pero nada parece haber cambiado mucho: hay música de los 90, hay recién popularizados teléfonos celulares, hay libre mercado y marihuana, pero todo tiene esa tristeza penetrante de la era soviética. De hecho esta segunda temporada comienza con escenas de una inundación, producto de la ruptura de un dique "de la época de los soviéticos", que afectó gran parte de una ciudad cercana a la frontera alemana (la misma ciudad de la primera temporada, huelga decirlo). Muebles mojados en las calles, bolsas de arena, barro y autos nuevos embarrados (autos capitalistas que parecen haberse adaptado al clima pos-socialista) son el saldo del desastre.

  Las cosas cambiaron en Rusia y en Europa del Este mucho más rápido de lo que cambian las personas. De modo que los funcionarios comunistas son ahora funcionarios del estado capitalista, si no han tenido la suerte de convertirse en capitalistas ellos mismos. Pero esencialmente son los mismos. Ha vuelto la injusticia capitalista en lugar de la inclemencia comunista. Lo que no ha cambiado es la corrupción, el crimen, el sexismo y la ambición primaria, casi animal. Hay unos testigos de Jehová pero no hay signos de religión. Y de alguna manera la oscuridad medievalista que parecía encerrar los estados del este en raras y místicas burbujas dostoievskianas no hace resonar la ausencia de Dios, sino que es indiferente a ella. Es solo oscuridad. Y el barro es solo barro.

  Dos nuevos personajes colocan, si no en segundo plano, en otro plano de la historia a los periodistas Witold Wanycz y Piotr Zarzycki, el viejo y el joven de la primera temporada, que se arriesgaron a investigar casos policiales vinculados a funcionarios del régimen. Estos nuevos personajes son la detective Anna Jass, una imparable investigadora trasladada desde la capital para purgar un error, y el local Adam Mika, un detective tartamudo, casi más temible que si hablara derecho. Jass es inteligente y arriesgada, oculta no del todo que es lesbiana, y también es astróloga por influencia de sus ancestros gitanos. Cree que los planetas pueden dar buenos indicios sobre las personas y los hechos. Y los dan. Mika quiere comprarle un lavarropa a su mujer y procura cerrar el caso para cobrar un premio en metálico. De objeto de ludibrio pasó a ser un personaje siniestro. El caso en cuestión es el de un chico que ha aparecido muerto después de la inundación y cerca del dique. Hay indicios de que su muerte por ahogamiento no fue accidental ni producto de la crecida. Y también de que el dique no estalló solo.

  El periodista joven de Cracovia ha vuelto a la ciudad como jefe de redacción del diario en el que hizo sus primeras armas, ahora propiedad de un consorcio alemán. Pronto renacerá su espìritu de investigación, el cual lo llevará de nuevo a zonas oscuras. El periodista viejo está  jubilado y sigue interesado en los sucesos ocurridos en el bosque durante la guerra, y ahora en la fosa común que ha desenterrado la inundación. En algunos raccontos se verá que de joven estuvo enamorado de una prisionera del Ejército Rojo, el que ocupó Polonia tras el retroceso alemán, al final de la Segunda Guerra. El misterio de la fosa quedará como quien dice a flor de tierra. No ha sido el bosque maligno el que exterminó personas, sino que las personas parecen haberle creado su aspecto sombrío. 

  Alguna prensa llamó a esta serie "oscura" en lugar de "negra". Entre otras cosas, es oscura la trama y las armas suenan pocas veces. No es pues un policial fácilmente adjetivable: ¿duro?, ¿de acción?, ¿político? Algunas clasificaciones le caben, pero ninguna totalmente. La primera temporada postuló un misterio. Y un ambiente decisivo, que siempre parece de posguerra. En el agua barrosa y revuelta del renacido capitalismo se deslizan, más que nada, anguilas y barracudas, no tiburones propiamente dichos. Hay, incluso, chacales en las orillas.

