A "Vikingos" (2013-2019), un clásico ya del cine en serie por streaming, no tiene caso discutirla históricamente porque, cuando la documentación es escasa, todo, incluso los grandes movimientos de masa en la historia, se sostienen con imaginación y conjeturas. Pero digamos de entrada que la historicidad de Ragnar Lothbrok es casi segura, tal vez -es cierto- desdoblado en dos personajes: él y un hijo o sosias con el mismo nombre. Aquí, se le atribuyen todas la hazañas a un solo Ragnar. Se supone que el histórico nació en Escadinavia, no se se sabe si del actual lado sueco o del noruego. Si hubo otro vikingo con el mismo o parecido nombre, formó parte de la corte de un rey danés. Los dos murieron más o menos en la misma época, cerca del año de gracia de 865. Lo que parece más real de la serie "Vikingos" es el plan de expansión de Ragnar, su mente de líder militar pero también político y su, al parecer, auténtico deseo de establecer colonias en nuevas tierras, para resolver los problemas poblacionales, de abastecimientos y de poder en la península escandinava y en Dinamarca, lo que entraña, en cierto modo, un fondo pacifista en las aventuras en que se embarcaron estos navegantes que, según las más acendrada tradición, habían nacido solo para la guerra. No se trataba de echar raíces sino de robar riquezas y cobrar rescates por las ciudades capturadas. Ragnar es el personaje mitológico vivo que representa otra necesidad: la de de navegar hacia el Oeste con otros fines. Es curioso: la obsesión de navegar con un rumbo determinado político-económico se convirtió en consigna de los descendientes de anglosajones ocho siglos más tarde, cuando Oliver Cromwell declaró el Western Design (designio occidental) como política de la Corona inglesa.
Pero eso no es más que la sutil historia subterránea de "Vikingos". Quien la ignore -y no precisamente porque la olvide o tergiverse el minucioso equipo de libretistas de History Channel encabezado por Michael Hirst, sino todo lo contrario- puede ver solo un drama con marco épico, en el que el enfrentamiento de clanes deriva en luchas, ejecuciones muy dolorosas, casamientos, ambiciones, celos entre hermanos, planes divergentes, etc. Y verá todo esto representado por muchachos y muchachas que acaso le parezcan demasiado bien torneados para lo que real e históricamente fueron los guerreros vikingos y las mujeres de sus aldeas, según podemos conjeturar. Pero no estamos propiamente ante un documento. Si se tratara de eso, estaría plagado de comentarios inconcluyentes de especialistas, y ninguna representación visual de los vikingos. No la hubo, ni en figuritas, se diría ahora. Tampoco datos abundantes sobre su historia. Así que todo debe ser imaginación, o casi todo, en lo que respecta al desarrollo de acciones que efectivamente parece que fueron, como la navegación hacia la actual Inglaterra, el intento de establecer una población permanente allí y el ataque a la actual París, que en los hechos concluyó a la manera vikinga: con un pedido de rescate cash. Un Rollo, como el hermano de Ragnar en la ficción, efectivamente se quedó en la corte parisina. Y recibió tierras en la actual Normandía. Si era un pariente de Ragnar, y si Ragnar fue solo uno y tuvo su plan de expansión, parecería que fue Rollo el que logró ejecutarlo en parte, pues los vikingos dejaron huella firme en Normandía.
Algo atrae del musculoso Ragnar actual: su fe que apenas se dibuja en un rostro entre torvo y sombrío; la casi displicencia con que realiza los ritos; la atracción, apenas disimulada, por el cristianismo. Fe y ambición son casi el mismo dibujo en su cara. La relación compleja con Floki, personaje que intencionalmente juega con el nombre y la imagen del dios traidor Loki, es parte de la discusión interna, mítico-política, de Ragnar. Cuando el designio de expansión y liderazgo lleva a Ragnar a la actual Gran Bretaña, y a su tumba, se cierra el conflicto, que sus hijos resolverán de otro modo. Ya no habrá propiamente una idea, un proyecto, una concepción de nación en ellos y, para mí, ahí se termina el asunto. Vi a regañadientes todo lo que sucede después de que Ragnar es arrojado el foso de las serpientes.
Escenas bélicas bien recreadas -y con esto digo que parecen, como debieron ser, más peleas de pandillas que batallas- son el condimento violento de una historia casi shakespeariana. Los vikingos tal vez habían oído de los romanos. Su "muro de escudos", que a veces se cerraba por arriba, es un vestigio de la clásica tortuga o gliptodonte en que se convertían las centurias para resistir las primera carga de flechas de los bárbaros del Medio Oriente y del norte. La habían aprendido de las abundantes notas de las campañas de Alejandro. A los romanos no les interesaban mucho los arcos, a pesar de que los usaban. Preferían el simple y primitivo acuchillamiento: espada y lanza cortas. Avanzando detrás y debajo de sus escudos, sus cargas se convertían en carnicerías finalmente. Los vikingos tenían ese remedo de formación, que no solo revela que quizá los ecos del viejo Imperio resonaban en el norte, sino que representaban su avasallador modo de resolver las batallas y los conflictos demográficos.
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