jueves, 29 de abril de 2021

"Batwoman" y la Trilogía de Batman


Hete aquí que vuelve -en el soporte papel ya había aparecido- Batwoman. La serie (2019-2020) retoma la historia de Batman en un punto imaginario en que tanto el millonario melancólico Bruce Wayne como el Hombre Murciélago han desaparecido de Ciudad Gótica. No sabemos por qué. ¿Lo sabremos? Eso no importa. Lo que importa es que la prima de Bruce Wayne, Kate Kane, quien debió dejar el colegio y la ciudad cuando asumió su identidad sexual lesbiana, regresa y decide tomar el rol secreto de su primo. Solo por afán de justicia, no de venganza, ya que el crimen señorea en la ciudad. Pero el padre de Kate Kane es el jefe de una compañía de seguridad que la ciudad contrató para evitar el desborde (la seguridad entregada a la empresa privada es un detalle interesante). Jacob Kane representa un nuevo enfoque sobre el vigilante murciélago y en general sobre los vigilantes que actúan por su cuenta. Esto no estaba previsto en la antigua historieta aunque había asomado en la saga cinematográfica de Batman: los enmascarados que hacen justicia por sus manos incurren de hecho en un delito. La gente puede adorarlos, pero ellos son parapoliciales, transgresores de la ley. Algún demócrata progresista debe de haberlo señalado en algún momento. Si las películas solo plantean el problema, en "Batwoman" Kane ha decidido que el Murciélago es casi su enemigo personal. De ahí que la hija, convertida en Mujer Murciélago, no sea algo que su paladar soportaría, en caso de que se revelara la identidad de la reemplazante de Batman. De hecho, pudo soportar mucho mejor que fuera lesbiana.

  Y, con todo, no es su propio padre el principal problema de Batwoman. Lo es la jefa de la Pandilla Wonderland, Alice, una lectora de "Alicia en el País de las Maravillas", tan cruel como los peores personajes de esa tierra de absurdos, y mucho más cínica. Tanto que uno dejaría la primera temporada por la mitad, o menos, harto de cinismo y sarcasmos, si no fuera que la nueva Ciudad Gótica y su galería de malos es interesante. Por otra parte, el propósito de venganza de Alice no solo es desmesurado sino que su origen -el secuestro, cuando era niña, por parte de un psicópata y el dolor de que su familia la diera por muerta y dejara de buscarla- no condice con el constante cinismo de la Alice joven... Todo es demasiado en este personaje, hay que decirlo.

  Pero de la primera a la segunda temporada ocurre un hecho decisivo: Batwoman en apariencia ha muerto en un accidente de aviación, tal vez un atentado, y una chica negra, también lesbiana, que sobrevive vendiendo drogas y cuyos padres adoptivos fueron asesinados, encuentra, créase o no, el traje de la Mujer Murciélago... Y lo adopta, con los fracasos y torpezas del caso. Esta nueva batichica es más simpática, aunque el propósito ideológico de agregar la negritud y la marginación al lesbianismo sea demasiado evidente. Personalmente, le cobré más simpatía a la segunda Batwoman, al menos porque no tiene que lidiar preferentemente con Alice...   

 Que la DC Comics y la Warner continúen alimentando el mundo murciélago justificaría un pequeño recuento, cuya pieza más valiosa es sin duda la trilogía cinematográfica de Christopher Nolan, que corrigió los tropiezos de sus antecesores inmediatos, el mismìsimo Tim Burton y Joel Schumacher, que con "Batman y Robin", su segunda pelìcula sobre Batman, podría haber obtenido, si existiese, el galardón a la peor película sobre el Hombre Murciélago. Entre ambos directores cosecharon cuatro tropiezos, y tuvieron grandes actores que no les ayudaron a hacer buenos productos, entre 1989 y 1997. En 2005 comenzó la gran saga de Nolan. Tres gloriosas cintas que narran la historia de Batman de pe a pa: Batman Begins (2005), The Dark Knight (2008) y The Dark Knight Rises (2012), esta última una de las grandes películas del cine comercial de todos los tiempos.

