"Glacé" (2016) es una serie redonda -no del todo, pero en fin, nunca los franceses harán un final que no sea "abierto", o al menos entornado- y está entre lo mejorcito que puede verse hoy en policial nórdico, aunque no lo sea.
El nordic ha descendido todo lo que pudo de Norte a Sur. Los Pirineos son el último refugio de un tipo, estilo o subtipo de policial que requiere -en lo que a series se refiere- el clima despiadado del invierno subártico. Es por eso que, aunque esté ubicada en el sur francés, esta serie, igual que la novela de Bernard Minier que le sirve de base, se titula "Glacé", que significa "helado". Todo sucede en las alturas pero no lejos de la ciudad de Toulouse, y comienza en el vagón de un teleférico y en medio de una terrible tormenta de nieve, cuyas imágenes son dignas de verse, al menos.
Pero hay más. El capitán Martin Servaz reúne los rasgos de todos los detectives de ficción, cualquiera sea el género o subtipo: es miembro de la policía judicial, como su ilustre antecesor, el inspector Maigret, creado por Georges Simenon; como él fuma bastante, pero no en pipa, sino delgados cigarros de hoja. La diferencia con Maigret es que su vida no es ordenada y en este aspecto entra ya en el estereotipo del detective duro estadounidense: bebe, incluso mientras maneja, no se afeita durante días, y suele ser demasiado intuitivo. Con tales pro y contras no se entenderá que sea una leyenda aunque haya capturado a uno de los más pérfidos asesinos seriales.
Casualmente, aquel asesino en serie está encerrado en un instituto para dementes peligrosos en la zona donde acaban de matar a un caballo. No sería tan importante la muerte de un caballo si no fuera que está valuado en 600.000 euros y su dueño es un empresario poderoso. Sólo esto justifica que el legendario Servaz viaje hasta la cima de los Pirineos para ver qué sentido tiene que alguien haya asesinado -es la palabra justa- al caballo, separado su cabeza del cuerpo y trasladado el cuerpo a un sitio de exposición pública, aunque agreste. Y he aquí que Servaz viaja, con la idea de volver pronto a Toulouse, de suerte que cuando los acontecimientos lo obligan a quedarse debe comprar un abrigo de montaña, que para su desgracia es de los pocos que quedan en liquidación y será anaranjado, de modo que lo saca de su papel de oscuro sabueso.
Antes de seguir, volvamos un poco sobre este concepto de "oscuro". Pese a los rasgos estereotipados el personaje de Servaz funciona. ¿Por qué? Por un lado, porque encierra en su pasado una culpa poderosa, no un error cualquiera. Ese espanto lo persigue. Por otro lado, Servaz no hace honor a su leyenda: cuando ya uno está más o menos seguro sobre quién urde los crímenes que se desencadenan sobre el pueblo, y sólo resta saber quién los ejecuta, él todavía duda. Ni siquiera se plantea cuál es el objetivo final de la mente criminal. Vacila, declara no tener idea de nada. Esta debilidad hace de Servaz un tipo vulnerable. Es víctima de los acontecimientos y al final se le caerán todos encima y deberá actuar en un sentido exculpatorio (con respecto de su culpa personal). Lo acompañará en sus desvelos, traspiés e incluso trampas solo la capitana Irène Ziegler, que tampoco sabe muy bien qué está pasando, como si la muerte inicial del caballo hubiese confundido todo. Y en verdad lo confunde bastante y sigue siendo, hasta el final, el dato más siniestro de la historia, no suficientemente explicado, vamos a decirlo, pero tal vez no haga falta hacerlo: es el reflejo de la mente criminal.
El mismo día en que llega al pueblo el inspector, una joven psicóloga, Diane Berg, debuta en el centro psiquiátrico de alta seguridad donde reside el peligroso asesino, una ex mansión digna del conde Drácula, con vista imponente. La psicóloga y el inspector cruzarán sus caminos por razones que estaban escritas de antemano, sin que ellos lo supieran.
Se ve en dos sentadas. Si no le gusta, sigue con otra.
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