Quien haya tenido la dicha de ver a los "Men in Black" (hombres de negro) en una o tres películas seguramente tuvo la sensación que trasmite, en otro orden -¿otro nivel?- la música de Bach. La música de Bach es precisamente una música dichosa, concebida para tratar temas grandiosos y trascendentes. Películas como "Men in Black" simplemente tratan de hechos inexistentes. Como los libros de aventuras de la colección Robin Hood. Pero están hechas con la misma risueña confianza en el género humano. Dirán que es mucho crédito para Steven Spielberg, productor de las tres. ¿Por qué? ¿No le damos mucho a Verne o a Wells? Agregarán: Supongamos que sí, pero ¿qué tiene que hacer "Men in Black" (MIB) en un blog sobre series? Para empezar, está basada en un comic de Lowell Cunningham para Marvel, y las figuras e historias del comic terminan en series o seguidillas de películas con suma facilidad. Es el caso de MIB. Fueron tres (en 1997, 2002 y 2012) y podrían haber sido cientos. Las tres películas las consideramos una miniserie. Si las vemos todas seguidas, equivalen a unos siete u ocho capítulos de una serie promedio. En Netflix se puede ver la primera.
Siempre hay aventura cuando el mundo está más habitado de lo que suponemos. Spielberg ha dado en ese clavo. Por otra parte, también sabemos que el secreto, la suposición de una segunda realidad -como el tráfico incensante de extraterrestres controlado por una unidad oficial que sin embargo no reporta al gobierno- causa de por sí un placer especial. ¡Todo el universo podría ser una historia de enmascarados! Lo cual dispone a considerar la realidad que llamamos concreta como la verdadera realidad virtual. Henri Bergson dedicó un largo estudio a la risa en 1900, en pleno dominio del cientificismo positivista. Descubrió muchas cosas en su mecanismo. Una de ellas es que se produce cuando se altera lo normal o esperable. Por eso reímos cuando alguien se cae, aunque sabemos que no está bien reírse de alguien que se cae. Sin embargo hay miles de casos de alteración de lo esperable que no causan risa. Y asimismo hay dentro de la normalidad miles de casos que mueven a reír. Así que podemos decir que Bergson no encontró la clave única de lo cómico. Y nosotros, pragmáticos, debemos decir que hay una risa para cada caso. Y que el origen del regocijo de la aventura es tan poco identificable como el de la risa.
Así pues, Spielberg, poco puritano, más bien judeocristiano en su amor por las cosas como vienen -sobre todo las que encierran lo inesperado- y por el género humano en su pequeñez, realizó su obra maestra -esta es, no me hablen de otras- sobre la base de extraterrestres que toman la Tierra como un planeta ideal para establecerse al margen de la devastación y las guerras que se viven en otros. Un planeta de seres de inteligencia de media a inferior: "El cerebro de los humanos es tan minúsculo que en otras galaxias lo consideran un virus", dice el agente K en cierto momento de la primera película. Un planeta que recibe y disimula a miles de extraplanetarios que pasan por un ovni-puerto, ubicado en una extraña oficina de puentes y aguas corrientes. Los seres son amorfos o parecidos a insectos, pero muchos son capaces de adoptar formas humanas o de animales domésticos. De hecho, vivimos rodeados de ellos, que viven con la apariencia de un bull-dog francés o de Sylvester Stallone. Pueden ser mozos, joyeros o compradores de objetos de segunda mano. Pero por algo viven casi todos en Manhattan. Y este hecho es apenas una muestra del humor sutil y amable de Spielberg.
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