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Netflix

   


viernes, 9 de julio de 2021

"Line of Duty": Demasiadas sombras de sospecha



  Una hora frente a tres interrogadores, en el recinto neutro de una oficina estándar, puede desmontar toda previsibilidad y demoler la vida de un hombre o de una mujer. Quizá 30 por ciento de "Line of duty" (2012-2020) -título cuya traducción literal es cumplimiento del deber- sucede en esos ámbitos. Un interrogatorio puede durar unos diez o quince minutos reales, dentro de capítulos de 58 a 60 minutos, en los que el equipo de investigación de la AC (unidad anti-corrupción) de la policía inglesa en una ciudad imaginaria acorrala o pretende acorralar, para resultar a veces acorralado, a los culpables de corrupción o faltas graves en el cumplimiento del deber. Proceden, cuando logran llevarlos a su mesa de interrogación, con el método conocido en la Argentina como "carpetazo". Se reduce este a reunir información de archivo e información directa y armar con ella un sistema de relaciones que apunta a la culpabilidad del interrogado. ¿Suena a algo? Sí. Conocemos el método. Los ingleses lo llevan adelante con muy estudiados protocolos, para usar una palabra que también nos gusta mucho: recitan a cada paso los artículos de las leyes que les permiten realizar tales o cuales preguntas y  averiguaciones. Mantienen además un tono impersonal, a veces ligeramente alterado por una ironía, y las preguntas solo pueden formularlas los oficiales de rango igual o mayor al interrogado, por lo cual muchas veces los otros detectives operan como asistentes que despliegan las pruebas en lo que llamamos filminas, o en fotocopias o en grabaciones de voz que no son podcast, claro.

  El arte, si no la ciencia, ha demostrado que sucesos cercanos pueden no tener una relación directa, y de hecho no tener mayor relación que el pertenecer a universos distintos que se mueven con el universo general en una dirección que ignoramos. En un cuadro de William Merritt Chase las mujeres pueden conversar en la playa bajo sus sombrillas, mientras los tripulantes de los veleros que recorren la línea del horizonte están ocupados seguramente en sus maniobras de navegación y no tienen tiempo, ni la distancia los favorece, para distraerse en la contemplación de las mujeres. En un cuadro de Claudio de Lorena pueden verse muchas personas en un embarcadero, solas o en grupos, y cada una está ocupada en su propia actividad, como suele ocurrir en la vida en tales circunstancias. Viven momentos distintos y solo algunas parecen conocerse entre sí. Mientras esto sucede, cae el sol en el horizonte, imponiendo un matiz rojizo a casi todo, pero nadie mira el espectáculo del ocaso y ese color es lo único que relaciona personas y cosas, sin que a nadie le importe. Más significativo en este sentido es el cuadro del maestro Pieter Brueghel, el Viejo, que comentó W.H. Auden en su poema "Musée des Beaux Arts": la mitológica caída de Ícaro ocupa solo un rincón de esa tela, mientras que un labrador en su arado, un pastor, alguien sentado en la costa y los tripulantes de dos barcos que se alejan no parecen conmoverse, ni siquiera ver, la tragedia del joven que quiso volar hasta el Sol. Ni hablar del resto de la naturaleza. Y ya que hablamos de naturaleza: en las pinturas de bodegón, llamadas naturalezas muertas, el pintor decididamente agrupa objetos a los que se debería reconocer una relación: suelen ser frutos o verduras, a veces pescados y carnes. Sin embargo, tienen cara de pose, como si los hubieran sacado de un ensimismamiento en el que no tenían cabida los otros, por más que compartieran un destino y se encontraran en el mismo ámbito. 

  Es fácil ver cómo todo carpetazo puede ser armado como un sentido, y es fácil también que se desmorone por una única y concluyente prueba en contrario, como sucede a veces en "Line of duty", especialmente en la quinta temporada. Mientras tanto, el superintendente Ted Hastings y sus detectives logran reducir la corrupción, pero a veces grandes elefantes desfilan ante sus ojos sin que los vean. Y otras veces hay inocentes de un crimen que van a parar a la cárcel por otros, que no cometieron. Hastings se llama como el primer éxito de los normandos en Inglaterra en el siglo XI (él mismo dice "igual que la batalla"). Carga con una derrota. Es sin embargo irlandés y católico, pero ha nacido en Irlanda del Norte, de mayoría protestante. Ha sufrido discriminación y pidió por eso el pase a otra ciudad. Es incorruptible y obsesivo en la limpieza de la corrupción, monógamo y conservador,  de corazón noble y hasta ingenuo. Sus ayudantes, en particular los detectives Steve Arnott y Kate Fleming, no comparten todos su rasgos de conducta. Otros agentes, infiltrados entre los corruptos, terminan del otro lado de la línea, o en un difícil equilibrio sobre ella. Hay también corruptos entre los incorruptibles. Las cosas suelen desembocar en escenas de acción y tiroteos.

