martes, 27 de julio de 2021

"Agente Hamilton": Un mundo cada vez más opaco

 


El agente de inteligencia era, antes y durante la guerra, un profesional -a veces también un aficionado- capaz de recabar subrepticiamente información secreta detrás de las líneas enemigas. Casi un intelectual. O sin casi. Pero después de la Segunda Guerra Mundial llegó James Bond y todo cambió. El espía no solo fue capaz de obtener información sino de matar sigilosamente a potenciales enemigos, no solo por accidente o en defensa propia. Bond, James Bond, el personaje de Ian Fleming, vio la luz en el papel escrito pero en el cine tomó la estampa de Sean Connery, que invistió al agente -y, con él, al espionaje de la Guerra Fría- de mucho glamour: una fina silueta con un Martini en una mano y una pistola en la otra fueron su ícono. Los sucesivos Bond modificaron la imagen. Wikipedia les dio un papel en esa metamorfosis: Roger Moore fue el "Bond satírico"; Timothy Dalton, "el Bond de Fleming" (más realista); Pierce Brosnan, "el Bond de los 90", sin que sepamos muy bien qué significa ser de los 90; y Daniel Craig, "el Bond humano" (digamos más bien dramático). Todos compusieron una larga serie de películas, que acaso no haya terminado. Pero si la serie llegó a mostrar un Bond vulnerable -el de Craig-, en los comienzos de este siglo compitió con un espía invulnerable por completo, una máquina sin memoria: el agente Jason Bourne, inspirado en las novelas de Robert Ludlum, cuya interpretación estuvo a cargo de Matt Damon en tres películas, entre 2002 y 2007, y una cuarta, en 2016. Hubo otra, en 2012 -"El legado de Bourne"- que no interpretó Damon.

  ¿A qué viene todo esto? En primer lugar a darle un marco cinematográfico histórico a la serie sueca "Agente Hamilton", basada en las novelas de Jan Guillou, actualizadas  para la tv por Petter S. Rosenlund y un equipo de guionistas. En segundo lugar, a señalar cómo el cine se hizo eco del segundo papel de los agentes secretos, cada vez más preponderante: el de asesinos tras líneas enemigas que ya no existen y que, como tales, se trazan y borran continuamente. Los años de los magnicidios fueron sembrando la sospecha de que el asesinato era, como en los descarnados tiempos del dominio del nazismo, un modo eficiente de hacer política: los hermanos Kennedy -el presidente John y el senador Robert- fueron asesinados en 1963 y 1968; Martin Luther King, en 1968; Aldo Moro, en 1978; Anwar el Sadat, en 1981; Olof Palme, en 1986; Indira y Rajiv Gandhi, en 1984 y 1991; Yitzhak Rabin, en 1995. Siempre hubo sospechas y a veces pruebas de que los servicios de espionaje estaban detrás de los crímenes políticos, pero en las dos últimas décadas del siglo pasado esa participación se transparentó, junto con la casi evidencia de que los agentes no solo tenían "licencia para matar", como Bond, sino también entrenamiento específico orientado a ese fin. Y misiones concretas de exterminio. En esa agua sucia se mueve el agente Hamilton.

  La serie sueca perfila un personaje entre Bourne y el último Bond: ni glamour ni total invulnerabilidad. El entrenamiento extremo permite hazañas físicas impensables para los mortales corrientes pero no resiste un ataque múltiple. Hamilton transmite calma, como Bourne, pero a diferencia de este no es la calma de una mente sin recuerdos. Parece más bien la de un tipo eficiente cuyos pensamientos funcionan velozmente en segundo plano. "Agente Hamilton" abre el escenario nórdico a la ficción de un espionaje que en este siglo está, o parece, involucrado en el terrorismo y los atentados cibernéticos: en producir ataques o en en evitarlos. Y en crear sucesos que se puedan atribuir al enemigo, algo así como muchos incendios del Reichstag, en grande o en pequeño, de modo que la verdad se aleje cada vez más de la realidad. En ese sentido, la serie es particularmente exitosa: Hamilton no sabe hasta el final no solo cuál es su misión sino para quién trabaja, a quién sirve la agente que le da sus órdenes. El hecho de que haya sido entrenado por la inteligencia estadounidense, como muchos agentes extranjeros, sugiere una organización supranacional del espionaje, que ha llegado a una gran autonomía y sofisticación, de modo tal que se la requiere para asuntos no solo políticos, sino también corporativos. Es una red atravesada por intereses diversos y multinacionales. De hecho, la serie se desplaza a otros escenarios europeos y a Medio Oriente.

  Rosenblud mencionó la "incertidumbre" y la "vulnerabilidad" como regentes de la historia. Para construir sus personaje, el actor Jakob Offebro se entrevistó con agentes reales "quienes siempre se mostraron tranquilos y relajados para hablar de su trabajo, y para quienes matar es un hecho tan natural como cualquier otra tarea". Pero los enemigos no son nunca claros. La máscara del espía calmo oculta su incerteza de que alguien le diga alguna vez al paso, en un bar ocasional o en un ascensor, quién es el beneficiario real de sus acciones.

---

Film & Arts - Flow


No hay comentarios: