Entiendo que no haya más remedio que votar a los demócratas norteamericanos en la próxima elección o desear que la ganen, pero el odio desmesurado y tan poco clasista al demente Donald Trump no lo comparto. Digo esto para prevenir sobre lo que creo que escribiré a continuación de la serie danesa "Borgen", una de aquellas en que merece una explicación la antipatía que me hace dejarlas a los dos o tres capítulos. En este caso el motivo de que haya sobrevivido una temporada y media podría llamarse político. Pero no lo es en el caso de otras, como "Warrior Nun", que trata de imaginarias monjas guerreras que luchan contra el demonio encarnado, o más bien, enfogueado, porque cada vez que se lo ve es similar a un gigante de lava encendida. En "Warrior Nun", que aguanté hasta el cuarto episodio, creo que la antipatía no es política, sino personal. No soporté al personaje principal. Vamos a decir también, para que no se piense que esto es una cuestión de género (son mujeres las protagonistas de "Borgen" y "Warrior Nun"): tampoco soporté el personaje principal -en verdad los dos personajes principales, ambos masculinos- de "Cobra Kai".
¿Qué pasa en "Borgen"? Lo inverosímil parece menos evidente, o sea que todo es más verosímil, pero no es ese el motivo del rechazo. El motivo parece ser que la inverosimilitud encubre un "mensaje" políticamente correcto. Del mismo tipo del que justifica en Estados Unidos y el mundo el odio desmesurado al desencajado Trump. Trump es un lugar donde poner el odio y justificarlo. Un odio de clase, claro. De clase media. Ya se sabe que el odio no es político. Por eso se condenan los "crímenes de odio" en los Estados Unidos, que los inventó. Nada que sea ilegal puede ser político. Es una contradicción en los términos. Y aquel que quiera hacer política o hablar de política debería dejar afuera el odio. Muy bien, "Borgen" parece dejarlo, pero hasta donde lo vi -y creo que temporada y media es suficiente- solo lo hace para pulir el mensaje políticamente correcto.
Vamos al punto: no existen en este momento en Europa, y me temo que en el mundo, partidos principistas. En Europa, específicamente, no existen partidos que defiendan a los inmigrantes o que no usen políticamente el chauvinismo y el miedo a los extranjeros provenientes del mundo árabe. El laborismo lo hace. La socialdemocracia prefiere no agitar mucho el avispero en ese sentido, cuando no se vale también de aquel miedo. Y otra cosa más: hay siempre, en mayor o menor medida, una mordida económica en el medio, porque si bien siempre los partidos políticos vivieron de ella, hoy se han hecho golosos de la ganancia bajo cuerda. Existe un tercer orden de problemas, específico de las repúblicas y monarquías parlamentarias: allí donde el cuerpo de ministros no lo elige un presidente, sino el parlamento, los ministerios son objeto de tanta negociación y manoseo que en corto tiempo se desgastan y corrompen. Se trata de imaginar lo siguiente: cuando un partido gana una elección, el presidente o el rey le encargan "formar gobierno". Eso significa que el ganador debe reunirse con los otros partidos para negociar el apoyo del congreso, donde rara vez tiene mayoría abrumadora. Eso a su vez significa repartirse los ministerios entre los partidos que logren formar una coalición de gobierno. Coalición que, dicho sea de paso, puede naufragar antes de que termine el mandato del partido ganador. De tal suerte, la nueva negociación para "formar gobierno" exigirá un nuevo reparto de los ministerios. Lo único permanente en la administración del Estado es la lenta, parsimoniosa burocracia, que asegura el mínimo funcionamiento, pero no es a-partidaria. Los que mejor defienden los principios suelen ser partidos minoritarios, sobre todo de derecha radical -valga la paradoja-, que se prestan a ser comodines de los necesarios "armados" de trastienda.
Muy bien. En "Borgen" hay un partido principista, calificado como "de centro", que defiende a los inmigrantes y se opone a la guerra en Medio Oriente. Este partido imaginario gana una elección, y está a punto de fracasar en su negociación porque la llamada izquierda (el laborismo danés, de origen marxista, y que aun canta la Internacional, como puede verse en esta serie), totalmente entregado a la política racista, exige un pago político oneroso. La primera ministra, débil aún en esta lides, pronto se da cuenta de con quiénes deben negociar -la oposición interna al líder del partido laborista- y modifica en un santiamén su actitud: de contemplativa y auténticamente cordial, deviene dura y hasta autoritaria. Terminará entendiendo que debe negociar con quien sea, y lo hace incluso con el partido ultranacionalista, que entra así de nuevo en el juego de cartas de los ministerios. Es decir, que puede cogobernar. Pero no importan los principios si se dejan de lado para defender los principios, quiere que creamos la serie, lo cual es imposible. Me refiero a que es imposible creer que se pueden defender los principios dejando de lado los principios.
Los errores en este sentido de la protagonista de "Borgen" no parecen devenir de su ambición, claro, ni le hacen perder de vista que a pesar de que cede a las presiones para permanecer en Afganistán, e incluso para entender las razones de los militaristas, gracias a que una organización civil afgana progresista -debe creerse esto- le hace ver lo importante que es la presencia militar danesa en Afganistán, pese a todo esto, decíamos, solo se trata de una suspensión de los principios, porque enseguida -se supone- se recuperará la senda principal: las tropas volverán... en un futuro que, como el superhombre de Nietzsche, se aleja cuanto más nos acercamos.
No se entiende que un país que obligó a la izquierda a hacerse racista y colonialista para no perder votos, haya votado el principismo de este imaginario partido "de centro". Bueno, así es de veleidoso el electorado en Dinamarca. Tal aspecto inverosímil de la historia podría explicarse porque en los Estados Unidos el mismo pueblo que votó a Obama eligió luego a Trump. De todos modos, no importa tanto -como dije- el verosímil cuanto el mensaje que se filtra cuando se fuerzan las puertas de lo creíble.
La ambición política, y desde luego, nada económica, de la primera ministra paga su precio con el divorcio de un marido que hasta dos capítulos antes era su "remanso" erótico-político al volver a casa. Pero claro, es humana, qué jorobar.
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