  El autor y guionista Jed Mercurio seguramente decidió que el escenario general fuese, en la ficción, el de una ciudad que no se nombra (la primera temporada fue grabada en Birmingham, las siguientes en Belfast), porque la gran pregunta de la serie -aquí vamos por la quinta temporada- es hasta dónde llega la corrupción y cómo sobrevivir a un poder que infiltra agentes corruptos entre los que deben investigarlos. También uno puede preguntarse si esta especie de Inquisición -dirigida a conservar la pureza interna, como la Inquisición histórica- puede ser realmente sana y obtener resultados legítimos, expuesta a ser corrompida ella misma y proclive a establecer relaciones que conducen solo a realidades aparentes. Falta, como personaje, el gran intuitivo. El catador humano de la verdad, que sabe casi siempre si alguien es honesto con solo semblantearlo. Es un complemento falible, pero útil en toda investigación. Puritanos o suspicaces, los investigadores parecen creer siempre que están enfrentando al diablo. Y solo quieren demostrar que no se equivocan. 

  Ahora bien: los presuntos hechos de corrupción suelen estar relacionados con las investigaciones de otros crímenes, y los detectives de la AC 12 se ven obligados a realizar su propia pesquisa en paralelo. Esto puede llevar a otras investigaciones igualmente corruptas. Se arma así una red muy grande que involucra a autoridades políticas cuanto policiales, de modo que finalmente uno se pregunta si del Estado sobrevive algún fragmento no corrupto y si la corrupción ha dejado de ser un accidente frecuente para convertirse en el lubricante del sistema político. Lo cual convertiría la honestidad en una delgada máscara, a la vez que daría el mejor argumento -la predicación con el mal ejemplo- para que el ciudadano de a pie delinca a sus anchas. Esto supone que ejercer el poder sería tener la primacía entre bandas organizadas o eventuales. Y la vida estaría pendiente de un delgado hilo legal que en cualquier momento podría enredarse o convertirse en la soga del ahorcado. ¿Será que estamos en ese punto?

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Netflix


miércoles, 7 de julio de 2021

"Troya, la caída de una ciudad": Ver para creer

 


Sigue en Netflix "Troya, la caída de una ciudad", de 2018. Si uno no la ve, no puede creerlo. La BBC puso mucho cuidado en la corrección política y en lavar culpas del imperio inglés, incluso en insinuar, si lo hubo, el motivo histórico de la guerra de Troya, pero no se sale impune de entrar y saquear un mito. Y la serie paga. Por un lado, están los abusos casi grotescos, como decidir que Zeus era, o es, negro. Incluso que Aquiles y Patroclo lo fueron (aunque David Gyal lo hace totalmente convincente). En Inglaterra se discutió bastante el asunto y el pensamiento políticamente correcto -fuerte, ay, hasta en el ex imperio victoriano- acudió a especialistas de fuste que arguyeron que en los improbables tiempos de Troya habitaban la península balcánica algunos inmigrantes africanos a quienes se llamaba genéricamente "etíopes". El problema se agrava entonces. Porque si existieron en Grecia y Turquía emigrantes etíopes, estos no figuran en la Ilíada. La omisión no habrá sido involuntaria o racista, seguramente. ¿No bastaba con que los aqueos fueran meridionales, una raza tampoco muy apreciada en los países centrales de Europa? Dicho lo cual aparece más o menos claro que los guionistas se basaron tanto en el mito -compilado por Homero o quienes quiera se hayan llamado así- cuanto en un relato histórico del que no hay propiamente datos. En otras palabras, llenaron huecos históricos con el mito y oscuridades mitológicas con vagos datos históricos. Y para redondear el raro cóctel, le agregaron lo que quisieron.

Si existió Troya, su guerra debió parecerse mucho a la que narró Homero. Sólo que aquí la adornamos con pensamiento postmoderno y ponemos negros donde el mito no los pone y la historia apenas lo autoriza. Y ya que estamos, mantenemos los posibles motivos históricos de la guerra -el dominio sobre el estrecho de los Dardanelos- pero no permitimos que tomen forma en los personajes ni en el desarrollo de la trama. Esta sigue siendo leída con la maldición del romanticismo encima: Paris-Helena en el papel de amantes trágicos. Los aqueos -todos habían pretendido a Helena-, amantes despechados. Podrá haber alguna duda sobre la conducta de Elena, que la haga aparecer a veces como una espía, pero sólo será la casualidad: siempre actúa por el bien de todos. Cierto es que un estilo de la época de las femmes fatales se dibuja cuando ella, rozando el bíceps de Aquiles, lo llama "my warrior", pero eso no es intencional, es un resabio de la vieja cultura fílmica. Finalmente, será obligada a presenciar el homicidio de su amante, y ambos gritarán que valió la pena vivirlo (esto, sin menoscabo de la ruina que causaron, dicho sea de paso). 

