jueves, 10 de septiembre de 2020

"Unidad 42": Nada de lo humano me es familiar

Podrá decirse que existe un belga noir cuando Bélgica logre hacer un policial en el que no aparezca el bosque de las Ardenas que lo aproxime al nordic noir. Mientras tanto, "Unidad 42" (2017) arrima la taba. La coprotagonista de esta serie es Bruselas, aunque el bosque arroja a veces su sombra sobre la acción.

  "Unidad 42" versa sobre una unidad policial dedicada al crimen cibernetico. Como toda unidad naciente, le toca habitar un sótano. Y tener por protagonistas un policía veterano que sabe más de armas, calibres y automóviles que de computación, y una hacker sobrevaludada que se sobrevalúa, fue extraída de las "redes negras" y se cree la muerte, dirían los chilenos. El detective es viudo, convive con tres hijos y el fantasma de su mujer (el fantasma es parece de carne y hueso y al comienzo desconcierta al espectador). Esto de la viudez, separación, problemas personales, hijos a cargo, etc. es propio de los detectives, últimamente. Pero este, Sam Leroy, tiene una particularidad: no es alcohólico. Por su parte, Billie Vebber, la hacker que no sabe disparar, es también viuda, en cierto modo, y su pasado le hace malas jugadas. En el elenco hay una patóloga sordomuda. ¿Tributo a la política correcta? El personaje es simpático, debemos decir.

  La serie se compone de episodios que son "casos" criminales, como corresponde a toda buena serie policial. En segundo plano se desarrolla -como corresponde- la vida de los protagonistas: viudeces, amores, hijos conflictivos -como todos los hijos-, mujeres u hombres esquivos. El primer episodio trata de un asesino serial que espía a sus víctimas a través de las cámaras de las computadoras. El tema no resulta inquietante sino francamente asqueroso, pero se supone que es precisamente lo que querían los guionistas. 

  Porque esta serie tiene una particularidad: el mensaje plano, la poesía de la vida cotidiana donde todo es posible y nada es relevante. Hay desvíos permanentes hacia este sinsentido de los hechos: en medio de una conversación sobre un crimen, la jefa de la unidad pasa al baño para volcar los restos de un vaso en el inodoro, o bien la cámara enfoca, sin que venga al caso, las tuberías que recorren el techo del sótano; o bien en primer plano cae una hoja seca de la planta que la jefa cultiva en su oficina, pero el hecho no es estetica ni argumentalmente necesario; o bien Leroy le quita el arma a un potencial asesino como si le sacara el diario para ver la cartelera de cines. Es como si el guión pensara que en el fondo nada es trascendente o todo lo es. ¿Sutil manera de escapar al formato dramático clásico, o ineptitud? A mí me gustó.




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