Es difícil escribir sobre "True detective" (2014-2019), la serie de Nic Pizzolatto, después de que la crítica internacional, con una cultura cinematográfica superficial, o snob, decidió hacer de la primera temporada un objeto de culto, en detrimento de las otras dos, a las que calificó malamente. Como si Lucino Visconti hubiese decidido hacer una saga con "Grupo de familia". En realidad vieron poco cine, vamos a decirlo, aunque parezca pedante, y se extasían ante el plano secuencia del cuarto episodio de la primera temporada, como si Miklós Jancsó o el propio Visconti no hubiesen hecho ninguno, y como si el tiroteo del quinto episodio de la segunda temporada no fuese uno de los mejor filmados de la historia del cine norteamericano, que ha filmado miles.
Vamos a ver: la primera temporada de "True detective" deslumbra a los neo-aficionados por el personaje central, un detective riguroso, tanto que lleva todo el tiempo bajo el brazo un libro de anotaciones, no una libreta, sino un gran libro estilo comercial, y porque lanza frases de segunda mano de Nietzsche o Ciorán. No ven en este nihilista al cuáquero que dio origen a la nación norteamericana, ahora -una vez más- en lucha casi literal contra el demonio. Y el demonio es, para el puritano disfrazado de nietzscheano, un psicópata que a su vez se cree un ser divino -el Rey Amarillo, más allá del mal y del bien-, no un Lucifer sino más bien el dios cananeo Baal, que exigía víctimas humanas, preferentemente niños, y contra el que lucharon los antiguos sacerdotes hebreos. Los grandes escenarios de Luisiana, la zona pantanosa del Bayou, el sureste de Texas, dan a esta historia de crimen serial ritualista un marco adecuado. El progreso está minando ese paisaje -al pasar, un personaje dice que el oleoducto va destruyendo la costa-. Las antiguas carnestolendas franco-africanas, con máscaras y violaciones seudo místicas, lo corrompen por dentro. Se las menciona en algún momento como "saturnales". No lo son. En las saturnales los romanos antiguos se disfrazaban y dejaban correr sus instintos sexuales, pero no hacían sacrificios humanos.
El segundo tomo, o segunda temporada de esta saga es la que más violenta a los refinados críticos de tv de la prensa mundial. Porque en general desprecian al pobre Colin Farrell, en este caso aun más, porque incrusta el star-system en una serie que ellos creen librada de él, y porque la segunda temporada ha tenido un bajón de audiencia respecto de la primera, que fue un gran éxito. Curioso el caso de los críticos extraparlamentarios que a veces señalan el éxito de audiencias como testimonio de calidad y a veces como lo contrario. La tercera temporada la juzgan un regreso forzado y oportunista a la primera, incluso por los escenarios, ya que Pizzolatto vuelve, si no al sur, al centro sur, al estado de Arkansas.
En síntesis, para ubicarnos: la primera temporada narra la investigación de un asesinato que parece ritual en el Bayou. Una mujer aparece muerta, amarrada, desnuda y coronada con astas de ciervo. A su alrededor hay pequeñas esculturas de madera. En la segunda temporada, las imágenes aéreas de los pantanos son sustituidas por imágenes de los nudos de autopistas de Los Angeles, tanto o más impresionantes. Ese escenario atrapa y no deja escapar a nadie. Es el nudo que ata a tres detectives, no a dos, como es costumbre, accidentalmente convergentes en el escenario de un asesinato atroz. O mejor dicho, en un escenario, en la ruta, en que fue abandonado el cadáver de un asesinato atroz, con torturas espantosas. No se trata de una pobre víctima inocente, una prostituta, como en la primera historia, sino de un hombre metido en los negocios sucios del pueblo o suburbio de Vinci, zona industrial altamente contaminada, coto de caza para todo tipo de transas oscuras.
La tercera temporada narra la pesquisa acerca de dos chicos que desaparecieron en bicicletas en Arkansas. Uno de ellos, el varón, aparece muerto. La niña nunca aparece. El suceso se hace obsesión de un detective negro, quien se casa con una profesora de literatura a la que el episodio le ha inspirado una investigación y la publicación de un libro de no ficción.
Digamos que la calidad fílmica de los tres tomos no decae. Es tan buena la de la primera temporada como la de la segunda y la tercera. Pero a mí juicio hay que ver las tres como una cita o analogía de la Divina Comedia. En la primera temporada, Dante desciende al Infierno de los pantanos, una Estigia estadounidense, de la mano de un Virgilio reticente, un yanqui común, inconsciente de su pecado, pagano aunque se declara creyente, totalmente en las antípodas de su compañero puritano que se dice ateo. En la segunda temporada los personajes lentamente progresan, encontrándose en sus debilidades y sus propios pecados. En la tercera, no se llega al cielo ni hay un final feliz, pero sí algo bastante próximo. Cuando el detective descubre que ha estado más de treinta años abrazado a la resolución de un problema irresoluble, en tanto caminaba en su cabeza el Alzheimer, el fantasma de su Beatrice, su hermosa e inolvidable mujer, le dice que ha vivido maniatado por un enigma oscuro, sin pensar que a veces la vida puede autosanarse, remendar los horrores, permitir que algunas personas toquen los bordes de la felicidad y de la inocencia.
Me parece suficiente para una serie televisiva.
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