Si el tema de la primera temporada fue macabro hasta lo intolerable, el de esta segunda fase es todavía peor. Se trata ahora no de chicos, sino de bebés asesinados. Por la gracia de Dios, solo un caso ocupa las imágenes del presente (por la gracia de Dios, ya que solo uno sería lo que la condición humana podría tolerar de esta atrocidad). El resto son fotografías del pasado. Y también por gracia divina o decisión humanitaria de los guionistas, apenas hay flashes del pequeño cadáver. Es más atroz -aunque en breves instantes mueve a la piedad- el ser -no nos permitimos mentar el género, para no revelar la trama- que ha perpetrado los asesinatos. Y para este personaje el casting encontró la máscara perfecta.
Como en la primera temporada, los ambientes versallescos -restaurantes, mansiones, salones- de la alta burguesía neoyorkina alternan con los barrios bajos, violentos y sucios. Aquí, es clave una casa quemada de la calle Hudson. Los trajes de los investigadores habrán de mancharse con frecuencia de ese barro, pero más significativa que su presencia en extramuros es la de una mujer de clase alta que alimenta literalmente con su leche al lactofílico jefe de una pandilla criminal, así como aquella clase amamantó al lumpenproletariado cada vez que lo necesitó en la historia. No se sabe si es peor crimen esa lactancia erótica que la simbólica con la que el magnate Hearst, que lame los blasones de la aristocracia norteña, alimenta los instintos bajos de la sociedad, para llenarse de plata, sean tales instintos necrófilos o patrióticos, de acuerdo a cómo sople el oscuro viento que los engendra.
Kreizler verá en cambio que el futuro de lo que se empeña en llamar ciencia está lejos de la nueva ciudad. Escucha, proveniente de la vieja Europa, el llamado de un doctor Freud, quien también creía entonces, y probablemente creyó toda su vida, que sus investigaciones eran ciencia pura y dura, aplicable al horrible malestar de la sociedad en todos los tiempos.
Sara sella el episodio final con un discurso que parecería no venir al caso, y que viene. Al saludar una nueva era de su agencia de detectives, dice: "No importa que llevemos faldas. Esta oficina está hoy iluminada por la luz eléctrica. Hasta hace poco la iluminaban lámparas a querosene y, antes de eso, velas fabricadas con grasa de ballena." El canto del progreso aún se entonaba. La temporada abrió con imágenes de una manifestación sufragista, reprimida por la policía de a caballo, y de una mujer injustamente acusada que estrena la silla eléctrica. Escenas muy bien logradas de mujeres que aún vestían faldas largas, golpeadas con bastones, y de una ejecución horrible. Cierra con este canto de Sara Howard al futuro. En el medio, las más terribles sombras de un trauma han privado de vida a mujeres e hijos.
---
Producción: TNT, Vanessa Productions, Studio T. Filmada en Budapest, Hungría
No hay comentarios:
Publicar un comentario