La política se menciona varias veces. Curioso es que no juegue ningún papel efectivo en la trama. La aplastante lectura romántica es preferible para el pensamiento correcto: Paris es así un hombre libre, rebelde, desconfiado de las ceremonias y los besamanos políticos; ella, un alma inclusiva que reparte su trigo entre los pobres durante los apremios del sitio de Troya. Después, Afrodita se parece mucho a la Venus de Botticelli, Hera es una matrona celosa, Atenea una resentida. Y así.

Un detalle: Eneas, el fugitivo de Troya, también es negro. Y si seguimos la genealogía de la Eneida, muchos europeos y descendientes de europeos lo son, puesto que Eneas fundó Roma, según Virgilio.


viernes, 2 de julio de 2021

"Endeavour": La muerte no debería ser un show



Flow ofrece la quinta y la sexta temporadas -emitidas por Film & Arts- de la serie "Endeavour" (2012-2020), que narra los comienzos del detective Morse, famoso protagonista de la serie estrenada en 1987, sobre la base del personaje creado por el novelista Colin Dexter para los libros que publicó durante 25 años, desde mediados de los 70. Se trata de un detective de la policía, característica esta que lo distingue entre los célebres detectives de la ficción británica, cuyos exponentes principales, Sherlock Holmes (de Conan Doyle), Poirot y Miss Marple (de Agatha Christie), son investigadores civiles, bien o mal relacionados con la policía pero independientes y por lo tanto con todas las virtudes del amateurismo y sin los problemas específicos que enfrentan los detectives policiales. Principalmente el de conservar el puesto y, de manera ocasional, pero no menos importante, el de la corrupción y los vínculos de la policía con el hampa. Estas dos temporadas suman diez episodios. La séptima todavía no llegó.

  Endeavour es el nombre de pila de Morse, quien hace sus primeras armas en la tradicional ciudad de Oxford en los años sesenta. El viejo truco de incluir noticias de radio o televisión reales -el asesinato de Luther King, por ejemplo- no da la única nota de época. El cuidado de ropa, autos, mobiliario y ambientes logra los mejores efectos. Los casos son enredados y superpuestos, como si la sociedad hubiese creado varias capas más de ocultamiento y dificultad para que no aflore el crimen. Los modos en que la verdad se escurre una y otra vez hacia sus cavernas tal vez se imaginen más propios de fines del siglo XIX y los comienzos del siglo XX, cuando aún prevalecía el recato, e incluso la justicia, pero curiosamente se acentúan en la descarada época en que presidentes y líderes sociales son fulminados a plena luz del día. Estamos en Oxford, es verdad: una joya de la vieja Inglaterra. Por eso mismo, impresiona que una venerable pero relativamente pequeña ciudad encubra tanta violencia. La morgue del doctor Max DeBryn da cuenta de ello, y lo muestra de modo discreto pero no menos impresionante. En las calles ya hay un ambiente distinto al de los claustros universitarios: la neo-modernidad (se nos permita la extravagancia lingüística) asoma en el pulso sesentista, cuando el mundo comienza a conocer autos más rápidos, guerras localizadas y también rápida transmisión de las noticias. En resumen, todo se hace más ligero. Incluso la moral y la muerte. También llega la "sociedad del espectáculo": la quinta temporada mostrará el arribo de Hollywood para filmar una película de terror (con ella llegará el terror real) y hay una sesión de fotos en una base militar que termina del modo previsible para un policial.

  Endeavour es aficionado a las palabras cruzadas y a la botella de whisky, no parece tener otros entretenimientos, pero tiene una buena cultura. Su mentor, el inspector Fred Thursday, menos culto, es sin embargo uno de los pocos que todavía usa sombrero borsalino y fuma en pipa. Por el apellido, parece un homenaje a Gilbert Keith Chesterton, autor de "El hombre que fue Jueves" e inventor además de otro detective legendario, el padre Brown, distinto a Thursday, porque es aficionado y usa sotana. En la sexta temporada lo peor del siglo llega a la comisaría del Valle del Támesis: la corrupción y el delito sin alma.

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