lunes, 13 de julio de 2020

"1983": La era de la posverdad



(Diría Netflix: ideal para cuarentenas)

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De entrada conviene aclararlo: esto no es una distopía ni mucho menos una serie distópica, como se verá dicho por allí. Es una ucronía, esto es: un orden de los hechos históricos totalmente imaginario, a partir de un suceso imaginario. Una ciencia-ficción política, o bien una política de ciencia-ficción, del tipo "que pasaría si...". El estadounidense Philip Dick, autor de la bastardeada "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?", imaginó, por ejemplo, un mundo donde el nazismo ha ganado la guerra y los Estados Unidos están gobernados por nazis (no empiecen a decir cosas...), en la novela "El hombre en el castillo" (1962).

Si están de humor, recuerden que Dalmiro Sáenz escribió "El día que mataron a Alfonsín" y, tal vez para que nadie se ofendiera, "El día que mataron a Cafiero". Es necesario, para la ucronía, este tipo de hechos: todo ha cambiado porque algo ha cambiado: el revés del gatopardismo, diríamos, o la convicción de que hechos mínimos desatan infiernos grandes, ni hablar de los infiernos que desatan los hechos grandes...

La historia que pensó Joshua Long arranca en este caso del hecho ucrónico de que bombas de mucho poder estallan simultáneamente en varias ciudades polacas en 1983, con un gran número de víctimas, posiblemente, miles. A partir de esta conmoción, el sistema se perpetúa, no hay caída del régimen socialista, los soviéticos siguen estando por ahí, aunque su presencia no es tan intensa como lo era en verdad en 1983 en la Polonia llamémosle "real". Las relaciones con Estados Unidos, la CIA e incluso el Mossad han mejorado... Pareciera que ya no hay mundo bipolar.

El gran hecho terrorista de 1983 ha permitido: a) un pacto del régimen con la Iglesia Católica polaca; b) el nacimiento de una nueva épica nacional, con un ritual de recuerdo de los muertos cada año; c) la desaparición casi inadvertida de gran parte de la oposición por obra de la policía secreta; d) la entrega de los hijos de los desaparecidos a padres adoptivos y, e) el desarrollo de una economía que mantiene satisfechos a casi todos.

La paradoja de la oposición queda planteada desde el primer capítulo, cuando la joven líder de la resistencia violenta discute con uno de los líderes sobrevivientes de la antigua oposición, que conspiró nada menos que contra el Ejército Rojo. La chica dice: fallaron (con la resistencia pacífica), sin advertir que el terrorismo que ella propicia es el que le permitió al régimen galvanizarse en 1983... Así las cosas, la manipulación secreta comienza a insinuarse no ya como simple confrontación de espías, sino como herramienta de gobierno.

Dos libros aparecen en la mesa de la policía en el primer capítulo: el "1984", de Georges Orwell, y uno de la serie de Harry Potter. Se trata de un toque grotesco, este último, en el clima oscuro y desangelado de la serie: la policía persigue los libros de Harry Potter, que circulan en el país incluso en forma de samizdat. Que el régimen haya decidido que Potter es un enemigo ideológico, provoca que muchos se dediquen a imprimir las aventuras de Potter. Un personaje increíble, el vietnamita Tío, comunista, espía, comerciante de armas, mafioso, explicará el fenómeno: te muestro esta mano para que no mires lo que hace la otra. La persecución contra Potter es una invención para mantener entretenidos a policías y opositores. En tanto, el único personaje que menciona dos o tres veces la palabra libertad, sin mucho éxito, es el protagonista de la serie, el inspector Anatol Jánow, de la Milicia (nombre de la policía común), quien le recomienda sutilmente a un subordinado leer más a Orwell que a Rowling. La cuestión de la libertad no importa mucho a nadie más. El vietnamita Tío también lo explica: nadie moverá un dedo por la libertad si hay satisfacción económica y, debajo de ella, miedo. Por eso Tío puede venderle explosivos a la oposición terrorista, a la que de esa manera usa en beneficio de un sector del poder.

Las oficinas del espionaje son impresionantes por lo multitudinarias y sistemáticas, y recuerdan sin duda a Orwell. Los métodos de control se han extendido en todas las formas posibles y un barrio vietnamita, donde a Anatol le gusta desayunar o beber aguardiente de arroz, se extiende "de este lado del Vístula" como el único intrincado lugar en el que es posible conspirar tranquilo: la mayor parte de sus habitantes son espías que conviene tener cerca, como a Tío, un rey entre los inmigrantes.

El color permanente es frío, de azul a gris, con pocos toques de color más intenso. La serie parece transcurrir enteramente en días sin sol.

Casi todos los hilos se atan al final de la temporada, pero queda lugar para que se piense en una continuación. Por ahora, nada sabemos.

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Imagen: Anatol Jánow, inspector de la Milicia

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