domingo, 2 de agosto de 2020

"Godless": Tú que puedes con Dios hablar


En un western que se precie debe haber una diligencia, un tren, indios, revólveres Colt y Smith & Wesson, carabinas Winchester, un saloon, acaso un banco y una funeraria, y todo o algunos de estos elementos, pero no puede faltar un duelo a pistolas, que, como se sabe, en el Oeste estadounidense no consistía en contar pasos y disparar con acierto, sino simplemente en desenfundar primero y disparar con acierto, o bien desenfundar tarde, pero disparar con acierto si todavía uno está en pie o puede disparar en cualquier posición o condición física en que se encuentre. Como se verá, el duelo americano tiene más alternativas que el clásico duelo europeo, en el cual la única regla era disparar una pistola de un solo tiro después de caminar diez pasos. Y asunto acabado.

  Hacer un western consiste en manejar todos esos elementos, o algunos, pero que sea de modo interesante. ¿Qué ha hecho pues el libretista y director Scott Frank, argumental y visualmente, para que la serie "Godless" resultara interesante? Pues cruzó una venganza de resonancias bíblicas con una desgracia: el accidente en que 83 mineros perdieron la vida al mismo tiempo, de modo tal que el pequeño pueblo La Belle, en el todavía territorio de Nuevo México, quedó habitado casi exclusivamente por mujeres. Ese colectivo femenino, que de entrada muestra notables desavenencias de carácter, de intereses e incluso sexuales, está formado por la dueña del hotel, la hermana -de armas llevar- de un sheriff a punto de quedarse ciego, la viuda de un indio con un hijo mestizo, una exótica pintora alemana que suele salir desnuda sin darse cuenta, una ex prostituta convertida en maestra primaria, algunas viejas damas dignas y una embarazada ingenua, sin contar indias y latinas. La mayor parte de las mujeres participa de la construcción de la nueva iglesia del pueblo, pero las desavenencias realmente desaparecerán cuando la necesidad de defender sus vidas las galvanice a todas y las convierta en guerreras.

  Un joven pistolero, que casi no parece pistolero, será quien desencadene esa situación. Es perseguido por su padre adoptivo, un pastor asesino a quien ha dejado manco, y un ejército de matones, cada uno con una facha especial, desde el gran lanzador de cuchillos, hasta el mestizo más rápido del Oeste, pasando por una especie de Landrú que fuma en pipa. El pastor permanece impasible ante las balas porque está convencido de que ha visto su muerte y de que reconocerá el momento de su llegada. De vez en cuando estos deshechos de la mano de Dios citan la Biblia, e incluso a Nietzsche, sin mencionarlo. El tema de la justicia divina, incluso de la existencia del Creador, le pareció a Scott Frank que estuviera por allí, sobrevolando. Pero en realidad, si hay algún mitologema bíblico en esto es el del alzamiento de Absalón contra David, esto es, la rebelión mítica contra el padre. El pastor Frank Griffin se siente tan traicionado como debió sentirse David, pero no está dispuesto a llorar por la eventual muerte de su hijo Roy, si logra cazarlo, como aquél lloró por Absalón.

  La fotografía, de colores poco resaltantes, ayuda mucho. El marco panorámico del desierto y los montes se torna así un comentario de la acción. Permite incluso una cita pictórica: las figuritas de los jinetes en fila india sobre el horizonte evocan el famoso cuadro "Caballería roja" de Kazimir Malevich, pero con menos contraste de color. Además, un matiz de sepia rojizo o verde oscuro gana la imagen cuando lo que se narra es el pasado del fugitivo y su padre terrible y de los otros personajes. De esta suerte todo va juntando elementos y tensión para justificar el capítulo final que, tal como lo vienen prometiendo los hechos, será un enfrentamiento épico, inolvidable para quienes aman los grandes tiroteos. 
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