jueves, 30 de julio de 2020

"Sherlock Holmes": El abismo y la lógica



Antiguamente los hombres en general usaban barba y bigote, o al menos bigote, y los ingleses eran tal vez aun más envarados. Esa puede ser la única diferencia entre el escenario humano que recorren el Sherlock Holmes y el doctor John Watson que inventó Arthur Conan Doyle y los personajes que habitaron por cuatro temporadas, entre 2010 y 2017, una serie de la BBC basada en los libros de Doyle pero desarrollada en el presente. 

  La comprobación de que algo ha cambiado pero todo sigue igual no es triste, sino simpática en la serie de la BBC e incluso algunos cambios en las historias -además de los necesarios para actualizarlas- son comentarios graciosos al original. Para no salir del primer episodio, este se titula "A Study in Scarlet" (un estudio en escarlata) en el original -de fines del XIX-, pero aquí se titula "A Study in Pink" (un estudio en rosa), dado que la cuarta víctima de una serie de crímenes viste y combina sus accesorios en la misma gama y, en el desafortunado viaje que la llevó a la muerte, con la del rosa. Asimismo el error que comete la policía al leer la postrera palabra "Rache" junto a la víctima está invertido: en el original la policía cree que el asesino quería escribir "Rachel" (Raquel) pero no tuvo tiempo, y Holmes le informa que sí escribió lo que quiso: la palabra alemana "Rache" (venganza). En este caso es al revés: la víctima quiso escribir "Rachel" pero la policía entiende que escribió la palabra alemana "Rache". El mundo se ha hecho más políglota e incluso la Scotland Yard sabe algo de alemán, lo cual es mucho decir. Pero habrá inclusos cambios en la propia historia, sin que esta varíe: la serie demuestra que es posible mantenerse fiel al original sin hacer una "recreación histórica". Tal el principio de una buena traducción.

  Las aventuras de Sherlock Holmes son un clásico de la modernidad, asentaron el modelo policíaco que Edgar Allan Poe creó para la literatura y dieron para siempre a los ingleses fama de ser más inteligentes que los franceses. Que una serie que recrea esas aventuras esté en vías, a su vez, de ser un clásico en el género televisivo -lleva inactiva, y ya no se activará, varios años en la cartelera de Netflix- habla de la atinada decisión de cambiar algo para que nadie cambie. Un gatopardismo artístico que consiste -si se sigue la frase de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su recto sentido, y no en el cínico con que se suele citar- en preservar la esencia. 

   Ahora bien: Sherlock Holmes ha sido visto como el non plus ultra del razonamiento lógico, al punto de que, si todo fuese razonable, un detective no necesitaría casi hacer trabajo de campo. Le bastaría con "ponerles en orden las cosas" a sus clientes, sin moverse de sus sala, como dice el Sherlock que interpreta esta vez Benedict Cumberbatch, en competencia con actuaciones históricas como la de Peter Cushing. Pero he aquí que Sherlock Holmes no es lógico. Se suele hablar de "deducciones" y método deductivo en relación con el personaje de Doyle, pero la verdad es que no se trata de deducciones, desde el punto de vista aristotélico, sino de inducciones, descartes de probabilidades, hasta que queda la más probable. El margen de error existe en este procedimiento que Holmes, dotado de un cerebro excepcional, desarrolla a velocidades sobrehumanas. Él mismo reconoce que en más de una oportunidad ha adivinado, y Doyle le hizo decir: "Cuando descartaste lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad" (Doyle, "El signo de los cuatro"). Esa frase, tomada al pie de la letra, es un boomerang arrojado desde la Lógica (alguna vez volveremos sobre esa cuestión).

  Sherlock debería amar la tranquila resolución de los casos en su estudio -ese ámbito que, quienes despreciaron su labor, llamaron "vaso veneciano"-, y de hecho disfruta de ello, como cuando dice con placer: "Este es un problema para tres pipas" -en esta versión son tres parches de nicotina porque "ya es imposible fumar decentemente en Londres"-, pero goza también de la investigación sobre el terreno. Cuando el doctor Watson lo ve engolosinado con la exploración del cadáver de la dama de rosa en el primer caso le dice: "Ella está muerta", en apelación a su respeto, a lo que Holmes contesta: "Eso lo sé, ¿podría agregar algo?".

  "Un estudio en escarlata" es el relato en que Doyle dedica varias páginas a describir a Holmes. Entre las curiosidades que Watson registra en sus libretas figura que Holmes ignoraba que la Tierra gira alrededor del Sol. "Ahora que lo sé, trataré de olvidarlo, pues ocupará espacio innecesariamente en mi mente", le dice. En cambio, sabe qué formas y matices presentan en el suelo las cenizas de todos los cigarros que se venden en Londres. Esta mente se revela de entrada cuando el doctor Watson, médico militar, lo conoce en el laboratorio del hospital de San Bartolomé, fundado hace ocho siglos y hoy dedicado a la investigación. La primera frase que Holmes le dirige al doctor es: "Veo que ha estado en Afganistán". En el siglo XXI también ha habido una guerra en Afganistán, pero asimismo en Irak, por lo que la primera frase de Holmes al doctor que interpreta convincentemente Martin Freeman es: "¿Irak o Afganistán?". Lo importante no ha cambiado.

  Subyace en el original que si estos dos personajes deciden compartir los gastos de un departamento en una zona residencial de Londres es porque viven aún una vida de estudiantes. Los libretistas Mark Gatiss y Steven Moffat han hecho expreso ese espíritu en las aventuras casi estudiantiles que desde Baker Street 221 bis desplegarán Holmes y Watson, significado por la frase emocionada de Holmes cada vez que tiene un nuevo caso: The game's afoot  (el juego está en marcha). Esto es, subieron el tono apenas una octava hacia la comedia. Pero como suele suceder en las grandes historias, el matiz amable no quita, sino que realza, las monstruosidades que pueden encontrarse a la vuelta de la esquina... O cruzando el Támesis hacia Brixton. Incluso sin cruzarlo.




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