  Miremos un poco hacia atrás. Batman fue una creación de la DC que se remonta a la década del 30: una extraña decisión de la compañía que había creado a Superman y ganaba mucho dinero con él. Bob Kane fue el dibujante que inventó la contracara oscura del justiciero. Superman era un hombre más allá de la ley, pero actuaba en concordancia con la policía, por amor a la justicia. Era la autoimagen de los Estados Unidos a pleno. Batman era un vengador. Actuaba porque sus padres habían sido asesinados por un delincuente, y la policía le importaba poco. Pese a eso, el que se convertiría en personaje legendario también, el comisionado Gordon, lo llamaba cuando estaba en dificultades, con la famosa batiseñal: la imagen del murcièlago proyectada en el cielo siempre encapotado de Ciudad Gótica. Paulatinamente, la ciudad se llenó de genios del crimen, monstruosos, como el Guasón, el Pingüino, Dos Caras, el Capitán Frío... Con ellos, la historieta tenía para rato, y las primeras series televisivas también, especialmente la de los años 60, que más o menos recuerdan todos, con leyendas onomatopéyicas y dos héroes  invencibles y prolijos, Batman y Robin, protagonizados por Adam West y Burd Ward... Dos buenos muchachos, dos correctísimos parapoliciales. Se habrían eternizado de no haber sido que el público los abandonó. En los 80, la historieta se renovó, con un Batman sombrío y una ciudad tétrica. En realidad volvió a su origen. El resto es, poco más o menos, la historia de las películas antes mencionadas.

  ¿Por qué la trilogía de Nolan es el punto culminante de toda esta historia? Alguna vez se sabrá cuál fue la razón que movió a la DC Comics a crear un héroe oscuro cuando tenía otro, luminoso, que producía fortunas. Entre tanto, tenemos que Nolan captó la esencia de una historia que proviene de las honduras del siglo XIX; un personaje cuyos parientes son el conde de Montecristo, el bandido Dubrovsky, el Corsario Negro, pero en modo alguno un policía vocacional. Nolan cuenta el origen, la aventura, la caída y vuelta a la cueva, y finalmente el ascenso, de un vengador que muestra en su cuerpo las desastrosas secuelas de sus peleas en los techos, como un viejo gato callejero. En la segunda película, el Guasón, una creación increíble -por lo creíble- de Heath Ledger -que murió poco después de una sobredosis accidental de medicamentos-, le tiende a Batman una trampa mortal, obligándolo a sumergirse en la tiniebla de la que solo emergerá como un resucitado en la tercera película. El teorema del Guasón es que todo ser leal y justo oculta a un criminal que despierta cuando se toca lo que más quiere. Su objetivo para demostrarlo es Harvey Dent, el implacable fiscal de Ciudad Gótica.

  He ahí una historia del más puro romanticismo. El héroe oscuro en su esplendor, valga la paradoja, interpretado por un Christian Bale que al principio uno diría no da para Batman, y sin embargo crece cuanto el personaje lo hace. Nolan también tuvo figuras estelares en sus películas, pero las aprovechó a fondo: Michael Cane como el protector mayordomo Alfred; Morgan Freeman como Lucius Fox, el inventor de artefactos para Batman, y Gary Oldman, como el mejor rostro y la mejor actuación para el comisionado Gordon, que de este modo se hace inolvidable.

  En el número 4 de la Biblioteca Clarín de la Historieta escribí en 2004: 

En Historia social de la literatura y el arte, libro que muchos consultaron en los sesenta y setenta, el húngaro-británico Arnold Hauser establece la genealogía del héroe oscuro. Se remonta al mito del ángel caído, que no es otra cosa que el demonio. El ángel caído está poseído por la venganza. El romanticismo recupera la figura primigenia del ángel proscrito; en particular el inglés George Gordon (Lord Byron). Más en su actitud que en su literatura, Byron es aquel “hombre misterioso” en cuyo pasado “hay un secreto, un terrible pecado, un yerro siniestro o una omisión irreparable”. Byron parecía avanzar por el mundo cargando esta condena. Y por cierto, usaba una capa oscura.

Batman no cometió pecado pero hay en su pasado una “omisión irreparable”: el aparato de la ley. Nadie pudo salvar a sus padres, y él no podía. La ley no estuvo cuando la necesitó y Batman la ignora. Esta es su “omisión”. Sobre ese bache erige la figura a la que viste con las tinieblas de su alma. Persigue a los delincuentes porque fue un delincuente el que mató a sus padres. Si hubiesen sido policías, perseguiría a los policías del mismo modo obsesivo. Batman -más allá de la liviandad del cómic- recrea la figura del dolor liberado. No es hombre del bien ni del mal. Es alguien que todos fuimos alguna vez. Bruce Wayne ha muerto en verdad en el Callejón del Crimen. Batman es un fantasma que solo puede agregar oscuridad a la noche.

Nolan vio algo de esto. Su saga agrega a la historia la regeneración, la recreación del ser humano por sí mismo, algo que pertenece a los buenos tiempos del crecimiento del capitalismo estadounidense. Un anacronismo encantador, como todo el resto.   

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HBO/Flow


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